Comentario dominical


Solemnidad de la Ascensión B

Máximo Álvarez


“Tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Durante muchos años eran días de fiesta y descanso en el calendario civil. Al cambiar las leyes y ponerlos como días de trabajo, la Iglesia los ha pasado al domingo siguiente. Por eso hoy celebramos el día de la Ascensión. No debe pasar desapercibido.

En los Hechos de los Apóstoles se nos dice que, después de cuarenta días en los que Jesús se apareció a los Apóstoles, ascendió al cielo. A veces se ha interpretado mal, como si Jesús subiera al cielo como sube un cohete. El cielo no es un lugar por encima de nuestras cabezas. La palabra ascensión tiene otros significados como, por ejemplo, subir de categoría. Ascender en el trabajo, ascender a primera división… Pues bien, Jesús primero había descendido: siendo Dios se hizo hombre y, al encarnarse, su presencia se ciñe a un lugar concreto. La ascensión supone para Jesús volver a la plenitud como Dios. No se trata, por tanto, de una despedida, sino de, a partir de ahora, estar más presente a través del Espíritu Santo. Precisamente el próximo domingo celebramos la venida del Espíritu Santo:

Los discípulos oyen: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando el cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse”. No es cuestión de mirar al pasado, añorando la presencia de Jesús, sino de sentirlo muy presente, aquí y ahora.

Ahora bien, como dice San Pablo a los Efesios  en la segunda lectura, también a nosotros nos espera, más allá de esta vida, “la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”. Podemos decir que la ascensión de Jesús es un adelanto de lo que  esperamos. Nuestra vida no acaba aquí, sino que tiene un horizonte mucho más amplio. Hay muchas personas que solamente ponen sus esperanzas en este mundo. Y, cuando muere un ser querido, piensan que ya se acabó todo, que se ha perdido para siempre… La solemnidad de la Ascensión nos invita a encontrar el verdadero sentido de nuestra existencia. Dios nos creó para ser eternamente felices.

Pero Jesús a los Apóstoles no les dijo que se sentaran a esperar hasta que llegase ese momento, sino que los envía a que vayan por el mundo anunciando su mensaje: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado”. No podemos cruzarnos de brazos. Ir al mundo entero no significa que todos tengamos que ir a un país lejano a anunciar a Jesús, aunque la Iglesia sí que tiene que ir a todas partes, sino empezar por el pequeño mundo en que nos ha tocado vivir, por los más cercanos a nosotros…

A los que envía, Jesús les da unos poderes extraordinarios: “A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.” Alguien podría preguntarse a ver por qué ahora no ocurre eso. Sin embargo, en la medida en que seguimos a Jesús en el mundo se producen muchas transformaciones. No hace falta que sean milagrosas en sentido estricto. El amor hace verdaderos milagros, elimina muchas miserias y sufrimientos, ayuda a ser más felices.

Después de la ascensión los cristianos seguían experimentando la presencia de Jesús. También  nosotros en la oración, en el amor a los demás,,, y muy especialmente en la Eucaristía. El Señor nos sigue hablando y también nos escucha. La celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado. Dejemos que el Espíritu Santo actúe en  nosotros. A lo largo de este mes tienen lugar muchas primeras comuniones. Cuando los padres son conscientes de que no se trata simplemente de hacer un día de fiesta, sino que siguen descubriendo cada día y cada domingo esa presencia de Jesús, tienen motivo para sentirse más felices. Nosotros también.

 




Sexto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


En las lecturas de este domingo, concretamente en la segunda y en el evangelio, ambas de San Juan, hay una palabra que se repite muchas veces, en total diecinueve: es la palabra amor o el verbo amar. Son palabras muy hermosas.  Es verdad que a veces la palabra amor está muy gastada, porque se llama amor a lo que en realidad no lo es. Hay muchas canciones y poemas que hablan de amor, pero simplemente como una emoción pasajera, o un sentimiento egoísta que solo busca la propia satisfacción…

El amor del que nos habla hoy la Palabra de Dios se refiere al amor que Dios nos tiene, al amor que nosotros le debemos y al amor que ha de existir entre nosotros. Dios es amor y es la fuente del amor. Nos creó por amor y nos sostiene con su amor. Pero, como se nos dice en la segunda lectura, “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”. En el evangelio se insiste en la misma idea: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”.

Sucede aquí como en el amor de nuestros padres. Ellos nos han amado primero y nosotros debemos corresponder amándolos. Nosotros no hemos elegido a nuestros padres. Tampoco se trata de elegir a Dios. Hay gente que no quiere saber nada de Él, que no quiere corresponder al amor que Él  nos ofrece. Por eso, rechazar a Dios es una ingratitud, una grosería, porque él  nos ha elegido y amado primero. No es indiferente el no amarlo ni hacerle caso. Pero, además de darnos la vida, Dios ha entregado a su propio Hijo para que cargara con nuestros pecados. “Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”.

Una de las maneras de demostrar que amamos a Dios es cumpliendo sus mandamientos. “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”.  Ahora bien, el amor a Dios está unido al amor a los demás, a los que Dios también ama. “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Y, además, ello nos ayudará a ser más felices: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”. Tal vez por eso mucha gente no es feliz, porque ni ama ni se deja amar. Y porque no tiene en cuenta el amor de Dios.

No olvidemos que Dios ama a todos. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos dice que en principio el pueblo de Israel pensaba que la salvación traída por Jesucristo era solo para ellos, para los judíos, pero no para los extranjeros o gentiles. Incluso los primeros cristianos pensaban que los demás no podían recibir el Espíritu Santo. Por eso Pedro les dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.». Y por eso no dudó en bautizar al centurión Cornelio, que era un romano, y a su familia. Todas aquellas personas de buena voluntad que no han tenido la suerte y la oportunidad de conocer a Jesucristo no por ello quedan excluidas de la salvación, aunque sean de otras religiones.

.Nosotros sí hemos tenido la suerte de conocerlo. Ya no tenemos disculpa. Pero, además, sabemos que es nuestro amigo. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. A todo el mundo le gusta de tener amigos importantes e influyentes. Pues bien, es imposible encontrar una amistad tan importante e influyente como Jesús. Además, hoy nos dice que todo lo que pidamos al Padre en su nombre nos lo dará. Él nos escucha siempre y, si algo es bueno para nosotros, nos lo va a dar. Habrá situaciones en las que tal vez no nos da lo que pedimos o no nos la da tan pronto como desearíamos. Pero la experiencia nos dice que merece la pena confiar en Él. Es el amigo que nunca falla. No le falles tu tampoco.

No olvidemos que hoy es el día de la madre. El mejor ejemplo de amor, que nos ayuda a entender mejor el amor de Dios, que es padre y madre. También se celebra la Pascua del enfermo, haciendo especial referencia al enfermo mental. Otra oportunidad de manifestar nuestro amor y comprensión. Y estamos también en el mes de mayo con la importante presencia de María.



Quinto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


De todas las apariciones de Jesucristo resucitado hay una que llama especialmente la atención, pues sucedió algunos años después de la resurrección y no fue precisamente a los Apóstoles, sino a una persona que se dedicaba a perseguir a los seguidores de Jesús. Además, fue una aparición que duró solamente unos segundos, como un relámpago. Y ni siquiera vio a Jesús, sino que lo oyó. Se trata de un judío llamado Saulo al que Jesús simplemente le dijo: Yo soy Jesús, a quien tu persigues.

Últimamente se habla mucho del primer anuncio y del primer encuentro con Jesús. Pues bien, éste fue para Saulo el primer anuncio y el primer encuentro. E inmediatamente le cambió la vida, pasando de ser un gran perseguidor de la Iglesia a un incansable predicador del Evangelio. Pero, cuando trató de acercarse a los discípulos de Jesús, éstos desconfiaban de Él. No se imaginaban que el gran perseguidor pudiera ser ahora el gran apóstol. Lo cierto es que, a partir de este momento, la Iglesia empieza a crecer, “se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”.

¿Cómo posible este gran milagro? Precisamente porque la Iglesia era animada por el Espíritu Santo. También hoy día hemos de poner toda nuestra confianza en El Espíritu Santo y no en nuestras fuerzas y cualidades. No se trata de negar la importancia de nuestro esfuerzo, pero esto solo, por sí mismo, no nos llevaría a ninguna parte. Lo expresa muy bien el Evangelio con el ejemplo de una vid. Dice Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador” y añade: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. Si cortamos un sarmiento o una rama de un árbol, no puede dar fruto. De ahí la importancia de confiar en Jesús y de saber que sin Él nada podemos hacer. A veces nos lamentamos de que nuestra vida cristiana no da fruto. Si no vivimos unidos a Él no lo podrá dar. No pretendamos ser autosuficientes.

Pero también dice que,  así como el labrador poda la viña para que dé más fruto, también Dios tiene que podarnos a nosotros. Si el sarmiento que es podado pudiera quejarse, protestaría, aunque sin razón, puesto que se poda para que dé más y mejor fruto. También en nuestra vida es necesario podar aquello que nos sobra o estorba, aunque nos duela.

En el Evangelio de hoy se nos hace una invitación muy importante: a perseverar, a permanecer… “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… Permaneced en mí, y yo en vosotros”. A veces lo que más cuesta es permanecer, perseverar. Puede resultar interesante en determinado momento estar muy unido a Jesús, por una experiencia muy fuerte de fe, unos ejercicios espirituales, un cursillo… Pero lo difícil es permanecer, perseverar… Es la tentación del cansancio o del desánimo, el miedo a ir contracorriente, el ver que los demás no quieren saber nada. Sin embargo siempre merece la pena seguir unidos al Señor.

Ahora bien, como nos dice San Juan en la segunda lectura, la mejor manera de demostrar que perseveramos es cumpliendo los mandamientos. “Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”. También nos dice: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Todo es cuestión de creer y de amar. Los dos cosas. Si decimos que creemos, pero no amamos, es porque no creemos de verdad. Y, si decimos que amamos y no creemos, estamos siendo autosuficientes, porque olvidamos que sin Jesús y sin el Espíritu Santo, poco o nada podemos hacer.

La Eucaristía es una forma de unirnos a Jesús, de que nosotros, los sarmientos, podamos dar fruto por estar unidos a la vid. Ojalá esta Eucaristía no solamente nos una a Él, sino que nos ayude a permanecer fieles, a perseverar y a dar fruto.




Cuarto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor

Hasta hace poco en nuestros pueblos había mucha ganadería y el oficio de pastor tenía mucha importancia. Más o menos toda la gente, incluidos los niños, tenían que ir más de una vez de pastores con ovejas, cabras, vacas… El papel del pastor es cuidar el ganado, guiarlo hacia los pastos, evitando que se disperse, procurarle el alimento, agua para beber… y, si llega el caso, defenderlo de los lobos o de los ladrones. Se nota que Jesús también sabía muy bien lo que era este oficio. Por eso pudo decirnos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús, en cambio, nos quiere, nos cuida, nos alimenta, trata de guiarnos por el buen camino. Pero, al mismo tiempo Jesús, encomienda a otras personas el oficio de pastores. El Papa, los obispos, los sacerdotes… son llamados a  ser pastores de la Iglesia.

Jesús es consciente de que también hay falsos pastores, a los que el rebaño no les importa nada. Sin duda se refiere a todas aquellas personas que tratan de guiar a la sociedad con sus ideas que nada tienen que ver con el mensaje de Jesús; falsos predicadores que siembran confusión en la gente a través de los medios de comunicación social, redes sociales, o incluso desde el poder. ¿A quién hacemos caso?

Dice Jesús “Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen”. El ganado sabe distinguir muy bien la voz del pastor de la voz de los extraños. ¿Sabemos nosotros distinguir la voz de Jesús de otras voces?

En la primera lectura se nos dice que Pedro, pastor legítimo de la Iglesia, se dirige a los jefes y ancianos del pueblo, lleno del Espíritu Santo, haciéndoles caer en la cuenta de que “al que vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos”. También hoy la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo para guiar al pueblo de Dios. Llama la atención que a veces los cristianos hacen más caso a otros charlatanes, falsos pastores, que al magisterio de la Iglesia. Es lo que hicieron con el propio Jesús. Ya lo decíamos en el salmo responsorial: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. La piedra angular es fundamental para que no se derrumbe un arco. No caigamos en el mismo error de despreciar a Jesús. No olvidemos, como nos dice San Juan, que “ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Quede bien claro: Jesucristo es el único salvador del mundo.

Esta vida se acaba y sin Dios  no hay salvación, no hay futuro feliz. Solo Dios puede llenarnos plenamente. La segunda lectura, muy breve, de una de las cartas de San Juan, lo describe perfectamente: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

Otros años el salmo responsorial es “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es un salmo que da seguridad y confianza. Un rebaño sin pastor se dispersa, muchas ovejas quedan descarriadas. Y es lo que pasa en gran manera en el mundo de hoy, en la medida en que no se sigue a Jesús. El propio Jesús exclamó una vez que sentía lastima de las gentes, que se encontraban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. ¿No es esta la sensación que nos da el ver a tanta gente perdida, desorientada, confundida, precisamente porque no se deja guiar por Jesús el Buen Pastor?

El pastor alimenta a las ovejas. Hoy el Señor quiere alimentarnos con su Palabra y con el sacramento de la Eucaristía. Dejemos alimentarnos y tengamos presente aquellos versos de Lope de Vega: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros, que hoy / no solo tu pastor soy / sino tu pasto también”.



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Cuarto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor

Hasta hace poco en nuestros pueblos había mucha ganadería y el oficio de pastor tenía mucha importancia. Más o menos toda la gente, incluidos los niños, tenían que ir más de una vez de pastores con ovejas, cabras, vacas… El papel del pastor es cuidar el ganado, guiarlo hacia los pastos, evitando que se disperse, procurarle el alimento, agua para beber… y, si llega el caso, defenderlo de los lobos o de los ladrones. Se nota que Jesús también sabía muy bien lo que era este oficio. Por eso pudo decirnos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús, en cambio, nos quiere, nos cuida, nos alimenta, trata de guiarnos por el buen camino. Pero, al mismo tiempo Jesús, encomienda a otras personas el oficio de pastores. El Papa, los obispos, los sacerdotes… son llamados a  ser pastores de la Iglesia.

Jesús es consciente de que también hay falsos pastores, a los que el rebaño no les importa nada. Sin duda se refiere a todas aquellas personas que tratan de guiar a la sociedad con sus ideas que nada tienen que ver con el mensaje de Jesús; falsos predicadores que siembran confusión en la gente a través de los medios de comunicación social, redes sociales, o incluso desde el poder. ¿A quién hacemos caso?

Dice Jesús “Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen”. El ganado sabe distinguir muy bien la voz del pastor de la voz de los extraños. ¿Sabemos nosotros distinguir la voz de Jesús de otras voces?

En la primera lectura se nos dice que Pedro, pastor legítimo de la Iglesia, se dirige a los jefes y ancianos del pueblo, lleno del Espíritu Santo, haciéndoles caer en la cuenta de que “al que vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos”. También hoy la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo para guiar al pueblo de Dios. Llama la atención que a veces los cristianos hacen más caso a otros charlatanes, falsos pastores, que al magisterio de la Iglesia. Es lo que hicieron con el propio Jesús. Ya lo decíamos en el salmo responsorial: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. La piedra angular es fundamental para que no se derrumbe un arco. No caigamos en el mismo error de despreciar a Jesús. No olvidemos, como nos dice San Juan, que “ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Quede bien claro: Jesucristo es el único salvador del mundo.

Esta vida se acaba y sin Dios  no hay salvación, no hay futuro feliz. Solo Dios puede llenarnos plenamente. La segunda lectura, muy breve, de una de las cartas de San Juan, lo describe perfectamente: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

Otros años el salmo responsorial es “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es un salmo que da seguridad y confianza. Un rebaño sin pastor se dispersa, muchas ovejas quedan descarriadas. Y es lo que pasa en gran manera en el mundo de hoy, en la medida en que no se sigue a Jesús. El propio Jesús exclamó una vez que sentía lastima de las gentes, que se encontraban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. ¿No es esta la sensación que nos da el ver a tanta gente perdida, desorientada, confundida, precisamente porque no se deja guiar por Jesús el Buen Pastor?

El pastor alimenta a las ovejas. Hoy el Señor quiere alimentarnos con su Palabra y con el sacramento de la Eucaristía. Dejemos alimentarnos y tengamos presente aquellos versos de Lope de Vega: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros, que hoy / no solo tu pastor soy / sino tu pasto también”.



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Quinto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


De todas las apariciones de Jesucristo resucitado hay una que llama especialmente la atención, pues sucedió algunos años después de la resurrección y no fue precisamente a los Apóstoles, sino a una persona que se dedicaba a perseguir a los seguidores de Jesús. Además, fue una aparición que duró solamente unos segundos, como un relámpago. Y ni siquiera vio a Jesús, sino que lo oyó. Se trata de un judío llamado Saulo al que Jesús simplemente le dijo: Yo soy Jesús, a quien tu persigues.

Últimamente se habla mucho del primer anuncio y del primer encuentro con Jesús. Pues bien, éste fue para Saulo el primer anuncio y el primer encuentro. E inmediatamente le cambió la vida, pasando de ser un gran perseguidor de la Iglesia a un incansable predicador del Evangelio. Pero, cuando trató de acercarse a los discípulos de Jesús, éstos desconfiaban de Él. No se imaginaban que el gran perseguidor pudiera ser ahora el gran apóstol. Lo cierto es que, a partir de este momento, la Iglesia empieza a crecer, “se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”.

¿Cómo posible este gran milagro? Precisamente porque la Iglesia era animada por el Espíritu Santo. También hoy día hemos de poner toda nuestra confianza en El Espíritu Santo y no en nuestras fuerzas y cualidades. No se trata de negar la importancia de nuestro esfuerzo, pero esto solo, por sí mismo, no nos llevaría a ninguna parte. Lo expresa muy bien el Evangelio con el ejemplo de una vid. Dice Jesús: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador” y añade: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. Si cortamos un sarmiento o una rama de un árbol, no puede dar fruto. De ahí la importancia de confiar en Jesús y de saber que sin Él nada podemos hacer. A veces nos lamentamos de que nuestra vida cristiana no da fruto. Si no vivimos unidos a Él no lo podrá dar. No pretendamos ser autosuficientes.

Pero también dice que,  así como el labrador poda la viña para que dé más fruto, también Dios tiene que podarnos a nosotros. Si el sarmiento que es podado pudiera quejarse, protestaría, aunque sin razón, puesto que se poda para que dé más y mejor fruto. También en nuestra vida es necesario podar aquello que nos sobra o estorba, aunque nos duela.

En el Evangelio de hoy se nos hace una invitación muy importante: a perseverar, a permanecer… “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… Permaneced en mí, y yo en vosotros”. A veces lo que más cuesta es permanecer, perseverar. Puede resultar interesante en determinado momento estar muy unido a Jesús, por una experiencia muy fuerte de fe, unos ejercicios espirituales, un cursillo… Pero lo difícil es permanecer, perseverar… Es la tentación del cansancio o del desánimo, el miedo a ir contracorriente, el ver que los demás no quieren saber nada. Sin embargo siempre merece la pena seguir unidos al Señor.

Ahora bien, como nos dice San Juan en la segunda lectura, la mejor manera de demostrar que perseveramos es cumpliendo los mandamientos. “Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”. También nos dice: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Todo es cuestión de creer y de amar. Los dos cosas. Si decimos que creemos, pero no amamos, es porque no creemos de verdad. Y, si decimos que amamos y no creemos, estamos siendo autosuficientes, porque olvidamos que sin Jesús y sin el Espíritu Santo, poco o nada podemos hacer.

La Eucaristía es una forma de unirnos a Jesús, de que nosotros, los sarmientos, podamos dar fruto por estar unidos a la vid. Ojalá esta Eucaristía no solamente nos una a Él, sino que nos ayude a permanecer fieles, a perseverar y a dar fruto.




Cuarto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor

Hasta hace poco en nuestros pueblos había mucha ganadería y el oficio de pastor tenía mucha importancia. Más o menos toda la gente, incluidos los niños, tenían que ir más de una vez de pastores con ovejas, cabras, vacas… El papel del pastor es cuidar el ganado, guiarlo hacia los pastos, evitando que se disperse, procurarle el alimento, agua para beber… y, si llega el caso, defenderlo de los lobos o de los ladrones. Se nota que Jesús también sabía muy bien lo que era este oficio. Por eso pudo decirnos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús, en cambio, nos quiere, nos cuida, nos alimenta, trata de guiarnos por el buen camino. Pero, al mismo tiempo Jesús, encomienda a otras personas el oficio de pastores. El Papa, los obispos, los sacerdotes… son llamados a  ser pastores de la Iglesia.

Jesús es consciente de que también hay falsos pastores, a los que el rebaño no les importa nada. Sin duda se refiere a todas aquellas personas que tratan de guiar a la sociedad con sus ideas que nada tienen que ver con el mensaje de Jesús; falsos predicadores que siembran confusión en la gente a través de los medios de comunicación social, redes sociales, o incluso desde el poder. ¿A quién hacemos caso?

Dice Jesús “Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen”. El ganado sabe distinguir muy bien la voz del pastor de la voz de los extraños. ¿Sabemos nosotros distinguir la voz de Jesús de otras voces?

En la primera lectura se nos dice que Pedro, pastor legítimo de la Iglesia, se dirige a los jefes y ancianos del pueblo, lleno del Espíritu Santo, haciéndoles caer en la cuenta de que “al que vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos”. También hoy la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo para guiar al pueblo de Dios. Llama la atención que a veces los cristianos hacen más caso a otros charlatanes, falsos pastores, que al magisterio de la Iglesia. Es lo que hicieron con el propio Jesús. Ya lo decíamos en el salmo responsorial: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. La piedra angular es fundamental para que no se derrumbe un arco. No caigamos en el mismo error de despreciar a Jesús. No olvidemos, como nos dice San Juan, que “ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Quede bien claro: Jesucristo es el único salvador del mundo.

Esta vida se acaba y sin Dios  no hay salvación, no hay futuro feliz. Solo Dios puede llenarnos plenamente. La segunda lectura, muy breve, de una de las cartas de San Juan, lo describe perfectamente: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

Otros años el salmo responsorial es “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es un salmo que da seguridad y confianza. Un rebaño sin pastor se dispersa, muchas ovejas quedan descarriadas. Y es lo que pasa en gran manera en el mundo de hoy, en la medida en que no se sigue a Jesús. El propio Jesús exclamó una vez que sentía lastima de las gentes, que se encontraban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. ¿No es esta la sensación que nos da el ver a tanta gente perdida, desorientada, confundida, precisamente porque no se deja guiar por Jesús el Buen Pastor?

El pastor alimenta a las ovejas. Hoy el Señor quiere alimentarnos con su Palabra y con el sacramento de la Eucaristía. Dejemos alimentarnos y tengamos presente aquellos versos de Lope de Vega: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros, que hoy / no solo tu pastor soy / sino tu pasto también”.



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Cuarto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor

Hasta hace poco en nuestros pueblos había mucha ganadería y el oficio de pastor tenía mucha importancia. Más o menos toda la gente, incluidos los niños, tenían que ir más de una vez de pastores con ovejas, cabras, vacas… El papel del pastor es cuidar el ganado, guiarlo hacia los pastos, evitando que se disperse, procurarle el alimento, agua para beber… y, si llega el caso, defenderlo de los lobos o de los ladrones. Se nota que Jesús también sabía muy bien lo que era este oficio. Por eso pudo decirnos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús, en cambio, nos quiere, nos cuida, nos alimenta, trata de guiarnos por el buen camino. Pero, al mismo tiempo Jesús, encomienda a otras personas el oficio de pastores. El Papa, los obispos, los sacerdotes… son llamados a  ser pastores de la Iglesia.

Jesús es consciente de que también hay falsos pastores, a los que el rebaño no les importa nada. Sin duda se refiere a todas aquellas personas que tratan de guiar a la sociedad con sus ideas que nada tienen que ver con el mensaje de Jesús; falsos predicadores que siembran confusión en la gente a través de los medios de comunicación social, redes sociales, o incluso desde el poder. ¿A quién hacemos caso?

Dice Jesús “Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen”. El ganado sabe distinguir muy bien la voz del pastor de la voz de los extraños. ¿Sabemos nosotros distinguir la voz de Jesús de otras voces?

En la primera lectura se nos dice que Pedro, pastor legítimo de la Iglesia, se dirige a los jefes y ancianos del pueblo, lleno del Espíritu Santo, haciéndoles caer en la cuenta de que “al que vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos”. También hoy la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo para guiar al pueblo de Dios. Llama la atención que a veces los cristianos hacen más caso a otros charlatanes, falsos pastores, que al magisterio de la Iglesia. Es lo que hicieron con el propio Jesús. Ya lo decíamos en el salmo responsorial: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. La piedra angular es fundamental para que no se derrumbe un arco. No caigamos en el mismo error de despreciar a Jesús. No olvidemos, como nos dice San Juan, que “ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Quede bien claro: Jesucristo es el único salvador del mundo.

Esta vida se acaba y sin Dios  no hay salvación, no hay futuro feliz. Solo Dios puede llenarnos plenamente. La segunda lectura, muy breve, de una de las cartas de San Juan, lo describe perfectamente: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

Otros años el salmo responsorial es “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Es un salmo que da seguridad y confianza. Un rebaño sin pastor se dispersa, muchas ovejas quedan descarriadas. Y es lo que pasa en gran manera en el mundo de hoy, en la medida en que no se sigue a Jesús. El propio Jesús exclamó una vez que sentía lastima de las gentes, que se encontraban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. ¿No es esta la sensación que nos da el ver a tanta gente perdida, desorientada, confundida, precisamente porque no se deja guiar por Jesús el Buen Pastor?

El pastor alimenta a las ovejas. Hoy el Señor quiere alimentarnos con su Palabra y con el sacramento de la Eucaristía. Dejemos alimentarnos y tengamos presente aquellos versos de Lope de Vega: “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros, que hoy / no solo tu pastor soy / sino tu pasto también”.



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Tercer domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Al igual que en otros domingos del tiempo pascual, comenzamos leyendo los Hechos de los Apóstoles. En ellos se nos cuenta cómo lo vivían los primeros seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia en sus primeros años. Es muy importante la predicación de los Apóstoles. En el caso de hoy es Pedro el que se dirige a la gente. Y les recuerda que Jesús resucitado antes fue condenado a muerte porque el pueblo rechazó a Jesús y se lo entregó a Pilato, que no quería condenarlo. Prefirieron a un asesino, a Barrabás. También hoy día hay quienes rechazan a Jesús y prefieren seguir  a embaucadores y mentirosos. Es verdad que Pedro los disculpa y dice: sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo. Algo parecido a lo que dijo Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Reconozcamos que hoy día también hay mucha ignorancia, especialmente en lo relativo a religión, también por parte de los gobernantes. Pedro les dice: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. También a nosotros se nos invita a cambiar, a convertirnos.

San Juan, en la segunda lectura, insiste en lo mismo: no pequéis. Y nos invita a guardar sus mandamientos. El gran problema de nuestra sociedad es que no se cumplen los mandamientos. La mayoría de las malas noticias que oímos cada día son el resultado de no cumplir los mandamientos: no robarás, no matarás, no mentirás, ama a Dios, no blasfemes, ama a tus padres y a tus hijos, se fiel en el matrimonio,…

En el salmo hemos dicho: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Es la luz que el mundo, que nosotros necesitamos, la claridad, para no vivir en tinieblas. danos, Señor, esa luz.

En el Evangelio hoy se nos sigue hablando de las apariciones de Jesús. Comienza diciendo que algunos discípulos comentaban cómo le habían reconocido al partir el pan. A Jesús resucitado se le encuentra al partir el pan, en la Eucaristía, en la misa… Por eso es tan importante participar cada domingo en las celebraciones.

Como siempre, el primer saludo de Jesús es “Paz a vosotros”. Necesitamos la paz, necesitamos su paz. Después insiste: mirad mis manos y mis pies, no soy un fantasma. Aunque nosotros no veamos físicamente las manos y los pies de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que el encuentro con Jesús no es real, que es fruto de la imaginación. Para que no dudaran de su presencia les pide algo de comer. Y comió delante de ellos. La Eucaristía es también un banquete en el que Jesús está presente. Él mismo es el alimento.

Al mismo tiempo, les recordó cómo se estaba cumpliendo lo que él mismo les había dicho antes de morir y cómo se está cumpliendo lo que de él habían dicho los salmos y los profetas. «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

También en la celebración de la eucaristía tiene un papel muy importante la lectura de la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. Es una palabra que nos orienta e ilumina, pero que también se hace realidad. Es Él mismo el que nos habla.

En resumen, que al igual que los primeros cristianos estaban pendientes de las enseñanzas de los Apóstoles, también  nosotros tenemos que estar más pendientes de las enseñanzas de la Iglesia. Que Jesús está vivo y la celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con el Señor, tanto en la banquete eucarístico como en la escucha de la palabra. Aquellos discípulos  no acababan de creer por la alegría. La alegría y la paz son dos importantes experiencias cuando nos encontramos con el Señor. Ojalá hoy también nosotros, aunque no falten problemas, experimentemos esta paz y esta alegría. Y seamos capaces de transmitir y comunicar a los demás nuestra experiencia, al igual que aquellos que contaban cómo lo habían reconocido al partir el pan.




Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 



Segundo domingo de Pascua

Máximo Álvarez


Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles.  Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.

 Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.

De hecho en la primera de las apariciones que  nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros.  Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”.  Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.

Creer no es solamente cuestión de cabeza. Como nos dice San Juan en la segunda lectura, hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Y también nos dice que sus mandamientos no son pesados. Cuando uno intenta hacer cumplirlos, hacer el bien, tiene motivos para sentirse bien. Cuando uno obra el mal, nunca podrá sentirse bien. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. Lo hemos escuchado en la primera lectura: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía… Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.

Uno de los rasgos que deben caracterizar al cristiano es la generosidad en el compartir. No pensar solo en uno mismo. Si algo ha hecho que la Iglesia sea creíble es cuando se preocupa de ayudar a las personas que pasan necesidad… Hay muchas formas de colaborar, unas veces aportando bienes materiales, otras dedicando nuestro tiempo a atender y escuchar. El voluntariado… Ahora que estamos en tiempo de la declaración de la Renta, qué menos que poner la x a favor de la Iglesia y de los fines sociales, precisamente porque la Iglesia se preocupa de atender a muchas necesidades.

Pero hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia.




Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.




Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 


Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.

Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 


Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 


Viernes Santo B

Máximo Álvarez


Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:

escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.

La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacerla con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.

La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. No podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.

Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.

Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con  nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos  que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.



Jueves Santo B

Máximo Álvarez


De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves, el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.

En el primer jueves santo de la historia Jesús decide celebrar la cena de la  Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía.  Al terminar la cena, toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero pascual. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús. Día de orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.

Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como las de un padre antes de morir  que recuerda a sus hijos que se lleven bien, que se quieran. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.

En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.

Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.

En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un  mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Tengamos siempre espíritu de servicio. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 


Domingo de Ramos B

Máximo Álvarez

Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato, gritaban: ¡Crucifícalo!. Preferimos que sueltes a Barrabás.

En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Marcos, cuyo evangelio iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Cada evangelista le da un matiz diferente. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.

En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido ni tiene la última palabra.

Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea que le da sepultura… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen?  De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asistir para celebrar la resurrección.

Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina. Las celebraciones litúrgicas no son un mero recuerdo, ni una representación teatral, sino que en ellas está Jesús realmente presente. Y también en los que sufren.

 


Quinto domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Estamos ya a punto de terminar la cuaresma. Hoy comenzamos la llamada Semana de Pasión, previa a la Semana Santa. En el evangelio Jesús anuncia su muerte como inmediata: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.  En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Está indicando que su muerte es necesaria y que habrá de dar fruto: la salvación de los hombres.

A Jesús no le apetecía morir, más aún, estaba angustiado, pero como escuchábamos en la segunda lectura, de la carta a los hebreos: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”. 

El Evangelio insiste en la misma idea. He aquí las palabras de Jesús: “Ahora mi alma está agitada, y ¿Qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero, si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Aceptar la voluntad de Dios no es fácil, sobre todo cuando su cumplimiento viene envuelto en sufrimiento. La tentación es dejar de creer o protestar contra Dios. El ejemplo de Jesús, del Hijo obediente, es algo que debemos tener presente en los momentos más difíciles.

A ninguno de nosotros nos gusta sufrir ni tener que morir. Tampoco a Jesús. La pregunta que podemos hacernos es: Si Jesús tenía tanto pánico a la muerte que le esperaba, muerte en cruz, ¿por qué aceptó ese sufrimiento? La respuesta es muy sencilla: por amor a nosotros, para cargar él con las culpas que merecían  nuestros pecados. Es algo semejan a aquellas madres que, a la hora de dar a luz, tenían que elegir entre su propia vida o la vida del hijo y han preferido morir, por amor. La muerte de Jesús indica la gravedad del pecado y sus consecuencias.

En Jesús se cumple la profecía de Jeremías: “Haré un alianza con ellos… Todos me reconocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Dios no es vengativo. Y la prueba de ello es que entregó a su propio hijo por nosotros. Siempre está dispuesto al perdón. El Salmo responsorial de hoy, el salmo 50, es precisamente un salmo de petición de perdón, de reconocer nuestras culpas y pecados: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu”. A veces nos cuesta reconocer que somos pecadores. Ojalá se cumpliera lo que dice Jeremías en la primera lectura: “Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor". Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Nuestro mundo sufre las consecuencias del pecado de los hombres, pero en general no se quiere reconocerlo. Con razón decía Pío XII que “el mayor pecado es haber perdido la conciencia de pecado”, pensar que el pecado no existe, que todo da igual. Con frecuencia no se distingue el mal del bien, el amor del egoísmo, la verdad de la mentira. Estamos haciendo inútil el sufrimiento de Jesús, su muerte por nuestros pecados. No estamos dejando que el Espíritu guíe nuestros pensamientos y nuestra vida, nuestro corazón. Pensamos que la lucha contra el mal es una imposición externa y sin sentido.

Estamos a punto de entrar en la Semana Santa, que es mucho más que la celebración de procesiones o que ir a misa el Domingo de Ramos. Tomemos en serio las celebraciones litúrgicas en la Iglesia, la eucaristía vespertina del Jueves Santo, la celebración de la pasión del Viernes Santo y, sobre todo, la celebración de la resurrección. No  nos limitemos a tener unos días de vacaciones.



Cuarto domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos el cuarto domingo de cuaresma, que tiene un nombre especial. Se llama domingo “laetare”, palabra que viene de un verbo que significa alegrarse. Es una invitación a la alegría porque ya está más cerca la pascua y porque Dios quiere salvarnos.

En la primera lectura se nos habla de la situación del pueblo de Israel, echado a perder por sus infidelidades a Dios, por su desprecio a los avisos de Dios a través de los profetas. El desastre fue total: el templo de Jerusalén fue incendiado, derribadas las murallas de Jerusalén y la gente que quedó viva fue llevada prisionera a Babilonia. ¿Es mejor la situación del mundo de hoy? ¿Acaso vamos también camino del desastre y espera una situación desoladora a la humanidad? No es imposible. La lectura dice que “subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio”. ¿Podrá ahora Dios hacer lo mismo y decir “¡basta ya!”? Motivos tiene.

En el caso del pueblo de Israel, tras el destierro, vinieron tiempos mejores. Dios se valió de Ciro rey de Persia para que el pueblo regresara a Jerusalén y se reconstruyera el templo. De ahí la gran alegría del pueblo liberado de la esclavitud y el destierro, decididos a no apartarse más de Dios y por eso decían con el salmo: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”. Y es que sin Dios nada bueno podemos esperar.

En la carta a los Efesios (segunda lectura) también se nos dan motivos para la alegría: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él”. O sea, que no está todo perdido. Jesús nos lo deja muy claro en el evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

La palabra “mundo” puede tener un significado negativo y por eso decimos que los enemigos del alma son el mundo, el demonio y la carne. En este sentido se refiere a la maldad que hay en el mundo. Pero si por mundo entendemos a las personas, a la gente (de ahí la expresión todo el mundo), Dios lo ama, quiere la salvación de todas las personas y no es de buenos cristianos el desear que Dios no quiera a todos. Como dice el Papa Francisco: todos, todos, todos. La Iglesia no puede excluir a nadie. Lo cual no significa justificar cualquier tipo de conducta, pero sin despreciar a las personas.

Es verdad que Dios quiere nuestro bien y está siempre dispuesto a perdonarnos, pero pone una condición: que creamos en Él. “El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. De ahí la importancia de la fe. Dios quiere salvarnos, pero no nos puede salvar si nosotros no queremos. Si alguien nos ofrece un regalo y lo rechazamos, no nos sirve de nada.

Por eso lo más preocupante hoy día es el rechazo de Dios. “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. Jesús es la luz, pero algunos prefieren las tinieblas. Eso es lo más triste del mundo actual. Como añade Jesús: “todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.” En realidad el rechazo de Dios y de la Iglesia se da sobre todo porque no interesa que se pongan al descubierto todas las cosas malas que se hacen. Si una casa está muy sucia, cuanta más luz haya más se nota la suciedad. Si no hay luz, se notará menos. No dejar a Dios iluminar nuestra vida significa engañarse.

Este domingo se nos invita a la alegría, pero esta alegría es imposible si no dejamos a Dios que entre en nuestra vida, si no nos fiamos de Él, si no somos capaces de dejarnos iluminar por el Señor y reconocer nuestras malas obras. El pueblo de Israel, al apartarse de Dios, pagó las consecuencias y fue a la ruina. Menos mal que se dio cuenta de su error. Ojalá podamos decir también nosotros: “que se me pegue la lengua al paladar si  o me acuerdo de ti”.



Tercer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy, tercer domingo de cuaresma, damos un paso más camino de la celebración de la Pascua. En el Evangelio se nos presenta a Jesús que ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Acudía mucha gente al templo a ofrecer sacrificios y por eso había en torno al templo un gran mercado de ganado que se vendía para ofrecer en sacrificio. Era un gran negocio. Y Jesús se enfadó: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»”. Es lo que mismo que ocurre si la religión se convierte en un negocio. No es eso lo que Dios quiere. Y es también una invitación a respetar el templo, cosa que no siempre se hace. Basta con observar cómo se entra, a veces, en nuestros templos.

Cuando Jesús dice que el templo es la casa de su Padre, se está presentando como el Hijo de Dios. Y eso los desconcierta aún más. Por eso le piden pruebas, que haga algún milagro, y Jesús responde: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Ellos no entendieron el verdadero significado de la respuesta, pues Jesús se estaba refiriendo al templo que es él mismo, a su muerte y a su resurrección al tercer día. También  nosotros somos templos del Espíritu Santo y no siempre se respeta el templo que es cada persona, más importante que el templo material,

Los judíos le pedían un milagro y a veces nosotros también pedimos signos, pruebas y milagros. Pero no es cuestión de que Dios haga milagros. Como dice San Pablo a los corintios: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. Pablo lo que anunciaba era a Cristo crucificado, y por eso los griegos que presumían de sabios se reían, y los judíos se escandalizaban. Hoy también puede ocurrir lo mismo: unos se burlan de nuestra fe y otros se escandalizan, pero no olviden, como dice San Pablo, que “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. No pensemos que los que niegan a Dios son más sabios, ni que los que huyen de la cruz son más felices.

Hasta ahora no hemos dicho nada de la primera lectura. En ella se nos recuerdan los mandamientos, la ley que Dios dio a Moisés y que Jesús no solo no rechaza sino que la perfecciona. ¿Imagináis lo que sería nuestra sociedad si se cumplieran? Empiezan diciendo: “No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos”. Casi nada, habida cuenta de los dioses e ídolos que tiene mucha gente: el dinero, el poder, la fama… Habla después de santificar el sábado, en nuestro caso el domingo. Es muy importante tomar el domingo en serio: reunirse con la comunidad, escuchar la palabra de Dios, celebrar la  Eucaristía.

Honrar a los padres, respetarlos, cuidarlos… Si se cumpliera habría menos soledad. No matar, no hacer daño,  respetar la vida en todas sus etapas, no recurrir a la violencia… es fundamental y entra en contradicción con muchas conductas que estamos viendo cada día.

No cometer adulterio, respetar el matrimonio, ser fieles… No robar en ninguna de las formas de robar, respetar la verdad, no mentir ni dejar engañarse, no ser envidiosos… Todo un programa que no es una imposición caprichosa de Dios, sino que se fundamenta en la ley natural. Aunque uno no fuera creyente, estos mandamientos son totalmente necesarios. Son un gran regalo de Dios. Un verdadero signo de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. Pero, cuando se cumplen, así nos va.

Los griegos pedían sabiduría. ¿Acaso hay alguna sabiduría humana que supere a esta sabiduría que Dios nos ofrece? Es cierto que, aun tratando de hacer el bien, con frecuencia aparece la cruz en nuestra vida, pero no tenemos más salvador que a Jesucristo, y este crucificado. La salvación y la vida no siempre vienen por caminos fáciles y hemos de asimilar que el camino de la cruz, aunque difícil, es el único camino de salvación. Jesús subió al templo a celebrar la pascua judía. Preparémonos para celebrar en profundidad la nueva pascua que él inauguró.



Segundo domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos hoy el segundo domingo de cuaresma, un paso más camino de la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienzan las lecturas de la Palabra de Dios con el relato de Dios que pide a Abraham que le ofrezca en sacrificio a lo que más quiere, a su hijo Isaac, tanto tiempo esperado y deseado. No tiene sentido, pero Abraham está dispuesto a obedecer. Al parecer era una costumbre en algunas culturas ofrecer a los dioses el hijo primogénito. Pero la religión de Israel no quiere que se hagan sacrificios humanos. Por supuesto que Dios tampoco quería la muerte de Isaac y, una vez que Abraham superó la prueba, mandó detener su mano y que no sacrificara a su hijo. Nuestra fe también está sometida a pruebas y hemos de estar siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque no la entendamos. Por algo Abraham es llamado el padre de los creyentes. Ojalá podamos decir con el salmo de hoy: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Sin embargo llama la atención que el mismo Dios que no quiso la muerte de Isaac hizo una excepción con su propio hijo Jesús. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Eso es una prueba del amor que nos tiene, pues permitió que su hijo cargara con nuestras culpas. Pero también una prueba de la gravedad del pecado de los hombres. Lo que no ocurrió en el monte Moria ocurrió en el monte Calvario.

La montaña en la Biblia tiene un significado especial, es el lugar del encuentro con Dios. Precisamente hoy en el Evangelio se nos habla de otra montaña, según la tradición, del monte Tabor, al que tres de los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, subieron con Jesús y tuvieron una experiencia especial, como si estuvieran en el cielo. Allí se encontraron con otros dos personajes muy famosos del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representaban a la Ley y a los Profetas. Estaban todos resplandecientes, transfigurados. Aquello impresionó a estos tres apóstoles que, además, oyeron una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Comprendieron que Jesús era el Hijo de Dios. Les gustaría quedarse allí. Por eso no entendían lo que Jesús les dijo mientras bajaban, hablándoles de que tenía que morir. Habían sido tan felices, habían descubierto quién era realmente Jesús y por eso la muerte y el fracaso no entraban en sus mentes. Sin embargo, aquella experiencia les haría reaccionar de una forma distinta cuando la muerte de Jesús estaba cercana. Fueron estos tres los únicos que acompañaron a Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Eran momentos muy difíciles y angustiosos, desconcertantes, pero el recuerdo de lo que habían vivido les dio fuerzas para seguir confiando en Jesús.

En nuestra vida es probable que haya habido momentos inolvidables, de esos que nos ayudan a descubrir que la felicidad es posible. Uno siente necesidad de dar gracias a Dios, al que sentimos cercano. Momentos de profunda experiencia religiosa. Y, como Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, nos gustaría que no se acabaran nunca. Pero después vienen otros más complicados, a veces dramáticos, donde parece que todo se tambalea. Como si Dios estuviera ausente. La tentación es desanimarnos, perder toda esperanza, pensar que nuestra vida es un fracaso, que no tiene sentido.

Jesús pasó por la angustia del pánico a la muerte, por el dolor de la cruz y por la muerte misma. Mientras bajaban del monte les habló a sus discípulos de la resurrección. Tal vez al verlo en la cruz les parecería imposible la resurrección. Pero no tardarían en comprobar que era verdad. Y, una vez resucitado, cambiaron sus vidas. Dios no miente. A  Abraham le prometió ser padre de un gran pueblo, más numeroso que las estrellas del cielo. La promesa se ha cumplido. Judíos, cristianos y musulmanes somos sus descendientes. Más de tres mil millones. Siempre merece la pena obedecer y confiar en el Señor. No nos va a fallar. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”




Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Cuarto domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos el cuarto domingo de cuaresma, que tiene un nombre especial. Se llama domingo “laetare”, palabra que viene de un verbo que significa alegrarse. Es una invitación a la alegría porque ya está más cerca la pascua y porque Dios quiere salvarnos.

En la primera lectura se nos habla de la situación del pueblo de Israel, echado a perder por sus infidelidades a Dios, por su desprecio a los avisos de Dios a través de los profetas. El desastre fue total: el templo de Jerusalén fue incendiado, derribadas las murallas de Jerusalén y la gente que quedó viva fue llevada prisionera a Babilonia. ¿Es mejor la situación del mundo de hoy? ¿Acaso vamos también camino del desastre y espera una situación desoladora a la humanidad? No es imposible. La lectura dice que “subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio”. ¿Podrá ahora Dios hacer lo mismo y decir “¡basta ya!”? Motivos tiene.

En el caso del pueblo de Israel, tras el destierro, vinieron tiempos mejores. Dios se valió de Ciro rey de Persia para que el pueblo regresara a Jerusalén y se reconstruyera el templo. De ahí la gran alegría del pueblo liberado de la esclavitud y el destierro, decididos a no apartarse más de Dios y por eso decían con el salmo: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”. Y es que sin Dios nada bueno podemos esperar.

En la carta a los Efesios (segunda lectura) también se nos dan motivos para la alegría: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él”. O sea, que no está todo perdido. Jesús nos lo deja muy claro en el evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

La palabra “mundo” puede tener un significado negativo y por eso decimos que los enemigos del alma son el mundo, el demonio y la carne. En este sentido se refiere a la maldad que hay en el mundo. Pero si por mundo entendemos a las personas, a la gente (de ahí la expresión todo el mundo), Dios lo ama, quiere la salvación de todas las personas y no es de buenos cristianos el desear que Dios no quiera a todos. Como dice el Papa Francisco: todos, todos, todos. La Iglesia no puede excluir a nadie. Lo cual no significa justificar cualquier tipo de conducta, pero sin despreciar a las personas.

Es verdad que Dios quiere nuestro bien y está siempre dispuesto a perdonarnos, pero pone una condición: que creamos en Él. “El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. De ahí la importancia de la fe. Dios quiere salvarnos, pero no nos puede salvar si nosotros no queremos. Si alguien nos ofrece un regalo y lo rechazamos, no nos sirve de nada.

Por eso lo más preocupante hoy día es el rechazo de Dios. “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. Jesús es la luz, pero algunos prefieren las tinieblas. Eso es lo más triste del mundo actual. Como añade Jesús: “todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.” En realidad el rechazo de Dios y de la Iglesia se da sobre todo porque no interesa que se pongan al descubierto todas las cosas malas que se hacen. Si una casa está muy sucia, cuanta más luz haya más se nota la suciedad. Si no hay luz, se notará menos. No dejar a Dios iluminar nuestra vida significa engañarse.

Este domingo se nos invita a la alegría, pero esta alegría es imposible si no dejamos a Dios que entre en nuestra vida, si no nos fiamos de Él, si no somos capaces de dejarnos iluminar por el Señor y reconocer nuestras malas obras. El pueblo de Israel, al apartarse de Dios, pagó las consecuencias y fue a la ruina. Menos mal que se dio cuenta de su error. Ojalá podamos decir también nosotros: “que se me pegue la lengua al paladar si  o me acuerdo de ti”.



Tercer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy, tercer domingo de cuaresma, damos un paso más camino de la celebración de la Pascua. En el Evangelio se nos presenta a Jesús que ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Acudía mucha gente al templo a ofrecer sacrificios y por eso había en torno al templo un gran mercado de ganado que se vendía para ofrecer en sacrificio. Era un gran negocio. Y Jesús se enfadó: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»”. Es lo que mismo que ocurre si la religión se convierte en un negocio. No es eso lo que Dios quiere. Y es también una invitación a respetar el templo, cosa que no siempre se hace. Basta con observar cómo se entra, a veces, en nuestros templos.

Cuando Jesús dice que el templo es la casa de su Padre, se está presentando como el Hijo de Dios. Y eso los desconcierta aún más. Por eso le piden pruebas, que haga algún milagro, y Jesús responde: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Ellos no entendieron el verdadero significado de la respuesta, pues Jesús se estaba refiriendo al templo que es él mismo, a su muerte y a su resurrección al tercer día. También  nosotros somos templos del Espíritu Santo y no siempre se respeta el templo que es cada persona, más importante que el templo material,

Los judíos le pedían un milagro y a veces nosotros también pedimos signos, pruebas y milagros. Pero no es cuestión de que Dios haga milagros. Como dice San Pablo a los corintios: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. Pablo lo que anunciaba era a Cristo crucificado, y por eso los griegos que presumían de sabios se reían, y los judíos se escandalizaban. Hoy también puede ocurrir lo mismo: unos se burlan de nuestra fe y otros se escandalizan, pero no olviden, como dice San Pablo, que “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. No pensemos que los que niegan a Dios son más sabios, ni que los que huyen de la cruz son más felices.

Hasta ahora no hemos dicho nada de la primera lectura. En ella se nos recuerdan los mandamientos, la ley que Dios dio a Moisés y que Jesús no solo no rechaza sino que la perfecciona. ¿Imagináis lo que sería nuestra sociedad si se cumplieran? Empiezan diciendo: “No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos”. Casi nada, habida cuenta de los dioses e ídolos que tiene mucha gente: el dinero, el poder, la fama… Habla después de santificar el sábado, en nuestro caso el domingo. Es muy importante tomar el domingo en serio: reunirse con la comunidad, escuchar la palabra de Dios, celebrar la  Eucaristía.

Honrar a los padres, respetarlos, cuidarlos… Si se cumpliera habría menos soledad. No matar, no hacer daño,  respetar la vida en todas sus etapas, no recurrir a la violencia… es fundamental y entra en contradicción con muchas conductas que estamos viendo cada día.

No cometer adulterio, respetar el matrimonio, ser fieles… No robar en ninguna de las formas de robar, respetar la verdad, no mentir ni dejar engañarse, no ser envidiosos… Todo un programa que no es una imposición caprichosa de Dios, sino que se fundamenta en la ley natural. Aunque uno no fuera creyente, estos mandamientos son totalmente necesarios. Son un gran regalo de Dios. Un verdadero signo de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. Pero, cuando se cumplen, así nos va.

Los griegos pedían sabiduría. ¿Acaso hay alguna sabiduría humana que supere a esta sabiduría que Dios nos ofrece? Es cierto que, aun tratando de hacer el bien, con frecuencia aparece la cruz en nuestra vida, pero no tenemos más salvador que a Jesucristo, y este crucificado. La salvación y la vida no siempre vienen por caminos fáciles y hemos de asimilar que el camino de la cruz, aunque difícil, es el único camino de salvación. Jesús subió al templo a celebrar la pascua judía. Preparémonos para celebrar en profundidad la nueva pascua que él inauguró.



Segundo domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos hoy el segundo domingo de cuaresma, un paso más camino de la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienzan las lecturas de la Palabra de Dios con el relato de Dios que pide a Abraham que le ofrezca en sacrificio a lo que más quiere, a su hijo Isaac, tanto tiempo esperado y deseado. No tiene sentido, pero Abraham está dispuesto a obedecer. Al parecer era una costumbre en algunas culturas ofrecer a los dioses el hijo primogénito. Pero la religión de Israel no quiere que se hagan sacrificios humanos. Por supuesto que Dios tampoco quería la muerte de Isaac y, una vez que Abraham superó la prueba, mandó detener su mano y que no sacrificara a su hijo. Nuestra fe también está sometida a pruebas y hemos de estar siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque no la entendamos. Por algo Abraham es llamado el padre de los creyentes. Ojalá podamos decir con el salmo de hoy: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Sin embargo llama la atención que el mismo Dios que no quiso la muerte de Isaac hizo una excepción con su propio hijo Jesús. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Eso es una prueba del amor que nos tiene, pues permitió que su hijo cargara con nuestras culpas. Pero también una prueba de la gravedad del pecado de los hombres. Lo que no ocurrió en el monte Moria ocurrió en el monte Calvario.

La montaña en la Biblia tiene un significado especial, es el lugar del encuentro con Dios. Precisamente hoy en el Evangelio se nos habla de otra montaña, según la tradición, del monte Tabor, al que tres de los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, subieron con Jesús y tuvieron una experiencia especial, como si estuvieran en el cielo. Allí se encontraron con otros dos personajes muy famosos del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representaban a la Ley y a los Profetas. Estaban todos resplandecientes, transfigurados. Aquello impresionó a estos tres apóstoles que, además, oyeron una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Comprendieron que Jesús era el Hijo de Dios. Les gustaría quedarse allí. Por eso no entendían lo que Jesús les dijo mientras bajaban, hablándoles de que tenía que morir. Habían sido tan felices, habían descubierto quién era realmente Jesús y por eso la muerte y el fracaso no entraban en sus mentes. Sin embargo, aquella experiencia les haría reaccionar de una forma distinta cuando la muerte de Jesús estaba cercana. Fueron estos tres los únicos que acompañaron a Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Eran momentos muy difíciles y angustiosos, desconcertantes, pero el recuerdo de lo que habían vivido les dio fuerzas para seguir confiando en Jesús.

En nuestra vida es probable que haya habido momentos inolvidables, de esos que nos ayudan a descubrir que la felicidad es posible. Uno siente necesidad de dar gracias a Dios, al que sentimos cercano. Momentos de profunda experiencia religiosa. Y, como Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, nos gustaría que no se acabaran nunca. Pero después vienen otros más complicados, a veces dramáticos, donde parece que todo se tambalea. Como si Dios estuviera ausente. La tentación es desanimarnos, perder toda esperanza, pensar que nuestra vida es un fracaso, que no tiene sentido.

Jesús pasó por la angustia del pánico a la muerte, por el dolor de la cruz y por la muerte misma. Mientras bajaban del monte les habló a sus discípulos de la resurrección. Tal vez al verlo en la cruz les parecería imposible la resurrección. Pero no tardarían en comprobar que era verdad. Y, una vez resucitado, cambiaron sus vidas. Dios no miente. A  Abraham le prometió ser padre de un gran pueblo, más numeroso que las estrellas del cielo. La promesa se ha cumplido. Judíos, cristianos y musulmanes somos sus descendientes. Más de tres mil millones. Siempre merece la pena obedecer y confiar en el Señor. No nos va a fallar. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”




Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Tercer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy, tercer domingo de cuaresma, damos un paso más camino de la celebración de la Pascua. En el Evangelio se nos presenta a Jesús que ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Acudía mucha gente al templo a ofrecer sacrificios y por eso había en torno al templo un gran mercado de ganado que se vendía para ofrecer en sacrificio. Era un gran negocio. Y Jesús se enfadó: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»”. Es lo que mismo que ocurre si la religión se convierte en un negocio. No es eso lo que Dios quiere. Y es también una invitación a respetar el templo, cosa que no siempre se hace. Basta con observar cómo se entra, a veces, en nuestros templos.

Cuando Jesús dice que el templo es la casa de su Padre, se está presentando como el Hijo de Dios. Y eso los desconcierta aún más. Por eso le piden pruebas, que haga algún milagro, y Jesús responde: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Ellos no entendieron el verdadero significado de la respuesta, pues Jesús se estaba refiriendo al templo que es él mismo, a su muerte y a su resurrección al tercer día. También  nosotros somos templos del Espíritu Santo y no siempre se respeta el templo que es cada persona, más importante que el templo material,

Los judíos le pedían un milagro y a veces nosotros también pedimos signos, pruebas y milagros. Pero no es cuestión de que Dios haga milagros. Como dice San Pablo a los corintios: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. Pablo lo que anunciaba era a Cristo crucificado, y por eso los griegos que presumían de sabios se reían, y los judíos se escandalizaban. Hoy también puede ocurrir lo mismo: unos se burlan de nuestra fe y otros se escandalizan, pero no olviden, como dice San Pablo, que “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. No pensemos que los que niegan a Dios son más sabios, ni que los que huyen de la cruz son más felices.

Hasta ahora no hemos dicho nada de la primera lectura. En ella se nos recuerdan los mandamientos, la ley que Dios dio a Moisés y que Jesús no solo no rechaza sino que la perfecciona. ¿Imagináis lo que sería nuestra sociedad si se cumplieran? Empiezan diciendo: “No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos”. Casi nada, habida cuenta de los dioses e ídolos que tiene mucha gente: el dinero, el poder, la fama… Habla después de santificar el sábado, en nuestro caso el domingo. Es muy importante tomar el domingo en serio: reunirse con la comunidad, escuchar la palabra de Dios, celebrar la  Eucaristía.

Honrar a los padres, respetarlos, cuidarlos… Si se cumpliera habría menos soledad. No matar, no hacer daño,  respetar la vida en todas sus etapas, no recurrir a la violencia… es fundamental y entra en contradicción con muchas conductas que estamos viendo cada día.

No cometer adulterio, respetar el matrimonio, ser fieles… No robar en ninguna de las formas de robar, respetar la verdad, no mentir ni dejar engañarse, no ser envidiosos… Todo un programa que no es una imposición caprichosa de Dios, sino que se fundamenta en la ley natural. Aunque uno no fuera creyente, estos mandamientos son totalmente necesarios. Son un gran regalo de Dios. Un verdadero signo de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. Pero, cuando se cumplen, así nos va.

Los griegos pedían sabiduría. ¿Acaso hay alguna sabiduría humana que supere a esta sabiduría que Dios nos ofrece? Es cierto que, aun tratando de hacer el bien, con frecuencia aparece la cruz en nuestra vida, pero no tenemos más salvador que a Jesucristo, y este crucificado. La salvación y la vida no siempre vienen por caminos fáciles y hemos de asimilar que el camino de la cruz, aunque difícil, es el único camino de salvación. Jesús subió al templo a celebrar la pascua judía. Preparémonos para celebrar en profundidad la nueva pascua que él inauguró.



Segundo domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos hoy el segundo domingo de cuaresma, un paso más camino de la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienzan las lecturas de la Palabra de Dios con el relato de Dios que pide a Abraham que le ofrezca en sacrificio a lo que más quiere, a su hijo Isaac, tanto tiempo esperado y deseado. No tiene sentido, pero Abraham está dispuesto a obedecer. Al parecer era una costumbre en algunas culturas ofrecer a los dioses el hijo primogénito. Pero la religión de Israel no quiere que se hagan sacrificios humanos. Por supuesto que Dios tampoco quería la muerte de Isaac y, una vez que Abraham superó la prueba, mandó detener su mano y que no sacrificara a su hijo. Nuestra fe también está sometida a pruebas y hemos de estar siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque no la entendamos. Por algo Abraham es llamado el padre de los creyentes. Ojalá podamos decir con el salmo de hoy: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Sin embargo llama la atención que el mismo Dios que no quiso la muerte de Isaac hizo una excepción con su propio hijo Jesús. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Eso es una prueba del amor que nos tiene, pues permitió que su hijo cargara con nuestras culpas. Pero también una prueba de la gravedad del pecado de los hombres. Lo que no ocurrió en el monte Moria ocurrió en el monte Calvario.

La montaña en la Biblia tiene un significado especial, es el lugar del encuentro con Dios. Precisamente hoy en el Evangelio se nos habla de otra montaña, según la tradición, del monte Tabor, al que tres de los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, subieron con Jesús y tuvieron una experiencia especial, como si estuvieran en el cielo. Allí se encontraron con otros dos personajes muy famosos del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representaban a la Ley y a los Profetas. Estaban todos resplandecientes, transfigurados. Aquello impresionó a estos tres apóstoles que, además, oyeron una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Comprendieron que Jesús era el Hijo de Dios. Les gustaría quedarse allí. Por eso no entendían lo que Jesús les dijo mientras bajaban, hablándoles de que tenía que morir. Habían sido tan felices, habían descubierto quién era realmente Jesús y por eso la muerte y el fracaso no entraban en sus mentes. Sin embargo, aquella experiencia les haría reaccionar de una forma distinta cuando la muerte de Jesús estaba cercana. Fueron estos tres los únicos que acompañaron a Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Eran momentos muy difíciles y angustiosos, desconcertantes, pero el recuerdo de lo que habían vivido les dio fuerzas para seguir confiando en Jesús.

En nuestra vida es probable que haya habido momentos inolvidables, de esos que nos ayudan a descubrir que la felicidad es posible. Uno siente necesidad de dar gracias a Dios, al que sentimos cercano. Momentos de profunda experiencia religiosa. Y, como Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, nos gustaría que no se acabaran nunca. Pero después vienen otros más complicados, a veces dramáticos, donde parece que todo se tambalea. Como si Dios estuviera ausente. La tentación es desanimarnos, perder toda esperanza, pensar que nuestra vida es un fracaso, que no tiene sentido.

Jesús pasó por la angustia del pánico a la muerte, por el dolor de la cruz y por la muerte misma. Mientras bajaban del monte les habló a sus discípulos de la resurrección. Tal vez al verlo en la cruz les parecería imposible la resurrección. Pero no tardarían en comprobar que era verdad. Y, una vez resucitado, cambiaron sus vidas. Dios no miente. A  Abraham le prometió ser padre de un gran pueblo, más numeroso que las estrellas del cielo. La promesa se ha cumplido. Judíos, cristianos y musulmanes somos sus descendientes. Más de tres mil millones. Siempre merece la pena obedecer y confiar en el Señor. No nos va a fallar. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”




Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Segundo domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos hoy el segundo domingo de cuaresma, un paso más camino de la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienzan las lecturas de la Palabra de Dios con el relato de Dios que pide a Abraham que le ofrezca en sacrificio a lo que más quiere, a su hijo Isaac, tanto tiempo esperado y deseado. No tiene sentido, pero Abraham está dispuesto a obedecer. Al parecer era una costumbre en algunas culturas ofrecer a los dioses el hijo primogénito. Pero la religión de Israel no quiere que se hagan sacrificios humanos. Por supuesto que Dios tampoco quería la muerte de Isaac y, una vez que Abraham superó la prueba, mandó detener su mano y que no sacrificara a su hijo. Nuestra fe también está sometida a pruebas y hemos de estar siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque no la entendamos. Por algo Abraham es llamado el padre de los creyentes. Ojalá podamos decir con el salmo de hoy: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Sin embargo llama la atención que el mismo Dios que no quiso la muerte de Isaac hizo una excepción con su propio hijo Jesús. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Eso es una prueba del amor que nos tiene, pues permitió que su hijo cargara con nuestras culpas. Pero también una prueba de la gravedad del pecado de los hombres. Lo que no ocurrió en el monte Moria ocurrió en el monte Calvario.

La montaña en la Biblia tiene un significado especial, es el lugar del encuentro con Dios. Precisamente hoy en el Evangelio se nos habla de otra montaña, según la tradición, del monte Tabor, al que tres de los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, subieron con Jesús y tuvieron una experiencia especial, como si estuvieran en el cielo. Allí se encontraron con otros dos personajes muy famosos del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representaban a la Ley y a los Profetas. Estaban todos resplandecientes, transfigurados. Aquello impresionó a estos tres apóstoles que, además, oyeron una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Comprendieron que Jesús era el Hijo de Dios. Les gustaría quedarse allí. Por eso no entendían lo que Jesús les dijo mientras bajaban, hablándoles de que tenía que morir. Habían sido tan felices, habían descubierto quién era realmente Jesús y por eso la muerte y el fracaso no entraban en sus mentes. Sin embargo, aquella experiencia les haría reaccionar de una forma distinta cuando la muerte de Jesús estaba cercana. Fueron estos tres los únicos que acompañaron a Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Eran momentos muy difíciles y angustiosos, desconcertantes, pero el recuerdo de lo que habían vivido les dio fuerzas para seguir confiando en Jesús.

En nuestra vida es probable que haya habido momentos inolvidables, de esos que nos ayudan a descubrir que la felicidad es posible. Uno siente necesidad de dar gracias a Dios, al que sentimos cercano. Momentos de profunda experiencia religiosa. Y, como Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, nos gustaría que no se acabaran nunca. Pero después vienen otros más complicados, a veces dramáticos, donde parece que todo se tambalea. Como si Dios estuviera ausente. La tentación es desanimarnos, perder toda esperanza, pensar que nuestra vida es un fracaso, que no tiene sentido.

Jesús pasó por la angustia del pánico a la muerte, por el dolor de la cruz y por la muerte misma. Mientras bajaban del monte les habló a sus discípulos de la resurrección. Tal vez al verlo en la cruz les parecería imposible la resurrección. Pero no tardarían en comprobar que era verdad. Y, una vez resucitado, cambiaron sus vidas. Dios no miente. A  Abraham le prometió ser padre de un gran pueblo, más numeroso que las estrellas del cielo. La promesa se ha cumplido. Judíos, cristianos y musulmanes somos sus descendientes. Más de tres mil millones. Siempre merece la pena obedecer y confiar en el Señor. No nos va a fallar. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”




Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Tercer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy, tercer domingo de cuaresma, damos un paso más camino de la celebración de la Pascua. En el Evangelio se nos presenta a Jesús que ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Acudía mucha gente al templo a ofrecer sacrificios y por eso había en torno al templo un gran mercado de ganado que se vendía para ofrecer en sacrificio. Era un gran negocio. Y Jesús se enfadó: “Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»”. Es lo que mismo que ocurre si la religión se convierte en un negocio. No es eso lo que Dios quiere. Y es también una invitación a respetar el templo, cosa que no siempre se hace. Basta con observar cómo se entra, a veces, en nuestros templos.

Cuando Jesús dice que el templo es la casa de su Padre, se está presentando como el Hijo de Dios. Y eso los desconcierta aún más. Por eso le piden pruebas, que haga algún milagro, y Jesús responde: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Ellos no entendieron el verdadero significado de la respuesta, pues Jesús se estaba refiriendo al templo que es él mismo, a su muerte y a su resurrección al tercer día. También  nosotros somos templos del Espíritu Santo y no siempre se respeta el templo que es cada persona, más importante que el templo material,

Los judíos le pedían un milagro y a veces nosotros también pedimos signos, pruebas y milagros. Pero no es cuestión de que Dios haga milagros. Como dice San Pablo a los corintios: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. Pablo lo que anunciaba era a Cristo crucificado, y por eso los griegos que presumían de sabios se reían, y los judíos se escandalizaban. Hoy también puede ocurrir lo mismo: unos se burlan de nuestra fe y otros se escandalizan, pero no olviden, como dice San Pablo, que “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. No pensemos que los que niegan a Dios son más sabios, ni que los que huyen de la cruz son más felices.

Hasta ahora no hemos dicho nada de la primera lectura. En ella se nos recuerdan los mandamientos, la ley que Dios dio a Moisés y que Jesús no solo no rechaza sino que la perfecciona. ¿Imagináis lo que sería nuestra sociedad si se cumplieran? Empiezan diciendo: “No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos”. Casi nada, habida cuenta de los dioses e ídolos que tiene mucha gente: el dinero, el poder, la fama… Habla después de santificar el sábado, en nuestro caso el domingo. Es muy importante tomar el domingo en serio: reunirse con la comunidad, escuchar la palabra de Dios, celebrar la  Eucaristía.

Honrar a los padres, respetarlos, cuidarlos… Si se cumpliera habría menos soledad. No matar, no hacer daño,  respetar la vida en todas sus etapas, no recurrir a la violencia… es fundamental y entra en contradicción con muchas conductas que estamos viendo cada día.

No cometer adulterio, respetar el matrimonio, ser fieles… No robar en ninguna de las formas de robar, respetar la verdad, no mentir ni dejar engañarse, no ser envidiosos… Todo un programa que no es una imposición caprichosa de Dios, sino que se fundamenta en la ley natural. Aunque uno no fuera creyente, estos mandamientos son totalmente necesarios. Son un gran regalo de Dios. Un verdadero signo de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. Pero, cuando se cumplen, así nos va.

Los griegos pedían sabiduría. ¿Acaso hay alguna sabiduría humana que supere a esta sabiduría que Dios nos ofrece? Es cierto que, aun tratando de hacer el bien, con frecuencia aparece la cruz en nuestra vida, pero no tenemos más salvador que a Jesucristo, y este crucificado. La salvación y la vida no siempre vienen por caminos fáciles y hemos de asimilar que el camino de la cruz, aunque difícil, es el único camino de salvación. Jesús subió al templo a celebrar la pascua judía. Preparémonos para celebrar en profundidad la nueva pascua que él inauguró.



Segundo domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Celebramos hoy el segundo domingo de cuaresma, un paso más camino de la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienzan las lecturas de la Palabra de Dios con el relato de Dios que pide a Abraham que le ofrezca en sacrificio a lo que más quiere, a su hijo Isaac, tanto tiempo esperado y deseado. No tiene sentido, pero Abraham está dispuesto a obedecer. Al parecer era una costumbre en algunas culturas ofrecer a los dioses el hijo primogénito. Pero la religión de Israel no quiere que se hagan sacrificios humanos. Por supuesto que Dios tampoco quería la muerte de Isaac y, una vez que Abraham superó la prueba, mandó detener su mano y que no sacrificara a su hijo. Nuestra fe también está sometida a pruebas y hemos de estar siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque no la entendamos. Por algo Abraham es llamado el padre de los creyentes. Ojalá podamos decir con el salmo de hoy: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Sin embargo llama la atención que el mismo Dios que no quiso la muerte de Isaac hizo una excepción con su propio hijo Jesús. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Eso es una prueba del amor que nos tiene, pues permitió que su hijo cargara con nuestras culpas. Pero también una prueba de la gravedad del pecado de los hombres. Lo que no ocurrió en el monte Moria ocurrió en el monte Calvario.

La montaña en la Biblia tiene un significado especial, es el lugar del encuentro con Dios. Precisamente hoy en el Evangelio se nos habla de otra montaña, según la tradición, del monte Tabor, al que tres de los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, subieron con Jesús y tuvieron una experiencia especial, como si estuvieran en el cielo. Allí se encontraron con otros dos personajes muy famosos del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representaban a la Ley y a los Profetas. Estaban todos resplandecientes, transfigurados. Aquello impresionó a estos tres apóstoles que, además, oyeron una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Comprendieron que Jesús era el Hijo de Dios. Les gustaría quedarse allí. Por eso no entendían lo que Jesús les dijo mientras bajaban, hablándoles de que tenía que morir. Habían sido tan felices, habían descubierto quién era realmente Jesús y por eso la muerte y el fracaso no entraban en sus mentes. Sin embargo, aquella experiencia les haría reaccionar de una forma distinta cuando la muerte de Jesús estaba cercana. Fueron estos tres los únicos que acompañaron a Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. Eran momentos muy difíciles y angustiosos, desconcertantes, pero el recuerdo de lo que habían vivido les dio fuerzas para seguir confiando en Jesús.

En nuestra vida es probable que haya habido momentos inolvidables, de esos que nos ayudan a descubrir que la felicidad es posible. Uno siente necesidad de dar gracias a Dios, al que sentimos cercano. Momentos de profunda experiencia religiosa. Y, como Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, nos gustaría que no se acabaran nunca. Pero después vienen otros más complicados, a veces dramáticos, donde parece que todo se tambalea. Como si Dios estuviera ausente. La tentación es desanimarnos, perder toda esperanza, pensar que nuestra vida es un fracaso, que no tiene sentido.

Jesús pasó por la angustia del pánico a la muerte, por el dolor de la cruz y por la muerte misma. Mientras bajaban del monte les habló a sus discípulos de la resurrección. Tal vez al verlo en la cruz les parecería imposible la resurrección. Pero no tardarían en comprobar que era verdad. Y, una vez resucitado, cambiaron sus vidas. Dios no miente. A  Abraham le prometió ser padre de un gran pueblo, más numeroso que las estrellas del cielo. La promesa se ha cumplido. Judíos, cristianos y musulmanes somos sus descendientes. Más de tres mil millones. Siempre merece la pena obedecer y confiar en el Señor. No nos va a fallar. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”




Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Primer domingo de Cuaresma B

Máximo Álvarez


Hoy es el primer domingo de cuaresma. Sabemos que la cuaresma dura cuarenta días en recuerdo de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, donde fue tentado por el diablo. Cuarenta en la Biblia es un número que significa tiempo de prueba. También la primera lectura nos habla de una prueba que duró cuarenta días y cuarenta noches. Se refiere al Diluvio. Por otra parte el desierto en la Biblia significa el lugar de la prueba. Recordemos también los cuarenta años en que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida.

Todo esto tiene mucho que ver con nuestra vida. Nosotros también pasamos por pruebas y tentaciones y, a veces, podemos tener la sensación de estar en un desierto. Seguro que cada uno de nosotros tiene más de una experiencia de pasar en la vida pruebas y dificultades, tal vez en este mismo momento. Hay situaciones que no nos gustan y que podrían llevarnos a desconfiar de Dios, a desanimarnos. Otro tanto podemos decir de las tentaciones, es decir, de deseos de hacer algo que parece apetecible, pero que en el fondo es malo. Si el mismo Jesús fue tentado por el diablo, nada tiene de extraño que también a nosotros nos tiente. 

Todos los días estamos teniendo noticias que cosas que se están haciendo mal. Hace falta estar muy ciegos para no ver la maldad. A nivel mundial la tentación del poder y del enriquecimiento desmedido está haciendo grandes estragos. Esa es la causa más importante de las guerras, divisiones y enfrentamientos. Pero también a un  nivel más cercano como puede ser los enfrentamientos y divisiones en las familias. El dinero, el egoísmo, el orgullo crean muy mal ambiente.

La primera lectura, que nos habla del Diluvio, hace referencia a una situación en la que la humanidad estaba tan pervertida que, después de una gran prueba, solamente quedaron unos pocos, los que seguían siendo fieles a Dios, Noé y su familia. ¿Acaso está hoy mejor la humanidad? Ciertamente no. Y, aunque se diga que Dios no quiere mandar más diluvios, es el propio ser humano el que se destruye a sí mismo. No sabemos lo que le puede suceder a esta humanidad, pero el panorama es desolador. Aunque parezca que somos libres y autónomos, nos encontramos ante grandes dictaduras, a veces descaradas y otras encubiertas. Los que obran el mal no tienen escrúpulos. 

La segunda lectura, de la primera carta de San Pedro, hace también referencia al Diluvio y a la paciencia de Dios. Sin duda Dios sigue teniendo muchos motivos para que se agote su paciencia, porque no se le hace caso ninguno. No obstante, ha tomado una determinación muy de agradecer, que su hijo cargue con nuestras culpas: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”. Y compara San Pedro al bautismo con el Diluvio. Así como Dios salvó a Noé de las aguas del Diluvio, también por las aguas del bautismo nos quiere salvar a nosotros. Pero, ¿realmente tomamos en serio nuestro bautismo, nuestra condición de hijos de Dios? ¿O el bautismo se reduce a un pretexto para una fiesta familiar?

Volviendo al Evangelio, en el que se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo, no podemos negar que también nosotros somos tentados, que, aunque Dios espere mucho de nosotros, todo eso puede quedar frustrado si nos dejamos guiar por el poder del maligno. Por eso Jesús en sus primeras palabras, cuando, tras su paso por el desierto, comenzó a predicar, nos dice: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Dice que “está cerca”. Podemos decir, incluso, que ya ha comenzado. Pero de momento están reinando y organizando el mundo gentes contrarias a Dios y a sus planes. Desgraciadamente con cierta frecuencia se les hace bastante caso y preferimos que reinen ellos y no Dios. Por eso en este momento lo que es verdaderamente urgente es la conversión y tomar en serio el Evangelio. Se supone que, si venimos a misa, es porque deseamos cambiar en aquello que estamos haciendo mal. Por algo comenzamos la misa invitando a reconocer nuestros pecados. Y también debemos dar importancia a la palabra que Dios nos dirige, precisamente para saber distinguir entre lo que Dios quiere de nosotros y lo que diablo y el mundo nos sugieren. Cuando más tarde recemos el padrenuestro hagamos hincapié en lo de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”.



Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Sexto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez

Hoy, tanto en la primera lectura como el evangelio, se habla de un tema que, aparentemente al menos, no parece afectarnos: la lepra. Antiguamente la lepra era una enfermedad bastante común y muy desagradable: la carne se va cayendo a trozos. Y, al ser muy contagiosa, los leprosos estaban condenados a vivir alejados de la comunidad. Ni ellos podían acercarse a la gente ni la gente a ellos.

En el evangelio se nos presenta a Jesús dejando que un leproso se acerque a Él y acercándose Él al leproso. Es una gran prueba de que el amor de Dios no excluye a nadie. Pero también es un gran acto de fe y de confianza por parte del leproso que, además, se acerca a Jesús con mucha humildad. No se acerca con exigencias, sino que se pone de rodillas y le dice sin más que lo cure, sino  que le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Cuando nosotros pedimos algo a Dios también deberíamos hacerlo así, diciendo “si quieres”, es decir, si es tu voluntad. Porque hay quien se enfada cuando Dios no le concede todo lo que pide.

Volviendo al tema de la lepra, es muy conocida la figura del Padre Damián, un sacerdote que nació en el siglo diecinueve y se fue a una isla llena de leprosos, Molokai, donde él mismo murió contagiado de la lepra. Otra figura más reciente es la de Raúl Follereau (se lee Foleró), también llamado el “apóstol de los leprosos”. Dedicó su vida a ayudarles, curándolos, porque hoy afortunadamente la lepra tiene curación. Decía: “Dadme el dinero de un día de bombardeos y acabaré con la lepra en todo el mundo”. Precisamente hoy se celebra la jornada de Manos Unidas para comprometernos a acabar con el hambre en el mundo. Sin duda es mucho lo que se está haciendo y aun se podría hacer mucho más, si hubiera generosidad. Hay quien dice que no llega, pero lo que no llega es lo que no se da. Afortunadamente Manos Unidas es muy transparente a la hora de justificar cada proyecto que se hace y cada céntimo que se gasta. El hambre, al igual que la lepra, se puede curar perfectamente, si nos empeñamos en ello.

Precisamente lo que hace más creíble a la Iglesia es el acercarse, como hizo Jesús con el leproso, a todo aquel que de una manera u otra pasa necesidad. Y aquí no nos referimos solamente a las necesidades materiales. Como alguien ha dicho y con razón, por mala que sea la lepra aun es peor el pecado. Esta es la gran mancha que afecta a la humanidad y la que peores consecuencias trae. Porque el pecado no solo afecta a quien lo padece, sino que sus consecuencias son realmente desastrosas. Las guerras, las injusticias, las infidelidades, la falta de amor, la envidia, la soberbia, el egoísmo… son la causa de los grandes males del mundo. Jesús le dijo al leproso: “quiero, queda limpio”. Imaginad cómo cambiaría todo, si el mundo y cada uno de nosotros nos dejáramos limpiar por Jesús de nuestros pecados.

Ojalá se hicieran realidad las palabras del salmo responsorial: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito… Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”. Afortunadamente la lepra es una enfermedad curable que ya no tiene la vigencia de los tiempos de Jesús. Sin embargo el pecado es la gran enfermedad, la gran peste, la gran pandemia de nuestro tiempo. Y lo peor de todo es no reconocerlo y pensar que el pecado no existe. Cuando se reconoce y hay buena voluntad, tiene curación.

Ojalá se hicieran realidad también las palabras de la segunda lectura de la primera carta a los Corintios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven”. Escandalizar significa hacer tropezar, o sea, hacer caer. Procuremos no solamente hacer el bien y luchar contra el pecado, sino evitar que otros también caigan por nuestra culpa.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Quinto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Comenzamos hoy comentando la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Dice así: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. Tanto si se celebra la misa, como si se trata de la celebración de la Palabra, no se anuncia el evangelio, la predicación, por capricho o por algún interés personal. Es una obligación, independientemente de que la gente quiera o no escuchar. Y es una obligación porque es una necesidad. Por eso estamos aquí. Porque Dios siempre tiene algo que decirnos. Y, si no queremos escucharlo o no ponemos la debida atención, habremos perdido una oportunidad.

El tema de la Palabra de Dios de hoy está muy claro. Habla del sufrimiento y de la enfermedad, algo de lo que seguramente tenemos experiencia. Comienza la primera lectura con el libro de Job, el hombre que lo tenía todo y se quedó sin nada. El mismo Job nos dice que era incapaz de dormir, no paraba de dar vueltas en la cama. Lo tenía y todo y se quedó sin nada. Llega a una conclusión bastante deprimente: “Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.” De todas formas sabemos que, a pesar de todo, Job no dejó de tener confianza en Dios. Porque la tentación, cuando las cosas van mal, es echar la culpa a Dios y dejar de creer en Él. Nadie quiere el sufrimiento, pero es muy importante estar preparados para asumirlo.

El salmo responsorial nos invita a no perder la confianza en Dios: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados… y venda sus heridas”. Una de las grandes preocupaciones de Jesús era precisamente el curar a los enfermos. Hoy en el Evangelio se nos presenta a Jesús en Cafarnaúm en casa de Pedro, curando a su suegra, que tenía fiebre. Pero un poco más tarde, al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Cuando nos sentimos mal hacemos bien encomendarnos al Señor y también pedirle que arroje los demonios que, hoy como ayer, siguen haciendo de las suyas.

Sabemos también que Jesús dio a los Apóstoles el mismo poder para curar enfermos. ¿Por qué hoy día no ocurre lo mismo? Tal vez sea por falta de fe. Lo cual no quiere decir que en la actualidad no se produzcan milagros. Para beatificar o canonizar a alguien, a no ser que sea por causa de martirio, se exige un milagro. También hoy hay personas que tienen  y ejercen el carisma de hacer milagros. Por ejemplo, el P. Emilien Tardiff. Él mismo fue curado milagrosamente de una grave enfermedad a través de la oración y después se dedicó a la oración para curar enfermos. La Unción de Enfermos también tiene carácter curativo y por eso no se debe dejar para el final y es bueno recibirla más veces. Es sacramento de enfermos y no solo para moribundos.

Sin embargo, se puede ayudar y curar a los enfermos sin necesidad de hacer milagros. Tiene mucha importancia la llamada pastoral de la salud, los equipos de voluntarios que visitan a los enfermos, que les acompañan… Afortunadamente hoy ha avanzado mucho la medicina con relación al tiempo de Jesús y hay muchos medios para curar o aliviar las enfermedades. Pensemos en la cantidad de niños y de personas adultas que sufren por falta de médicos y de medicamentos, por falta de medios. No hace falta exigir a Dios que haga milagros, cuando bastaría con generosidad y colaboración económica para ayudarles con los medios que Dios nos da, ya sea directamente o a través de diferentes organizaciones.

En todo caso, no olvidemos que algún día nosotros tenemos que morir y que se hará presente en nuestras vidas la enfermedad. También tenemos que asumirlo, sabiendo que Dios nunca deja de amarnos y que tiene preparado para nosotros un futuro gozoso, libre de enfermedades y muerte.

Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.

Pero también es exigente con los que tienen que hablar en su nombre. La persona que predica no puede decir lo que le dé la gana: “el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.”

El mejor ejemplo de cómo anunciar la palabra de Dios es Jesús mismo. Él es Dios. Por eso, cuando hablaba, la gente, le escuchaba con especial interés. Concretamente el evangelio de hoy nos presenta a Jesús hablando en la sinagoga de Cafarnaúm. Aun hoy se conserva una buena parte de sus paredes. Y se nos dice que “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Desgraciadamente entonces había algunos predicadores, y hoy también los hay, que son simplemente charlatanes. Es impresionante encontrar a través de las redes sociales muchas personas que se dicen católicas y se dedican a dar charlas y sermones que dejan bastante que desear. Son los típicos críticos con el Papa, a quien descalifican constantemente, olvidando que el Papa es el que sí tiene autoridad. A él se la niegan y se la atribuyen a ellos mismos. Hay muchos y hacen mucho daño.

Pero también se admiraban de que Jesús no hablaba solamente, no les convencían solamente sus palabras, sino que lo demostraba con sus hechos. En este caso, en la sinagoga, curando a un poseído por un espíritu inmundo. La Iglesia, un sacerdote, un cristiano tiene que demostrar lo que es no solo con sus palabras, sino con el ejemplo de su vida. Si su vida no se corresponde con su fe, puede echar todo a perder. Así los padres, los sacerdotes, los maestros, los catequistas han de cuidar mucho el dar buen ejemplo. Eso es lo que convence. Ejercer bien la autoridad no consiste en dar voces, ni siquiera buenos consejos, si no va unido al ejemplo.

Hoy también hay muchos espíritus inmundos, el poder del demonio es muy grande. Muchas de las cosas malas que suceden no están inspiradas precisamente por el Espíritu Santo, sino por el espíritu del maligno, de Satanás. Y se hace necesario ayudar a liberarse de estas malas influencias. Para ello tenemos que estar siempre atentos a la Palabra de Dios. El demonio nos desanima para que no escuchemos ni tomemos en serio esta palabra. Debemos tener presentes las palabras del salmo con que respondíamos a la primera lectura: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.” Hay muchos corazones endurecidos.

No hemos comentado nada de la segunda lectura. Así como la primera y el evangelio siempre están relacionadas, la segunda es la continuación de lo que hemos ido leyendo varios domingos, concretamente hoy de la primera carta a los Corintios. En ella se plantea San Pablo si es mejor casarse o quedarse solteros para servir mejor al Señor. Es el tema del celibato. Él dice que no trata de imponer nada, aunque se le nota que es partidario de la renuncia al matrimonio para dedicar más tiempo a Dios. Hay personas que sí lo hacen para estar más disponibles como es en el caso de las  personas que consagran su vida a Dios. Pero no cabe duda que el matrimonio desempeña también un papel muy importante al servicio de Dios y de la Iglesia. Lo que hacen falta son matrimonios verdaderamente cristianos. Las familias auténticamente cristianas, que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios son las que realmente hacen crecer y dar esplendor a la Iglesia.

Tercer domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Una vez terminado el tiempo de Navidad y, dando un salto de treinta años, celebrado el Bautismo de Jesús, hoy el evangelio nos presenta a Jesús comenzado la tarea de predicar la Buena Noticia, el Evangelio. He aquí sus primeras palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Es todo un programa resumido en pocas palabras. Convertirse significa cambiar de vida, arrepentirse de los pecados, dejar de hacer el mal.

Con frecuencia nos quejamos, y con razón, de que el mundo está muy mal. Todos estaremos de acuerdo en que necesita producirse un cambio muy grande. Hay mucha violencia, mucha mentira, mucho egoísmo, mucha falta de fe, mucho desorden e injusticias, falta de caridad y de solidaridad... Jesús vino para que cambiáramos. Y el mundo ha cambiado en la medida en que se le hace caso. Pero fácilmente tendemos a pensar que los que tienen que cambiar son los demás, olvidando que la conversión, el cambio, tiene que empezar por nosotros mismos. Por eso es necesario que hagamos examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, para ver en qué tenemos que cambiar.

En la primera lectura se nos habla de una ciudad muy grande llamada Nínive. Debía de ser un auténtico desastre de corrupción. Y Dios decide mandar al profeta Jonás para que les predique y los invite a convertirse. Pero lo hizo amenazándoles de que, si no cambiaban de vida, la ciudad sería destruida. Lo cierto es que, aunque solo fuera por el miedo, todo el mundo, mayores y pequeños, hicieron caso al Profeta y comenzaron a hacer ayuno y penitencia. “Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.”

En el momento presente, ¿acaso no sería necesaria una amenaza a la humanidad para ver si cambia de una vez? ¿No tendría Dios que intervenir? Hay quien dice que a la humanidad le espera un gran castigo, que a Dios se le agota la paciencia… Habrá quien piense que esto es una exageración, pero tampoco es imposible. En realidad no hace falta que Dios nos castigue, porque nos estamos castigando nosotros mismos. Nunca como hoy el futuro había sido tan incierto. Hace falta muy poco para que se prepare una gran guerra mundial mucho más terrible que las anteriores. Estamos viendo cómo a los hombres el mundo se les va de las manos. Incluso los avances de la ciencia se pueden volver contra la humanidad. Por eso la invitación de Jonás y la de Jesús a convertirnos es una urgente necesidad.

Hace algunos meses hemos vivido una pequeña y tremenda experiencia, tal vez un anticipo, de lo que nos puede sobrevenir. Nos referimos a la pandemia. Y no parece que nos haya ayudado a ser mejores. Pues bien, “está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. La próxima podría ser mucho peor.

Lo que nos dice San Pablo en la carta a los Corintios puede valer perfectamente para nosotros ahora: “hermanos: el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina”- Este mundo se acaba. Por supuesto, se acaba con la muerte. Hay quien piensa que va a vivir aquí eternamente. Se equivoca.

En el Evangelio hoy se nos presenta a Jesús eligiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan”. Los llamó para enviarlos a predicar. Y hoy también Dios sigue enviando a otras personas a anunciar el Reino de Dios y la conversión. Tuvieron que renunciar a muchas cosas. Dejaron las redes y lo siguieron. También nosotros tenemos que dejar las redes que a veces nos envuelven. Estamos aquí para escuchar las mismas palabras del Señor. Hagamos caso y tomémoslas en serio. No nos engañemos. A los Apóstoles les mereció la pena su renuncia para seguir a Jesús. El mismo Jesús que llamó a los Apóstoles se hace presente en la Eucaristía. Digámosle: Señor, estoy dispuesto a seguirte a donde quiera que me lleves. Ayúdame a convertirme y a renunciar a todo lo que me aparte de ti.

Segundo domingo tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Si estamos aquí y ahora en esta celebración, se entiende que es por una razón muy sencilla: porque el Señor nos ha llamado, tanto si se trata de la celebración de la Misa como si de una celebración de la Palabra. El Señor nos llama muchas veces y de muchas maneras. Hoy las lecturas nos hablan de llamadas de Dios.

En la primera lectura el Señor llama al niño Samuel, que estaba acostado en el templo. El niño fue varias veces a donde estaba el sacerdote Elí, pensando que era él quien lo había llamado. Finalmente Elí le dijo: si te vuelven a llamar, di: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Fue el sacerdote Elí el que le ayudó a entender que era Dios quien lo llamaba. También nosotros tenemos que estar atentos a las llamadas del Señor y decir: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Nosotros tenemos muchas formas de acceder a la Palabra de Dios. Una de ellas es la que estamos teniendo ahora. Una parte fundamental de la misa es precisamente la de la Palabra.Y, aun cuando no esté el sacerdote en la celebración dominical, la celebración de la Palabra no falta. 

Nuestra actitud ha de ser siempre la de pensar: ¿Qué es lo que me quiere decir el Señor hoy a mí? Probablemente no nos dice a todos lo mismo, pero seguro que hay un mensaje especialmente dirigido a mí. Es cuestión de estar atentos. Y de la misma manera que Dios se valió de Elí para decirle a Samuel que Dios le hablaba, también Dios se vale de otras personas para indicarnos que Dios quiere decirnos algo. Y, como en el salmo, nuestra actitud debe ser la estar dispuesto a decir: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", para hacer lo que tú quieras.

En el Evangelio se nos narran otras llamadas de Dios. En este caso Dios se valió de Juan Bautista para decir a dos de sus discípulos que Jesús pasaba por allí. Lo hizo con esta expresión: "Este es el Cordero de Dios". Entonces Jesús se vuelve y les dice: "¿Qué buscáis?" Y los discípulos le preguntan: "¿Dónde vives?" Jesús no les da una respuesta concreta sino que les dice: "Venid, y veréis". Ellos no lo dudaron y fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Concretamente estos dos discípulos eran Juan y Andrés. Ciertamente les mereció la pena. Nunca lo olvidarían. Prueba de ello es que Juan recoge en el Evangelio que serían las cuatro de la tarde. Es probable que en tu vida haya también momentos inolvidables del encuentro con Dios. Y, si no es así, hay que seguir buscando y fiándose, no teniendo miedo a experimentar lo que significa seguir a Jesús.

Pero no se conformaron con experimentar ellos de primera mano lo que era estar con Jesús, sino que Andrés va a decírselo a su hermano Simón, a Pedro. Y todos sabemos lo que después significó Pedro para Jesús y Jesús para Pedro. También nosotros, si vivimos auténticamente nuestra comunicación con Dios, necesitamos transmitirlo a otras personas. Cuando los padres están convencidos, lo transmiten muy fácilmente a sus hijos. Por eso cuando los padres no viven esta experiencia de fe difícilmente pueden transmitir nada a sus hijos.

En el caso de Simón, Jesús le cambia el nombre y le llama Pedro, piedra. Es la roca firme, el fundamento sólido. Lo mismo podemos decir de sus sucesores los papas, incluido el Papa Francisco. Es bueno que lo tengan en cuenta aquellos que son más papistas que el Papa. Es vergonzoso ver con qué desprecio y ligereza tratan a Francisco muchos que presumen de buenos cristianos. Él es tambien piedra, roca firme.

Nos queda por comentar la segunda lectura, tomada de la primera carta de San Pablo a los Corintios. En ella se nos recuerda que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Ello significa la importancia del respeto al propio cuerpo y al de los demás. Corinto era una ciudad muy grande, un importante puerto de mar, donde había mucho vicio y prostitución, mucho libertinaje. San Pablo les recuerda que eso es incompatible con la vida cristiana. Desgraciadamente hoy la situación no es mejor y da la impresión de que todo está permitido y que la única norma es el placer, el disfrutar de cualquier manera. Podríamos decir que es una nueva forma de esclavitud que, a su vez, hace que se tenga menos interés por las cosas espirituales, y que se creen verdaderos obstáculos para poder escuchar la llamada del Señor. En medio de esta promiscuidad y confusión es bueno que estemos siempre dispuestos a decir: Habla, Señor, que tu siervo escucha, o Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

El Bautismo del Señor

Máximo Álvarez


Hace pocos días celebrábamos el nacimiento de Jesús y hoy celebramos su bautismo. Pero nadie pensará que Jesús fue bautizado a los pocos días de nacer. Tuvieron que pasar treinta años. Tampoco se trata del sacramento del bautismo tal como nosotros lo hemos recibido. Se trataba de un signo por el que la persona que era bautizada se reconocía pecadora y arrepentida. En ese caso era Juan Bautista el predicador y el que iba bautizando a  los pecadores que acercaban a orillas del río Jordán.

Sorprende que Jesús se acerque para que Juan lo bautice, como si fuera un pecador más. Por eso la pregunta que nos hacemos es por qué quiso ser bautizado Jesús. Una de las razones sin duda ha sido para darnos ejemplo. Justo lo contrario de algunos padres que renuncian a bautizar a sus hijos o que nosotros mismos si despreciamos los sacramentos de la Iglesia, como la penitencia y la Eucaristía o incluso el matrimonio. También hay una cierta moda de renunciar a cualquier tipo de celebración cuando muere un familiar. En cambio Jesús se sometió a los mismos ritos sagrados que el resto de la gente.

Pero mientras Jesús era bautizado ocurrió algo muy especial. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:- «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.» Es decir, Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios. Por eso a esta fiesta se le llama también la “segunda epifanía”. En Jesús se cumple la profecía de Isaías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”.

Ya Juan advertía que él bautizaba con agua, pero que vendría otro detrás de él que bautizaría con agua y Espíritu Santo. La pregunta que nos hacemos es si nuestros bautismos consisten simplemente en “pasar por agua” a los niños, o si se deja actuar al Espíritu Santo. Es verdad que “El Espíritu sopla donde quiere”, pero a veces no se le deja actuar. Se celebra el bautismo con mucha preocupación por el banquete y los invitados, pero después ya ni se vuelve a pisar por la Iglesia, no se es consecuente. Sí, hay muchos bautizados, pero menos cristianos que tomen en serio la vida cristiana.

En la segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”

Si una persona bautizada no se esfuerza en distinguir el bien y el mal y en hacer el bien, si vive de cualquier manera, si no hay un compromiso… de poco le sirve estar bautizada. Por supuesto Jesús sí pasó haciendo el bien. En cuanto a lo de curar a los oprimidos por el diablo Jesús liberó a muchos poseídos por el diablo. Pero también nosotros podemos esforzarnos por ayudar a liberar y liberarnos de la opresión del diablo, del espíritu del mal, que está siempre muy activo, inspirando a cometer el mal, el pecado. Lo estamos viendo cada día en nuestra sociedad, en niños, jóvenes y mayores. Basta con ver el telediario, escuchar la radio o leer la prensa. Muchas noticias son el resultado del poder del diablo que siembra egoísmo, orgullo, violencia, que intenta apartarnos de Dios. Deberían tener esto muy en cuenta los padres de familia y ser más responsables a la hora de educar cristianamente a sus hijos.

Hoy celebramos el bautismo del Señor, pero es también una buena oportunidad para renovar nuestro compromiso bautismal. Una pregunta: ¿Recordáis la fecha de vuestro bautismo? Sería muy provechoso celebrar los aniversarios del bautismo tanto como el cumpleaños. Pero el bautismo es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana que siempre estará incompleta sin la confirmación y la Eucaristía. Tomemos siempre en serio la misa como la mejor ayuda para que el bautismo de fruto abundante.

Epifanía del Señor

Máximo Álvarez


Si nos atenemos hoy al lenguaje popular, diremos que estamos celebrando el Día de Reyes; pero si nos guiamos por la liturgia, diremos que estamos celebrando la Epifanía del Señor. La palabra “epifanía” significa manifestación. Jesús se manifiesta a los magos. El Evangelio de San Mateo es el único que narra este episodio de los magos. Veremos que no se habla de reyes, ni se dice que sean tres, ni aparecen sus nombres.

Mateo, cuyo evangelio, iba dirigido a los judíos no podía menos que hacer referencia al Antiguo Testamento y tratar de mostrar cómo en Jesús se cumplen las profecías. Así hoy hemos escuchado a Isaías: “¡Levántate, brilla, Jerusalén… y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora… Te inundará una multitud de camellos… Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro”. Esto nos recuerda a la reina de Saba que visitó, cargada de regalos, al Rey Salomón. Eso  mismo lo aplica San Mateo a Jesús.  Se trata del cumplimiento de lo dicho en el salmo responsorial: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.”

El pueblo de Israel durante siglos esperó la venida del Mesías, pero el Mesías no podía venir solamente para Israel, sino para todos los pueblos, incluidos los gentiles, los extranjeros. Lo deja muy claro San Pablo en la carta a los Efesios: “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Los magos representan a todos los hombres muy especialmente a aquellos que buscan a Dios. Lo triste es precisamente el no buscar a Dios, el pasotismo, la indiferencia.

En el caso de los magos se dice que siguieron una estrella. En la antigüedad tenía mucha importancia el estudio de las estrellas. La luz de una estrella, tal como nosotros las vemos, no es precisamente desbordante, pero es suficiente. Algo así pasa con la luz de la fe. No aclara todo, pero nos guía por buen camino. Dios nos da pequeños signos que, bien aprovechados, nos ayudan a encontrarnos con Él. Es importante valorar las estrellas que Dios pone en  nuestra vida.

Los magos han de abandonar su tierra, tienen que salir de su entorno. Y ello lleva consigo renuncias. También nosotros tenemos que estar dispuestos a renunciar a todo aquello que nos estorba para encontrar al Señor: el egoísmo, el pecado, el orgullo, la falta de generosidad… Pronto se encuentran con una dificultad: los celos del Rey Herodes que tenía miedo de que el Niño le quitara el trono. Y con buenas palabras les dice a los Magos que le informen para ir él también a adorarlo. Pero no era esa su intención. Lo que quería era acabar con Él. Es como los típicos gobernantes a quienes Dios estorba y por eso ponen trabas a todo lo que tenga que ver con las cosas de Dios, con el mensaje de Jesús. Es la persecución religiosa, descarada o encubierta, que siempre ha existido.

Los magos ofrecen regalos al niño. Oro como Rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Lo de la mirra hace referencia a la muerte, pues se empleaba para embalsamar los cadáveres. De estos regalos viene la tradición de los regalos a los niños. Ahora tienen los magos un gran competidor, que es Papá Noel. Pero confiemos en que el reinado de los magos permanezca. Y también la ilusión de los niños.

También nosotros tenemos la oportunidad de ofrecer algo a Jesús. ¿Qué le vas a ofrecer hoy? Por supuesto que allí donde se ofrece ayuda a cualquier niño necesitado se está ayudando al mismo Jesús.

Pero Jesús también nos hace su regalo, que es él mismo. La Eucaristía es sin duda su mejor regalo. No lo podemos despreciar.

El Bautismo del Señor

Máximo Álvarez


Hace pocos días celebrábamos el nacimiento de Jesús y hoy celebramos su bautismo. Pero nadie pensará que Jesús fue bautizado a los pocos días de nacer. Tuvieron que pasar treinta años. Tampoco se trata del sacramento del bautismo tal como nosotros lo hemos recibido. Se trataba de un signo por el que la persona que era bautizada se reconocía pecadora y arrepentida. En ese caso era Juan Bautista el predicador y el que iba bautizando a  los pecadores que acercaban a orillas del río Jordán.

Sorprende que Jesús se acerque para que Juan lo bautice, como si fuera un pecador más. Por eso la pregunta que nos hacemos es por qué quiso ser bautizado Jesús. Una de las razones sin duda ha sido para darnos ejemplo. Justo lo contrario de algunos padres que renuncian a bautizar a sus hijos o que nosotros mismos si despreciamos los sacramentos de la Iglesia, como la penitencia y la Eucaristía o incluso el matrimonio. También hay una cierta moda de renunciar a cualquier tipo de celebración cuando muere un familiar. En cambio Jesús se sometió a los mismos ritos sagrados que el resto de la gente.

Pero mientras Jesús era bautizado ocurrió algo muy especial. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:- «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.» Es decir, Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios. Por eso a esta fiesta se le llama también la “segunda epifanía”. En Jesús se cumple la profecía de Isaías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”.

Ya Juan advertía que él bautizaba con agua, pero que vendría otro detrás de él que bautizaría con agua y Espíritu Santo. La pregunta que nos hacemos es si nuestros bautismos consisten simplemente en “pasar por agua” a los niños, o si se deja actuar al Espíritu Santo. Es verdad que “El Espíritu sopla donde quiere”, pero a veces no se le deja actuar. Se celebra el bautismo con mucha preocupación por el banquete y los invitados, pero después ya ni se vuelve a pisar por la Iglesia, no se es consecuente. Sí, hay muchos bautizados, pero menos cristianos que tomen en serio la vida cristiana.

En la segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”

Si una persona bautizada no se esfuerza en distinguir el bien y el mal y en hacer el bien, si vive de cualquier manera, si no hay un compromiso… de poco le sirve estar bautizada. Por supuesto Jesús sí pasó haciendo el bien. En cuanto a lo de curar a los oprimidos por el diablo Jesús liberó a muchos poseídos por el diablo. Pero también nosotros podemos esforzarnos por ayudar a liberar y liberarnos de la opresión del diablo, del espíritu del mal, que está siempre muy activo, inspirando a cometer el mal, el pecado. Lo estamos viendo cada día en nuestra sociedad, en niños, jóvenes y mayores. Basta con ver el telediario, escuchar la radio o leer la prensa. Muchas noticias son el resultado del poder del diablo que siembra egoísmo, orgullo, violencia, que intenta apartarnos de Dios. Deberían tener esto muy en cuenta los padres de familia y ser más responsables a la hora de educar cristianamente a sus hijos.

Hoy celebramos el bautismo del Señor, pero es también una buena oportunidad para renovar nuestro compromiso bautismal. Una pregunta: ¿Recordáis la fecha de vuestro bautismo? Sería muy provechoso celebrar los aniversarios del bautismo tanto como el cumpleaños. Pero el bautismo es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana que siempre estará incompleta sin la confirmación y la Eucaristía. Tomemos siempre en serio la misa como la mejor ayuda para que el bautismo de fruto abundante.

Epifanía del Señor

Máximo Álvarez


Si nos atenemos hoy al lenguaje popular, diremos que estamos celebrando el Día de Reyes; pero si nos guiamos por la liturgia, diremos que estamos celebrando la Epifanía del Señor. La palabra “epifanía” significa manifestación. Jesús se manifiesta a los magos. El Evangelio de San Mateo es el único que narra este episodio de los magos. Veremos que no se habla de reyes, ni se dice que sean tres, ni aparecen sus nombres.

Mateo, cuyo evangelio, iba dirigido a los judíos no podía menos que hacer referencia al Antiguo Testamento y tratar de mostrar cómo en Jesús se cumplen las profecías. Así hoy hemos escuchado a Isaías: “¡Levántate, brilla, Jerusalén… y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora… Te inundará una multitud de camellos… Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro”. Esto nos recuerda a la reina de Saba que visitó, cargada de regalos, al Rey Salomón. Eso  mismo lo aplica San Mateo a Jesús.  Se trata del cumplimiento de lo dicho en el salmo responsorial: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.”

El pueblo de Israel durante siglos esperó la venida del Mesías, pero el Mesías no podía venir solamente para Israel, sino para todos los pueblos, incluidos los gentiles, los extranjeros. Lo deja muy claro San Pablo en la carta a los Efesios: “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Los magos representan a todos los hombres muy especialmente a aquellos que buscan a Dios. Lo triste es precisamente el no buscar a Dios, el pasotismo, la indiferencia.

En el caso de los magos se dice que siguieron una estrella. En la antigüedad tenía mucha importancia el estudio de las estrellas. La luz de una estrella, tal como nosotros las vemos, no es precisamente desbordante, pero es suficiente. Algo así pasa con la luz de la fe. No aclara todo, pero nos guía por buen camino. Dios nos da pequeños signos que, bien aprovechados, nos ayudan a encontrarnos con Él. Es importante valorar las estrellas que Dios pone en  nuestra vida.

Los magos han de abandonar su tierra, tienen que salir de su entorno. Y ello lleva consigo renuncias. También nosotros tenemos que estar dispuestos a renunciar a todo aquello que nos estorba para encontrar al Señor: el egoísmo, el pecado, el orgullo, la falta de generosidad… Pronto se encuentran con una dificultad: los celos del Rey Herodes que tenía miedo de que el Niño le quitara el trono. Y con buenas palabras les dice a los Magos que le informen para ir él también a adorarlo. Pero no era esa su intención. Lo que quería era acabar con Él. Es como los típicos gobernantes a quienes Dios estorba y por eso ponen trabas a todo lo que tenga que ver con las cosas de Dios, con el mensaje de Jesús. Es la persecución religiosa, descarada o encubierta, que siempre ha existido.

Los magos ofrecen regalos al niño. Oro como Rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Lo de la mirra hace referencia a la muerte, pues se empleaba para embalsamar los cadáveres. De estos regalos viene la tradición de los regalos a los niños. Ahora tienen los magos un gran competidor, que es Papá Noel. Pero confiemos en que el reinado de los magos permanezca. Y también la ilusión de los niños.

También nosotros tenemos la oportunidad de ofrecer algo a Jesús. ¿Qué le vas a ofrecer hoy? Por supuesto que allí donde se ofrece ayuda a cualquier niño necesitado se está ayudando al mismo Jesús.

Pero Jesús también nos hace su regalo, que es él mismo. La Eucaristía es sin duda su mejor regalo. No lo podemos despreciar.

Santa María Madre de Dios (1 de enero)

Máximo Álvarez


Si se hiciera una encuesta preguntando a ver qué fiesta se celebra hoy, uno de enero, es probable que muy pocos acertaran, incluso entre católicos practicantes. Lo normal es que muchos respondan que Año Nuevo.

Hasta el Concilio esta fiesta tenía un nombre especial, de acuerdo con lo que  nos dice el evangelio de hoy: “al cumplirse los ocho días de su nacimiento tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”. Se le llamaba, pues, la fiesta de la “circuncisión del Señor”.

Sin embargo, tal vez pocos sepan que lo que hoy celebramos es la fiesta de “Santa María Madre de Dios”. Este es el nombre correcto. Queremos comenzar el nuevo año con una bendición, como se nos recordaba en la primera lectura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Pues bien, una buena forma de entrar en el nuevo año es precisamente de la mano de la Virgen María.

La palabra enero viene del latín, “ianuarius” y a su vez esta palabra viene de la palabra “ianua”, que significa puerta. O sea que el mes de enero es la puerta del nuevo año. Pero también en las letanías a la Virgen hay una que dice “ianua coeli”, es decir, "puerta del cielo". Digamos que María es la que nos abre la puerta del nuevo año, la que nos acompaña.

En la segunda lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas se señala la importancia de María: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Podemos, pues, reconocer que a través de María el Señor nos da su bendición de cara al año nuevo. Esa bendición que pedía el pueblo de Israel, como ya recordábamos en la primera lectura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Deseamos que nos proteja a lo largo del nuevo año, que  nos conceda sus favores, y muy especialmente la paz.

Precisamente hoy se celebra la jornada mundial de la paz. Parece mentira que después de tantos siglos, en pleno siglo XXI, la paz brille por su ausencia en muchas partes del mundo. No solo en Ucrania o en Tierra Santa. En otras muchas naciones hay conflictos, pero si miramos a nivel nacional e incluso en muchos casos a nivel familiar, la paz es la gran ausente. Y, sin embargo, es fundamental.

Cada año el Papa nos envía un mensaje con motivo de estas jornadas. Este año concretamente el lema es “Inteligencia artificial y paz”. Podríamos resumirlo en pocas palabras: “Debemos trabajar para que la inteligencia artificial esté al servicio de la paz en el mundo y no sea una amenaza; y reflexionar sobre su impacto en el futuro de la familia humana”. Es un documento que no tiene desperdicio, aunque ahora no podemos desentrañarlo, pero merece la pena tenerlo muy en cuenta. El él se subraya “la brecha infranqueable que existe entre estos sistemas y la persona humana, por más sorprendentes y potentes que sean… No podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos. Tal resultado positivo sólo será posible si somos capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos fundamentales…” No perdamos de vista que siigue siendo  mucho más importante la persona humana y, por supuesto, Dios. La llamada inteligencia artificial solo es posible gracias a la inteligencia del hombre. Y la inteligencia del hombre sería imposible sin la inteligencia de Dios Creador. Además, todo tiene un límite: Como señala el Papa, “el ser humano, en efecto, mortal por definición, pensando en sobrepasar todo límite gracias a la técnica, corre el riesgo, en la obsesión de querer controlarlo todo, de perder el control de sí mismo”.

Los grandes inventos del hombre pueden ser muy positivos, pero no seamos ingenuos, pueden llevarnos a la destrucción. ¡Qué descubrimiento tan importante el de la energía nuclear! Y, sin embargo, ¡cuánto daño se puede hacer con ella! No podemos perder el sentido de la ética y de la ley de Dios…Si no se respetan unas normas no solo no habrá paz, sino que podemos destruir la propia humanidad.

Terminemos diciendo con el salmo: “Que el Señor tenga piedad y nos bendiga”. Que la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra, nos guíe y proteja.




Sagrada Familia

Máximo Álvarez


En nuestros belenes el centro es el portal de Belén y en él sus principales protagonistas, junto con el Niño, María y José. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nació en el seno de una familia. Hoy, domingo siguiente a Navidad, nos fijamos precisamente en esta familia, la Sagrada Familia.

En principio y ante la gente de Nazaret era una familia normal, como las demás familias del pueblo. Una familia humilde. Prueba de ello es que cuando presentaron a su hijo en el templo su ofrenda fue la de los pobres: un par de palomas. Una familia de trabajadores, José y Jesús carpinteros. Si tenemos en cuenta el viaje a Belén, la huida a Egipto… no parecería exagerado comparar a la Sagrada Familia con las familias de inmigrantes o refugiados.

Al mismo tiempo es una familia que sabe aceptar la voluntad de Dios, aunque a veces sea difícil de entender. José aceptó a María en medio de una situación humanamente difícil de explicar, cuando antes de casarse esperaba un hijo. Otro momento especialmente difícil fue cuando, siendo Jesús adolescente, tardaron tres días en encontrarlo. Fue un momento de especial tensión, pues no entendían por qué su hijo se había quedado en el templo, mientras ellos regresaban a Nazaret. No obstante Jesús les fue obediente y María guardaba todas estas cosas en su corazón. Aplicado a la actualidad nos hace pensar en la no siempre fácil  relación entre padres de hijos. Jesús crecía en estatura, sabiduría y gracia. ¿Se esfuerzan los padres en que sus hijos no crezcan solo en estatura?

Es importante tener en cuenta las enseñanzas de San Pablo en la carta a los Colosenses, cuando hace hincapié sobre el amor. Sus palabras no tienen desperdicio. Nos invita a la misericordia entrañable, a la bondad, a la humildad, a la dulzura, a la compresión. Esto es aplicable tanto a la relación entre los esposos como a las relaciones entre padres e hijos e hijos y padres. Todos sabemos que muchas veces estas virtudes brillan por su ausencia a cambio de la agresividad e incluso violencia entre unos y otros. “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro”.

Decía el Papa Francisco que hay tres palabras que deberían estar muy presentes en la vida de las familias: por favor, gracias y perdón. Cada una de ellas daría para una conferencia: por favor, gracias, perdón. Es lo contrario de exigir las cosas de mala manera, sin educación. Por otra parte hay tantas motivos y razones para dar gracias. Es de bien nacidos ser agradecidos. El saber pedir perdón es fundamental, lo contrario de ser rencorosos y vengativos. Como alguien decía: que no pasen de las doce de la noche sin pedir perdón.

Añada San Pablo: “Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados”. Hay un viejo adagio que dice que “familia que reza unida permanece unida”. No cabe duda que cuando se deja a Dios hacerse presente en las familias, cuando se da importancia a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios, a la participación en las celebraciones litúrgicas, a participar en la vida de la Iglesia… todo esto ayuda a superar problemas y dificultades. Resulta gratificante el ver familias en las que se vive la fe, abiertas a la vida, que confían en la Providencia de Dios… y felices, aun medio de las dificultades.

Hemos dejado para el final las enseñanzas de la primera lectura sobre el amor y respeto a los padres: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados…  El que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha”. Y, sin embargo, cada día es mayor el número de padres que se sienten solos, en la práctica abandonados por sus hijos.

Por desgracia no vivimos los mejores momentos para la familia. Todo el mundo dice que la familia es lo mejor, pero al mismo tiempo son muchos los que quisieran destruir esta institución. Ojalá se pudiera cumplir lo que hemos rezado en el salmo, que es un canto a la familia unida en torno a la mesa, a la alegría de los hijos, a contar con trabajo digno, siguiendo los caminos del Señor.

 


Navidad

Máximo Álvarez


Lo primero de todo es desearos una feliz Navidad y felicitaros por estar aquí. Es verdad que hay mucha gente que ha hecho fiesta, que ayer tarde los bares y los comercios estaban llenos de gente, que ha habido infinidad de cenas familiares, pero parece que el cuerpo no les permite estar hoy aquí. Es casi como si el novio o la novia no se presentan a la boda, pero se hace la fiesta igual. No faltan quienes celebran el nacimiento de Jesús sin Jesús. No parece muy coherente.

Parecería más que normal que las lecturas de hoy, día de Navidad, hicieran referencia al nacimiento de Jesús en el portal de Belén, a María y José, a los pastores… Sin embargo, no es así. Hoy las lecturas van enfocadas en otra dirección. Todas hacen referencia a las palabras y a la Palabra.

Así dice Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva!”, o sea, dichosos los que anuncian la palabra, la Buena Noticia.

La segunda lectura de la carta a los Hebreos dice que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

Finalmente el Evangelio de san Juan llama a Jesús “la Palabra”. “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”.

El Niño Jesús ya no está en el portal de Belén. Está mucho más cerca de nosotros y nos habla. ¿De qué sirve que hagamos muchas cenas de nochebuena y que cantemos muchos villancicos, si no le escuchamos? Dios habla de muchas maneras, como dice la segunda lectura. Habla a través de las cosas que ha creado, habla a través de mucha gente buena, habla a través de los acontecimientos, y habla a través de la Sagrada Escritura y de la Iglesia. Pero no hay peor sordo que el que  no quiere oír. De pco sirve que nos hable si no le escuchamos.

El Evangelio de hoy es realmente precioso. Dice que Jesús es la Palabra, y que la Palabra es luz de los hombres, que la luz brilla en la tiniebla. ¿Acaso mucha gente hoy día no vive en tinieblas, en la oscuridad, sin saber a dónde va, sin encontrar sentido a la vida? Deberíamos dejarnos iluminar por él, hacerle caso. Pero añade San Juan que “la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió”. Hay mucha gente que no quiere hacer caso de Jesús, que no se deja iluminar. ¿Nosotros nos dejamos iluminar y guiar por Él?

“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Esto es aplicable a los habitantes de Belén que no lo recibieron, que se perdieron la gran oportunidad de que naciera en sus casas. Es un rechazo que continúa dándose en  nuestro mundo. Podrían ponerse muchos ejemplos. En realidad cuando una familia, un niño, una persona necesitada, piden ayuda y no se les atiende se está rechazando al mismo Jesús. Jesús se nos da en la Eucaristía y, sin embargo, muchos la desprecian.

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Se encarnó, se hizo hombre. Digamos que pasó de las palabras a los hechos. Del mismo modo nosotros no podemos conformarnos con creer. Tenemos que demostrarlo en la vida de cada día. Para Jesús encarnarse significa también hacerse presente en cada ser humano y, por supuesto, en aquellos que más nos necesitan. No solo en Navidad, pero también ahora, no nos pueden ser indiferentes las llamadas pidiendo ayuda. La colecta de Cáritas es una de estas llamadas.

Pero Jesús no solamente se ha hecho hombre. También se hace pan sobre el altar.  Seamos conscientes de esta maravillosa presencia. Una Navidad sin misa, pudiendo participar, no es Navidad. Feliz Navidad



Cuarto domingo de Adviento B


Este año se puede decir que caen el mismo día el cuarto domingo de Adviento y la Nochebuena. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Pero aún tenemos unas horas para prepararla. No nos referimos a tas tiendas, que están a pleno rendimiento, sino a nuestros corazones. No olvidemos que todavía es Adviento. Muchos ya no saben ni lo que es el Adviento. En un mundo cada vez más materializado y egoísta, más descreído, es importante que no nos dejemos arrastrar por una celebración pagana de la Navidad.

Hoy en la primera lectura y en el Evangelio aparece el nombre de un Rey muy querido por Dios y por el pueblo de Israel: el Rey David, “el rey más famoso de los reyes de la tierra”. Dios le promete: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."”

En evangelio se nos dice que el ángel anuncia a María que tendrá un hijo que sería el descendiente de David: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y además veremos que Jesús nacerá precisamente en Belén, la ciudad de David. Vemos, pues, cómo Dios promete lo que cumple. Y por eso rezamos en el salmo: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”, por haber cumplido el juramento hecho a David. Lo cierto es que el título de descendiente de David le vino a Jesús no por María, sino por José, que era de la estirpe de David.

La Divina Providencia quiso que María y José se encontraran en el camino de la vida. En realidad las cosas que ocurren en nuestra vida son más fruto de la Providencia que de la casualidad. Pero, al mismo tiempo, los planes de Dios son desconcertantes. María no podía imaginar que iba a ser ella la madre del Mesías. ¿Cómo puede ser esto, si no he tenido relaciones con ningún hombre? Pero para Dios nada hay imposible. ¡Cuántas veces dudamos, no nos fiamos! María se fio. La gran oración de María es sin duda la de “Hágase en mi según tu palabra”. En el Padrenuestro decimos: “Hágase tu voluntad”. Tal vez no seamos conscientes de lo que rezamos, pero merece la pena tener siempre esta actitud: fiarnos de Dios, no tener miedo a que se haga su voluntad.

Ya nos queda menos para la celebración de la Navidad. La gente está pendiente de los viajes, de los menús, de los encuentros familiares, aunque no todos tienen esa suerte. Hay también mucho sufrimiento. Nos alegramos por los que tienen esa suerte. Pero también es importante la Navidad para los que han perdido a sus seres queridos porque el mismo niño que nació en Belén es el que murió en la cruz y resucitó. Si no hubiera resucitado, no existiría la Navidad.

Por eso debemos centrarnos en Jesús. Nos quedan pocas horas de este Adviento, ojalá que las preocupaciones por la fiesta profana, no nos aparten de que lo que es más importante: Jesús. Que sepamos descubrir su presencia en la Palabra, en la Eucaristía y en el hermano, especialmente en el más necesitado. Tomemos en serio la campaña de Cáritas y todas aquellas oportunidades que el Señor nos brinda para atenderle en tantas personas que nos necesitan.

En la Eucaristía Jesús está presente. Hablemos con él. Escuchémosle. Démosle gracias porque, como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos, se nos ha manifestado el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos. Desgraciadamente no todo el mundo se ha enterado y algunos parecen olvidarlo. No permitamos que vuelva a mantenerse olvidado.




Sagrada Familia

Máximo Álvarez


En nuestros belenes el centro es el portal de Belén y en él sus principales protagonistas, junto con el Niño, María y José. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nació en el seno de una familia. Hoy, domingo siguiente a Navidad, nos fijamos precisamente en esta familia, la Sagrada Familia.

En principio y ante la gente de Nazaret era una familia normal, como las demás familias del pueblo. Una familia humilde. Prueba de ello es que cuando presentaron a su hijo en el templo su ofrenda fue la de los pobres: un par de palomas. Una familia de trabajadores, José y Jesús carpinteros. Si tenemos en cuenta el viaje a Belén, la huida a Egipto… no parecería exagerado comparar a la Sagrada Familia con las familias de inmigrantes o refugiados.

Al mismo tiempo es una familia que sabe aceptar la voluntad de Dios, aunque a veces sea difícil de entender. José aceptó a María en medio de una situación humanamente difícil de explicar, cuando antes de casarse esperaba un hijo. Otro momento especialmente difícil fue cuando, siendo Jesús adolescente, tardaron tres días en encontrarlo. Fue un momento de especial tensión, pues no entendían por qué su hijo se había quedado en el templo, mientras ellos regresaban a Nazaret. No obstante Jesús les fue obediente y María guardaba todas estas cosas en su corazón. Aplicado a la actualidad nos hace pensar en la no siempre fácil  relación entre padres de hijos. Jesús crecía en estatura, sabiduría y gracia. ¿Se esfuerzan los padres en que sus hijos no crezcan solo en estatura?

Es importante tener en cuenta las enseñanzas de San Pablo en la carta a los Colosenses, cuando hace hincapié sobre el amor. Sus palabras no tienen desperdicio. Nos invita a la misericordia entrañable, a la bondad, a la humildad, a la dulzura, a la compresión. Esto es aplicable tanto a la relación entre los esposos como a las relaciones entre padres e hijos e hijos y padres. Todos sabemos que muchas veces estas virtudes brillan por su ausencia a cambio de la agresividad e incluso violencia entre unos y otros. “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro”.

Decía el Papa Francisco que hay tres palabras que deberían estar muy presentes en la vida de las familias: por favor, gracias y perdón. Cada una de ellas daría para una conferencia: por favor, gracias, perdón. Es lo contrario de exigir las cosas de mala manera, sin educación. Por otra parte hay tantas motivos y razones para dar gracias. Es de bien nacidos ser agradecidos. El saber pedir perdón es fundamental, lo contrario de ser rencorosos y vengativos. Como alguien decía: que no pasen de las doce de la noche sin pedir perdón.

Añada San Pablo: “Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados”. Hay un viejo adagio que dice que “familia que reza unida permanece unida”. No cabe duda que cuando se deja a Dios hacerse presente en las familias, cuando se da importancia a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios, a la participación en las celebraciones litúrgicas, a participar en la vida de la Iglesia… todo esto ayuda a superar problemas y dificultades. Resulta gratificante el ver familias en las que se vive la fe, abiertas a la vida, que confían en la Providencia de Dios… y felices, aun medio de las dificultades.

Hemos dejado para el final las enseñanzas de la primera lectura sobre el amor y respeto a los padres: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados…  El que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha”. Y, sin embargo, cada día es mayor el número de padres que se sienten solos, en la práctica abandonados por sus hijos.

Por desgracia no vivimos los mejores momentos para la familia. Todo el mundo dice que la familia es lo mejor, pero al mismo tiempo son muchos los que quisieran destruir esta institución. Ojalá se pudiera cumplir lo que hemos rezado en el salmo, que es un canto a la familia unida en torno a la mesa, a la alegría de los hijos, a contar con trabajo digno, siguiendo los caminos del Señor.

 


Navidad

Máximo Álvarez


Lo primero de todo es desearos una feliz Navidad y felicitaros por estar aquí. Es verdad que hay mucha gente que ha hecho fiesta, que ayer tarde los bares y los comercios estaban llenos de gente, que ha habido infinidad de cenas familiares, pero parece que el cuerpo no les permite estar hoy aquí. Es casi como si el novio o la novia no se presentan a la boda, pero se hace la fiesta igual. No faltan quienes celebran el nacimiento de Jesús sin Jesús. No parece muy coherente.

Parecería más que normal que las lecturas de hoy, día de Navidad, hicieran referencia al nacimiento de Jesús en el portal de Belén, a María y José, a los pastores… Sin embargo, no es así. Hoy las lecturas van enfocadas en otra dirección. Todas hacen referencia a las palabras y a la Palabra.

Así dice Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva!”, o sea, dichosos los que anuncian la palabra, la Buena Noticia.

La segunda lectura de la carta a los Hebreos dice que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

Finalmente el Evangelio de san Juan llama a Jesús “la Palabra”. “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”.

El Niño Jesús ya no está en el portal de Belén. Está mucho más cerca de nosotros y nos habla. ¿De qué sirve que hagamos muchas cenas de nochebuena y que cantemos muchos villancicos, si no le escuchamos? Dios habla de muchas maneras, como dice la segunda lectura. Habla a través de las cosas que ha creado, habla a través de mucha gente buena, habla a través de los acontecimientos, y habla a través de la Sagrada Escritura y de la Iglesia. Pero no hay peor sordo que el que  no quiere oír. De pco sirve que nos hable si no le escuchamos.

El Evangelio de hoy es realmente precioso. Dice que Jesús es la Palabra, y que la Palabra es luz de los hombres, que la luz brilla en la tiniebla. ¿Acaso mucha gente hoy día no vive en tinieblas, en la oscuridad, sin saber a dónde va, sin encontrar sentido a la vida? Deberíamos dejarnos iluminar por él, hacerle caso. Pero añade San Juan que “la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió”. Hay mucha gente que no quiere hacer caso de Jesús, que no se deja iluminar. ¿Nosotros nos dejamos iluminar y guiar por Él?

“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Esto es aplicable a los habitantes de Belén que no lo recibieron, que se perdieron la gran oportunidad de que naciera en sus casas. Es un rechazo que continúa dándose en  nuestro mundo. Podrían ponerse muchos ejemplos. En realidad cuando una familia, un niño, una persona necesitada, piden ayuda y no se les atiende se está rechazando al mismo Jesús. Jesús se nos da en la Eucaristía y, sin embargo, muchos la desprecian.

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Se encarnó, se hizo hombre. Digamos que pasó de las palabras a los hechos. Del mismo modo nosotros no podemos conformarnos con creer. Tenemos que demostrarlo en la vida de cada día. Para Jesús encarnarse significa también hacerse presente en cada ser humano y, por supuesto, en aquellos que más nos necesitan. No solo en Navidad, pero también ahora, no nos pueden ser indiferentes las llamadas pidiendo ayuda. La colecta de Cáritas es una de estas llamadas.

Pero Jesús no solamente se ha hecho hombre. También se hace pan sobre el altar.  Seamos conscientes de esta maravillosa presencia. Una Navidad sin misa, pudiendo participar, no es Navidad. Feliz Navidad



Cuarto domingo de Adviento B


Este año se puede decir que caen el mismo día el cuarto domingo de Adviento y la Nochebuena. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Pero aún tenemos unas horas para prepararla. No nos referimos a tas tiendas, que están a pleno rendimiento, sino a nuestros corazones. No olvidemos que todavía es Adviento. Muchos ya no saben ni lo que es el Adviento. En un mundo cada vez más materializado y egoísta, más descreído, es importante que no nos dejemos arrastrar por una celebración pagana de la Navidad.

Hoy en la primera lectura y en el Evangelio aparece el nombre de un Rey muy querido por Dios y por el pueblo de Israel: el Rey David, “el rey más famoso de los reyes de la tierra”. Dios le promete: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."”

En evangelio se nos dice que el ángel anuncia a María que tendrá un hijo que sería el descendiente de David: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y además veremos que Jesús nacerá precisamente en Belén, la ciudad de David. Vemos, pues, cómo Dios promete lo que cumple. Y por eso rezamos en el salmo: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”, por haber cumplido el juramento hecho a David. Lo cierto es que el título de descendiente de David le vino a Jesús no por María, sino por José, que era de la estirpe de David.

La Divina Providencia quiso que María y José se encontraran en el camino de la vida. En realidad las cosas que ocurren en nuestra vida son más fruto de la Providencia que de la casualidad. Pero, al mismo tiempo, los planes de Dios son desconcertantes. María no podía imaginar que iba a ser ella la madre del Mesías. ¿Cómo puede ser esto, si no he tenido relaciones con ningún hombre? Pero para Dios nada hay imposible. ¡Cuántas veces dudamos, no nos fiamos! María se fio. La gran oración de María es sin duda la de “Hágase en mi según tu palabra”. En el Padrenuestro decimos: “Hágase tu voluntad”. Tal vez no seamos conscientes de lo que rezamos, pero merece la pena tener siempre esta actitud: fiarnos de Dios, no tener miedo a que se haga su voluntad.

Ya nos queda menos para la celebración de la Navidad. La gente está pendiente de los viajes, de los menús, de los encuentros familiares, aunque no todos tienen esa suerte. Hay también mucho sufrimiento. Nos alegramos por los que tienen esa suerte. Pero también es importante la Navidad para los que han perdido a sus seres queridos porque el mismo niño que nació en Belén es el que murió en la cruz y resucitó. Si no hubiera resucitado, no existiría la Navidad.

Por eso debemos centrarnos en Jesús. Nos quedan pocas horas de este Adviento, ojalá que las preocupaciones por la fiesta profana, no nos aparten de que lo que es más importante: Jesús. Que sepamos descubrir su presencia en la Palabra, en la Eucaristía y en el hermano, especialmente en el más necesitado. Tomemos en serio la campaña de Cáritas y todas aquellas oportunidades que el Señor nos brinda para atenderle en tantas personas que nos necesitan.

En la Eucaristía Jesús está presente. Hablemos con él. Escuchémosle. Démosle gracias porque, como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos, se nos ha manifestado el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos. Desgraciadamente no todo el mundo se ha enterado y algunos parecen olvidarlo. No permitamos que vuelva a mantenerse olvidado.




Navidad

Máximo Álvarez


Lo primero de todo es desearos una feliz Navidad y felicitaros por estar aquí. Es verdad que hay mucha gente que ha hecho fiesta, que ayer tarde los bares y los comercios estaban llenos de gente, que ha habido infinidad de cenas familiares, pero parece que el cuerpo no les permite estar hoy aquí. Es casi como si el novio o la novia no se presentan a la boda, pero se hace la fiesta igual. No faltan quienes celebran el nacimiento de Jesús sin Jesús. No parece muy coherente.

Parecería más que normal que las lecturas de hoy, día de Navidad, hicieran referencia al nacimiento de Jesús en el portal de Belén, a María y José, a los pastores… Sin embargo, no es así. Hoy las lecturas van enfocadas en otra dirección. Todas hacen referencia a las palabras y a la Palabra.

Así dice Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva!”, o sea, dichosos los que anuncian la palabra, la Buena Noticia.

La segunda lectura de la carta a los Hebreos dice que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

Finalmente el Evangelio de san Juan llama a Jesús “la Palabra”. “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”.

El Niño Jesús ya no está en el portal de Belén. Está mucho más cerca de nosotros y nos habla. ¿De qué sirve que hagamos muchas cenas de nochebuena y que cantemos muchos villancicos, si no le escuchamos? Dios habla de muchas maneras, como dice la segunda lectura. Habla a través de las cosas que ha creado, habla a través de mucha gente buena, habla a través de los acontecimientos, y habla a través de la Sagrada Escritura y de la Iglesia. Pero no hay peor sordo que el que  no quiere oír. De pco sirve que nos hable si no le escuchamos.

El Evangelio de hoy es realmente precioso. Dice que Jesús es la Palabra, y que la Palabra es luz de los hombres, que la luz brilla en la tiniebla. ¿Acaso mucha gente hoy día no vive en tinieblas, en la oscuridad, sin saber a dónde va, sin encontrar sentido a la vida? Deberíamos dejarnos iluminar por él, hacerle caso. Pero añade San Juan que “la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió”. Hay mucha gente que no quiere hacer caso de Jesús, que no se deja iluminar. ¿Nosotros nos dejamos iluminar y guiar por Él?

“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Esto es aplicable a los habitantes de Belén que no lo recibieron, que se perdieron la gran oportunidad de que naciera en sus casas. Es un rechazo que continúa dándose en  nuestro mundo. Podrían ponerse muchos ejemplos. En realidad cuando una familia, un niño, una persona necesitada, piden ayuda y no se les atiende se está rechazando al mismo Jesús. Jesús se nos da en la Eucaristía y, sin embargo, muchos la desprecian.

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Se encarnó, se hizo hombre. Digamos que pasó de las palabras a los hechos. Del mismo modo nosotros no podemos conformarnos con creer. Tenemos que demostrarlo en la vida de cada día. Para Jesús encarnarse significa también hacerse presente en cada ser humano y, por supuesto, en aquellos que más nos necesitan. No solo en Navidad, pero también ahora, no nos pueden ser indiferentes las llamadas pidiendo ayuda. La colecta de Cáritas es una de estas llamadas.

Pero Jesús no solamente se ha hecho hombre. También se hace pan sobre el altar.  Seamos conscientes de esta maravillosa presencia. Una Navidad sin misa, pudiendo participar, no es Navidad. Feliz Navidad



Cuarto domingo de Adviento B


Este año se puede decir que caen el mismo día el cuarto domingo de Adviento y la Nochebuena. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Pero aún tenemos unas horas para prepararla. No nos referimos a tas tiendas, que están a pleno rendimiento, sino a nuestros corazones. No olvidemos que todavía es Adviento. Muchos ya no saben ni lo que es el Adviento. En un mundo cada vez más materializado y egoísta, más descreído, es importante que no nos dejemos arrastrar por una celebración pagana de la Navidad.

Hoy en la primera lectura y en el Evangelio aparece el nombre de un Rey muy querido por Dios y por el pueblo de Israel: el Rey David, “el rey más famoso de los reyes de la tierra”. Dios le promete: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."”

En evangelio se nos dice que el ángel anuncia a María que tendrá un hijo que sería el descendiente de David: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y además veremos que Jesús nacerá precisamente en Belén, la ciudad de David. Vemos, pues, cómo Dios promete lo que cumple. Y por eso rezamos en el salmo: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”, por haber cumplido el juramento hecho a David. Lo cierto es que el título de descendiente de David le vino a Jesús no por María, sino por José, que era de la estirpe de David.

La Divina Providencia quiso que María y José se encontraran en el camino de la vida. En realidad las cosas que ocurren en nuestra vida son más fruto de la Providencia que de la casualidad. Pero, al mismo tiempo, los planes de Dios son desconcertantes. María no podía imaginar que iba a ser ella la madre del Mesías. ¿Cómo puede ser esto, si no he tenido relaciones con ningún hombre? Pero para Dios nada hay imposible. ¡Cuántas veces dudamos, no nos fiamos! María se fio. La gran oración de María es sin duda la de “Hágase en mi según tu palabra”. En el Padrenuestro decimos: “Hágase tu voluntad”. Tal vez no seamos conscientes de lo que rezamos, pero merece la pena tener siempre esta actitud: fiarnos de Dios, no tener miedo a que se haga su voluntad.

Ya nos queda menos para la celebración de la Navidad. La gente está pendiente de los viajes, de los menús, de los encuentros familiares, aunque no todos tienen esa suerte. Hay también mucho sufrimiento. Nos alegramos por los que tienen esa suerte. Pero también es importante la Navidad para los que han perdido a sus seres queridos porque el mismo niño que nació en Belén es el que murió en la cruz y resucitó. Si no hubiera resucitado, no existiría la Navidad.

Por eso debemos centrarnos en Jesús. Nos quedan pocas horas de este Adviento, ojalá que las preocupaciones por la fiesta profana, no nos aparten de que lo que es más importante: Jesús. Que sepamos descubrir su presencia en la Palabra, en la Eucaristía y en el hermano, especialmente en el más necesitado. Tomemos en serio la campaña de Cáritas y todas aquellas oportunidades que el Señor nos brinda para atenderle en tantas personas que nos necesitan.

En la Eucaristía Jesús está presente. Hablemos con él. Escuchémosle. Démosle gracias porque, como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos, se nos ha manifestado el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos. Desgraciadamente no todo el mundo se ha enterado y algunos parecen olvidarlo. No permitamos que vuelva a mantenerse olvidado.




Cuarto domingo de Adviento B


Este año se puede decir que caen el mismo día el cuarto domingo de Adviento y la Nochebuena. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Pero aún tenemos unas horas para prepararla. No nos referimos a tas tiendas, que están a pleno rendimiento, sino a nuestros corazones. No olvidemos que todavía es Adviento. Muchos ya no saben ni lo que es el Adviento. En un mundo cada vez más materializado y egoísta, más descreído, es importante que no nos dejemos arrastrar por una celebración pagana de la Navidad.

Hoy en la primera lectura y en el Evangelio aparece el nombre de un Rey muy querido por Dios y por el pueblo de Israel: el Rey David, “el rey más famoso de los reyes de la tierra”. Dios le promete: “afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."”

En evangelio se nos dice que el ángel anuncia a María que tendrá un hijo que sería el descendiente de David: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y además veremos que Jesús nacerá precisamente en Belén, la ciudad de David. Vemos, pues, cómo Dios promete lo que cumple. Y por eso rezamos en el salmo: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”, por haber cumplido el juramento hecho a David. Lo cierto es que el título de descendiente de David le vino a Jesús no por María, sino por José, que era de la estirpe de David.

La Divina Providencia quiso que María y José se encontraran en el camino de la vida. En realidad las cosas que ocurren en nuestra vida son más fruto de la Providencia que de la casualidad. Pero, al mismo tiempo, los planes de Dios son desconcertantes. María no podía imaginar que iba a ser ella la madre del Mesías. ¿Cómo puede ser esto, si no he tenido relaciones con ningún hombre? Pero para Dios nada hay imposible. ¡Cuántas veces dudamos, no nos fiamos! María se fio. La gran oración de María es sin duda la de “Hágase en mi según tu palabra”. En el Padrenuestro decimos: “Hágase tu voluntad”. Tal vez no seamos conscientes de lo que rezamos, pero merece la pena tener siempre esta actitud: fiarnos de Dios, no tener miedo a que se haga su voluntad.

Ya nos queda menos para la celebración de la Navidad. La gente está pendiente de los viajes, de los menús, de los encuentros familiares, aunque no todos tienen esa suerte. Hay también mucho sufrimiento. Nos alegramos por los que tienen esa suerte. Pero también es importante la Navidad para los que han perdido a sus seres queridos porque el mismo niño que nació en Belén es el que murió en la cruz y resucitó. Si no hubiera resucitado, no existiría la Navidad.

Por eso debemos centrarnos en Jesús. Nos quedan pocas horas de este Adviento, ojalá que las preocupaciones por la fiesta profana, no nos aparten de que lo que es más importante: Jesús. Que sepamos descubrir su presencia en la Palabra, en la Eucaristía y en el hermano, especialmente en el más necesitado. Tomemos en serio la campaña de Cáritas y todas aquellas oportunidades que el Señor nos brinda para atenderle en tantas personas que nos necesitan.

En la Eucaristía Jesús está presente. Hablemos con él. Escuchémosle. Démosle gracias porque, como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos, se nos ha manifestado el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos. Desgraciadamente no todo el mundo se ha enterado y algunos parecen olvidarlo. No permitamos que vuelva a mantenerse olvidado.




Tercer domingo de Adviento B

Máximo Álvarez 


Este tercer domingo de Adviento es llamado también el domingo “de la alegría”, pues nos invita a estar alegres. Por eso el color morado puede ser sustituido por un color más claro, el color rosa. Isaías nos dice: “Desbordo de gozo con el Señor”. El salmo responsorial decimos: “Me alegro con  mi Dios”. San Pablo invita a los Tesalonicenses a “estar siempre alegres”.

Cuando Jesús comenzó a predicar, en la sinagoga de su pueblo, leyó precisamente las palabras que hoy nos ha dicho Isaías y se las aplicó a Él mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mi… Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. Ciertamente la llegada de Jesús ha sido una buena noticia. Eso es lo que significa Evangelio: buena noticia. Un buen motivo para la alegría.

Hemos respondido a esta primera lectura con el  cántico del Magnificat en el que María exclama: “Se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador”. Ya en el anuncio del ángel sus primeras palabras fueron. “Alégrate, llena de gracia”. Y en las letanías del rosario decimos: “Causa de nuestra alegría”.

Sin embargo, parece que esta invitación a la alegría es difícil de entender en un mundo en el que hay tanto sufrimiento. La gente busca ser feliz, pero al mismo tiempo se siente vacía, tal vez porque busca la felicidad en las cosas materiales, que también en parte son necesarias, pero que no son suficientes para alcanzar la felicidad. No lo es todo el dinero, ni la salud, ni las comodidades… Es mucho más importante el amor, el estar en paz con todos, el tener la conciencia tranquila por hacer el bien… pero, muy especialmente, el confiar en Dios y poner en sus manos nuestra vida. San Pablo, nos invita a estar siempre alegres, pero añade a continuación: “Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión”. Por una parte tenemos siempre muchos motivos para dar gracias a Dios por todo lo que nos da y saber valorarlo. A veces no lo valoramos. Pero, además, hemos de pedirle ayuda y confiar siempre en Él. Él nos ama y sabe lo que más nos conviene, aunque a veces nos cueste entenderlo.

Resulta llamativo que, siendo la Navidad un tiempo que debería hacernos sentir más felices, mucha gente se deprime, no le gusta la Navidad. Y es que se pone el acento en todo menos en lo más importante: en Jesús. Mucha juerga, mucha fiesta, mucho adorno, pero ninguna o escasa participación en la liturgia, en las celebraciones cristianas, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración, en dejarnos convertir. En cambiar aquello que no hacemos bien.

Precisamente Juan Bautista nos invita a allanar el camino al Señor, a preparar sus caminos. Para eso es el tiempo de Adviento, pero dudamos que mucha gente tome en serio lo que significa el Adviento. De Juan Bautista tenemos que aprender muchas cosas, pero una de ellas muy importante es la humildad. La gente pensaba que Juan era el Mesías, o uno de los grandes profetas como Elías, pero él no quiso arrogarse lo que no era. Es lo que hace mucha gente cuando se cree más que Dios, cuando no tiene humildad para reconocer su pequeñez.

Eso sí, Juan se reconoció en el que anunció el profeta Isaías cuando hablaba de la “voz que grita en el desierto”. En efecto, Juan predicaba en el desierto, pero la gente le escuchaba con atención y muchos se convertían, preparándose realmente para el encuentro con el Mesías. De hecho algunos de sus discípulos llegaron a formar parte del grupo de los Apóstoles. Hoy día la Iglesia no predica en el desierto, como lugar geográfico, pero a veces tiene la impresión de predicar en desierto, ya sea porque no es escuchada, o porque no se la hace caso. Escuchemos y hagamos caso, preparémonos de verdad para el encuentro con Jesús. Aprovechemos este encuentro ahora en la Eucaristía, pero también en el hermano que nos necesita. Tomemos en serio la campaña que hace Cáritas por Navidad.




Segundo domingo de Adviento B

Máximo Álvarez 


El adviento es un tiempo de esperanza. Este segundo domingo nos invita a preparar el camino al Señor y a ejercitar la virtud  de la esperanza.  Alguno se preguntará a ver qué motivos podemos tener esperanza en un mundo tan problemático en el que hay mucho sufrimiento: guerras, pobreza, hambre, falta de amor, soledad…

Hoy el profeta Isaías invita al pueblo de Israel a que experimente el consuelo de Dios y a tener confianza en unos tiempos mejores. Al hablar de esos tiempos mejores está pensando en la venida del Mesías, del Salvador. Pero no llegarían automáticamente, de un momento a otro. Es preciso preparar el camino al Señor: “que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. Es decir, necesitamos convertirnos. Hay en nuestra vida montes de egoísmo y orgullo, valles de falta de compromiso o de cobardía…

Años más tarde Juan Bautista seguiría insistiendo en lo mismo, recordando lo dicho por Isaías: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Y hoy es necesario que lo recordemos nosotros. ¿Realmente preparamos el camino al Señor? Hay quien se queja de que Dios nos tiene abandonados, pero ¿le dejamos venir y entrar dentro de nosotros? ¿Le ponemos obstáculos?

A veces nos impacientamos y quisiéramos que Dios arreglara de un plumazo todos los problemas del mundo. Pero lo que ocurre es que los hombres no hacen caso. Juan predicaba en el desierto de Judea. A veces da la impresión de que hoy la Iglesia predica en desierto en el sentido de que muchos no quieren oír. Y tendemos a perder la paciencia, a desesperar. Olvidamos, como dice San Pedro en la segunda lectura, que la esperanza en Cristo va más allá de esta vida, que esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva,  y que Dios tiene  mucha paciencia. Oigámoslo de nuevo: “No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón”.

Cuando Juan predicaba, la gente acudía a escucharlo, le hacían caso y se convertían. “Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán”. ¿Tomamos en serio nuestro bautismo, que es mucho más importante? ¿Despreciamos el sacramento de la penitencia?

Hoy el problema es que muchos no quieren escuchar. No interesa. Viven emborrachados como que no fueran a morir nunca. Olvidan lo que hoy también nos recuerda san Pedro: “Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos”. Nuestra vida podrá durar un siglo. Como si durara quinientos años… Lo que importa es la eternidad, los cielos nuevos y la tierra nueva. Por eso, más allá de los sufrimientos de esta vida, tenemos motivos para la esperanza. Dios nos tiene preparado algo mucho mejor.

Juan era consciente de todo esto que acabamos de señalar, de la necesidad de la conversión y de poner nuestra confianza en Dios. Pero, además, nos dio ejemplo. Era un personaje muy importante, querido y respetado, pero reconocía que él no era el Mesías: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo." Hoy la tentación de muchas personas es la de despreciar a Dios y creerse más que Dios. Mucha falta de humildad. Juan, además, fue consecuente. Su valentía en la predicación le costó la vida. Sin duda sabía que le esperaba algo mejor y no le importó morir. Y no pensemos que aquellos que no creen ni esperan en nada son más felices. Al contrario, la fe y la confianza en el Señor es siempre un gran motivo para sentirnos mejor.



La Inmaculada Concepción

Máximo Álvarez 


El Adviento es un tiempo especial de espera y esperanza para celebrar la venida del Señor. Es muy importante la liturgia de sus cuatro domingos, pero, además de esos cuatro días festivos, hay otro día muy especial. En estos domingos se hacen presentes los profetas, que anuncian la venida del Mesías, y muy especialmente Juan Bautista, que lo señala ya muy próximo. Pero hay otro personaje más importante aún y al él se le dedica un día especial. La venida del Hijo de Dios al mundo no hubiera sido posible sin la colaboración de una mujer, de María, su madre.

A ella la recordamos hoy con un título de Inmaculada Concepción. La idea central de este título es la siguiente: si todos nacemos con la mancha del pecado original, María, en previsión de que iba a ser la madre del Hijo de Dios, fue concebida sin la mancha del pecado original. Esta idea ha estado arraigada desde hace siglos en el pueblo de Dios y finalmente el Papa San Pío IX la declaró solemnemente como dogma de fe.

Las lecturas que acabamos de escuchar nos describen en primer lugar la escena del primer pecado, la desobediencia a Dios con todas las consecuencias, simbolizada en la serpiente, en el maligno, que provoca esta desobediencia. Pero inmediatamente se nos abre una puerta a la esperanza: “El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Esta mujer que vence a la serpiente siempre se ha considerado que se refiere a María. Por eso en las imágenes de la Inmaculada aparece a sus pies una serpiente.

Cuando san Pablo (segunda lectura) dice que Dios nos ha elegido en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos, se entiende que también estaba pensando en María su madre. En este caso como concebida sin mancha de pecado.

En el evangelio de San Lucas vemos cómo aquella promesa de una mujer que vencería al maligno se cumple ahora, al ser elegida María como la madre del hijo de Dios: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Parece, pues, normal que María estuviera feliz y proclamara las palabras que acabamos de decir en el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Es el salmo recogido en el canto del “Magnificat”: “El Señor ha hecho en mí maravillas”.

Pues bien, María es la Inmaculada, la sin pecado; pero nosotros sí somos pecadores. Tenemos que luchar contra el pecado. Como dice uno de los salmos, “pecador me concibió mi madre”. A lo largo de nuestra vida hemos fallado varias veces. De todos los males que hay en el mundo sin duda el peor de todos y el que peores consecuencias trae es el pecado: violencia, mentira, egoísmo… Es verdad que a veces hay catástrofes naturales, enfermedades… que no buscamos. Pero la violencia que hay en el mundo, las guerras, el terrorismo, la envidia, las malas relaciones entre unos y otros, las injusticias, la miseria en que viven muchos seres humanos, el desorden, las divisiones… son culpa del ser humano pecador. Y aun así hay gente tan irresponsable que dice que el pecado no existe, que es un invento para reprimir a las personas, que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. Y así nos luce el pelo.

María es la Inmaculada, la limpia de pecado. Nosotros tenemos que luchar contra el pecado, pero Dios nos deja solos. Nos ha limpiado y perdonado por el bautismo, pero sigue dándonos oportunidades, especialmente a través del sacramento de la penitencia. Nos ha dado unos mandamientos que son una guía para la lucha contra el pecado. No es indiferente el cerrar los ojos y pensar que todo se hace bien. La fiesta de la Inmaculada es una llamada a la conversión sincera. Y es también un invitación a abrir nuestro espíritu al Señor que viene, que es la mejor manera de preparar la Navidad y también la última venida del Señor el día que venga a llamarnos.




Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


La Inmaculada Concepción

Máximo Álvarez 


El Adviento es un tiempo especial de espera y esperanza para celebrar la venida del Señor. Es muy importante la liturgia de sus cuatro domingos, pero, además de esos cuatro días festivos, hay otro día muy especial. En estos domingos se hacen presentes los profetas, que anuncian la venida del Mesías, y muy especialmente Juan Bautista, que lo señala ya muy próximo. Pero hay otro personaje más importante aún y al él se le dedica un día especial. La venida del Hijo de Dios al mundo no hubiera sido posible sin la colaboración de una mujer, de María, su madre.

A ella la recordamos hoy con un título de Inmaculada Concepción. La idea central de este título es la siguiente: si todos nacemos con la mancha del pecado original, María, en previsión de que iba a ser la madre del Hijo de Dios, fue concebida sin la mancha del pecado original. Esta idea ha estado arraigada desde hace siglos en el pueblo de Dios y finalmente el Papa San Pío IX la declaró solemnemente como dogma de fe.

Las lecturas que acabamos de escuchar nos describen en primer lugar la escena del primer pecado, la desobediencia a Dios con todas las consecuencias, simbolizada en la serpiente, en el maligno, que provoca esta desobediencia. Pero inmediatamente se nos abre una puerta a la esperanza: “El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Esta mujer que vence a la serpiente siempre se ha considerado que se refiere a María. Por eso en las imágenes de la Inmaculada aparece a sus pies una serpiente.

Cuando san Pablo (segunda lectura) dice que Dios nos ha elegido en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos, se entiende que también estaba pensando en María su madre. En este caso como concebida sin mancha de pecado.

En el evangelio de San Lucas vemos cómo aquella promesa de una mujer que vencería al maligno se cumple ahora, al ser elegida María como la madre del hijo de Dios: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Parece, pues, normal que María estuviera feliz y proclamara las palabras que acabamos de decir en el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Es el salmo recogido en el canto del “Magnificat”: “El Señor ha hecho en mí maravillas”.

Pues bien, María es la Inmaculada, la sin pecado; pero nosotros sí somos pecadores. Tenemos que luchar contra el pecado. Como dice uno de los salmos, “pecador me concibió mi madre”. A lo largo de nuestra vida hemos fallado varias veces. De todos los males que hay en el mundo sin duda el peor de todos y el que peores consecuencias trae es el pecado: violencia, mentira, egoísmo… Es verdad que a veces hay catástrofes naturales, enfermedades… que no buscamos. Pero la violencia que hay en el mundo, las guerras, el terrorismo, la envidia, las malas relaciones entre unos y otros, las injusticias, la miseria en que viven muchos seres humanos, el desorden, las divisiones… son culpa del ser humano pecador. Y aun así hay gente tan irresponsable que dice que el pecado no existe, que es un invento para reprimir a las personas, que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. Y así nos luce el pelo.

María es la Inmaculada, la limpia de pecado. Nosotros tenemos que luchar contra el pecado, pero Dios nos deja solos. Nos ha limpiado y perdonado por el bautismo, pero sigue dándonos oportunidades, especialmente a través del sacramento de la penitencia. Nos ha dado unos mandamientos que son una guía para la lucha contra el pecado. No es indiferente el cerrar los ojos y pensar que todo se hace bien. La fiesta de la Inmaculada es una llamada a la conversión sincera. Y es también un invitación a abrir nuestro espíritu al Señor que viene, que es la mejor manera de preparar la Navidad y también la última venida del Señor el día que venga a llamarnos.




Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


La Inmaculada Concepción

Máximo Álvarez 


El Adviento es un tiempo especial de espera y esperanza para celebrar la venida del Señor. Es muy importante la liturgia de sus cuatro domingos, pero, además de esos cuatro días festivos, hay otro día muy especial. En estos domingos se hacen presentes los profetas, que anuncian la venida del Mesías, y muy especialmente Juan Bautista, que lo señala ya muy próximo. Pero hay otro personaje más importante aún y al él se le dedica un día especial. La venida del Hijo de Dios al mundo no hubiera sido posible sin la colaboración de una mujer, de María, su madre.

A ella la recordamos hoy con un título de Inmaculada Concepción. La idea central de este título es la siguiente: si todos nacemos con la mancha del pecado original, María, en previsión de que iba a ser la madre del Hijo de Dios, fue concebida sin la mancha del pecado original. Esta idea ha estado arraigada desde hace siglos en el pueblo de Dios y finalmente el Papa San Pío IX la declaró solemnemente como dogma de fe.

Las lecturas que acabamos de escuchar nos describen en primer lugar la escena del primer pecado, la desobediencia a Dios con todas las consecuencias, simbolizada en la serpiente, en el maligno, que provoca esta desobediencia. Pero inmediatamente se nos abre una puerta a la esperanza: “El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Esta mujer que vence a la serpiente siempre se ha considerado que se refiere a María. Por eso en las imágenes de la Inmaculada aparece a sus pies una serpiente.

Cuando san Pablo (segunda lectura) dice que Dios nos ha elegido en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos, se entiende que también estaba pensando en María su madre. En este caso como concebida sin mancha de pecado.

En el evangelio de San Lucas vemos cómo aquella promesa de una mujer que vencería al maligno se cumple ahora, al ser elegida María como la madre del hijo de Dios: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Parece, pues, normal que María estuviera feliz y proclamara las palabras que acabamos de decir en el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Es el salmo recogido en el canto del “Magnificat”: “El Señor ha hecho en mí maravillas”.

Pues bien, María es la Inmaculada, la sin pecado; pero nosotros sí somos pecadores. Tenemos que luchar contra el pecado. Como dice uno de los salmos, “pecador me concibió mi madre”. A lo largo de nuestra vida hemos fallado varias veces. De todos los males que hay en el mundo sin duda el peor de todos y el que peores consecuencias trae es el pecado: violencia, mentira, egoísmo… Es verdad que a veces hay catástrofes naturales, enfermedades… que no buscamos. Pero la violencia que hay en el mundo, las guerras, el terrorismo, la envidia, las malas relaciones entre unos y otros, las injusticias, la miseria en que viven muchos seres humanos, el desorden, las divisiones… son culpa del ser humano pecador. Y aun así hay gente tan irresponsable que dice que el pecado no existe, que es un invento para reprimir a las personas, que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. Y así nos luce el pelo.

María es la Inmaculada, la limpia de pecado. Nosotros tenemos que luchar contra el pecado, pero Dios nos deja solos. Nos ha limpiado y perdonado por el bautismo, pero sigue dándonos oportunidades, especialmente a través del sacramento de la penitencia. Nos ha dado unos mandamientos que son una guía para la lucha contra el pecado. No es indiferente el cerrar los ojos y pensar que todo se hace bien. La fiesta de la Inmaculada es una llamada a la conversión sincera. Y es también un invitación a abrir nuestro espíritu al Señor que viene, que es la mejor manera de preparar la Navidad y también la última venida del Señor el día que venga a llamarnos.




Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


La Inmaculada Concepción

Máximo Álvarez 


El Adviento es un tiempo especial de espera y esperanza para celebrar la venida del Señor. Es muy importante la liturgia de sus cuatro domingos, pero, además de esos cuatro días festivos, hay otro día muy especial. En estos domingos se hacen presentes los profetas, que anuncian la venida del Mesías, y muy especialmente Juan Bautista, que lo señala ya muy próximo. Pero hay otro personaje más importante aún y al él se le dedica un día especial. La venida del Hijo de Dios al mundo no hubiera sido posible sin la colaboración de una mujer, de María, su madre.

A ella la recordamos hoy con un título de Inmaculada Concepción. La idea central de este título es la siguiente: si todos nacemos con la mancha del pecado original, María, en previsión de que iba a ser la madre del Hijo de Dios, fue concebida sin la mancha del pecado original. Esta idea ha estado arraigada desde hace siglos en el pueblo de Dios y finalmente el Papa San Pío IX la declaró solemnemente como dogma de fe.

Las lecturas que acabamos de escuchar nos describen en primer lugar la escena del primer pecado, la desobediencia a Dios con todas las consecuencias, simbolizada en la serpiente, en el maligno, que provoca esta desobediencia. Pero inmediatamente se nos abre una puerta a la esperanza: “El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Esta mujer que vence a la serpiente siempre se ha considerado que se refiere a María. Por eso en las imágenes de la Inmaculada aparece a sus pies una serpiente.

Cuando san Pablo (segunda lectura) dice que Dios nos ha elegido en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos, se entiende que también estaba pensando en María su madre. En este caso como concebida sin mancha de pecado.

En el evangelio de San Lucas vemos cómo aquella promesa de una mujer que vencería al maligno se cumple ahora, al ser elegida María como la madre del hijo de Dios: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Parece, pues, normal que María estuviera feliz y proclamara las palabras que acabamos de decir en el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Es el salmo recogido en el canto del “Magnificat”: “El Señor ha hecho en mí maravillas”.

Pues bien, María es la Inmaculada, la sin pecado; pero nosotros sí somos pecadores. Tenemos que luchar contra el pecado. Como dice uno de los salmos, “pecador me concibió mi madre”. A lo largo de nuestra vida hemos fallado varias veces. De todos los males que hay en el mundo sin duda el peor de todos y el que peores consecuencias trae es el pecado: violencia, mentira, egoísmo… Es verdad que a veces hay catástrofes naturales, enfermedades… que no buscamos. Pero la violencia que hay en el mundo, las guerras, el terrorismo, la envidia, las malas relaciones entre unos y otros, las injusticias, la miseria en que viven muchos seres humanos, el desorden, las divisiones… son culpa del ser humano pecador. Y aun así hay gente tan irresponsable que dice que el pecado no existe, que es un invento para reprimir a las personas, que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. Y así nos luce el pelo.

María es la Inmaculada, la limpia de pecado. Nosotros tenemos que luchar contra el pecado, pero Dios nos deja solos. Nos ha limpiado y perdonado por el bautismo, pero sigue dándonos oportunidades, especialmente a través del sacramento de la penitencia. Nos ha dado unos mandamientos que son una guía para la lucha contra el pecado. No es indiferente el cerrar los ojos y pensar que todo se hace bien. La fiesta de la Inmaculada es una llamada a la conversión sincera. Y es también un invitación a abrir nuestro espíritu al Señor que viene, que es la mejor manera de preparar la Navidad y también la última venida del Señor el día que venga a llamarnos.




Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


La Inmaculada Concepción

Máximo Álvarez 


El Adviento es un tiempo especial de espera y esperanza para celebrar la venida del Señor. Es muy importante la liturgia de sus cuatro domingos, pero, además de esos cuatro días festivos, hay otro día muy especial. En estos domingos se hacen presentes los profetas, que anuncian la venida del Mesías, y muy especialmente Juan Bautista, que lo señala ya muy próximo. Pero hay otro personaje más importante aún y al él se le dedica un día especial. La venida del Hijo de Dios al mundo no hubiera sido posible sin la colaboración de una mujer, de María, su madre.


Primer domingo de Adviento A 

Máximo Álvarez 


Hoy los cristianos comenzamos un nuevo año, el llamado Año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “llegada”. En total son cuatro domingos que dedicamos a preparar la celebración de la Navidad, la llegada del Señor. Después celebraremos su nacimiento y a lo largo de todo el año iremos recordando los principales acontecimientos de la vida de Jesús, especialmente su muerte y resurrección, para terminar celebrando lo que será su última venida con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

Tomar en serio todas las celebraciones del Año litúrgico, especialmente domingos y fiestas, es sin duda la mejor catequesis. Cada año leemos un evangelio. El primer año, ciclo A, hemos leído a San Mateo. Este año, ciclo B, el de San Marcos. Y para el ciclo C a San Lucas. Y varios domingos, en los tres ciclos, se lee el Evangelio de San Juan.

Se emplea el color morado, que es el resultado de fundir el rojo, que significa la soberbia, con el azul que significa la humildad. El adviento es uno de los llamados “tiempos fuertes” y se nos invita especialmente a la  conversión, a intentar ser mejores. Es la mejor manera de preparar la Navidad. Para muchos la preparación de la Navidad se reduce a llenar la nevera y el congelador de comida o a poner adornos navideños. Pero lo más importante es la preparación espiritual, poniendo especial atención en la escucha de la palabra de Dios, la oración, la penitencia y las obras de amor al prójimo.

Dios creó el mundo con mucho amor, pero, como dice el profeta Isaías, los hombres se han extraviado. Isaías manifestaba un deseo: “i Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él”. Lo que anunciaba Jeremías se ha cumplido con la llegada de Jesús. Ahora lo importante es que lo dejemos llegar cada uno a nuestra propia vida, y que nos transforme.

Es lo que hemos pedido en el salmo responsorial: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Necesitamos que nos restaure, porque a veces estamos bastante deteriorados. Estamos bautizados, nos llamamos cristianos, pero con frecuencia viene la tentación del cansancio, del desánimo, la falta de constancia, la pereza, el desinterés por escuchar la palabra de Dios… Y se vive la Navidad de una manera muy superficial.

Estos días muchos habréis recibido a través del WhatsApp o de otras redes sociales el discurso de una conocida líder política a la hora de inaugurar un belén, recordando que lo más importante de la navidad es el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el tomar en serio los valores del humanismo cristiano. De lo contrario todos los adornos navideños no sirven para nada. A veces se llega al ridículo de algún centro escolar que hace un concurso de postales navideñas y pone como condición que no se habla de Jesús ni tenga nada que ver con la religión…

Lo importante, como nos dice hoy San Pablo, es que aguardemos la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo y nos ayude a perseverar firmes hasta el final. Porque el Señor vendrá. Lo deja muy claro el Evangelio: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”. El Señor volverá el día de nuestra muerte. Y no tenemos ni idea de cuándo va a ser. Nos pone un ejemplo: “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!”

Nos quedan otros tres domingos, más el día de la Inmaculada, para preparar la Navidad. Hagamos un esfuerzo por tomarlos en serio y nos ayudará a que sea una navidad auténticamente cristiana. Y tomemos también serio en estas fechas en que tanto se gasta el compartir con los que tienen menos. Estemos atentos a la campaña navideña de Cáritas.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Jesucristo Rey del Universo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A lo largo del año los cristianos vamos recordando lo más importante de nuestra fe en tono a la figura de Jesús: la espera de su venida, su nacimiento, su vida, su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo… y su última venida. Es lo que llamamos” El Año litúrgico”, que termina precisamente hoy con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La próxima semana inauguramos un nuevo año con el tiempo del Adviento. En realidad toda nuestra vida y todo lo que existe gira en torno a Jesucristo. Todo ha sido creado por Él y para Él. Todo le pertenece. Él es el principio y el fin. Hoy se nos anuncia de manera especial esta última venida.

Las primeras palabras de la predicación de Jesús fueron el anuncio del Reino de Dios y cuando Pilato preguntó a Jesús a ver si era rey, Jesús respondió: Tu o has dicho, yo soy rey. Aunque en ese momento parecía que mandaba mucho más Pilato.

 En la primera lectura, del profeta Ezequiel, Dios habla de sí mismo como un pastor que cuida de las ovejas y que las juzgará: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.”. En realidad aquí pastor es lo mismo que rey.

Y en el Evangelio de hoy Jesús, siguiendo la idea de Ezequiel, se presenta como el que al final de la vida y del mundo nos va a juzgar y a separar a los buenos de los malos como el pastor que separa a las ovejas de las cabras. Hay muchos que son conscientes, que somos conscientes, de que Jesucristo es nuestro rey y que algún día nos juzgará. Con palabras más poéticas nos lo recuerda San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”.

Sin embargo, tal y como va el mundo, a veces podría dar la impresión de que Dios no manda nada. Como alguien ha dicho muy acertadamente, parece como si los que reinaran de verdad son los reyes de la baraja. El rey de oros, es decir, el poderoso caballero Don Dinero. El rey de espadas, o sea la violencia y la fuerza de las armas. El rey de copas o lo que es lo mismo el afán de placer, de disfrutar de cualquier manera, y el rey de bastos, la ambición de llevar el bastón de mando: el afán de poder.

Pero al final unos y otros tendrán que dar cuentas al Rey eterno, al Juez Supremo. El examen será muy simple y al mismo tiempo muy exigente. Venid benditos, “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Tal vez algunos no habrán caído en la cuenta de que, aun sin saberlo, se lo estaban haciendo a Jesús mismo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” ¿Realmente somos conscientes que son muchas las veces que Jesús nos está pidiendo ayuda?¿Acaso no lo reconocemos?

Peor será la sorpresa de quienes pasaron de largo y no le socorrieron: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y tendrán que oír: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. No basta, pues, con presentarse al Señor pensando que sería suficiente con ir a misa y rezar mucho y asistir a muchas procesiones y novenas… si se ha faltado el amor a tantas personas que nos necesitan y Dios pone en nuestro camino. Tengámoslo en cuenta para no llevarnos desagradables sorpresas.

Vivamos con la confianza de saber que Dios es nuestro rey y pastor. Ya decíamos en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Y que no se engañen los poderosos de este mundo. San Pablo no lo recuerda hoy: Cristo devolverá a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Los poderes de este mundo serán aniquilados. Ningún gobernante ha sobrevivido. Entre tanto, no olvidemos que Cristo nos sale muchas veces al encuentro pidiendo ayuda. Es Él mismo, aunque parezca que es otra persona que nada tiene que ver con Él. Y al final nos lo agradecerá o nos lo echará en cara según le hayamos tratado.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Domingo treinta y tres Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


Estamos ya a punto de terminar el año litúrgico. Nos quedan solamente dos domingos. Es, pues, normal que las lecturas nos hablen del final, del final de esta vida. Se acaba el año, pero también algún día tendremos que dar cuenta de nuestra vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche...  Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón… Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados”. No es cuestión de que pensemos ahora en el fin del mundo, sino en el día de nuestra muerte. El Señor vendrá y nos pedirá cuenta. Pero no nos engañemos, puede venir en cualquier momento, sin avisar. No vale dejar todo para el futuro. Es cuestión de despertar ahora, ya mismo.

La parábola de los talentos que hoy nos ofrece el Evangelio nos dice que Dios exigirá a cada uno en la medida en que le haya dado más oportunidades. Al final de la vida no pedirá a todos igual, sino a cada uno en proporción a lo que le ha dado. A uno le da cinco, a otro dos y a otro uno. No les va a exigir a todos igual. Ahora lo que nos interesa es saber lo que nos ha dado a cada uno de nosotros. Seguro que nos ha dado bastante más de un talento.

En primer lugar nos ha dado la vida, nos ha dado la fe, nos da el tiempo y nos da una serie de bienes materiales. ¿Sabemos corresponder? ¿Somos agradecidos? ¿Le regateamos nuestro tiempo? Se supone que estamos en esta celebración porque le damos importancia a todo lo que tiene que ver directamente con Él. Sabemos que muchas personas tienen tiempo para todo menos para las cosas de Dios. ¡Cuántos pueblos hay que no tienen Eucaristía u otro tipo de celebración cada domingo!. A quienes Dios les da esa oportunidad les exigirá más que a quienes no la tienen. Y otro tanto podríamos decir de todo aquello que Dios nos regala en el plano espiritual. ¿Sabemos corresponder a las gracias que Dios dos da o nos resulta indiferente?

Pero Dios también nos da unas cualidades y unos medios materiales que podemos poner al servicio de los demás o dejarnos llevar por la pereza o el egoísmo, por la comodidad, por el miedo a complicarnos la vida. Además, olvidamos que Dios es muy generoso y que sabe agradecer nuestra generosidad y entrega. Los empleados de la parábola que negociaron con los talentos, fueron muy bien recompensados. En cambio el vago, el perezoso, fue castigado. Aunque la pereza ocupe el último puesto en la lista de los pecados capitales, en la práctica se encuentra entre los primeros. ¿Nos dejamos arrastrar por la pereza?

La Iglesia nos ofrece con frecuencia muchas oportunidades para formarnos, para participar en distintas actividades… No pensemos que a Dios le da igual que respondamos o no. Tiene motivos para exigirnos bastante más que a aquellos que Dios nos les da estos talentos. No nos dejemos llevar por la pereza.

En la primera lectura, del libro de los Proverbios, se ensalza a una mujer muy trabajadora, como tantas que hay en el mundo, pendiente de todo, no solo de las tareas domésticas, sino también de  ayudar a los necesitados.  Es esa mujer de la que habla el salmo responsorial como la bendición del hombre que teme al Señor. Pero también es perfectamente aplicable a los hombres entregados a la familia, al trabajo y a la sociedad, a todas las personas serviciales. Claro que hay personas muy activas, ocupadas en infinidad de tareas, pero que no tienen tanta disponibilidad para las cosas de Dios. Por lo tanto examinemos sinceramente los talentos que el Señor nos ha dado y miremos a ver si correspondemos como se merece. Y no olvidemos que al final se nos pedirá cuentas. Eso es lo que quiere decir la parábola. Una parábola que, como parábola que es, se ha dicho para que se entienda perfectamente. Apliquémosla a nuestra propia vida. ¿Qué talentos me da Dios que no valoro ni trabajo con ellos?



Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Domingo treinta y dos Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 


A veces tendemos a dividir la sociedad entre buenos y malos. En realidad todo el mundo tiene algo de bueno y también algo de malo. Hoy las lecturas dividen entre listos y tontos o, si se quiere, entre sabios y necios.

En el Evangelio hoy Jesús nos cuenta la parábola llamada de las diez doncellas. Había una costumbre en Israel de que el novio debía presentarse en casa de la novia para buscarla y llevarla a su casa. La novia le estaba esperando junto con sus amigas que estaban acompañándola, y tenían que hacerlo con unas lámparas de aceite encendidas. Cinco de las amigas, las prudentes, llevaban aceite de repuesto, y las otras cinco  no. Por eso tuvieron que salir a comprarla, porque el novio tardaba en llegar, pero cuando regresaron ya había llegado el novio. Y no les abrió. Les dijo: No os conozco. Y no pudieron entrar.

El novio representa la segunda venida de Jesús, Más concretamente se refiere a la hora de la muerte. No sabemos cuándo llegará, pero llegará. Si somos un poco listos y prudentes tenemos que estar preparados. Jesús lo deja muy claro: velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora. La llegada de Jesús muchas veces tiene lugar por sorpresa. El aceite representa las buenas obras.

La pregunta que debemos hacernos es a ver si estamos preparados para este encuentro.  Hay muchas personas  que sí tienen en cuenta que el Señor vendrá y tratan de estar preparados, estando en paz con Dios y con las demás personas. Pero hay también gente que piensa que no va a morir nunca o que será dentro de mucho tiempo. En la parábola se dice que el esposo llegó a media noche y que cuando se les avisó estaban dormidas. Las que tenían aceite  bastante no tuvieron problema, pero las otras sí. Ya no tuvieron tiempo de comprar más. Son muchos los que están dormidos, adormilados, que solamente piensan en el momento presente y no en el futuro, que solo se ocupan de las cosas de este mundo como si fueran a vivir aquí eternamente.

Alguien ha dicho, y no le falta razón, que en los centros de enseñanza debería haber una asignatura sobre la muerte, que ayudara a prepararse, porque es algo por lo que todos tenemos que pasar. Y seguro que nos ayudaría a ver la vida de otra manera. Pero por el contrario hoy la muerte se ha convertido en un tema tabú del que no se quiere hablar a los niños y a los jóvenes.

Se nos hablaba en la primera lectura de la importancia de la sabiduría: “la ven fácilmente los que la aman y la encuentran las que la buscan”. La verdadera sabiduría es la que nos ayuda a encontrar el sentido de la vida, a saber vivir y a saber morir, a alcanzar la salvación eterna. Ya lo decía Santa Teresa: “Al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”.

En el salmo responsorial hemos dicho: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío… Mi carne tiene ansía de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.”. Todos tenemos sed de felicidad y en este mundo algo se puede encontrar, pero solamente Dios puede calmar nuestra infinita sed  de felicidad”. Sin Dios no hay futuro.

San Pablo en su carta a los Romanos nos lo recuerda: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Si no fuera así, pobres de nosotros. Cierto que San Pablo en un principio pensaba que la venida del Señor llegaría inmediatamente. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros. Si hubiera venido entonces, nosotros no habríamos tenido la oportunidad de nacer ni de poder disfrutar un día del cielo. Ahora bien, para cada uno de nosotros esa llegada, el día de nuestra muerte, está mucho más cerca. No seamos necios como aquellas doncellas que tenían las lámparas apagadas. Alguien dirá a ver por qué no repartieron las otras de su aceite. Es que la salvación depende de cada uno de nosotros. Nadie puede decidir por nosotros. La respuesta es solamente nuestra. Seamos sensatos y no lo tomemos a broma.

 

Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Domingo treinta y uno Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez 

Con cierta frecuencia oímos decir aquello de “creo en Dios, pero no creo en la Iglesia” o  “no creo en los curas”. Olvidan que la Iglesia está formada por seres humanos pecadores y que los curas también son seres humanos.

En las lecturas de este domingo, concretamente en la primera, el profeta Malaquías se dirige a los sacerdotes de Israel con palabras muy fuertes: “Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley”. En efecto, su conducta a veces dejaba bastante que desear.

Peo también Jesucristo era consciente de esta situación en su tiempo y por eso tuvo palabras muy duras para con los dirigentes religiosos, pero no por ello los desautorizaba: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar… Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. A pesar de su no siempre buena conducta, Jesús les dice: “Haced y cumplid lo que os digan”, aunque no hagáis lo que ellos hagan.

Esto puede servir también para nuestros días. Los sacerdotes no están libres de extraviarse o de mirar su propio interés y no el bien de los fieles. Pero eso no ha de ser una disculpa para no cumplir aquellas cosa que predican, si se fundamentan en el Evangelio. Hay que distinguir entre la conducta de los sacerdotes y el mensaje de la Iglesia. No es fácil, pero el que un sacerdote no cumpla lo que Dios manda no justifica que nosotros no lo cumplamos.

Pero, además, seríamos injustos si olvidáramos que la mayoría de los sacerdotes intentan hacer el bien y servir a la Iglesia. Cualquier sacerdote, con los años de estudio que tiene que realizar, podría haber hecho otra carrera o encontrado un trabajo mejor remunerado. Eso antes. Y ahora de hecho son muy pocos los que quieren ser sacerdotes. Se supone que tratan de ser fieles a la llamada de Dios. Y que en ellos se cumplen las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. La gran mayoría de los sacerdotes entrega su vida a Dios y a los demás.

Es verdad que, a pesar de las buenas intenciones, como personas limitadas que son, los sacerdotes no están libres de cometer errores. Pero los buenos cristianos son comprensivos. Pueden sentir tristeza por determinadas conductas, pero no sienten odio visceral, ni generalizan como si todos fueran iguales ni aprovechan para dejar de creer o para abandonar la práctica religiosa.

No menos interesante es lo que sigue diciendo Pablo: “no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”. Cierto que puede suceder que no siempre se predique la palabra de Dios, pero tenemos que aceptar que Dios habla también a través de las personas… y, por supuesto, de los sacerdotes. Ojalá Dios nos de la capacidad de saber discernir y a descubrir la palabra de Dios aunque venga envuelta en la palabra de hombre. Que nos ayude a cumplirla, aun a pesar de que algunas veces no venga acompañada del ejemplo. Si en lugar de criticar a los curas, se tomara en serio lo que predican, las cosas irían mejor.


Solemnidad de Todos los Santos

Máximo Álvarez 


Decía Bécquer en una de sus rimas: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!” Pero llega el mes de noviembre y parece que todo cambia, a juzgar por las multitudinarias visitas a los cementerios el día primero de este mes, que ha venido en llamarse el mes de los difuntos. No sabemos cuánto podrá durar esta costumbre, pues los niños y jóvenes ahora son los grandes ausentes, más preocupados de sus calabazas y monstruos del Halloween.

Pero el verdadero sentido de la fiesta de Todos los santos en realidad tiene muy poco que ver con la soledad o de los muertos o con los cementerios. Más bien se trata de todo lo contrario. Recordamos que aquellos que nos precedieron y esperaron en el Señor no están en los cementerios. Allí solo están sus restos mortales. Y celebramos que no están solos, sino felices con Dios en el cielo. Por otra parte de poco sirve llevar flores al cementerio si a quienes vivieron entre nosotros no se les dio el cariño y cuidado debidos.

¿Por qué se llama fiesta de todos los santos? Porque santos no son solamente aquellos que la Iglesia ha reconocido oficialmente canonizándolos, sino todos aquellos santos anónimos, esa inmensa multitud de la que habla el libro del Apocalipsis., de la que forman parte también todos nuestros seres queridos que disfrutan de la gloria  del cielo. Como dice Francisco: los santos de la puerta de enfrente.

Pero también es una llamada a todos nosotros a caminar por el camino de la santidad. Nuestra gran vocación ha de ser la santidad, aunque nunca lleguen a canonizarnos. Solo podemos elegir entre dos caminos: la salvación o la condenación. Ese futuro nos lo describe la segunda lectura de una de las cartas de San Juan: “Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. Pero para llegar a este futuro feliz viendo a Dios cara a cara es preciso seguir un programa, el que hoy se nos presenta en el evangelio: las bienaventuranzas.

Jesús se atreve a llamar felices y dichosos y felices no a los ricos, ni a los que tienen fuerza para aplastar a sus enemigos, a los que los que están hartos de comer, a los que lo pasan bien, a los que son queridos por todo el mundo, a los famosos…

Hace justo todo lo contrario. Llama felices y dichosos a los pobres, a los que sufren, a los que lloran, a los perseguidos, a los que no son violentos… porque de ellos es el Reino de los Cielos. Hay muchos que piensan que lo único importante es ser felices en este mundo, como si no hubiera nada después. No se trata de estar a favor del sufrimiento y del hambre… pero sí de que entendamos que este mundo se acaba para todos, también las penas y sufrimientos… y que lo que da sentido a la vida es alcanzar la Vida Eterna. Ser buen cristiano no es fácil, pero merece la pena todo sacrificio: “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”,

Hoy es el día de Todos los Santos, no es el día de los difuntos. Eso se celebra mañana y tiene un sentido diferente: orar por los fieles difuntos que están purificándose para poder alcanzar el cielo. Sucede a veces que en las parroquias que tienen la suerte de tener misa ese día de los difuntos acude menos gente que a los cementerios. Olvidan que el mejor obsequio a los difuntos no son las flores, sino las oraciones. Así como el seguir los buenos ejemplos de fe, amor y entrega de nuestros seres queridos que nos han precedido.


Domingo treinta del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Cuando oímos la palabra “religión” inevitablemente la relacionamos con Dios, y pensamos  que ser religioso es creer que Dios existe y darle culto. Y, si concretamos en el cristianismo, tendemos a pensar que cuando alguien cree en Jesucristo es ya por ello un buen cristiano. Pero esto es una vedad a medias. Porque ser un buen creyente o un buen cristiano no significa solamente amar a Dios sobre todas las cosas, sino también amar al prójimo como a uno mismo.

Este domingo el evangelio nos presenta de nuevo a los fariseos haciéndole a Jesús una pregunta con trampa: Maestro, ¿cuál es el primer mandamiento de la ley? Los mandamientos son diez y, si se considera el más importante uno de ellos, podría entenderse como que los demás son menos importantes. Los judíos en realidad tenían un montón de preceptos y hacían muchos debates sobre cuáles eran más importantes. Les costaba ponerse de acuerdo. Por eso con esta pregunta querían poner en apuros a Jesús. Pero, al igual que en otras ocasiones, Jesús no cae en la trampa. Y su respuesta los pone en evidencia.

 Jesús lo deja bien claro: el mandamiento más importante es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo”. En los diez mandamientos los tres primeros se refieren más directamente a Dios y los siete restantes (amar a los padres y a los hijos, no matar, no cometer adulterio, no robar, no mentir…) se refieren más directamente al prójimo. Pero  son inseparables. Por eso se equivocan aquellos que dicen que aman mucho a Dios, pero abusan de los demás, los explotan, los roban, no les ayudan en sus necesidades, les guardan rencor… los que solamente piensan en ellos mismos, en la salvación de “su” alma, egoístamente.

Lo deja muy claro la primera lectura del Éxodo: “No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé… Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses”.

Pero también los hay que dicen que aman mucho al prójimo, pero que Dios no les interesa. ¿Acaso Dios no es merecedor de nuestro amor? ¿No es también Dios nuestro prójimo? Y no vale quererlo de cualquier manera. Jesús nos lo recuerda: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Con todo tu corazón, no solamente un poquito… ¿Realmente amas a Dios con todo tu corazón? ¿Lo amas con toda tu alma y con todo tu ser? O más bien, de una manera fría, raquítica, como sin ganas, tal vez por miedo o por cumplir… Por desgracia para muchos que en teoría son cristianos Jesucristo ocupa el último lugar. Hay tiempo para todo menos para las cosas de Dios. Amar a Dios sobre todas las cosas dice Jesús que es el mandamiento primero, pero el amar al prójimo como a uno mismo lo pone al mismo nivel.

Puestos a resumir los mandamientos, podíamos sintetizarlos en una sola palabra: el amor. El amor a Dios y el amor al prójimo. Son inseparables. Si  no amas a Dios, no amas al prójimo y si no amas al prójimo tampoco amas a Dios. Amar a Dios supone necesitar decirle las palabras que hemos recitado en el salmo: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador” y también, como dice la segunda lectura de la carta a los Tesalonicenses, ha de llevarnos “a abandonar los ídolos, a volvernos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro”.

A veces olvidamos que solo con Dios tenemos futuro, que si Dios no estuviera al final de camino nuestra vida no tendría sentido. Pero hemos de tener en cuenta que hay que pasar un examen, el examen final. Al atardecer de la vida me examinarán del amor: del amor a Dios y del amor al prójimo.



Domingo veintinueve del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Dios no existe porque un día me levante de buen humor y diga: Dios existe. Pero Dios tampoco deja de existir porque un día estoy enfadado y diga: Dios no existe. Y todo por la sencilla razón de que Dios existe mucho antes de que nosotros naciéramos, mucho antes de que existiera la humanidad y mucho antes de que existiera el mundo. Pero también puede ocurrir que aquellos que niegan a Dios puedan inventarse otros dioses: el dinero, el poder, el disfrutar de los bienes materiales… Pero se equivocan. Lo deja muy claro la primera lectura de Isaías: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios… Yo soy el Señor, y no hay otro”. ¿En la vida de cada día reconoces al verdadero Dios o lo niegas y buscas otros dioses? O ¿vives tal vez como si Dios no existiera?

Ahora bien, si de veras lo valoramos, hemos de preocuparnos porque otras personas lo conozcan. Y ¿cómo podemos conocer nosotros a Dios? Por medio de su Hijo Jesucristo. Por eso debemos esforzarnos en conocer a Jesucristo. Hoy precisamente se celebra el día del Domund, del domingo mundial dedicado a recordarnos que la Iglesia es misionera, es decir enviada a anunciar a Jesucristo a todas las gentes. Esta labor no es solamente para aquellos misioneros que, dejándolo todo, van a otros países. Todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros, también desde aquí. En primer lugar valorando todo lo que tenemos y que con frecuencia no valoramos. ¡Cuántas personas en el mundo quisieran tener las facilidades que nosotros tenemos para formarnos, para asistir a la Eucaristía, para conocer a Jesús… Dicen que es de bien nacidos ser agradecidos. Tenemos mucho que agradecer al Señor, pues como dice hoy San Pablo, en la carta a los Tesalonicenes, Él nos ha elegido. Otra cosa es que  sepamos corresponder a esta elección.

Pero también es necesario ayudar económicamente a quienes van a anunciar el evangelio a otros países… aunque tengamos que privarnos de algunos gastos superfluos. Es la mejor manera de agradecer todo lo que Dios nos da.

En el Evangelio de hoy se nos dice que los fariseos le hicieron a Jesús una pregunta con trampa, para cogerlo en un renuncio: -«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?» Si dice que sí se pone en contra del pueblo y, si dice que no se enfrenta con el Emperador. La respuesta consistió en pedirles una moneda que tenía la cara del Emperador, del Cesar. Y les pregunta: ¿De quién es esta cara y esta inscripción? A lo que respondieron que del César. Fue entonces cuando Jesús dijo una frase inolvidable: Pues dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios. Hoy nos vamos a fijar en la segunda parte: dar a Dios lo que es de Dios.

Y ¿qué es lo que es de Dios? Pues de Dios somos nosotros mismos y todo lo que tenemos, incluido el tiempo. ¿Es que acaso hacemos algo especial cuando le dedicamos nuestro tiempo que él nos da de balde? ¿Es que tiene algún mérito especial por parte nuestra el venir a misa para honrar al Señor? En realidad es lo menos que podemos hacer. El domingo es del Señor, es el día del Señor. Así como es deber de los padres cuidar de los hijos pequeños o deber de los hijos tender a sus padres mayores  enfermos, también es nuestro deber dar a Dios la alabanza y gloria que Él merece. Y, si nosotros inmerecidamente hemos recibido el don de la fe, no hacemos nada de más en cultivarla y desarrollarla y esforzarnos en que llegue también a otras personas. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es lo piensas hacer tu? Como decíamos en el salmo responsorial, “Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas”.  Es lo que estamos haciendo hoy y debemos seguir haciendo siempre”



Domingo veintiocho del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Antiguamente el ser invitados a una boda era un motivo de alegría. Y si el que invitaba era un rey, sobraban motivos para sentirse feliz. Hoy día quizá no lo sea tanto, porque la economía no está como para  animarse demasiado. Hoy nos dice Jesús que el reino de los cielos se parece un rey que invita a la boda de su hijo. Y además no había que hacer regalo.

El Señor también nos invita a nosotros a seguirle y a ser felices. Hoy concretamente nos ha invitado a un banquete, que es a la Eucaristía,  banquete de su palabra y banquete de su Cuerpo y Sangre. Nos invita a participar en la vida de la Iglesia, a anunciar la Buena Noticia a los demás, a ayudar a quienes nos necesitan...También nos invita, más allá de la muerte, a participar de la gloria del cielo. Para el pueblo de Israel el poder participar en un banquete era un motivo de gozo. Por eso  Isaías compara la vida futura con un banquete de fiesta. Nos dice en la primera lectura: “Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros… Aquí está nuestro Dios… Celebremos y gocemos su salvación”. En el salmo responsorial se insiste en la misma idea: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me falta… “

En el evangelio se narra la parábola del banquete de bodas. Un rey manda invitaciones para la boda de su hijo. Tiene preparado un banquete espléndido. Lo normal sería que los invitados aceptaran llenos de alegría la invitación nada menos que de parte del rey.  Pero todo el mundo busca disculpas. No tienen tiempo, que si viajes, que si negocios, que si trabajos… Y,  además de no ir, maltratan a los criados que llevaban las invitaciones.

Nosotros también somos invitados por el Señor, a través de la Iglesia. ¿Aceptamos su invitación de buena gana o ponemos disculpas? Que si no tenemos tiempo, que si hay cosas más importantes que hacer, que no queremos complicarnos la vida… Dios nos da el tiempo de balde, pero parece que hay tiempo para todo menos para él. Olvidamos que los cementerios están llenos de gente muy ocupada. Aquellos invitados maltrataron a los criados Tampoco faltan ahora aquellos a los que la Iglesia les molesta y, si pudieran, la eliminarían.

El rey, enfadado por la ingratitud de los invitados, mandó a sus tropas a que acabaran con ellos y mandó ir a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encontraran. Y el banquete se llenó de comensales. Con frecuencia aquellos que han sido más mimados por Dios, lo rechazan. Mientras en España muchos de dan de baja como cristianos, en otros países menos favorecidos la respuesta es más generosa. Antes enviábamos misioneros a América. Ahora son ellos que vienen a evangelizarnos.

Tenemos tantas cosas, estamos tan emborrachados por lo material, por el consumo… que despreciamos lo que debería ser nuestra mayor riqueza: Dios mismo. Por eso es oportuno lo que hoy nos dice San Pablo de él mismo: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta.... Y es que Dios es muy generoso. Con él nunca perdemos el tiempo. Y cuando hacemos algo por los demás Dios nos lo paga con creces.

Finalmente la parábola habla de un invitado que fue sin traje de fiesta. En tiempo de  Jesús el que invitaba no solamente ponía la comida, sino también el traje de los invitados. Por lo tanto su fallo consistió en ir con su propio traje y no con el que le ofrecieron. El Señor quiere que no seamos autosuficientes o que pensemos, que nos justificamos por nuestros propios méritos y no por la salvación que el nos ofrece gratuitamente. Es tanto como decir: yo soy bueno y no necesito de Dios. Por eso lo expulsaron del banquete. No caigamos en esa autosuficiencia.



Domingo veintisiete del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Durante estos últimos domingos hay una palabra, o mejor una realidad, de la que se habla constantemente: la viña. Con razón se llama a la Iglesia “la viña del Señor”. Nosotros formamos parte de ella como trabajadores y de nosotros se espera que la viña de fruto. En el caso de la viña de hoy, de la que habla la primera lectura de Isaías, se nos dice que el dueño la cuidaba con todo el esmero, pero que al final todos esos esfuerzos ilusiones sirvieron de muy poco, pues en lugar de uvas dio agrazones, unas uvas verdes y amargas. Estaba tan harto que decidió abandonarla. Esa viña somos cada uno de nosotros. Dios también nos cuida y ama, pero ¿realmente damos los frutos que Dios espera de nosotros? ¿Tendrá Dios motivos para estar harto de nosotros? Esos frutos son el amor a Dios y a los demás con todas las consecuencias, la fe, la generosidad, la justicia, el compromiso…

En el Evangelio Jesús utiliza también el tema de la viña para anunciar el rechazo que iba a recibir. Es como un anticipo de lo que será su pasión y muerte. El dueño arrienda la viña a unos labradores y, cuando envía s sus criados a cobrar las rentas, los labradores los apalean y matan. Finalmente envía su hijo a ver si a él lo respetan. Pero también lo mataron. Los criados representan a los profetas y el hijo de la parábola a Jesús. Entonces el dueño les quita la viña y se la da a otros labradores.

Como dice el salmo responsorial, la viña del Señor es la casa de Israel. Jesús se dirigía al pueblo de Israel, que no hacía caso de los profetas que enviaba al Señor y que se iba a atrever a matarlo a él, al Hijo. Pero, a pesar de todo, se producirá el gran milagro: la resurrección de Jesús. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente". Entonces viene a decir que al pueblo de Israel se le quitará  la viña y se dará a otros viñadores. Se quita al pueblo de Israel para entregarla al nuevo pueblo que es la Iglesia. San Mateo escribe a los cristianos que proceden del judaísmo y que ahora han pasado a formar parte de la Iglesia.

Pero también podría suceder y de hecho sucede que los que formamos parte de la Iglesia podemos caer en los mismos fallos que cometió el pueblo de Israel. Somos mimados por Dios, tenemos todo tipo de facilidades… y, sin embargo, no siempre somos fieles. Como el dueño de la viña, ¿acaso el Señor no  tiene motivos para enfadarse como nosotros y quitárnoslo todo? Uno de los grandes pecados de los que nos llamamos cristianos es el no dar el fruto que Dios espera de nosotros y la ingratitud. Dios nos da a su propio Hijo y en la práctica se le rechaza.

La Iglesia es la viña del Señor y no siempre la cuidamos debidamente. Hagamos nuestra la petición del salmo de hoy: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” No sería difícil poner nombre a las alimañas y a los jabalíes, es decir, a los que tratan de atacar a la Iglesia deseando que se eche a perder.

Siguiendo con la necesidad de la oración, tengamos en cuenta lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Teniendo alSeñor no tenemos que vivir angustiados.

Finalmente miremos a ver en qué necesitamos cambiar para dar el fruto que Dios espera de nosotros, uvas buenas y no agrazones. También Pablo apunta el camino que hemos de seguir:  “Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Un amplio e interesante programa que necesitamos concretar para llevar a la vida de cada día.

 


Domingo veintinueve del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Dios no existe porque un día me levante de buen humor y diga: Dios existe. Pero Dios tampoco deja de existir porque un día estoy enfadado y diga: Dios no existe. Y todo por la sencilla razón de que Dios existe mucho antes de que nosotros naciéramos, mucho antes de que existiera la humanidad y mucho antes de que existiera el mundo. Pero también puede ocurrir que aquellos que niegan a Dios puedan inventarse otros dioses: el dinero, el poder, el disfrutar de los bienes materiales… Pero se equivocan. Lo deja muy claro la primera lectura de Isaías: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios… Yo soy el Señor, y no hay otro”. ¿En la vida de cada día reconoces al verdadero Dios o lo niegas y buscas otros dioses? O ¿vives tal vez como si Dios no existiera?

Ahora bien, si de veras lo valoramos, hemos de preocuparnos porque otras personas lo conozcan. Y ¿cómo podemos conocer nosotros a Dios? Por medio de su Hijo Jesucristo. Por eso debemos esforzarnos en conocer a Jesucristo. Hoy precisamente se celebra el día del Domund, del domingo mundial dedicado a recordarnos que la Iglesia es misionera, es decir enviada a anunciar a Jesucristo a todas las gentes. Esta labor no es solamente para aquellos misioneros que, dejándolo todo, van a otros países. Todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros, también desde aquí. En primer lugar valorando todo lo que tenemos y que con frecuencia no valoramos. ¡Cuántas personas en el mundo quisieran tener las facilidades que nosotros tenemos para formarnos, para asistir a la Eucaristía, para conocer a Jesús… Dicen que es de bien nacidos ser agradecidos. Tenemos mucho que agradecer al Señor, pues como dice hoy San Pablo, en la carta a los Tesalonicenes, Él nos ha elegido. Otra cosa es que  sepamos corresponder a esta elección.

Pero también es necesario ayudar económicamente a quienes van a anunciar el evangelio a otros países… aunque tengamos que privarnos de algunos gastos superfluos. Es la mejor manera de agradecer todo lo que Dios nos da.

En el Evangelio de hoy se nos dice que los fariseos le hicieron a Jesús una pregunta con trampa, para cogerlo en un renuncio: -«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?» Si dice que sí se pone en contra del pueblo y, si dice que no se enfrenta con el Emperador. La respuesta consistió en pedirles una moneda que tenía la cara del Emperador, del Cesar. Y les pregunta: ¿De quién es esta cara y esta inscripción? A lo que respondieron que del César. Fue entonces cuando Jesús dijo una frase inolvidable: Pues dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios. Hoy nos vamos a fijar en la segunda parte: dar a Dios lo que es de Dios.

Y ¿qué es lo que es de Dios? Pues de Dios somos nosotros mismos y todo lo que tenemos, incluido el tiempo. ¿Es que acaso hacemos algo especial cuando le dedicamos nuestro tiempo que él nos da de balde? ¿Es que tiene algún mérito especial por parte nuestra el venir a misa para honrar al Señor? En realidad es lo menos que podemos hacer. El domingo es del Señor, es el día del Señor. Así como es deber de los padres cuidar de los hijos pequeños o deber de los hijos tender a sus padres mayores  enfermos, también es nuestro deber dar a Dios la alabanza y gloria que Él merece. Y, si nosotros inmerecidamente hemos recibido el don de la fe, no hacemos nada de más en cultivarla y desarrollarla y esforzarnos en que llegue también a otras personas. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es lo piensas hacer tu? Como decíamos en el salmo responsorial, “Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas”.  Es lo que estamos haciendo hoy y debemos seguir haciendo siempre”



Domingo veintiocho del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Antiguamente el ser invitados a una boda era un motivo de alegría. Y si el que invitaba era un rey, sobraban motivos para sentirse feliz. Hoy día quizá no lo sea tanto, porque la economía no está como para  animarse demasiado. Hoy nos dice Jesús que el reino de los cielos se parece un rey que invita a la boda de su hijo. Y además no había que hacer regalo.

El Señor también nos invita a nosotros a seguirle y a ser felices. Hoy concretamente nos ha invitado a un banquete, que es a la Eucaristía,  banquete de su palabra y banquete de su Cuerpo y Sangre. Nos invita a participar en la vida de la Iglesia, a anunciar la Buena Noticia a los demás, a ayudar a quienes nos necesitan...También nos invita, más allá de la muerte, a participar de la gloria del cielo. Para el pueblo de Israel el poder participar en un banquete era un motivo de gozo. Por eso  Isaías compara la vida futura con un banquete de fiesta. Nos dice en la primera lectura: “Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros… Aquí está nuestro Dios… Celebremos y gocemos su salvación”. En el salmo responsorial se insiste en la misma idea: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me falta… “

En el evangelio se narra la parábola del banquete de bodas. Un rey manda invitaciones para la boda de su hijo. Tiene preparado un banquete espléndido. Lo normal sería que los invitados aceptaran llenos de alegría la invitación nada menos que de parte del rey.  Pero todo el mundo busca disculpas. No tienen tiempo, que si viajes, que si negocios, que si trabajos… Y,  además de no ir, maltratan a los criados que llevaban las invitaciones.

Nosotros también somos invitados por el Señor, a través de la Iglesia. ¿Aceptamos su invitación de buena gana o ponemos disculpas? Que si no tenemos tiempo, que si hay cosas más importantes que hacer, que no queremos complicarnos la vida… Dios nos da el tiempo de balde, pero parece que hay tiempo para todo menos para él. Olvidamos que los cementerios están llenos de gente muy ocupada. Aquellos invitados maltrataron a los criados Tampoco faltan ahora aquellos a los que la Iglesia les molesta y, si pudieran, la eliminarían.

El rey, enfadado por la ingratitud de los invitados, mandó a sus tropas a que acabaran con ellos y mandó ir a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encontraran. Y el banquete se llenó de comensales. Con frecuencia aquellos que han sido más mimados por Dios, lo rechazan. Mientras en España muchos de dan de baja como cristianos, en otros países menos favorecidos la respuesta es más generosa. Antes enviábamos misioneros a América. Ahora son ellos que vienen a evangelizarnos.

Tenemos tantas cosas, estamos tan emborrachados por lo material, por el consumo… que despreciamos lo que debería ser nuestra mayor riqueza: Dios mismo. Por eso es oportuno lo que hoy nos dice San Pablo de él mismo: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta.... Y es que Dios es muy generoso. Con él nunca perdemos el tiempo. Y cuando hacemos algo por los demás Dios nos lo paga con creces.

Finalmente la parábola habla de un invitado que fue sin traje de fiesta. En tiempo de  Jesús el que invitaba no solamente ponía la comida, sino también el traje de los invitados. Por lo tanto su fallo consistió en ir con su propio traje y no con el que le ofrecieron. El Señor quiere que no seamos autosuficientes o que pensemos, que nos justificamos por nuestros propios méritos y no por la salvación que el nos ofrece gratuitamente. Es tanto como decir: yo soy bueno y no necesito de Dios. Por eso lo expulsaron del banquete. No caigamos en esa autosuficiencia.



Domingo veintisiete del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Durante estos últimos domingos hay una palabra, o mejor una realidad, de la que se habla constantemente: la viña. Con razón se llama a la Iglesia “la viña del Señor”. Nosotros formamos parte de ella como trabajadores y de nosotros se espera que la viña de fruto. En el caso de la viña de hoy, de la que habla la primera lectura de Isaías, se nos dice que el dueño la cuidaba con todo el esmero, pero que al final todos esos esfuerzos ilusiones sirvieron de muy poco, pues en lugar de uvas dio agrazones, unas uvas verdes y amargas. Estaba tan harto que decidió abandonarla. Esa viña somos cada uno de nosotros. Dios también nos cuida y ama, pero ¿realmente damos los frutos que Dios espera de nosotros? ¿Tendrá Dios motivos para estar harto de nosotros? Esos frutos son el amor a Dios y a los demás con todas las consecuencias, la fe, la generosidad, la justicia, el compromiso…

En el Evangelio Jesús utiliza también el tema de la viña para anunciar el rechazo que iba a recibir. Es como un anticipo de lo que será su pasión y muerte. El dueño arrienda la viña a unos labradores y, cuando envía s sus criados a cobrar las rentas, los labradores los apalean y matan. Finalmente envía su hijo a ver si a él lo respetan. Pero también lo mataron. Los criados representan a los profetas y el hijo de la parábola a Jesús. Entonces el dueño les quita la viña y se la da a otros labradores.

Como dice el salmo responsorial, la viña del Señor es la casa de Israel. Jesús se dirigía al pueblo de Israel, que no hacía caso de los profetas que enviaba al Señor y que se iba a atrever a matarlo a él, al Hijo. Pero, a pesar de todo, se producirá el gran milagro: la resurrección de Jesús. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente". Entonces viene a decir que al pueblo de Israel se le quitará  la viña y se dará a otros viñadores. Se quita al pueblo de Israel para entregarla al nuevo pueblo que es la Iglesia. San Mateo escribe a los cristianos que proceden del judaísmo y que ahora han pasado a formar parte de la Iglesia.

Pero también podría suceder y de hecho sucede que los que formamos parte de la Iglesia podemos caer en los mismos fallos que cometió el pueblo de Israel. Somos mimados por Dios, tenemos todo tipo de facilidades… y, sin embargo, no siempre somos fieles. Como el dueño de la viña, ¿acaso el Señor no  tiene motivos para enfadarse como nosotros y quitárnoslo todo? Uno de los grandes pecados de los que nos llamamos cristianos es el no dar el fruto que Dios espera de nosotros y la ingratitud. Dios nos da a su propio Hijo y en la práctica se le rechaza.

La Iglesia es la viña del Señor y no siempre la cuidamos debidamente. Hagamos nuestra la petición del salmo de hoy: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” No sería difícil poner nombre a las alimañas y a los jabalíes, es decir, a los que tratan de atacar a la Iglesia deseando que se eche a perder.

Siguiendo con la necesidad de la oración, tengamos en cuenta lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Teniendo alSeñor no tenemos que vivir angustiados.

Finalmente miremos a ver en qué necesitamos cambiar para dar el fruto que Dios espera de nosotros, uvas buenas y no agrazones. También Pablo apunta el camino que hemos de seguir:  “Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Un amplio e interesante programa que necesitamos concretar para llevar a la vida de cada día.

 


Domingo veintiocho del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Antiguamente el ser invitados a una boda era un motivo de alegría. Y si el que invitaba era un rey, sobraban motivos para sentirse feliz. Hoy día quizá no lo sea tanto, porque la economía no está como para  animarse demasiado. Hoy nos dice Jesús que el reino de los cielos se parece un rey que invita a la boda de su hijo. Y además no había que hacer regalo.

El Señor también nos invita a nosotros a seguirle y a ser felices. Hoy concretamente nos ha invitado a un banquete, que es a la Eucaristía,  banquete de su palabra y banquete de su Cuerpo y Sangre. Nos invita a participar en la vida de la Iglesia, a anunciar la Buena Noticia a los demás, a ayudar a quienes nos necesitan...También nos invita, más allá de la muerte, a participar de la gloria del cielo. Para el pueblo de Israel el poder participar en un banquete era un motivo de gozo. Por eso  Isaías compara la vida futura con un banquete de fiesta. Nos dice en la primera lectura: “Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros… Aquí está nuestro Dios… Celebremos y gocemos su salvación”. En el salmo responsorial se insiste en la misma idea: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término. El Señor es mi pastor, nada me falta… “

En el evangelio se narra la parábola del banquete de bodas. Un rey manda invitaciones para la boda de su hijo. Tiene preparado un banquete espléndido. Lo normal sería que los invitados aceptaran llenos de alegría la invitación nada menos que de parte del rey.  Pero todo el mundo busca disculpas. No tienen tiempo, que si viajes, que si negocios, que si trabajos… Y,  además de no ir, maltratan a los criados que llevaban las invitaciones.

Nosotros también somos invitados por el Señor, a través de la Iglesia. ¿Aceptamos su invitación de buena gana o ponemos disculpas? Que si no tenemos tiempo, que si hay cosas más importantes que hacer, que no queremos complicarnos la vida… Dios nos da el tiempo de balde, pero parece que hay tiempo para todo menos para él. Olvidamos que los cementerios están llenos de gente muy ocupada. Aquellos invitados maltrataron a los criados Tampoco faltan ahora aquellos a los que la Iglesia les molesta y, si pudieran, la eliminarían.

El rey, enfadado por la ingratitud de los invitados, mandó a sus tropas a que acabaran con ellos y mandó ir a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encontraran. Y el banquete se llenó de comensales. Con frecuencia aquellos que han sido más mimados por Dios, lo rechazan. Mientras en España muchos de dan de baja como cristianos, en otros países menos favorecidos la respuesta es más generosa. Antes enviábamos misioneros a América. Ahora son ellos que vienen a evangelizarnos.

Tenemos tantas cosas, estamos tan emborrachados por lo material, por el consumo… que despreciamos lo que debería ser nuestra mayor riqueza: Dios mismo. Por eso es oportuno lo que hoy nos dice San Pablo de él mismo: “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta.... Y es que Dios es muy generoso. Con él nunca perdemos el tiempo. Y cuando hacemos algo por los demás Dios nos lo paga con creces.

Finalmente la parábola habla de un invitado que fue sin traje de fiesta. En tiempo de  Jesús el que invitaba no solamente ponía la comida, sino también el traje de los invitados. Por lo tanto su fallo consistió en ir con su propio traje y no con el que le ofrecieron. El Señor quiere que no seamos autosuficientes o que pensemos, que nos justificamos por nuestros propios méritos y no por la salvación que el nos ofrece gratuitamente. Es tanto como decir: yo soy bueno y no necesito de Dios. Por eso lo expulsaron del banquete. No caigamos en esa autosuficiencia.



Domingo veintisiete del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Durante estos últimos domingos hay una palabra, o mejor una realidad, de la que se habla constantemente: la viña. Con razón se llama a la Iglesia “la viña del Señor”. Nosotros formamos parte de ella como trabajadores y de nosotros se espera que la viña de fruto. En el caso de la viña de hoy, de la que habla la primera lectura de Isaías, se nos dice que el dueño la cuidaba con todo el esmero, pero que al final todos esos esfuerzos ilusiones sirvieron de muy poco, pues en lugar de uvas dio agrazones, unas uvas verdes y amargas. Estaba tan harto que decidió abandonarla. Esa viña somos cada uno de nosotros. Dios también nos cuida y ama, pero ¿realmente damos los frutos que Dios espera de nosotros? ¿Tendrá Dios motivos para estar harto de nosotros? Esos frutos son el amor a Dios y a los demás con todas las consecuencias, la fe, la generosidad, la justicia, el compromiso…

En el Evangelio Jesús utiliza también el tema de la viña para anunciar el rechazo que iba a recibir. Es como un anticipo de lo que será su pasión y muerte. El dueño arrienda la viña a unos labradores y, cuando envía s sus criados a cobrar las rentas, los labradores los apalean y matan. Finalmente envía su hijo a ver si a él lo respetan. Pero también lo mataron. Los criados representan a los profetas y el hijo de la parábola a Jesús. Entonces el dueño les quita la viña y se la da a otros labradores.

Como dice el salmo responsorial, la viña del Señor es la casa de Israel. Jesús se dirigía al pueblo de Israel, que no hacía caso de los profetas que enviaba al Señor y que se iba a atrever a matarlo a él, al Hijo. Pero, a pesar de todo, se producirá el gran milagro: la resurrección de Jesús. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente". Entonces viene a decir que al pueblo de Israel se le quitará  la viña y se dará a otros viñadores. Se quita al pueblo de Israel para entregarla al nuevo pueblo que es la Iglesia. San Mateo escribe a los cristianos que proceden del judaísmo y que ahora han pasado a formar parte de la Iglesia.

Pero también podría suceder y de hecho sucede que los que formamos parte de la Iglesia podemos caer en los mismos fallos que cometió el pueblo de Israel. Somos mimados por Dios, tenemos todo tipo de facilidades… y, sin embargo, no siempre somos fieles. Como el dueño de la viña, ¿acaso el Señor no  tiene motivos para enfadarse como nosotros y quitárnoslo todo? Uno de los grandes pecados de los que nos llamamos cristianos es el no dar el fruto que Dios espera de nosotros y la ingratitud. Dios nos da a su propio Hijo y en la práctica se le rechaza.

La Iglesia es la viña del Señor y no siempre la cuidamos debidamente. Hagamos nuestra la petición del salmo de hoy: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” No sería difícil poner nombre a las alimañas y a los jabalíes, es decir, a los que tratan de atacar a la Iglesia deseando que se eche a perder.

Siguiendo con la necesidad de la oración, tengamos en cuenta lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Teniendo alSeñor no tenemos que vivir angustiados.

Finalmente miremos a ver en qué necesitamos cambiar para dar el fruto que Dios espera de nosotros, uvas buenas y no agrazones. También Pablo apunta el camino que hemos de seguir:  “Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Un amplio e interesante programa que necesitamos concretar para llevar a la vida de cada día.

 


Domingo veintisiete del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Durante estos últimos domingos hay una palabra, o mejor una realidad, de la que se habla constantemente: la viña. Con razón se llama a la Iglesia “la viña del Señor”. Nosotros formamos parte de ella como trabajadores y de nosotros se espera que la viña de fruto. En el caso de la viña de hoy, de la que habla la primera lectura de Isaías, se nos dice que el dueño la cuidaba con todo el esmero, pero que al final todos esos esfuerzos ilusiones sirvieron de muy poco, pues en lugar de uvas dio agrazones, unas uvas verdes y amargas. Estaba tan harto que decidió abandonarla. Esa viña somos cada uno de nosotros. Dios también nos cuida y ama, pero ¿realmente damos los frutos que Dios espera de nosotros? ¿Tendrá Dios motivos para estar harto de nosotros? Esos frutos son el amor a Dios y a los demás con todas las consecuencias, la fe, la generosidad, la justicia, el compromiso…

En el Evangelio Jesús utiliza también el tema de la viña para anunciar el rechazo que iba a recibir. Es como un anticipo de lo que será su pasión y muerte. El dueño arrienda la viña a unos labradores y, cuando envía s sus criados a cobrar las rentas, los labradores los apalean y matan. Finalmente envía su hijo a ver si a él lo respetan. Pero también lo mataron. Los criados representan a los profetas y el hijo de la parábola a Jesús. Entonces el dueño les quita la viña y se la da a otros labradores.

Como dice el salmo responsorial, la viña del Señor es la casa de Israel. Jesús se dirigía al pueblo de Israel, que no hacía caso de los profetas que enviaba al Señor y que se iba a atrever a matarlo a él, al Hijo. Pero, a pesar de todo, se producirá el gran milagro: la resurrección de Jesús. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente". Entonces viene a decir que al pueblo de Israel se le quitará  la viña y se dará a otros viñadores. Se quita al pueblo de Israel para entregarla al nuevo pueblo que es la Iglesia. San Mateo escribe a los cristianos que proceden del judaísmo y que ahora han pasado a formar parte de la Iglesia.

Pero también podría suceder y de hecho sucede que los que formamos parte de la Iglesia podemos caer en los mismos fallos que cometió el pueblo de Israel. Somos mimados por Dios, tenemos todo tipo de facilidades… y, sin embargo, no siempre somos fieles. Como el dueño de la viña, ¿acaso el Señor no  tiene motivos para enfadarse como nosotros y quitárnoslo todo? Uno de los grandes pecados de los que nos llamamos cristianos es el no dar el fruto que Dios espera de nosotros y la ingratitud. Dios nos da a su propio Hijo y en la práctica se le rechaza.

La Iglesia es la viña del Señor y no siempre la cuidamos debidamente. Hagamos nuestra la petición del salmo de hoy: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” No sería difícil poner nombre a las alimañas y a los jabalíes, es decir, a los que tratan de atacar a la Iglesia deseando que se eche a perder.

Siguiendo con la necesidad de la oración, tengamos en cuenta lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Teniendo alSeñor no tenemos que vivir angustiados.

Finalmente miremos a ver en qué necesitamos cambiar para dar el fruto que Dios espera de nosotros, uvas buenas y no agrazones. También Pablo apunta el camino que hemos de seguir:  “Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Un amplio e interesante programa que necesitamos concretar para llevar a la vida de cada día.

 


Domingo veintisiete del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Durante estos últimos domingos hay una palabra, o mejor una realidad, de la que se habla constantemente: la viña. Con razón se llama a la Iglesia “la viña del Señor”. Nosotros formamos parte de ella como trabajadores y de nosotros se espera que la viña de fruto. En el caso de la viña de hoy, de la que habla la primera lectura de Isaías, se nos dice que el dueño la cuidaba con todo el esmero, pero que al final todos esos esfuerzos ilusiones sirvieron de muy poco, pues en lugar de uvas dio agrazones, unas uvas verdes y amargas. Estaba tan harto que decidió abandonarla. Esa viña somos cada uno de nosotros. Dios también nos cuida y ama, pero ¿realmente damos los frutos que Dios espera de nosotros? ¿Tendrá Dios motivos para estar harto de nosotros? Esos frutos son el amor a Dios y a los demás con todas las consecuencias, la fe, la generosidad, la justicia, el compromiso…

En el Evangelio Jesús utiliza también el tema de la viña para anunciar el rechazo que iba a recibir. Es como un anticipo de lo que será su pasión y muerte. El dueño arrienda la viña a unos labradores y, cuando envía s sus criados a cobrar las rentas, los labradores los apalean y matan. Finalmente envía su hijo a ver si a él lo respetan. Pero también lo mataron. Los criados representan a los profetas y el hijo de la parábola a Jesús. Entonces el dueño les quita la viña y se la da a otros labradores.

Como dice el salmo responsorial, la viña del Señor es la casa de Israel. Jesús se dirigía al pueblo de Israel, que no hacía caso de los profetas que enviaba al Señor y que se iba a atrever a matarlo a él, al Hijo. Pero, a pesar de todo, se producirá el gran milagro: la resurrección de Jesús. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente". Entonces viene a decir que al pueblo de Israel se le quitará  la viña y se dará a otros viñadores. Se quita al pueblo de Israel para entregarla al nuevo pueblo que es la Iglesia. San Mateo escribe a los cristianos que proceden del judaísmo y que ahora han pasado a formar parte de la Iglesia.

Pero también podría suceder y de hecho sucede que los que formamos parte de la Iglesia podemos caer en los mismos fallos que cometió el pueblo de Israel. Somos mimados por Dios, tenemos todo tipo de facilidades… y, sin embargo, no siempre somos fieles. Como el dueño de la viña, ¿acaso el Señor no  tiene motivos para enfadarse como nosotros y quitárnoslo todo? Uno de los grandes pecados de los que nos llamamos cristianos es el no dar el fruto que Dios espera de nosotros y la ingratitud. Dios nos da a su propio Hijo y en la práctica se le rechaza.

La Iglesia es la viña del Señor y no siempre la cuidamos debidamente. Hagamos nuestra la petición del salmo de hoy: “Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa… ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” No sería difícil poner nombre a las alimañas y a los jabalíes, es decir, a los que tratan de atacar a la Iglesia deseando que se eche a perder.

Siguiendo con la necesidad de la oración, tengamos en cuenta lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Teniendo alSeñor no tenemos que vivir angustiados.

Finalmente miremos a ver en qué necesitamos cambiar para dar el fruto que Dios espera de nosotros, uvas buenas y no agrazones. También Pablo apunta el camino que hemos de seguir:  “Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra”. Un amplio e interesante programa que necesitamos concretar para llevar a la vida de cada día.

 


Domingo veintiseis del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Según el Evangelio de hoy, hay dos tipos de cristianos: los que en teoría se creen buenos cristianos, pero que a la hora de la verdad, en la práctica, dejan bastante que desear. Y los que no presumen de ello, pero lo demuestran Probablemente los primeros son muy cumplidores con las prácticas piadosas, pero no se distinguen por el amor al prójimo. Y, además se creen mejores que los demás. Eso pasaba en tiempos de Jesús. Los sacerdotes y ancianos del pueblo no hacían caso de Jesús y, sin embargo, los publicanos y prostitutas sí.

Eso le llevó a Jesús a explicarse con la parábola que terminamos de escuchar. Un padre tiene dos hijos y los manda a trabajar a la viña. El primero le dice que sí, pero no va. Muy buenas palabras, pero que no se corresponden con los hechos. Representa a los que se creen buenos. En cambio el segundo dice que no va, pero finalmente hace lo que le manda su padre. Con frecuencia nos encontramos con personas que no presumen de ser religiosas, pero que se comportan bastante mejor que otras que presumen de ello. Son honradas, generosas, de fiar…

Jesús nunca despreció a aquellas personas que la sociedad de su tiempo marginaba como pecadores. Algunos se celaban de Jesús porque comía con ellos. Pero él lo dejó bien claro: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Este mensaje tiene bastante que ver con lo que hoy nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses. Precisamente uno de los grandes problemas de nuestra sociedad, y también de la Iglesia, es la división y la Y San Pablo advierte: “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. No buscar el propio interés a costa de los demás. Justo lo contrario de lo que estamos viendo constantemente en nuestros días: afán de poder no tanto para servir a los demás cuanto en provecho propio.

Pero Jesús no solamente predica, sino que da ejemplo: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. ¿Tenemos nosotros los mismos sentimientos de Cristo?

Lo de considerar superiores a los demás no es simplemente un consejo. Es la realidad, porque hay un montón de cosas en las que nos superan. Tenemos mucho que aprender de las demás personas a las que con frecuencia despreciamos. La tentación de aparentar ser más que los demás, de ocupar cargos importantes… está a la orden del día, dentro y fuera de la Iglesia. Y sin embargo hay personas sencillas del pueblo de Dios de las que tenemos mucho que aprender.

Por eso entendemos que el Papa haya querido convocar un Sínodo en el que todo el mundo haya podido  hacer aportaciones, en el que se pueda escuchar a todos, en el que no solo participen los obispos, sino también laicos, hombres y mujeres… A primeros de Octubre, después de haber recabado la opinión de los fieles desde el 2021, tendrá lugar una nueva fase en Roma, para culminar en 2024.

Finalmente una referencia a la primera lectura. A veces echamos a Dios la culpa de todo lo que nos pasa, como si fuera injusto, pero son nuestros pecados, la maldad del ser humano la causa de la mayoría de los problemas que hay en el mundo.  Vale la pena volver a recordarlo: “¿Es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá. »

Una buena invitación a la conversión. ¿Acaso no tendremos que cambiar en algo?



Domingo veinticinco del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Cuando Benedicto XVI fue elegido Papa, sus primeras palabras fueron que era “un humilde trabajador en la Viña del Señor”. Pero también nosotros estamos llamados a ser eso mismo. La parábola que hoy nos presenta el Evangelio es la de unos viñadores a los que a lo largo del día va contratando el dueño de la viña. Todos los que estamos aquí también hemos sido llamados, contratados. A quienes contrató a primera hora de la mañana les prometió pagar un denario, es decir, una buena paga. A nosotros nos promete el cielo, la vida  eterna. Tal vez pensamos que eso no tiene gran valor, porque realmente desconocemos en qué consiste. Pero podemos estar seguros de que merece la pena, aunque antes haya que pasar por la muerte.

San Pablo en aquel encuentro con Cristo, que duró menos tiempo que un relámpago, cuando iba camino de Damasco, supo realmente lo que es el cielo y ello le cambió la vida, pasando de ser un perseguidor de los cristianos a ser un gran apóstol del Evangelio. Y por eso se atreve a decir (segunda lectura) que para él la vida es Cristo y una ganancia el morir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Aunque nosotros no tengamos ganas de morir, cuando lleguemos al cielo entenderemos muy bien todo esto.

Volviendo a la parábola, el Señor, a lo largo del día, fue contratando a otros obreros, incluso a última hora. La sorpresa, que no agradó a los de primera hora, que protestaron, es que pagó a todos lo mismo. También Dios da el cielo a los que, aunque sea al final de la vida, lo hayan aceptado. Y no tenemos que tener envidia de que Dios sea tan generoso. Al contrario, deberíamos dar gracias a Dios por haberlo descubierto antes.

Ojalá todos aquellos que  no han querido saber nada de Dios a lo largo de su vida, lleguen por fin a descubrirlo. Nunca es tarde. Pero eso no quiere decir que haya que dejarlo todo para el final. Nos lo dice el profeta Isaías (primera lectura): Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras que está cerca. No se debe desaprovechar ninguna oportunidad. Tal vez para unos sea hoy esa oportunidad. No importa que el pasado haya sido desastroso. Nunca es tarde para convertirse y cambiar de vida, para regresar al Señor.

Decía San Agustín. “Tengo miedo de que pase el Señor y no me dé cuenta”. No vale dejarlo todo para el final. El dueño de la viña, aunque ya estaba a punto de terminar la jornada, no quiso que aquellos que estaban en la plaza sin trabajar se quedaran parados. Y por eso los anima. Hoy también nos anima a nosotros a ir con él, pero también a que no nos resulte indiferente que algunos lleven toda la vida sin querer saber nada de Dios. No hay que darlos por perdidos. Dios es siempre rico en perdón.

Volviendo a la primera lectura de Isaías, no debería pasar desapercibido lo que nos dice Dios a través del profeta: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes”.

Cuántas veces ocurren en nuestra vida cosas que no entendemos, y renegamos de Dios o tenemos la sensación que nos tiene abandonados. Esto suele ocurrir con frecuencia ante la muerte de seres queridos o ante otros acontecimientos que frustran nuestros planes y proyectos. No entendemos nada, pues desconocemos los planes de Dios, que no coinciden con los nuestros. Olvidamos que Dios ve mucho más lejos que nosotros, que tiene otros planes que son mejores. Como decía una canción que fue a Eurovisión: “Solo al final del camino las cosas claras veras, la razón de vivir y el porqué de mil cosas más”. Al final del camino entenderemos, como San Pablo, que solamente Dios puede colmar nuestra ansia de felicidad y que merece la pena vivir y aceptar la invitación del dueño de la viña que, aunque sea a última hora, nos va a recompensar con generosidad.



Domingo veinticinco del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Cuando Benedicto XVI fue elegido Papa, sus primeras palabras fueron que era “un humilde trabajador en la Viña del Señor”. Pero también nosotros estamos llamados a ser eso mismo. La parábola que hoy nos presenta el Evangelio es la de unos viñadores a los que a lo largo del día va contratando el dueño de la viña. Todos los que estamos aquí también hemos sido llamados, contratados. A quienes contrató a primera hora de la mañana les prometió pagar un denario, es decir, una buena paga. A nosotros nos promete el cielo, la vida  eterna. Tal vez pensamos que eso no tiene gran valor, porque realmente desconocemos en qué consiste. Pero podemos estar seguros de que merece la pena, aunque antes haya que pasar por la muerte.

San Pablo en aquel encuentro con Cristo, que duró menos tiempo que un relámpago, cuando iba camino de Damasco, supo realmente lo que es el cielo y ello le cambió la vida, pasando de ser un perseguidor de los cristianos a ser un gran apóstol del Evangelio. Y por eso se atreve a decir (segunda lectura) que para él la vida es Cristo y una ganancia el morir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Aunque nosotros no tengamos ganas de morir, cuando lleguemos al cielo entenderemos muy bien todo esto.

Volviendo a la parábola, el Señor, a lo largo del día, fue contratando a otros obreros, incluso a última hora. La sorpresa, que no agradó a los de primera hora, que protestaron, es que pagó a todos lo mismo. También Dios da el cielo a los que, aunque sea al final de la vida, lo hayan aceptado. Y no tenemos que tener envidia de que Dios sea tan generoso. Al contrario, deberíamos dar gracias a Dios por haberlo descubierto antes.

Ojalá todos aquellos que  no han querido saber nada de Dios a lo largo de su vida, lleguen por fin a descubrirlo. Nunca es tarde. Pero eso no quiere decir que haya que dejarlo todo para el final. Nos lo dice el profeta Isaías (primera lectura): Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras que está cerca. No se debe desaprovechar ninguna oportunidad. Tal vez para unos sea hoy esa oportunidad. No importa que el pasado haya sido desastroso. Nunca es tarde para convertirse y cambiar de vida, para regresar al Señor.

Decía San Agustín. “Tengo miedo de que pase el Señor y no me dé cuenta”. No vale dejarlo todo para el final. El dueño de la viña, aunque ya estaba a punto de terminar la jornada, no quiso que aquellos que estaban en la plaza sin trabajar se quedaran parados. Y por eso los anima. Hoy también nos anima a nosotros a ir con él, pero también a que no nos resulte indiferente que algunos lleven toda la vida sin querer saber nada de Dios. No hay que darlos por perdidos. Dios es siempre rico en perdón.

Volviendo a la primera lectura de Isaías, no debería pasar desapercibido lo que nos dice Dios a través del profeta: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes”.

Cuántas veces ocurren en nuestra vida cosas que no entendemos, y renegamos de Dios o tenemos la sensación que nos tiene abandonados. Esto suele ocurrir con frecuencia ante la muerte de seres queridos o ante otros acontecimientos que frustran nuestros planes y proyectos. No entendemos nada, pues desconocemos los planes de Dios, que no coinciden con los nuestros. Olvidamos que Dios ve mucho más lejos que nosotros, que tiene otros planes que son mejores. Como decía una canción que fue a Eurovisión: “Solo al final del camino las cosas claras veras, la razón de vivir y el porqué de mil cosas más”. Al final del camino entenderemos, como San Pablo, que solamente Dios puede colmar nuestra ansia de felicidad y que merece la pena vivir y aceptar la invitación del dueño de la viña que, aunque sea a última hora, nos va a recompensar con generosidad.



Domingo veinticuatro del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Si tomamos en serio las lecturas de hoy, habría que llegar a la conclusión de que a veces es contraproducente rezar el Padrenuestro. La razón es muy sencilla. En el Padrenuestro decimos a Dios que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Pues bien, uno que no perdona al que le ofende está diciéndole a Dios: no me perdones, porque yo tampoco perdono.

El rencor y la venganza son casi tan antiguos como la humanidad. Y en la actualidad son muchos los que siguen guiándose por estos sentimientos, devolviendo mal por mal. Esa tentación podemos tenerla también  nosotros y con frecuencia se cae en ella. Me han hecho una faena y yo tengo que hacerle otra. Y en caso de no vengarse, se almacena rencor en el corazón y se niega la palabra a los que nos han hecho algún daño. Hay también quienes dicen: perdono, pero no olvido.

La primera lectura hoy es muy clara: “Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? ¿No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”. Y al revés: cuando perdonamos Dios es generoso con nosotros.

Cuando perdonamos nos parecemos a Dios que, como decíamos en el salmo, es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Tal vez se nos ocurra pensar que la paciencia tiene un límite y que parece normal que perdonemos alguna vez, pero que llega el momento en que ya no se puede perdonar. Por eso Pedro le dijo a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Y Jesús dejó muy clara la respuesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Si lo tomamos al pie de la letra, deberemos perdonar al menos 490 veces. No está mal, pero lo que quiere decir es que hay que perdonar siempre. Sí, siempre.

Por si Pedro y los discípulos no entendían Jesús les contó una parábola. Un hombre tenía que ir a la cárcel porque tenía una deuda muy grande con un rey y no la pagaba. Entonces pidió al Rey que le perdonara, y el Señor lo perdonó. Pero cuando salió de allí se encontró con otro que le debía a él una cantidad insignificante y se la reclamó amenazándole gravemente; págame lo que me debes. Al primero le habían perdona mucho y ahora no es capaz de perdonar una pequeña deuda. Enterado el rey, lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el rey, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Al terminar la parábola Jesús dice: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Apliquemos este mensaje a nuestra vida: ¿Te identificas con alguno de los personajes de la parábola? ¿A quién te pareces más? ¿Al rey que perdona una inmensa cantidad porque tiene compasión o al que, después de ser perdonado no perdona? ¿Eres vengativo? ¿Eres rencoroso? ¿Estás dispuesto a perdonar setenta veces siete? Entiendo que pueda parecer difícil, pero merece la pena porque nos hace semejantes a Dios que “no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. El perdonar nos engrandece, pero la venganza y el rencor son prueba de nuestra poca categoría. Cuando uno perdona tiene motivos para sentirse bien y para esperar que Dios atienda nuestras oraciones



Domingo veintitrés del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Cuando alguien hace algo malo, lo que se suele hacer con más frecuencia es criticarlo a sus espaldas. Eso ayuda a mejorar la situación, si no se lo decimos personalmente. Tampoco es cuestión de echárselo a la cara con arrogancia, sino que tenemos que hacerlo con humildad y sin ofender. Y a su vez también estar nosotros dispuestos a aceptar las correcciones. No es tarea fácil, pero la corrección fraterna es muy saludable.

Hoy el profeta Ezequiel nos advierte de la importancia de esta corrección haciéndonos responsables de la mala conducta de aquellos a quienes no les advertimos de ella. Pero en la práctica es bastante difícil porque la gente no está dispuesta a oír correcciones y, además, no siempre podemos tener razón. No obstante hay casos en los que es especialmente necesaria esta corrección, por ejemplo de los padres a los hijos, o de los educadores…

En el Evangelio se insiste en la misma idea. Y se dan unas pautas para la corrección fraterna. No obstante en este caso concreto Mateo se dirige a su comunidad y señal qué es lo que se debe hacer cuando algunos de sus miembros falla.

Hoy vamos a servirnos de una homilía pronunciada por el Papa Francisco para comentar este Evangelio:

El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: o sea cómo debo corregir a otro cristiano cuando hace algo que no está bien. Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra mí, me ofende, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que ha cometido; si, no obstante esto, no acoge la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.

Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es ante todo necesario evitar el clamor de la habladuría y el cotilleo de la comunidad -ésta es la primera cosa, evitar esto-. Ve y corrígelo en privado (v. 15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal. Cuando hago una crítica injusta, esto es matar la reputación del otro. También las palabras matan. Estemos atentos a esto. Al mismo tiempo esta discreción tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Es a la luz de esta exigencia que se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testimonios y luego incluso de la comunidad. El objetivo es aquel de ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. Pero también ayudarnos a librarnos de la ira o del resentimiento, que sólo nos hacen mal: aquella amargura del corazón que trae la ira y el resentimiento y que nos llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano ¿Entendido? Insultar no es cristiano.

En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana. Es un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma consciencia que me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me equivocado primero y que me equivoco tantas veces.

Por esto, al inicio de la Misa, estamos siempre invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabras y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos ¡ten piedad de mí, Señor, que soy pecador! Confieso, a Dios omnipotente, mis pecados. ¿O nosotros decimos: Señor ten piedad de éste que está junto a mí o de ésta, que son pecadores? ¡No! ¡Ten piedad de mí! Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús que nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cfr. Mt 22, 9-10). Y entre las condiciones que acomunan a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a Misa: todos somos pecadores y a todos Dios dona su misericordia. Son dos condiciones que abren las puertas de par en par para entrar bien a Misa. Debemos recordar esto siempre antes de ir hacia el hermano para la corrección fraterna”.

Domingo veintidos del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Hay quien piensa que ser cristiano es algo fácil y, sobre todo, que ello evita tener problemas y complicaciones. Dicho de otra manera: algunos están tentados a abandonar la fe cuando se encuentran con dificultades, cuando todo parece ponerse en contra. Pero también los hay que por nada del mundo dejan de confiar en el Señor y que lo dan todo por Él.

Es el caso del profeta Jeremías. El Señor lo llamó para ser su mensajero y la gente se reía de él y le hacían burla y tenía la tentación de no hablar más en nombre de Dios. Pero al mismo tiempo sentía una fuerza interior muy grande, como un fuego ardiente. “Me sedujiste, Señor. Eras más fuerte que yo y me pudiste”. Es posible que también nosotros hayamos experimentado esta fuerza, que es un regalo del Espíritu Santo.

Jesús, al igual que Jeremías, también tenía mucha oposición y ya advirtió a los Apóstoles que iba a padecer mucho, que los ancianos, sumos sacerdote y escribas le iban a perseguir. Más aun, que lo iban a matar. Pero ellos no lo entendían y Pedro le dijo a Jesús que eso no podía ser. Y Jesús se enfadó, llamándole a Pedro Satanás: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Y a continuación les deja muy claro: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.

La pregunta que hoy el Señor nos hace es: ¿Hay alguna cruz en tu vida? Seguro que sí. Mira a ver cuáles son la mayores dificultades que encuentras ¿Cómo llevas esa cruz o esas cruces? Puede ser que no te aceptas como eres, que te cuesta aceptar a las personas más, cercanas; puede ser un problema económico, un fracaso sentimental, una enfermedad, el rechazo que experimentas de otras personas, que nadie te comprende, que no te gusta el ambiente que te rodea, que te cuesta asumir tu historia…

El profeta Jeremías, al igual que Jesús, experimentaba el rechazo de la  gente. Y tal vez a ti te cuesta aceptar que hay muchas personas a tu alrededor que se ríen de tus creencias, que desprecian a Dios, que no aceptan a Jesús en sus vidas, que te miran como a un bicho raro. Y tu empiezas a pensar que estás equivocado y te desanimas. Pero por otra parte te das cuenta de que Dios está contigo, de que no puedes tirar la toalla, que sin Dios en tu vida experimentarías un enorme vacío.

De hecho los que se apartan de Dios no son más felices ni les espera mejor futuro. Por algo Jesús dice: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Hay muchas personas obsesionadas por ganarse el mundo, por enriquecerse, por ser famosas, por disfrutar… como si nunca tuvieran que morir, como si al final nadie les fuera a pedir cuentas, olvidando que el Señor vendrá y pagará a cada uno según su conducta.

Pero Jesús no solo anuncia su muerte, sino también su resurrección. Tampoco nosotros nos quedamos en que hay que cargar con una cruz que nos lleva simplemente al sufrimiento y a la muerte. Eso no nos serviría de nada. Estamos destinados a la vida eterna, y no podemos olvidar que esta vida es pasajera. En el salmo hemos repetido: Mi alma está sedienta de ti, Señor. Tenemos sed de felicidad y solamente Dios podrá saciarnos plenamente. Con razón nos dice San Pablo en la segunda lectura: No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Eso quiere decir que no todo vale, aunque por desgracia son muchos los que no distinguen el bien del mal. Hay mucha confusión. Damos gracias a Dios porque nos ayuda a conocer su voluntad. Hoy el Señor quiere animarnos y nos dice que no tengamos miedo a seguirle, aunque no siempre el ambiente sea favorable. Ojalá experimentemos como Jeremías que el Señor nos ha seducido y que nada ni nadie será capaz de apartarnos de Él.

Domingo veintitrés del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Cuando alguien hace algo malo, lo que se suele hacer con más frecuencia es criticarlo a sus espaldas. Eso ayuda a mejorar la situación, si no se lo decimos personalmente. Tampoco es cuestión de echárselo a la cara con arrogancia, sino que tenemos que hacerlo con humildad y sin ofender. Y a su vez también estar nosotros dispuestos a aceptar las correcciones. No es tarea fácil, pero la corrección fraterna es muy saludable.

Hoy el profeta Ezequiel nos advierte de la importancia de esta corrección haciéndonos responsables de la mala conducta de aquellos a quienes no les advertimos de ella. Pero en la práctica es bastante difícil porque la gente no está dispuesta a oír correcciones y, además, no siempre podemos tener razón. No obstante hay casos en los que es especialmente necesaria esta corrección, por ejemplo de los padres a los hijos, o de los educadores…

En el Evangelio se insiste en la misma idea. Y se dan unas pautas para la corrección fraterna. No obstante en este caso concreto Mateo se dirige a su comunidad y señal qué es lo que se debe hacer cuando algunos de sus miembros falla.

Hoy vamos a servirnos de una homilía pronunciada por el Papa Francisco para comentar este Evangelio:

El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: o sea cómo debo corregir a otro cristiano cuando hace algo que no está bien. Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra mí, me ofende, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que ha cometido; si, no obstante esto, no acoge la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.

Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es ante todo necesario evitar el clamor de la habladuría y el cotilleo de la comunidad -ésta es la primera cosa, evitar esto-. Ve y corrígelo en privado (v. 15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal. Cuando hago una crítica injusta, esto es matar la reputación del otro. También las palabras matan. Estemos atentos a esto. Al mismo tiempo esta discreción tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Es a la luz de esta exigencia que se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testimonios y luego incluso de la comunidad. El objetivo es aquel de ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. Pero también ayudarnos a librarnos de la ira o del resentimiento, que sólo nos hacen mal: aquella amargura del corazón que trae la ira y el resentimiento y que nos llevan a insultar y a agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano ¿Entendido? Insultar no es cristiano.

En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana. Es un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma consciencia que me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me equivocado primero y que me equivoco tantas veces.

Por esto, al inicio de la Misa, estamos siempre invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabras y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos ¡ten piedad de mí, Señor, que soy pecador! Confieso, a Dios omnipotente, mis pecados. ¿O nosotros decimos: Señor ten piedad de éste que está junto a mí o de ésta, que son pecadores? ¡No! ¡Ten piedad de mí! Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús que nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cfr. Mt 22, 9-10). Y entre las condiciones que acomunan a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a Misa: todos somos pecadores y a todos Dios dona su misericordia. Son dos condiciones que abren las puertas de par en par para entrar bien a Misa. Debemos recordar esto siempre antes de ir hacia el hermano para la corrección fraterna”.

Domingo veintidos del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Hay quien piensa que ser cristiano es algo fácil y, sobre todo, que ello evita tener problemas y complicaciones. Dicho de otra manera: algunos están tentados a abandonar la fe cuando se encuentran con dificultades, cuando todo parece ponerse en contra. Pero también los hay que por nada del mundo dejan de confiar en el Señor y que lo dan todo por Él.

Es el caso del profeta Jeremías. El Señor lo llamó para ser su mensajero y la gente se reía de él y le hacían burla y tenía la tentación de no hablar más en nombre de Dios. Pero al mismo tiempo sentía una fuerza interior muy grande, como un fuego ardiente. “Me sedujiste, Señor. Eras más fuerte que yo y me pudiste”. Es posible que también nosotros hayamos experimentado esta fuerza, que es un regalo del Espíritu Santo.

Jesús, al igual que Jeremías, también tenía mucha oposición y ya advirtió a los Apóstoles que iba a padecer mucho, que los ancianos, sumos sacerdote y escribas le iban a perseguir. Más aun, que lo iban a matar. Pero ellos no lo entendían y Pedro le dijo a Jesús que eso no podía ser. Y Jesús se enfadó, llamándole a Pedro Satanás: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Y a continuación les deja muy claro: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.

La pregunta que hoy el Señor nos hace es: ¿Hay alguna cruz en tu vida? Seguro que sí. Mira a ver cuáles son la mayores dificultades que encuentras ¿Cómo llevas esa cruz o esas cruces? Puede ser que no te aceptas como eres, que te cuesta aceptar a las personas más, cercanas; puede ser un problema económico, un fracaso sentimental, una enfermedad, el rechazo que experimentas de otras personas, que nadie te comprende, que no te gusta el ambiente que te rodea, que te cuesta asumir tu historia…

El profeta Jeremías, al igual que Jesús, experimentaba el rechazo de la  gente. Y tal vez a ti te cuesta aceptar que hay muchas personas a tu alrededor que se ríen de tus creencias, que desprecian a Dios, que no aceptan a Jesús en sus vidas, que te miran como a un bicho raro. Y tu empiezas a pensar que estás equivocado y te desanimas. Pero por otra parte te das cuenta de que Dios está contigo, de que no puedes tirar la toalla, que sin Dios en tu vida experimentarías un enorme vacío.

De hecho los que se apartan de Dios no son más felices ni les espera mejor futuro. Por algo Jesús dice: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Hay muchas personas obsesionadas por ganarse el mundo, por enriquecerse, por ser famosas, por disfrutar… como si nunca tuvieran que morir, como si al final nadie les fuera a pedir cuentas, olvidando que el Señor vendrá y pagará a cada uno según su conducta.

Pero Jesús no solo anuncia su muerte, sino también su resurrección. Tampoco nosotros nos quedamos en que hay que cargar con una cruz que nos lleva simplemente al sufrimiento y a la muerte. Eso no nos serviría de nada. Estamos destinados a la vida eterna, y no podemos olvidar que esta vida es pasajera. En el salmo hemos repetido: Mi alma está sedienta de ti, Señor. Tenemos sed de felicidad y solamente Dios podrá saciarnos plenamente. Con razón nos dice San Pablo en la segunda lectura: No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Eso quiere decir que no todo vale, aunque por desgracia son muchos los que no distinguen el bien del mal. Hay mucha confusión. Damos gracias a Dios porque nos ayuda a conocer su voluntad. Hoy el Señor quiere animarnos y nos dice que no tengamos miedo a seguirle, aunque no siempre el ambiente sea favorable. Ojalá experimentemos como Jeremías que el Señor nos ha seducido y que nada ni nadie será capaz de apartarnos de Él.

Domingo veintidos del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 


Hay quien piensa que ser cristiano es algo fácil y, sobre todo, que ello evita tener problemas y complicaciones. Dicho de otra manera: algunos están tentados a abandonar la fe cuando se encuentran con dificultades, cuando todo parece ponerse en contra. Pero también los hay que por nada del mundo dejan de confiar en el Señor y que lo dan todo por Él.

Es el caso del profeta Jeremías. El Señor lo llamó para ser su mensajero y la gente se reía de él y le hacían burla y tenía la tentación de no hablar más en nombre de Dios. Pero al mismo tiempo sentía una fuerza interior muy grande, como un fuego ardiente. “Me sedujiste, Señor. Eras más fuerte que yo y me pudiste”. Es posible que también nosotros hayamos experimentado esta fuerza, que es un regalo del Espíritu Santo.

Jesús, al igual que Jeremías, también tenía mucha oposición y ya advirtió a los Apóstoles que iba a padecer mucho, que los ancianos, sumos sacerdote y escribas le iban a perseguir. Más aun, que lo iban a matar. Pero ellos no lo entendían y Pedro le dijo a Jesús que eso no podía ser. Y Jesús se enfadó, llamándole a Pedro Satanás: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Y a continuación les deja muy claro: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.

La pregunta que hoy el Señor nos hace es: ¿Hay alguna cruz en tu vida? Seguro que sí. Mira a ver cuáles son la mayores dificultades que encuentras ¿Cómo llevas esa cruz o esas cruces? Puede ser que no te aceptas como eres, que te cuesta aceptar a las personas más, cercanas; puede ser un problema económico, un fracaso sentimental, una enfermedad, el rechazo que experimentas de otras personas, que nadie te comprende, que no te gusta el ambiente que te rodea, que te cuesta asumir tu historia…

El profeta Jeremías, al igual que Jesús, experimentaba el rechazo de la  gente. Y tal vez a ti te cuesta aceptar que hay muchas personas a tu alrededor que se ríen de tus creencias, que desprecian a Dios, que no aceptan a Jesús en sus vidas, que te miran como a un bicho raro. Y tu empiezas a pensar que estás equivocado y te desanimas. Pero por otra parte te das cuenta de que Dios está contigo, de que no puedes tirar la toalla, que sin Dios en tu vida experimentarías un enorme vacío.

De hecho los que se apartan de Dios no son más felices ni les espera mejor futuro. Por algo Jesús dice: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Hay muchas personas obsesionadas por ganarse el mundo, por enriquecerse, por ser famosas, por disfrutar… como si nunca tuvieran que morir, como si al final nadie les fuera a pedir cuentas, olvidando que el Señor vendrá y pagará a cada uno según su conducta.

Pero Jesús no solo anuncia su muerte, sino también su resurrección. Tampoco nosotros nos quedamos en que hay que cargar con una cruz que nos lleva simplemente al sufrimiento y a la muerte. Eso no nos serviría de nada. Estamos destinados a la vida eterna, y no podemos olvidar que esta vida es pasajera. En el salmo hemos repetido: Mi alma está sedienta de ti, Señor. Tenemos sed de felicidad y solamente Dios podrá saciarnos plenamente. Con razón nos dice San Pablo en la segunda lectura: No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Eso quiere decir que no todo vale, aunque por desgracia son muchos los que no distinguen el bien del mal. Hay mucha confusión. Damos gracias a Dios porque nos ayuda a conocer su voluntad. Hoy el Señor quiere animarnos y nos dice que no tengamos miedo a seguirle, aunque no siempre el ambiente sea favorable. Ojalá experimentemos como Jeremías que el Señor nos ha seducido y que nada ni nadie será capaz de apartarnos de Él.

Domingo veintiuno del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Imagina que alguien viene haciendo una encuesta y va  preguntando a la gente: ¿Quién es para ti Jesucristo? Seguro que habría respuestas muy variadas.

Es la pregunta que hizo Jesús a los Apóstoles: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Los Apóstoles le manifestaron que había diferentes opiniones, en general bastante buenas, pues pensaban que Jesús  sería uno de los grandes profetas, que había resucitado: Juan Bautista, Elías, Jeremías… No obstante a Jesús lo que más interesaba era la respuesta de los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? También ahora Jesús ahora te pregunta a ti: ¿Quién soy yo para ti? Piensa un momento qué le respondes…

Si se hace esta pregunta al resto de la gente seguro que muchos responderían que se trata de un personaje muy importante, muy influyente, una gran persona… No faltaría tampoco quien dijera que se trata de un personaje que nunca existió. Hay gente pa todo. Pero ahora interesa lo que realmente piensas tú.

Cuando Jesús pregunta a los Apóstoles: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? los Apóstoles se quedan callados y solamente contesta Simón Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús felicita a Simón Pedro porque eso no es algo que se le ocurrió sin más, sino porque eso no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en los cielos. De la misma manera que, cuando nosotros reconocemos que Jesús es el Hijo de Dios, tampoco es mérito nuestro, porque la fe es un don de Dios. Pero, además, Jesús le encomienda a Simón una misión especial: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. Le cambia el nombre para significar que le va a dar un poder especial. Es el poder que le da a la Iglesia y dentro de ella al Papa, para guiarnos en el camino de la fe.

Cuando Jesús cambia el nombre a Simón y le llama Pedro, es decir, piedra, roca… está hablando de cimiento firme, de seguridad. Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. El ministerio del Papa nos da seguridad. Y por eso es muy de agradecer. Por eso se equivocan los que se apartan de las enseñanzas del Papa y de la Iglesia.

La primer lectura, del profeta Isaías, nos cuenta cómo Dios llama a Eliacín, hijo de Elías, entregándole una llave del palacio de David para que sea el quien decida las puertas que deben abrirse o cerrarse, es como un anticipo del poder que Jesús entrega a Pedro: te daré las llaves del Reino: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.  No hay que ver en los sucesores de Pedro la imposición de un poder, sino una garantía que nos da seguridad en medio de tanta confusión.

Pero volvamos a la pregunta de quién es para ti Jesucristo ¿Es Dios o es un ser humano más? Si es Dios, no puede haber nadie más importante que Él, no puede dejarnos indiferente. No es un personaje del pasado, sino alguien que siempre está presente, que nos ama, nos ve, nos habla, nos escucha y a quien tenemos que amar, hablar, escuchar… Una súplica que debería estar siempre en nuestros labios es lo que hemos dicho en el salmo responsorial: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

San Pablo en la carta a los Romanos nos describe en pocas palabras la importancia de Jesús: Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Cuando decimos que él es el origen quiere decir que debemos a él nuestra existencia y la existencia del mundo. Cuando le llamamos guía, quiere decir que tenemos que tenerlo siempre en cuenta. Él nos, nos acompaña, nos ayuda constantemente. Y cuando decimos que es meta es porque lo que da sentido a la vida es encontrarnos definitivamente con Él.

Si alguien te pregunta quién es para ti Jesucristo, ¿le dirías cuando acabamos de explicar sobre Él? En tu vida de cada día ¿eres consciente de esta presencia de Jesús? ¿Te das cuenta que es el mismo con que nos encontramos ahora en la Eucaristía?

Domingo veinte del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Rezar es mucho más que pedir, pero también es pedir. Tal vez haya personas que nunca se han dirigido a Dios para alabarlo, para darle gracias o para pedirle perdón, pero pocos habrá que no se hayan dirigido alguna vez a Dios para pedirle algo. Hoy el Evangelio nos habla de una mujer extranjera, la mujer cananea, que no pertenecía al pueblo de Israel, y que, sin embargo, al saber que Jesús pasaba por su tierra, cerca de Tiro y Sidón, dos ciudades paganas, se acercó a Jesús para pedirle un favor: que curara a su hija, que tenía un demonio muy malo.  

La mujer no paraba de gritar para que Jesús atendiera su petición, pero Jesús no le hacía caso ninguno. Hasta el punto de que fueron los Apóstoles los que le dijeron a Jesús que, por favor, la atendiera. No es de extrañar que la mujer estuviera un poco desilusionada, al igual que nosotros cuando  pedimos algo a Dios y tenemos la impresión de que no nos escucha. Sin embargo, Jesús sí que la escuchaba, y como la mujer insistiese, contestó que sólo había venido para atender  las ovejas descarriadas de Israel. Ella era una extranjera. Tenía, pues, más motivos para sentirse decepcionada, pero seguía insistiendo: Señor, socórreme. Hay personas que llega el momento en que se cansan de pedir a Dios, se desaniman. Esta mujer, no se desanimó.

Por si lo anterior fuera poco, Jesús ahora casi llega a insultarla. Ella era una mujer extranjera y a los extranjeros les llamaban perros. Y Jesús le llama perra. Lo que faltaba: No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Eso era ya como para dejarlo en paz y no insistir. Hay veces que pides algo a Dios y parece que no solo no te lo concede, sino que no quiere saber nada de ti.

La mujer no tira la toalla y le contesta: Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Está claro que Jesús siempre estaba dispuesto a ayudarle, pero quería probar su fe. Y lo comprobó: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija. El Señor también nos prueba a nosotros, si bien a veces da la impresión de que somos nosotros los que pretendemos probarlo a Él.

En realidad este relato tiene un componente especial: que la mujer era extranjera y demostraba tener bastante más fe que los del pueblo de Israel, el pueblo elegido por Dios, que no siempre hizo caso a Jesús. El propio San Pablo, en la Carta a los Romanos se lamenta que los de su raza, los judíos, no aceptaran a Jesús. Una idea parecida nos ofrece la primera lectura, de Isaías, el deseo de atraer a todos los pueblos a su Monte Santo. Y por eso en el salmo manifestamos el deseo de que todos los pueblos alaben al Señor: Oh Dios que todos los pueblos te alaben.

También hoy los cristianos, que nos creemos los mejores, tendemos a despreciar a gentes de otras religiones, que si bien no han tenido la suerte de conocer a Jesucristo, muchas veces nos dan ejemplo a la hora de vivir su fe con todas las consecuencias. Esto contrasta con la dejadez y apatía de muchos  bautizados. Ellos se comportan como la mujer cananea y nosotros como las ovejas descarriadas de Israel.

Apenas hemos hablado de la curación de la hija, que tenía un demonio muy malo. Nosotros podemos pedir muchas cosas a Dios, pero tal vez no se nos ocurre hacer la misma petición de aquella buena mujer: que nos libre de tantos “demonios” como nos invaden: el demonio de la mentira, del egoísmo, de la falta de fe y de otros muchos…

Domingo veinte del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Rezar es mucho más que pedir, pero también es pedir. Tal vez haya personas que nunca se han dirigido a Dios para alabarlo, para darle gracias o para pedirle perdón, pero pocos habrá que no se hayan dirigido alguna vez a Dios para pedirle algo. Hoy el Evangelio nos habla de una mujer extranjera, la mujer cananea, que no pertenecía al pueblo de Israel, y que, sin embargo, al saber que Jesús pasaba por su tierra, cerca de Tiro y Sidón, dos ciudades paganas, se acercó a Jesús para pedirle un favor: que curara a su hija, que tenía un demonio muy malo.  

La mujer no paraba de gritar para que Jesús atendiera su petición, pero Jesús no le hacía caso ninguno. Hasta el punto de que fueron los Apóstoles los que le dijeron a Jesús que, por favor, la atendiera. No es de extrañar que la mujer estuviera un poco desilusionada, al igual que nosotros cuando  pedimos algo a Dios y tenemos la impresión de que no nos escucha. Sin embargo, Jesús sí que la escuchaba, y como la mujer insistiese, contestó que sólo había venido para atender  las ovejas descarriadas de Israel. Ella era una extranjera. Tenía, pues, más motivos para sentirse decepcionada, pero seguía insistiendo: Señor, socórreme. Hay personas que llega el momento en que se cansan de pedir a Dios, se desaniman. Esta mujer, no se desanimó.

Por si lo anterior fuera poco, Jesús ahora casi llega a insultarla. Ella era una mujer extranjera y a los extranjeros les llamaban perros. Y Jesús le llama perra. Lo que faltaba: No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Eso era ya como para dejarlo en paz y no insistir. Hay veces que pides algo a Dios y parece que no solo no te lo concede, sino que no quiere saber nada de ti.

La mujer no tira la toalla y le contesta: Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Está claro que Jesús siempre estaba dispuesto a ayudarle, pero quería probar su fe. Y lo comprobó: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija. El Señor también nos prueba a nosotros, si bien a veces da la impresión de que somos nosotros los que pretendemos probarlo a Él.

En realidad este relato tiene un componente especial: que la mujer era extranjera y demostraba tener bastante más fe que los del pueblo de Israel, el pueblo elegido por Dios, que no siempre hizo caso a Jesús. El propio San Pablo, en la Carta a los Romanos se lamenta que los de su raza, los judíos, no aceptaran a Jesús. Una idea parecida nos ofrece la primera lectura, de Isaías, el deseo de atraer a todos los pueblos a su Monte Santo. Y por eso en el salmo manifestamos el deseo de que todos los pueblos alaben al Señor: Oh Dios que todos los pueblos te alaben.

También hoy los cristianos, que nos creemos los mejores, tendemos a despreciar a gentes de otras religiones, que si bien no han tenido la suerte de conocer a Jesucristo, muchas veces nos dan ejemplo a la hora de vivir su fe con todas las consecuencias. Esto contrasta con la dejadez y apatía de muchos  bautizados. Ellos se comportan como la mujer cananea y nosotros como las ovejas descarriadas de Israel.

Apenas hemos hablado de la curación de la hija, que tenía un demonio muy malo. Nosotros podemos pedir muchas cosas a Dios, pero tal vez no se nos ocurre hacer la misma petición de aquella buena mujer: que nos libre de tantos “demonios” como nos invaden: el demonio de la mentira, del egoísmo, de la falta de fe y de otros muchos…

Solemnidad de la Asunción
de la Santísima Virgen María

Hoy ofrecemos una preciosa homilía de Benedicto XVI


Queridos hermanos y hermanas:

En su gran obra «La ciudad de Dios», san Agustín dice en una ocasión que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lucha entre dos amores: el amor de Dios hasta la pérdida de sí mismo, hasta la entrega de sí mismo, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hasta el odio de los demás. Esta misma interpretación de la historia, como lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada del Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí, estos dos amores, aparecen en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragón rojo, fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante de poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.

En el momento en el que san Juan escribió el Apocalipsis, para él este dragón se materializaba en el poder de los emperadores romanos anticristianos, desde Nerón hasta Domiciano. Este poder parecía ilimitado; el poder militar, político, propagandístico del imperio romano era tal que ante él la Iglesia daba la impresión de ser una mujer indefensa, sin posibilidad de supervivencia, y mucho menos de vencer. ¿Quién podía oponerse a este poder omnipresente, que parecía capaz de todo? Y, sin embargo, sabemos que al final venció la mujer indefensa, no venció el egoísmo ni el odio; venció el amor de Dios y el imperio romano se abrió a la fe cristiana.

Las palabras de la Sagrada Escritura trascienden siempre el momento histórico. De este modo, este dragón no sólo hace referencia al poder anticristiano de los perseguidores de la Iglesia de aquel tiempo, sino a las dictaduras materialistas anticristianas de todos los períodos. Vemos cómo se materializa de nuevo este poder, esta fuerza del dragón rojo, en las grandes dictadoras del siglo pasado: la dictadura del nazismo y la dictadura de Stalin tenían todo el poder, penetraban todos los rincones. Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir ante este dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño y a la mujer, la Iglesia. Pero, en realidad, también en este caso al final el amor fue más fuerte que el odio.

También hoy existe el dragón, de maneras nuevas, diferentes. Existe en la forma de las ideologías materialistas que nos dicen: es absurdo pensar en Dios; es absurdo cumplir con los mandamientos de Dios; es algo del pasado. Lo único que vale la pena es vivir la vida. Sacar de este breve momento de la vida todo lo que se puede vivir. Sólo vale el consumo, el egoísmo, la diversión. Esta es la vida. Así tenemos que vivir. Y de nuevo parece absurdo, imposible, oponerse a esta mentalidad dominante, con toda su fuerza mediática, propagandística. Hoy parece imposible seguir pensando en un Dios que ha creado al hombre y que se ha hecho niño y que sería el auténtico dominador del mundo. También ahora este dragón parece invencible, pero también ahora sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón, que quien vence es el amor y no el egoísmo.

Tras considerar las diferentes configuraciones históricas del dragón, veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, rodeada de doce estrellas. Esta imagen también es multidimensional.

Un primer significado, sin duda, es la Virgen, María vestida de sol, es decir de Dios; María, que vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada por la luz de Dios. Circunda de doce estrellas, es decir, de las doce tribus de Israel, de todo el Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos y, a sus pies, la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María ha dejado tras de sí la muerte; está totalmente vestida de vida, ha sido elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios y de este modo, en la gloria, tras haber superado la muerte, nos dice: «Ánimo, ¡al final vence el amor!. Mi vida consistía en decir: “Soy la sierva de Dios”. Mi vida era entrega de mí misma por Dios y por el prójimo. Y esta vida de servicio ahora llega en la auténtica vida. Tened confianza, tened el valor de vivir así también vosotros, contra todas las amenazas del dragón». Este es el primer significado de la mujer que María ha llegado a ser. La «mujer vestida de sol» es el gran signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de Dios. Gran signo de consuelo.

Pero, además, esta mujer que sufre, que tiene que huir, que da a luz con un grito de dolor, es también la Iglesia, la Iglesia peregrina de todos los tiempos. En todas las generaciones tiene que volver a dar a luz a Cristo, llevarle al mundo con gran dolor en este mundo que sufre. En todos los tiempos es perseguida, vive casi en el desierto perseguida por el dragón. Pero, en todos los tiempos, la Iglesia, el Pueblo de Dios, vive también de la luz de Dios y es alimentado, como dice el Evangelio, por Dios, alimentado con el pan de la santa Eucaristía. De este modo, en toda tribulación, en todas las diferentes situaciones de la Iglesia a través de los tiempos, en las diferentes partes del mundo, vence sufriendo. Y es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.

También hoy vemos ciertamente que el dragón quiere devorar al Dios hecho niño. No tengáis miedo por este Dios aparentemente débil. La lucha ya ha sido superada. También hoy este Dios débil es fuerte: es la verdadera fuerza. Y de este modo, la fiesta de la Asunción, es una invitación a tener confianza en Dios y a imitar a María en lo que ella misma dijo: «Soy la sierva del Señor, me pongo a disposición del Señor». Esta es la lección: seguir su camino, dar nuestra vida y no tomar la vida. Precisamente de este modo nos ponemos en el camino del amor que significa perderse, pero un perderse que en realidad es el único camino para encontrarse verdaderamente, para encontrar la auténtica vida.

Contemplemos a María, subida al cielo. Dejémonos alentar en la fe y en la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe, aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El amor es más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: «Bendita tú eres entre la mujeres». «Te imploramos con toda la Iglesia: santa María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.»



Domingo diecinueve Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez


Empezamos con una pregunta: ¿Cómo se encuentra mejor a Dios, en el ruido o en el silencio? Claro que hay que distinguir dos tipos de silencio y de ruido: el exterior y el interior. Uno puede estar en un lugar tranquilo y silencioso exteriormente, pero su mente puede estar llena de preocupaciones y problemas: ruido interior.

Viene esto a propósito de la primera lectura que dice que el profeta Elías, que estaba en una cueva, recibe el anuncio de que va a tener una visita de Dios. Para el pueblo de Israel Dios solía manifestarse a veces en medio de truenos y relámpagos, de fuegos, o de catástrofes naturales como el Diluvio… Elías espera la visita del Señor, pero no se apareció en ninguno de los fenómenos que ocurrieron a continuación: huracán, terremoto, fuego... sino en una brisa suave, de manera tranquila y sencilla. Podríamos decir que Dios se manifiesta en el silencio.

El Evangelio nos cuenta cómo Jesús, después de una jornada de intensa actividad, busca un lugar tranquilo y silencioso para hacer oración, para hablar con el Padre. También nosotros, a veces super ocupados necesitamos hacer una pausa y buscar tiempo para encontrarnos con el Señor. Así por ejemplo, el hacer tiempo para participar en la Eucaristía es también una forma de hacer esto posible. Afortunadamente hay muchas personas que no solamente han  descubierto la importancia de asistir a la misa dominical, sino que sienten esa necesidad durante otros días de la semana. Por supuesto que en casa, en el campo, mientras se viaja… siempre es posible dejar a Dios hacerse presente en nuestra vida, hablarle, escucharle…

Pero también las tempestades pueden ser una ocasión propicia para sentir la necesidad de encontrarnos con Dios. En el Evangelio de hoy lo vemos claramente. Estaban los Apóstoles pescando en el Lago de Galilea y de madrugada se aparece Jesús caminando sobre el agua. Ellos se llenan de miedo pensando que es un fantasma. Ciertamente Dios no es un fantasma, no es un fruto de nuestra fantasía y de nuestra imaginación, aunque a veces tengamos la tentación de pensarlo. Tal vez se nos ocurre pedirle pruebas de que existe, de que está ahí, algún milagro. Lo cierto es que Dios también nos da muchas pruebas. Pues bien,  Pedro así lo hizo: Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre las aguas. Y Jesús le dice que se acerque a él. Pero surge un vendaval y se llena de pánico, mientras ve que se hunde. Entones grita: sálvame.

Eso nos puede pasar a nosotros. En principio confiamos en el Señor, pero a la más mínima dificultad, nos entran las dudas y desconfiamos. No tenemos suficiente fe, aunque seguimos gritando y pidiendo auxilio. Y el Señor también tendrá que decirnos: pero, hombre de poca fe, ¿por qué dudas? En todo caso no está mal que en los momentos de problemas, de tempestad, acudamos al Señor. El Evangelio dice que Pedro y sus compañeros recobraron la calma y la paz. Ojalá nos ocurra a nosotros lo mismo. Seguro que muchos podríais dar testimonio de cómo Dios no nos abandona, aun a pesar de nuestra poca fe. No está de más que de vez en cuando le digamos con el salmo responsorial de hoy: Señor, muéstranos tu misericordia y danos tu salvación.

Finalmente un breve comentario de la segunda lectura de San Pablo a los Romanos. Pablo era un judío muy comprometido y reconoce todas las cosas buenas que ha aprendido y vivido como miembro del pueblo de Israel, elegido por Dios. Pero le da mucha pena de aquellos hermanos judíos que no han llegado a conocer y aceptar a Jesús. Quizá nos pueda pasar a nosotros, seguidores de Jesús, cuando vemos que amigos y familiares no lo han descubierto. Entendemos la desolación de muchos padres al sentirse incapaces de transmitir esa fe a sus hijos. Hay que seguir rezando y predicando con el ejemplo. Ojalá que algún día el Señor se les manifieste, ya sea en el silencio, o tras la tempestad.

La Transfiguración 

Máximo Álvarez

Aunque hoy es domingo, no se han leído las lecturas propias de este domingo, pues celebramos una fiesta muy importante que se celebra el 6 de agosto y que generalmente pasa desapercibida para mucha gente: La Transfiguración. En los pueblos en los que se celebra como fiesta patronal suele llamarse fiesta del Salvador. Nos alegramos de que de vez en cuando coincida en domingo como este año.

La fiesta de la Transfiguración nos recuerda que un día Jesús subió con tres de sus apóstoles, Pedro, Santiago y Juan a lo alto de un monte, probablemente el Monte Tabor. Allí aparecieron dos grandes personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que representan la Ley y los profetas y con ellos Jesús, que vino a completarlos, a dar plenitud. Estaban resplandecientes, transfigurados. Como dice proféticamente Daniel en la primera lectura “sus vestidos eran blancos como de nieve”. Los Apóstoles que estaban allí se sentían como en el cielo. Por eso Pedro dice: ¡Qué bien se está aquí! ¡Hagamos tres tiendas! Lo de las tiendas se explica porque por esos días se celebraba una fiesta muy famosa: la de las Tiendas o de los Tabernáculos. La gente construía unas chozas recordando el paso por el desierto. Lo cierto es que fue una experiencia muy gozosa. Allí se dieron cuenta de quién era realmente Jesús: el Hijo Amado de Dios. Este es mi Hijo, escuchadle. Moisés y Elías desaparecieron y aquella experiencia ya nunca la olvidarían.

Mientras bajaban del monte, Jesús les empezó a hablar de algo que no les entraba en la cabeza después de lo que habían visto: que tenía que morir y resucitar. Eso nos pueda pasar a nosotros. Seguro que hemos vivido experiencias muy gozosas, días muy felices que quisiéramos que no se acabaran nunca, pero no entendemos después que lleguen otros más amargos. Tal vez a aquel matrimonio feliz le cuesta aceptar que tendrá que pasar después por la muerte del compañero o la compañera, o por la separación. Pensarán que ya nunca se podrá encontrar la felicidad. Pues bien, entiendan que aquellos momentos felices eran un anticipo del cielo.

No es casual que, cuando iban a detener a Jesús para condenarlo a muerte, los únicos que le acompañaron en Getsemaní fueron los que le habían visto transfigurado en la montaña. También hay momentos especiales de nuestra vida en los que sentimos a Dios más cercano que deberían servirnos para no desanimarnos cuando lleguen los momentos más difíciles.

De hecho Pedro nos recuerda en su carta (segunda lectura) su experiencia de haber sido “testigo ocular de su grandeza” en la montaña sagrada. Sin duda ello le ayudaría a superar todo tipo de pruebas y dificultades. Por eso el gran problema de muchos cristianos es que no han llegado a tener esa experiencia: tal vez unos ejercicios espirituales, un cursillo de cristiandad, un encuentro de oración, un acontecimiento familiar, el recuerdo de su primera comunión, el nacimiento de un hijo… algo que deje huella para toda la vida. Aunque ahora no se sientan felices, saben que la felicidad es posible, porque algún día fueron muy felices.

Hace ya algunos años, tal día como hoy, un seis de agosto, fallecía el Papa San Pablo VI. Alguien comentó que era un día muy especial para morir. En realidad la muerte es una transfiguración, nuestro ser se transfigura hasta el punto de poder sentir, como en el monte Tabor, una felicidad y una paz indescriptibles, la sensación que nace de encontrar el Amor que llena, o sea, el cielo.

Décimoséptimo domingo
Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Imagina que en este momento oyes la voz de Dios: pídeme lo que quieras que yo te lo daré. Tú, ¿qué le pedirías? Piensa un poco… Cada uno sabrá qué es lo que más necesita y haría bien pedirlo. Probablemente algunos pedirían dinero, salud, otros un trabajo, aprobar un examen, tal vez solucionar un problema familiar… En realidad Dios nos dice: “Pedid y se os dará”. Otra cosa es que a veces no sabemos lo que pedimos o no pedimos lo que más conviene, o que nos cansamos pronto de pedir…

Cuenta la leyenda que había un hombre que siempre estaba pidiéndole a Dios cosas y más cosas hasta que un día Dios le dijo: pídeme tres cosas, pero después ya no podrás pedirme nada más. Aquel hombre estaba muy cansado de su mujer y le dijo: que se muera mi mujer. Y Dios se lo concedió. Pero la echaba tanto de menos que en su segunda petición pidió a Dios que la resucitara. Y se lo concedió. Ya solo podía pedir una cosa más. Y después de pensarlo bien dijo: Te pido, Señor, que no tenga que pedirte nunca nada.

Pues bien, en la primera lectura se nos dice que  Dios le dijo a Salomón esto mismo. “Pídeme lo que quieras”. Y Salomón le pidió sabiduría para gobernar a su pueblo. La respuesta de Dios fue inmediata: "Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti". Y se lo concedió.

San Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio”. Con frecuencia olvidamos esto: que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. Y nos ponemos nerviosos cuando n vemos resultados inmediatos. Ojalá pudiéramos repetir, convencidos, la antífona del salmo responsorial: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! No deberíamos tener miedo a que se cumpla la voluntad de Dios.

No es fácil descubrir la importancia de poder confiar en el Señor. No todo el mundo lo entiende. No todos llegan a enterarse de que lo que significa Dios para nosotros. Descubrirlo significa poseer la sabiduría que tanto ayudó a Salomón. Es descubrir un verdadero tesoro. Nos lo dice el Evangelio de hoy con unas sencillas y breves parábolas: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”. O la otra parábola: “El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.

Si no descubrimos, incluso dentro de nosotros mismos, ese tesoro escondido, esa perla preciosa que es Dios mismo, difícilmente estaremos dispuestos a venderlo todo para conseguirlo, es decir a renunciar a lo que haga falta. Cuando uno lo descubre, se da cuenta de que toda renuncia o esfuerzo merece la pena. Así, por ejemplo, merece la pena renunciar a nuestro tiempo, que Dios nos da de balde. Tiempo para dedicar las cosas de Dios, tiempo para la oración, tiempo para ayudar a otras personas, tiempo para formarnos… Pero también es importante renunciar a nuestras cosas o a nuestro dinero cuando descubrimos a Dios en las personas que nos necesitan o para ayudar a otras necesidades. Cuando uno descubre el tesoro de la Palabra de Dios o de los sacramentos sabe que todo esfuerzo merece la pena para no perderlo.

Hace algunos años en un pueblo de nuestra diócesis vivía con muchas estrecheces una madre con su hijo en una casa muy pobre. Tras la muerte de ambos, el señor que la compró descubrió que, bajo la piedra en donde se encendía la lumbre, había un pote lleno de onzas de oro.  Eran ricos y no lo sabían. Algo así le pasa a mucha gente que vive la vida sin sentido por no haber descubierto el tesoro que es Dios mismo.

Décimo quinto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Jesús no solamente predicaba a las gentes, sino que mandó a otras personas a anunciar su palabra. A Él no todo el mundo le escuchaba, ni todo el mundo le hacía caso. Ahora pasa exactamente lo mismo. Una de las partes fundamentales de la misa es, precisamente, la dedicada a sembrar la Palabra de Dios, primero con las lecturas y después con la homilía. La  misión de la Iglesia es anunciar esta palabra a tiempo ya destiempo. Pero ¿Cómo es recibida?

Algunos sencillamente no quieren escucharla. Más de una vez hemos oído aquello de “Predícame, cura; predícame, fraile, que por un oído me entra y por otro no sale”. El que por sistema no acude a la Eucaristía en realidad está rechazando esta Palabra. Pero, aun asistiendo, pudiera ser que se recibe con total desinterés e indiferencia. Por supuesto que en algunas celebraciones litúrgicas, como pueden ser entierros o bodas, hay gente que decide no entrar en la Iglesia. Se supone que estas personas tampoco van a poner interés en leer la Biblia fuera de las celebraciones. Esto Jesús lo compara el sembrador que, al esparcir la semilla, parte de la semilla cae no en la finca, sino en el camino. Vienen los pájaros y se la comen. Así es imposible que pueda germinar ni dar fruto.

Hay gente que sí que oye, e incluso llega a escuchar, pero con tan poco interés en llevarla a la práctica, que muy pronto se olvidan. Es lo que Jesús compara con un terreno pedregoso, donde la semilla apenas puede echar raíz y se seca inmediatamente. Esto también ocurre con frecuencia. Las iglesias pueden llenarse de oyentes que escuchan la palabra, pero a la hora de la verdad no se notan compromisos ni cambios. Jesús les llama inconstantes.

En un tercer nivel  superior a los anteriores están, o estamos tal vez, quienes escuchan con atención, tienen buenos propósitos, se comprometen… pero llega un momento en que se cansan o desaniman. Empiezan a decir que no tienen tiempo, que tienen muchas ocupaciones y preocupaciones, sobre todo materiales como el afán de dinero… Esas preocupaciones e intereses serán lo que Jesús llama las zarzas, que llegan a dominar y hace desaparecer la planta. De esto también hay bastante.

Finalmente están los que escuchan la Palabra de Dios e intentan o intentamos llevarla a la práctica, aplicarla a la vida de cada día, a las relaciones con los demás, al trabajo, a la relación con Dios, unos con más éxito y otros con menos. Pero se ve que da sus frutos.

Diríamos que este es el esquema perfecto de nuestra sociedad y de la Iglesia. Cuatro modelos diferentes. Hoy el Señor nos invita a pensar a ver con cuál de ellos nos sentimos más identificados. Y, sobre todo, a dar más importancia a la Palabra de Dios, a tratar de saber y conocer lo que Dios quiere de nosotros.

El profeta Isaías describe con gran belleza la importancia que tiene la Palabra de Dios y la compara con la lluvia. Todos sabemos lo que es el campo cuando no llueve: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» El mundo, la Iglesia, nosotros… sin la Palabra de Dios somos como un desierto.

Tal vez por eso no nos gusta demasiado este mudo en que  nos ha tocado vivir. Está enfermo. No es el mundo que Dios ha querido. Pero, a pesar de ello, no nos desanimamos. San Pablo compara la situación del mundo con la de una mujer con dolores de parto.” Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. De tal manera que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

Para que haya cosecha es preciso sembrar en tierra buena. Si dejamos germinar y crecer en nosotros la semilla de la Palabra de Dios… veremos gozosamente el fruto.

Décimo quinto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Jesús no solamente predicaba a las gentes, sino que mandó a otras personas a anunciar su palabra. A Él no todo el mundo le escuchaba, ni todo el mundo le hacía caso. Ahora pasa exactamente lo mismo. Una de las partes fundamentales de la misa es, precisamente, la dedicada a sembrar la Palabra de Dios, primero con las lecturas y después con la homilía. La  misión de la Iglesia es anunciar esta palabra a tiempo ya destiempo. Pero ¿Cómo es recibida?

Algunos sencillamente no quieren escucharla. Más de una vez hemos oído aquello de “Predícame, cura; predícame, fraile, que por un oído me entra y por otro no sale”. El que por sistema no acude a la Eucaristía en realidad está rechazando esta Palabra. Pero, aun asistiendo, pudiera ser que se recibe con total desinterés e indiferencia. Por supuesto que en algunas celebraciones litúrgicas, como pueden ser entierros o bodas, hay gente que decide no entrar en la Iglesia. Se supone que estas personas tampoco van a poner interés en leer la Biblia fuera de las celebraciones. Esto Jesús lo compara el sembrador que, al esparcir la semilla, parte de la semilla cae no en la finca, sino en el camino. Vienen los pájaros y se la comen. Así es imposible que pueda germinar ni dar fruto.

Hay gente que sí que oye, e incluso llega a escuchar, pero con tan poco interés en llevarla a la práctica, que muy pronto se olvidan. Es lo que Jesús compara con un terreno pedregoso, donde la semilla apenas puede echar raíz y se seca inmediatamente. Esto también ocurre con frecuencia. Las iglesias pueden llenarse de oyentes que escuchan la palabra, pero a la hora de la verdad no se notan compromisos ni cambios. Jesús les llama inconstantes.

En un tercer nivel  superior a los anteriores están, o estamos tal vez, quienes escuchan con atención, tienen buenos propósitos, se comprometen… pero llega un momento en que se cansan o desaniman. Empiezan a decir que no tienen tiempo, que tienen muchas ocupaciones y preocupaciones, sobre todo materiales como el afán de dinero… Esas preocupaciones e intereses serán lo que Jesús llama las zarzas, que llegan a dominar y hace desaparecer la planta. De esto también hay bastante.

Finalmente están los que escuchan la Palabra de Dios e intentan o intentamos llevarla a la práctica, aplicarla a la vida de cada día, a las relaciones con los demás, al trabajo, a la relación con Dios, unos con más éxito y otros con menos. Pero se ve que da sus frutos.

Diríamos que este es el esquema perfecto de nuestra sociedad y de la Iglesia. Cuatro modelos diferentes. Hoy el Señor nos invita a pensar a ver con cuál de ellos nos sentimos más identificados. Y, sobre todo, a dar más importancia a la Palabra de Dios, a tratar de saber y conocer lo que Dios quiere de nosotros.

El profeta Isaías describe con gran belleza la importancia que tiene la Palabra de Dios y la compara con la lluvia. Todos sabemos lo que es el campo cuando no llueve: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» El mundo, la Iglesia, nosotros… sin la Palabra de Dios somos como un desierto.

Tal vez por eso no nos gusta demasiado este mudo en que  nos ha tocado vivir. Está enfermo. No es el mundo que Dios ha querido. Pero, a pesar de ello, no nos desanimamos. San Pablo compara la situación del mundo con la de una mujer con dolores de parto.” Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. De tal manera que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

Para que haya cosecha es preciso sembrar en tierra buena. Si dejamos germinar y crecer en nosotros la semilla de la Palabra de Dios… veremos gozosamente el fruto.

Décimosexto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

El panorama del mundo en que vivimos no es precisamente maravilloso, sino que hay mucha maldad: violencia, egoísmo, mentira, envidias, injusticias… No hay más que ver los telediarios. Y cabe preguntarse a ver por qué Dios permite todo esto y por qué no castiga o hace que desaparezcan las personas malas… Lo peor de todo es que hay personas que incitan a otras al mal, que las corrompen, que crean un ambiente malo en el que los niños y los jóvenes, las familias… se vean contaminados por tanta maldad. Es fácil comprobar las malas influencias que reciben a través de la televisión, de Internet, del teléfono móvil, de leyes que se oponen a los proyectos de Dios, de malas compañías…

Esta situación Jesús la aborda con una parábola que hoy nos presenta el Evangelio, pero que hemos oído muchas veces: la parábola del trigo y la cizaña. Un señor tenía un campo sembrado de trigo y todo parecía ir muy bien hasta que un enemigo suyo fue por la noche y echó semilla de cizaña, que es una hierba mala que hace daño a las otras plantas. Por eso se dice que siembran cizaña a los que siembran el mal. Por ejemplo, los que promueven la pornografía, los que meten a la gente en la droga, los que tratan de apartar de la fe, los que provocan enfrentamientos y divisiones, mentiras… Y muy especialmente, como dice Jesús al explicar la parábola, un gran sembrador de cizaña es el demonio. Porque el demonio existe y trabaja con éxito.

Los criados de este señor le propusieron arrancar la cizaña, pero sorprendentemente el amo les contestó que no, que no fueran impacientes y esperaran al final, al momento de la cosecha, para separar el trigo de la cizaña, no sea que ahora al arrancar la cizaña arrancaran también el trigo.

También nosotros quisiéramos que Dios eliminara a todos los malos, pero él ve las cosas de otra manera y quiere esperar al último momento, al juicio tras la muerte. Y lo hace así porque quiere dar a todos la oportunidad de cambiar, de convertirse. Como se nos dice en la primera lectura del libro de la Sabiduría, quiere dar lugar al arrepentimiento: “Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos… Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres… y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. También dentro de cada uno de nosotros puede haber cizaña… y Dios tiene paciencia. Por eso le hemos dicho en el salmo responsorial: “Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí”.

Lo que tenemos que hacer, siguiendo la enseñanza de San Pablo en la carta a los Romanos, es pedir al Espíritu que venga en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero deberíamos pedir más también por la conversión de todos los pecadores en lugar de pedir a Dios que los condene. Ellos también son débiles.

Otras dos parábolas nos ofrece hoy Jesús: la del grano de mostaza y la de la levadura. Son dos parábolas que pretenden que no nos desanimemos a pesar de nuestra insignificancia. La semilla de mostaza es muy pequeña, pero de ella sale una planta grande. La levadura en cantidades pequeñas fermenta a toda la masa. A veces podemos tener la impresión de que nuestra fe es un fracaso, pero lo importante es sembrar. Y, cómo no, ser levadura en el ambiente que nos rodea. Si me comporto como buen cristiano, eso va a repercutir también en otras personas. No importa que a veces los seguidores de Jesús seamos minoría. Y aunque el bien y el mal caminen juntos, como el trigo y la cizaña, no podemos olvidar que al final también  llegará el momento de la cosecha y Dios recogerá el trigo limpio y arrojará al fuego la cizaña. De momento, no tiene prisa, pues él sabe muy bien que tiene la última palabra.

 

Décimo quinto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Jesús no solamente predicaba a las gentes, sino que mandó a otras personas a anunciar su palabra. A Él no todo el mundo le escuchaba, ni todo el mundo le hacía caso. Ahora pasa exactamente lo mismo. Una de las partes fundamentales de la misa es, precisamente, la dedicada a sembrar la Palabra de Dios, primero con las lecturas y después con la homilía. La  misión de la Iglesia es anunciar esta palabra a tiempo ya destiempo. Pero ¿Cómo es recibida?

Algunos sencillamente no quieren escucharla. Más de una vez hemos oído aquello de “Predícame, cura; predícame, fraile, que por un oído me entra y por otro no sale”. El que por sistema no acude a la Eucaristía en realidad está rechazando esta Palabra. Pero, aun asistiendo, pudiera ser que se recibe con total desinterés e indiferencia. Por supuesto que en algunas celebraciones litúrgicas, como pueden ser entierros o bodas, hay gente que decide no entrar en la Iglesia. Se supone que estas personas tampoco van a poner interés en leer la Biblia fuera de las celebraciones. Esto Jesús lo compara el sembrador que, al esparcir la semilla, parte de la semilla cae no en la finca, sino en el camino. Vienen los pájaros y se la comen. Así es imposible que pueda germinar ni dar fruto.

Hay gente que sí que oye, e incluso llega a escuchar, pero con tan poco interés en llevarla a la práctica, que muy pronto se olvidan. Es lo que Jesús compara con un terreno pedregoso, donde la semilla apenas puede echar raíz y se seca inmediatamente. Esto también ocurre con frecuencia. Las iglesias pueden llenarse de oyentes que escuchan la palabra, pero a la hora de la verdad no se notan compromisos ni cambios. Jesús les llama inconstantes.

En un tercer nivel  superior a los anteriores están, o estamos tal vez, quienes escuchan con atención, tienen buenos propósitos, se comprometen… pero llega un momento en que se cansan o desaniman. Empiezan a decir que no tienen tiempo, que tienen muchas ocupaciones y preocupaciones, sobre todo materiales como el afán de dinero… Esas preocupaciones e intereses serán lo que Jesús llama las zarzas, que llegan a dominar y hace desaparecer la planta. De esto también hay bastante.

Finalmente están los que escuchan la Palabra de Dios e intentan o intentamos llevarla a la práctica, aplicarla a la vida de cada día, a las relaciones con los demás, al trabajo, a la relación con Dios, unos con más éxito y otros con menos. Pero se ve que da sus frutos.

Diríamos que este es el esquema perfecto de nuestra sociedad y de la Iglesia. Cuatro modelos diferentes. Hoy el Señor nos invita a pensar a ver con cuál de ellos nos sentimos más identificados. Y, sobre todo, a dar más importancia a la Palabra de Dios, a tratar de saber y conocer lo que Dios quiere de nosotros.

El profeta Isaías describe con gran belleza la importancia que tiene la Palabra de Dios y la compara con la lluvia. Todos sabemos lo que es el campo cuando no llueve: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» El mundo, la Iglesia, nosotros… sin la Palabra de Dios somos como un desierto.

Tal vez por eso no nos gusta demasiado este mudo en que  nos ha tocado vivir. Está enfermo. No es el mundo que Dios ha querido. Pero, a pesar de ello, no nos desanimamos. San Pablo compara la situación del mundo con la de una mujer con dolores de parto.” Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. De tal manera que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

Para que haya cosecha es preciso sembrar en tierra buena. Si dejamos germinar y crecer en nosotros la semilla de la Palabra de Dios… veremos gozosamente el fruto.

Décimosexto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

El panorama del mundo en que vivimos no es precisamente maravilloso, sino que hay mucha maldad: violencia, egoísmo, mentira, envidias, injusticias… No hay más que ver los telediarios. Y cabe preguntarse a ver por qué Dios permite todo esto y por qué no castiga o hace que desaparezcan las personas malas… Lo peor de todo es que hay personas que incitan a otras al mal, que las corrompen, que crean un ambiente malo en el que los niños y los jóvenes, las familias… se vean contaminados por tanta maldad. Es fácil comprobar las malas influencias que reciben a través de la televisión, de Internet, del teléfono móvil, de leyes que se oponen a los proyectos de Dios, de malas compañías…

Esta situación Jesús la aborda con una parábola que hoy nos presenta el Evangelio, pero que hemos oído muchas veces: la parábola del trigo y la cizaña. Un señor tenía un campo sembrado de trigo y todo parecía ir muy bien hasta que un enemigo suyo fue por la noche y echó semilla de cizaña, que es una hierba mala que hace daño a las otras plantas. Por eso se dice que siembran cizaña a los que siembran el mal. Por ejemplo, los que promueven la pornografía, los que meten a la gente en la droga, los que tratan de apartar de la fe, los que provocan enfrentamientos y divisiones, mentiras… Y muy especialmente, como dice Jesús al explicar la parábola, un gran sembrador de cizaña es el demonio. Porque el demonio existe y trabaja con éxito.

Los criados de este señor le propusieron arrancar la cizaña, pero sorprendentemente el amo les contestó que no, que no fueran impacientes y esperaran al final, al momento de la cosecha, para separar el trigo de la cizaña, no sea que ahora al arrancar la cizaña arrancaran también el trigo.

También nosotros quisiéramos que Dios eliminara a todos los malos, pero él ve las cosas de otra manera y quiere esperar al último momento, al juicio tras la muerte. Y lo hace así porque quiere dar a todos la oportunidad de cambiar, de convertirse. Como se nos dice en la primera lectura del libro de la Sabiduría, quiere dar lugar al arrepentimiento: “Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos… Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres… y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. También dentro de cada uno de nosotros puede haber cizaña… y Dios tiene paciencia. Por eso le hemos dicho en el salmo responsorial: “Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí”.

Lo que tenemos que hacer, siguiendo la enseñanza de San Pablo en la carta a los Romanos, es pedir al Espíritu que venga en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero deberíamos pedir más también por la conversión de todos los pecadores en lugar de pedir a Dios que los condene. Ellos también son débiles.

Otras dos parábolas nos ofrece hoy Jesús: la del grano de mostaza y la de la levadura. Son dos parábolas que pretenden que no nos desanimemos a pesar de nuestra insignificancia. La semilla de mostaza es muy pequeña, pero de ella sale una planta grande. La levadura en cantidades pequeñas fermenta a toda la masa. A veces podemos tener la impresión de que nuestra fe es un fracaso, pero lo importante es sembrar. Y, cómo no, ser levadura en el ambiente que nos rodea. Si me comporto como buen cristiano, eso va a repercutir también en otras personas. No importa que a veces los seguidores de Jesús seamos minoría. Y aunque el bien y el mal caminen juntos, como el trigo y la cizaña, no podemos olvidar que al final también  llegará el momento de la cosecha y Dios recogerá el trigo limpio y arrojará al fuego la cizaña. De momento, no tiene prisa, pues él sabe muy bien que tiene la última palabra.

 

Décimo quinto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Jesús no solamente predicaba a las gentes, sino que mandó a otras personas a anunciar su palabra. A Él no todo el mundo le escuchaba, ni todo el mundo le hacía caso. Ahora pasa exactamente lo mismo. Una de las partes fundamentales de la misa es, precisamente, la dedicada a sembrar la Palabra de Dios, primero con las lecturas y después con la homilía. La  misión de la Iglesia es anunciar esta palabra a tiempo ya destiempo. Pero ¿Cómo es recibida?

Algunos sencillamente no quieren escucharla. Más de una vez hemos oído aquello de “Predícame, cura; predícame, fraile, que por un oído me entra y por otro no sale”. El que por sistema no acude a la Eucaristía en realidad está rechazando esta Palabra. Pero, aun asistiendo, pudiera ser que se recibe con total desinterés e indiferencia. Por supuesto que en algunas celebraciones litúrgicas, como pueden ser entierros o bodas, hay gente que decide no entrar en la Iglesia. Se supone que estas personas tampoco van a poner interés en leer la Biblia fuera de las celebraciones. Esto Jesús lo compara el sembrador que, al esparcir la semilla, parte de la semilla cae no en la finca, sino en el camino. Vienen los pájaros y se la comen. Así es imposible que pueda germinar ni dar fruto.

Hay gente que sí que oye, e incluso llega a escuchar, pero con tan poco interés en llevarla a la práctica, que muy pronto se olvidan. Es lo que Jesús compara con un terreno pedregoso, donde la semilla apenas puede echar raíz y se seca inmediatamente. Esto también ocurre con frecuencia. Las iglesias pueden llenarse de oyentes que escuchan la palabra, pero a la hora de la verdad no se notan compromisos ni cambios. Jesús les llama inconstantes.

En un tercer nivel  superior a los anteriores están, o estamos tal vez, quienes escuchan con atención, tienen buenos propósitos, se comprometen… pero llega un momento en que se cansan o desaniman. Empiezan a decir que no tienen tiempo, que tienen muchas ocupaciones y preocupaciones, sobre todo materiales como el afán de dinero… Esas preocupaciones e intereses serán lo que Jesús llama las zarzas, que llegan a dominar y hace desaparecer la planta. De esto también hay bastante.

Finalmente están los que escuchan la Palabra de Dios e intentan o intentamos llevarla a la práctica, aplicarla a la vida de cada día, a las relaciones con los demás, al trabajo, a la relación con Dios, unos con más éxito y otros con menos. Pero se ve que da sus frutos.

Diríamos que este es el esquema perfecto de nuestra sociedad y de la Iglesia. Cuatro modelos diferentes. Hoy el Señor nos invita a pensar a ver con cuál de ellos nos sentimos más identificados. Y, sobre todo, a dar más importancia a la Palabra de Dios, a tratar de saber y conocer lo que Dios quiere de nosotros.

El profeta Isaías describe con gran belleza la importancia que tiene la Palabra de Dios y la compara con la lluvia. Todos sabemos lo que es el campo cuando no llueve: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» El mundo, la Iglesia, nosotros… sin la Palabra de Dios somos como un desierto.

Tal vez por eso no nos gusta demasiado este mudo en que  nos ha tocado vivir. Está enfermo. No es el mundo que Dios ha querido. Pero, a pesar de ello, no nos desanimamos. San Pablo compara la situación del mundo con la de una mujer con dolores de parto.” Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. De tal manera que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

Para que haya cosecha es preciso sembrar en tierra buena. Si dejamos germinar y crecer en nosotros la semilla de la Palabra de Dios… veremos gozosamente el fruto.

Décimo quinto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Jesús no solamente predicaba a las gentes, sino que mandó a otras personas a anunciar su palabra. A Él no todo el mundo le escuchaba, ni todo el mundo le hacía caso. Ahora pasa exactamente lo mismo. Una de las partes fundamentales de la misa es, precisamente, la dedicada a sembrar la Palabra de Dios, primero con las lecturas y después con la homilía. La  misión de la Iglesia es anunciar esta palabra a tiempo ya destiempo. Pero ¿Cómo es recibida?

Algunos sencillamente no quieren escucharla. Más de una vez hemos oído aquello de “Predícame, cura; predícame, fraile, que por un oído me entra y por otro no sale”. El que por sistema no acude a la Eucaristía en realidad está rechazando esta Palabra. Pero, aun asistiendo, pudiera ser que se recibe con total desinterés e indiferencia. Por supuesto que en algunas celebraciones litúrgicas, como pueden ser entierros o bodas, hay gente que decide no entrar en la Iglesia. Se supone que estas personas tampoco van a poner interés en leer la Biblia fuera de las celebraciones. Esto Jesús lo compara el sembrador que, al esparcir la semilla, parte de la semilla cae no en la finca, sino en el camino. Vienen los pájaros y se la comen. Así es imposible que pueda germinar ni dar fruto.

Hay gente que sí que oye, e incluso llega a escuchar, pero con tan poco interés en llevarla a la práctica, que muy pronto se olvidan. Es lo que Jesús compara con un terreno pedregoso, donde la semilla apenas puede echar raíz y se seca inmediatamente. Esto también ocurre con frecuencia. Las iglesias pueden llenarse de oyentes que escuchan la palabra, pero a la hora de la verdad no se notan compromisos ni cambios. Jesús les llama inconstantes.

En un tercer nivel  superior a los anteriores están, o estamos tal vez, quienes escuchan con atención, tienen buenos propósitos, se comprometen… pero llega un momento en que se cansan o desaniman. Empiezan a decir que no tienen tiempo, que tienen muchas ocupaciones y preocupaciones, sobre todo materiales como el afán de dinero… Esas preocupaciones e intereses serán lo que Jesús llama las zarzas, que llegan a dominar y hace desaparecer la planta. De esto también hay bastante.

Finalmente están los que escuchan la Palabra de Dios e intentan o intentamos llevarla a la práctica, aplicarla a la vida de cada día, a las relaciones con los demás, al trabajo, a la relación con Dios, unos con más éxito y otros con menos. Pero se ve que da sus frutos.

Diríamos que este es el esquema perfecto de nuestra sociedad y de la Iglesia. Cuatro modelos diferentes. Hoy el Señor nos invita a pensar a ver con cuál de ellos nos sentimos más identificados. Y, sobre todo, a dar más importancia a la Palabra de Dios, a tratar de saber y conocer lo que Dios quiere de nosotros.

El profeta Isaías describe con gran belleza la importancia que tiene la Palabra de Dios y la compara con la lluvia. Todos sabemos lo que es el campo cuando no llueve: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» El mundo, la Iglesia, nosotros… sin la Palabra de Dios somos como un desierto.

Tal vez por eso no nos gusta demasiado este mudo en que  nos ha tocado vivir. Está enfermo. No es el mundo que Dios ha querido. Pero, a pesar de ello, no nos desanimamos. San Pablo compara la situación del mundo con la de una mujer con dolores de parto.” Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. De tal manera que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

Para que haya cosecha es preciso sembrar en tierra buena. Si dejamos germinar y crecer en nosotros la semilla de la Palabra de Dios… veremos gozosamente el fruto.

Décimo cuarto domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Ahora es tiempo de vacaciones, para los que pueden tenerlas. En realidad el descanso es una necesidad para el cuerpo y para el alma. Hoy el Señor nos ofrece una posibilidad: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. ¿Estás cansado? ¿Necesitas descansar? El Señor nos invita a descansar en él, a poner en él nuestro cansancio, nuestras  preocupaciones… eso independientemente de que nos quedemos en casa o vayamos a la playa.

Lo de “Cargad con mi yugo” parece una contradicción con la idea de descanso, pues un yugo es algo pesado, que cansa. Pero esta frase hay que entenderla teniendo en cuenta que para los judíos el “yugo” significaba la ley, el yugo de la ley. No quiere decir que la ley no sea importante, pero los escribas y fariseos estaban obsesionados con la ley y Jesús es diferente. No quiere agobiarnos. Así se entiende que Jesús nos diga que su yugo es llevadero y su carga ligera.

Por eso Jesús da gracias al Padre porque el pueblo sencillo acepta y entiende a Jesús, no así los escribas y fariseos, que no lo aceptan. Así se entienden mejor las palabras de Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor». El seguir a Jesús, en contra de lo que algunos piensan, no es una carga pesada, sino un alivio.

En el mundo de hoy hay muchas personas soberbias y orgullosas, hay mucho “sabio y entendido”, y esa es la razón por la que mucha gente no quiere saber nada de Dios. Pero no por eso son más felices. Para mucha gente casi todo gira en torno a lo material, lo que San Pablo llama “obras de la carne”. Por eso nos dice en la carta a los Romanos: “Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros… Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”. Por supuesto, no es cuestión de  despreciar al cuerpo, pero sí de vivir más según el Espíritu.

Hemos mencionado la palabra “soberbia”. Lo contrario de la soberbia es la humildad. En nuestro mundo hay mucha falta de humildad. Jesús da gracias al Padre por la gente sencilla, pero Él también dio ejemplo de sencillez y humildad a lo largo de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Ya lo profetizó el profeta Zacarías: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”. Es lo que se cumplió cuando entró Jesús en Jerusalén a lomos de un asno. El propio Jesús se llamó a sí mismo “manso y humilde de corazón”.

Hagamos propias las palabras que hemos rezado en el salmo responsorial: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas… El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan… “

La Eucaristía es un momento privilegiado para encontrarnos con Jesucristo que de nuevo hace gala de su humildad y sencillez, presentándose como pan y vino para poder estar más cerca de nosotros, dentro de nosotros mismos, formando parte de nuestro propio ser. Ojalá que este encuentro con Jesús nos ayude a encontrar esa paz y ese alivio, ese descanso que tanto necesitamos. Recordemos de nuevo sus palabras que nos dice hoy a todos y a cada uno de nosotros: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

Décimo tercer domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Generalmente en las lecturas del domingo la primera lectura, del Antiguo Testamento, tiene algo en común con el Evangelio. Hoy esa coincidencia es fácil de detectar. En el Libro de los Reyes  se nos dice cómo una familia de Sunam, cada vez que el profeta Eliseo pasaba por su pueblo, le daban alojamiento, comida y cama. Se trataba de una familia que no tenía hijos y en recompensa les anunció que dentro de un año tendría un hijo. El Señor premió la generosidad de aquella familia.

En el Evangelio Jesús nos dice que Dios premia la generosidad, incluyendo a aquellos que reciben generosamente a los profetas. Dios exige, pero recompensa con creces. Y le gusta que sean generosos con sus enviados. Jesús toma tan en serio a sus enviados que se identifica con ellos: el que os recibe a vosotros me recibe a mí. Por eso, si alguna vez recibimos ese rechazo no debemos desanimarnos. Estamos representando a Jesús.

La exigencia de Dios es tan grande que exige quererlo más que al padre y a la madre: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí”. Pero que nadie intente buscar en estas palabras una disculpa para no amar a sus padres o a sus hijos. Quien no ama y cuida a sus padres en realidad tampoco ama a Dios. Estas palabras hay que entenderlas en el contexto en que fueron escritas, teniendo en cuenta que algunas familias podían oponerse a que alguien siguiera a Jesús.

Por lo demás ya sabemos que ser seguidores de Jesús no es cosa fácil y que hay que estar dispuestos a llevar la cruz de cada día. A veces nos gustaría no tener problemas, que todo el mundo nos aceptara, que no tuviéramos complicaciones, que no tuviéramos que llevar la cruz. Pero forma parte del seguimiento de Jesús. No es el discípulo más que el maestro.

Cada uno puede examinar su vida y ver cuál es su cruz o cuáles son sus cruces. Unas veces es el no estar contento con uno mismo, el no aceptarse, el desear que su vida fuera de otra manera. Otras veces son los problemas de salud, problemas económicos, laborales… Con frecuencia esa cruz son las personas con las que nos toca vivir y luchar cada día, el marido, la esposa, los padres, los hermanos, los compañeros de trabajo… Hay dos maneras de reaccionar ante estas situaciones no deseadas: una es amargarse y desesperarse y otra saber aceptarlas como la cruz o las cruces que Dios ha puesto en  nuestra vida.

Nos dice san Pablo que con el bautismo nos incorporamos a Cristo en su muerte. Una muerte de cruz. No se trata solamente de algo simbólico y sin consecuencias. En realidad es incorporarse a su cruz, pero no para quedarnos en la muerte, sino para resucitar con Él.  Por eso, aunque perdamos la vida, la encontraremos: “el que pierda su vida por mí la encontrará”. Lo que sucede es que estamos tan aferrados a las cosas de este mundo caduco que nos parece que la vida futura, que es eterna, no tiene importancia. A Cristo también le costó morir, pero Él sabía que tras su resurrección la muerte ya no iba a tener dominio sobre Él.

El salmo responsorial de hoy es precisamente una oración de confianza en  el Señor, que  no nos va a fallar: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. Entre tanto, seamos generosos para con Dios y para los demás. No vamos a quedar sin recompensa: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”. No nos cansemos de hacer el bien.

Duodécimo domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Ser cristiano es algo que siempre merece la pena, pero eso no significa que sea fácil y cómodo. Si Nuestro Señor Jesucristo padeció, como muy bien sabemos, nada tiene de extraño que sus discípulos podamos correr su misma suerte. Ya el Antiguo Testamento nos presenta el sufrimiento, las incomprensiones y dificultades que tuvieron que pasar los profetas. Concretamente hoy la primera lectura nos relata la experiencia de Jeremías, rodeado de enemigos que querían acabar con él. Les resultaba molesto su mensaje. Sin embargo, él no dudaba de que el Señor no le abandonaba: “El Señor está conmigo”.

Con frecuencia nos lamentamos de que la Iglesia es incomprendida y perseguida. Y  no nos gusta. Pero ello no debe ser motivo de desánimo, como no lo era para los profetas. Es bueno que hagamos propio lo que rezábamos en el salmo responsorial: “Por ti he aguantado afrentas… Soy un extraño para mis hermanos…  Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío”.

Siguiendo en esta misma línea, el Evangelio nos invita a no tener miedo, ni siquiera aunque nos maten el cuerpo, pero no pueden matar el alma. En todo caso habría que tener miedo a quienes pueden destruir cuerpo y alma. En la historia de la Iglesia, desde sus comienzos a nuestros días nunca han faltado mártires, cristianos perseguidos y asesinados por causa de su fe. Ellos son un verdadero ejemplo para nosotros, que  a veces nos quejamos ante la más pequeña dificultad.

Sin embargo, es bastante más triste el panorama de personas que pueden gozar de muy buena salud corporal, pero que espiritualmente están muertos. Y esto también abunda bastante. Esa es la muerte que produce el pecado, como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos, si bien Jesucristo ha venido a traernos la vida.

A veces tenemos la tentación de desanimarnos, pensando que Dios no nos quiere. Pero, como nos dice Jesús, si Dios cuida hasta de los gorriones, cuanto más no va a cuidar de nosotros. Es lo que llamamos la providencia de Dios. Deberíamos tener más confianza en la Divina Providencia. Es verdad que a veces no entendemos cosas que pueden ocurrir en nuestra vida, pero eso no significa que Dios no nos quiera y que, a la larga, todo sea para nuestro bien.

Entre nuestras posibles tentaciones está  la de desanimarnos y perder la confianza en Dios. Pero otra tentación en la que se suele caer con bastante vergüenza es la de avergonzarse de ser creyente, el miedo al qué dirán, el respeto humano. Jesús es muy claro en el Evangelio de hoy: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. La negación de Dios está de moda. Algunos niegan a Dios porque no se han molestado en conocerle, otros cabreados porque no entienden que Dios pueda permitir el mal; pero hay otros que lo hacen por respeto humano, porque les da vergüenza ser creyentes, como si fueran a hacer el ridículo en medio de un ambiente hostil. Pero siempre merece la pena fiarse del Señor. Ojalá nos de Dios la fuerza de su Espíritu Santo, como se la dio a los profetas y a los mártires.


Undécimo domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez

Hace algunas semanas, el cuarto domingo de pascua, celebrábamos la fiesta de El Buen Pastor. Hoy el mensaje de la palabra de Dios va en la misma línea. En el salmo responsorial acabamos de decir: “Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Era la respuesta a la primera lectura del libro del Éxodo en la que Dios recuerda a Moisés cómo ha guiado a su pueblo, un pueblo que es propiedad de Dios. Nosotros somos también pueblo de Dios, guiado por Él, y debemos escuchar su voz y cumplir sus mandamientos. No tiene sentido que alguien diga que es cristiano y no escuche la voz del Señor ni trate de cumplir sus mandamientos.

Si alguien duda del amor de Dios, que recuerde, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros pecadores, ha muerto por nosotros. Y, si ha muerto por nosotros, será por algo, no solo porque Dios nos ama, sino también por la gravedad del pecado. Porque el pecado existe. Se nota, se siente, está presente en el mundo. Es el  mayor mal y la causa de la mayoría de los males de los que tenemos noticia todos los días. Pero mucha gente no se entera. Por ejemplo, todos los días tenemos noticias de inocentes que mueren víctimas de las guerras, vemos constantemente en los telediarios noticias de muerte y destrucción. La raíz de todo eso está en el pecado. Es muy reciente la noticia de un barco hundido con inmigrantes, y de la muerte de cientos de mujeres y niños… Detrás de eso está el pecado de mafiosos que solo buscan su enriquecimiento. Pero en nuestra vida de cada día, en nuestras relaciones sociales, el pecado, la falta de fe y amor, hacen también mucho daño.

Por todo ello es normal que Jesús sintiera una gran preocupación al ver a las gentes, extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor. Nuestras gentes están perdidas y desorientadas. Y el Señor por eso desea la colaboración de personas que le ayuden a ejercer esta tarea de pastoreo y nos pide que oremos para que no falten vocaciones: -«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» Hoy es este uno de los grandes problemas que tiene la Iglesia. Se quejan algunas empresas de que no encuentran obreros, en la construcción, en la hostelería, en el campo, en sanidad… A la Iglesia le ocurre otro tanto.

En este evangelio aparecen los nombres de los doce apóstoles. Es interesante saber el nombre de las personas. Dios nos llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Jesús los llama y los envía. Eran solamente doce, pero su influencia ha llegado hasta nuestros días.

Jesús les encomendó expulsar demonios y curar toda enfermedad y dolencia. Hoy el demonio, el espíritu del mal, está muy presente. Y no vale ignorarlo y cruzarse de brazos. Las enfermedades y dolencias que podemos atender no son preferentemente las corporales, pues para eso está la sanidad. Pero hay otro tipo de dolencias, de heridas del alma, que causan mucho sufrimiento. Hay muchas ovejas descarriadas. La mies es abundante. Hay muchos campos sin cultivar y cosechas que se pierden. El Señor ya era consciente de ello y también lo es ahora. Resulta significativo que hemos de rezar para que no falten obreros y siga la crisis de vocaciones. ¿Será que rezamos poco o mal?

Pero, volviendo a la primera lectura, en ella el Señor nos decía: “seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Eso quiere decir que todos estamos llamados, cada uno desde su situación concreta, a ejercer ese sacerdocio del que también participamos. Jesús envío a los Doce, pero en otro lugar del Evangelio se nos dice que hizo dos envíos de setenta y dos personas para anunciar el Reino de Dios. También el Señor, que te llamó por tu nombre el día del bautismo, te ha enviado a ti. Y hoy, como cada día al terminar la misa, te sigue enviando. "Ite misa est".

Corpus Christi

Máximo Álvarez

Estamos en misa. Lo más importante de la misa es que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Creemos las palabras de Jesús que aparecen en el Evangelio de hoy y nos ha dicho: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Pero también es posible que haya personas que entran en una iglesia o asistan a misa alguna vez y no hayan descubierto la presencia de Jesús.

Los primeros cristianos lo tenían muy claro. En la primera carta de san Pablo a los Corintios, escrita antes de los Evangelios, aparece el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía. En ella se dice: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?”.

El pan y el vino son alimentos. En la primera lectura se nos habla de la preocupación de Dios por alimentar a su pueblo y de cómo en el desierto les alimentaba con el maná. Jesús se hace alimento. Por eso llega a decir: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”, al tiempo que nos recuerda el envío del maná. Con la diferencia de que los que comían el maná se morían, pero quien coma de su pan no morirá para siempre. Ciertamente cuando Jesús dice que es el pan vivo bajado del cielo se refiere también al alimento de su palabra. No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. De hecho en la misa podemos decir que hay dos partes, un doble banquete: el banquete de la palabra y el banquete eucarístico, de su cuerpo y sangre. Si no recibimos este alimento nuestra vida espiritual se debilita y si lo recibimos se fortalece. En cierta ocasión preguntaron a Madre Teresa de Calcuta a ver de dónde sacaba fuerza para realizar sus trabajos en favor de los más pobres. No dudó en decir que esta fuerza le venía de la Eucaristía.

Ahora bien, la presencia de Cristo en la Eucaristía no se reduce al momento de la celebración de la misa, sino que permanece también cuando las sagradas especies están en el sagrario. No falta gente que cuando entra en una iglesia tampoco se enteran de que está presente Jesús. Precisamente  hubo algunas personas, con Berengario de Tours a la cabeza, que negaban esta presencia. Fue a raíz de esto cómo se instituyó la fiesta del Corpus Christi, cuyo signo más expresivo es la procesión: sacar a Cristo a nuestras calles, con todos los honores. Es también costumbre que ese día vuelvan a la procesión los niños de primera comunión con sus trajes… No es mala idea, pero es mucho mejor que sigan asistiendo todos los domingos con ropa de calle.

Pero el día del Corpus es también el “Día Nacional de Caridad”. La Eucaristía y la caridad han de ir muy unidas. Hoy nos recuerda San Pablo que “el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”. No tiene sentido asistir a la Eucaristía y desentendernos de las necesidades del prójimo. Los primeros cristianos tenían muy claro el compromiso de ayudar a los que pasaban necesidad y por eso hacían colectas para ayudar sobre todo a huérfanos y viudas…

Este domingo se nos invita a ser generosos en la colecta, una colecta que va destinada a Cáritas. Cáritas es la Iglesia y la Iglesia somos nosotros. No podemos desentendernos. Lo ideal sería ser socios o voluntarios de  Cáritas. Al menos hoy seamos generosos en esta colecta que, junto con la Campaña de Navidad, es muy importante. No podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de tantas personas, víctimas de la crisis… El lema de este año es “Tú tienes mucho que ver”. No es, pues, cuestión de esperar a que sean otros los que compartan.

La Eucaristía no puede ser una evasión, un buscar la paz interior, al margen de los problemas de la gente, sino un compromiso para saber corresponder al amor que Jesucristo nos da con el amor a los hermanos, especialmente a los que más lo necesitan.

 

La Santísima Trinidad

Máximo Álvarez

A lo largo del año hemos ido recordando y celebrando varios acontecimientos importantes de la historia de la salvación: desde el Aviento, las semanas anteriores a la Navidad, que nos recuerda al pueblo de Israel que esperaba al Mesías, a su nacimiento, vida pública, pasión muerte y resurrección, la Ascensión, Pentecostés… En todo esto Dios ha estado siempre presente. En primer lugar el Padre que se manifiesta al Pueblo de Israel; después conocemos al Hijo que nace, predica, muere y resucita; y finalmente, el pasado domingo, al Espíritu Santo que nos envía. Pues bien, hoy queremos recordar a estas tres divinas personas, lo que llamamos la Santísima Trinidad.

En el Antiguo Testamento se nos habla de Dios creador, el único Dios, pues no hay otro. Es el Dios que habla a Moisés. Es el Padre compasivo y misericordioso. Con la venida de Jesús al mundo descubrimos que Dios tiene un Hijo. Y el Hijo, Jesucristo, nos descubre también la existencia del Espíritu Santo.

En la segunda lectura de San Pablo a los Corintios se hace clara referencia a las tres divinas personas: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros”.

El Evangelio deja muy clara la existencia de Jesús como Hijo de Dios:  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

La fe en la Santísima Trinidad nos diferencia de las religiones antiguas, politeístas, que creen en unos cuantos dioses y de judíos y musulmanes, monoteístas, que creen en un solo Dios unipersonal, una sola persona. No admiten la divinidad de Jesucristo ni la existencia del Espíritu Santo. En el caso de las religiones antiguas se entiende, pues Dios no se había manifestado para decirles cómo era. En el caso de judíos y musulmanes, al no aceptar a Jesucristo como Hijo de Dios tampoco pueden admitir la Santísima Trinidad. Este misterio solamente Jesucristo nos lo ha revelado. Es un misterio no tanto porque sea más o menos difícil de explicar cuanto porque permanecía oculto hasta la llegada de Jesús.

Sin embargo hay muchas razones para que entendamos que también resulta fácil de asimilar. La Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y añade a continuación que los hizo hombre y mujer. La familia humana es la mejor imagen de Dios. El esposo que ama a la esposa, de cuyo amor nace el hijo, estas tres personas íntimamente unidas por el amor, nos ayudan a entender la forma de ser de Dios, que es Amor.

Por otra parte la Santísima Trinidad no es una teoría, sino que se manifiesta en hechos concretos. Así atribuimos al Padre la creación del universo. La creación entera nos habla de Dios Padre. Del Hijo sabemos muchas cosas, porque se ha hecho presente entre nosotros. A Él se atribuye la redención. El Espíritu santo, el Gran Desconocido, actúa sobre las personas y sus frutos son muy palpables. Él es el santificador. Lo recordábamos en la pasada celebración de Pentecostés: Él es el fuego del amor que ha fomentado tanto amor y tanta caridad en el mundo. Él es quien ha dado tanta fortaleza y valentía a los mártires y el que nos fortalece en medio de nuestras dificultades. Él es quien nos consuela y anima cuando nos sentimos cansados y agobiados. Él es quien nos ayuda a perdonar y a buscar la unidad, a pesar de nuestra inclinación a las divisiones.  

Estamos celebrando la Eucaristía: hemos comenzado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y la bendición final es también en nombre de las tres divinas personas. Pero son muchos más los momentos de la misa en que nombramos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Lo mismo ocurre cuando celebramos los demás sacramentos. Pero, además, si estamos en gracia de Dios, la Santísima Trinidad habita dentro de nosotros. No estamos hablando de un Dios lejano, sino muy cercano. Si fuéramos  más conscientes de ello, dedicaríamos más tiempo al diálogo, a la oración, a la alabanza… y, sobre todo, a seguir su ejemplo de amor.



Domingo de Pentecostés

Máximo Álvarez

La resurrección de Jesús devolvió la alegría a sus discípulos. Su muerte les había llevado al desánimo y a la tristeza. No obstante seguían bastante desconcertados. Pero todo cambió cuando se cumplió la promesa que les había hecho Jesús de que no los dejaría solos y les enviaría el Espíritu Santo. Es lo que celebramos hoy  en la fiesta de Pentecostés.

Para que entendamos lo que es el Espíritu Santo podemos fijarnos en lo que es el espíritu humano, el alma humana. Un cuerpo sin alma no tiene vida, es un cadáver. De la misma manera podemos  decir que el Espíritu Santo, que es una de las tres personas que forman el ser de Dios, es el alma de la Iglesia. De hecho se dice que la Iglesia nació en Pentecostés. Sin el Espíritu Santo sería incapaces de saber quién es Dios. Lo dice muy claro san Pablo en la segunda lectura: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Suele decirse que el Espíritu Santo es “el gran desconocido”. Tal vez se hable poco de Él. Tampoco pensamos mucho en nuestra alma. Pero en ambos casos lo que verdaderamente importa son los efectos. El primer efecto de la venida del Espíritu Santo es que, cuando en Jerusalén había gentes procedentes de distintas regiones y que hablaban en distintas lenguas, todos se entendían perfectamente. ¿No ocurre algo parecido cuando en una peregrinación a Lourdes o en una Jornada Mundial de la Juventud están presentes cristianos de distintas naciones y rezamos juntos, cantamos juntos, nos entendemos, nos sentimos muy unidos por la misma fe? Justo lo contrario de lo que ocurrió cuando los hombres querían ser más que Dios y emprendieron la construcción de la Torre de Babel para llegar al cielo. En ese instante tuvieron que desistir de la obra porque no se entendían, se confundieron las lenguas. ¿Acaso no es esto lo que ocurre hoy día cuando se intenta hacer un mundo sin Dios? Todo se convierte en división y confusión. No nos entendemos.

Para entender lo que significa el Espíritu Santo podemos también fijarnos en una serie de elementos, recogidos algunos en la Secuencia de Pentecostés, como la luz, el agua, el aire, el fuego, el amor… El Espíritu Santo nos ilumina y ayuda a alcanzar la verdad. Él es quien nos ayuda a tener fe. Él es el que ha inspirado a los redactores de la Sagrada Escritura, a los Santos Padres, al Magisterio de la Iglesia. Él es como el agua que da la vida y lo necesitamos para acabar con la sequía espiritual que a veces padecemos. Él es el aire que necesitamos para tener vida. Él es el fuego del amor que ha fomentado tanto amor y tanta caridad en el mundo. Él es quien ha dado tanta fortaleza y valentía a los mártires y el que nos fortalece en medio de nuestras dificultades. Él es quien nos consuela y anima cuando nos sentimos cansados y agobiados. Él es quien nos ayuda a perdonar y a buscar la unidad, a pesar de nuestra inclinación a las divisiones.

A lo largo de sus veinte siglos de historia en la Iglesia ha habido de todo, pero difícilmente habría podido sobrevivir sin la acción del Espíritu Santo. Por eso, en medio de pecados y miserias, siempre han surgido personas llenas del Espíritu Santo, como los santos, reconocidos o anónimos, que tanto bien  han hecho a la Iglesia y a la humanidad. Pero ese Espíritu no se da a todos de la misma manera. Como se nos dice en la segunda lectura: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. No es necesario que todos seamos iguales, en el sentido de que cada uno puede aportar algo diferente. Así se explica en la Iglesia el nacimiento de diferentes congregaciones religiosas o de distintos movimientos apostólicos. Cada uno aporta a la Iglesia según el carisma recibido. Eso sí todos debemos mantenernos unidos y poner cada uno los dones recibidos al servicio del bien común.

Quizá más que hablar del Espíritu Santo lo que hemos de hacer es pedir el don del Espíritu y no cansarnos de decir, como hemos hecho en el salmo responsorial: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.


La Ascensión del Señor

Máximo Álvarez

A partir de la resurrección solamente unos pocos veían a Jesús y no siempre lo distinguían a primera vista y llegó un momento en que dejaron de verlo. Es lo que San Lucas llama “ascensión” al cielo, tanto en su evangelio como en los Hechos de los Apóstoles. Pero no ha de entenderse la subida de Jesús como si fuera un cohete, aunque los pintores lo hayan reflejado así. Ascender no significa solamente subir en sentido físico, sino subir de categoría, como cuando uno asciende en su empresa o un equipo de futbol asciende a una división superior. A veces también bajan.

Para entender lo que significa la ascensión de Jesús es preciso tener en cuenta su descenso, pues, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Pero ahora ha vuelto a recuperar esa categoría. Nos lo dice hoy el evangelio de San Mateo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. De tal manera que Jesús realmente no nos deja, y por eso nos dice: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, con esa presencia de Dios que está en todas partes.

A partir de ahora podemos experimentar una nueva forma de presencia de Jesús, al recibir la fuerza del Espíritu Santo. Lo dejó bien claro Jesús: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. No tenemos, pues, que estar tristes ni desanimados. De hecho los Apóstoles, especialmente a partir de Pentecostés, estaban más animados que nunca.

Algunos de los seguidores de Jesús estaban pensando que Jesús venía a ser una especie de Jefe político y por eso le preguntaban: “¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?  Tenían una idea muy pobre de Jesús. Eso no quiere decir que el cristiano tenga que desentenderse de los asuntos de este mundo y  no esforzarse en procurar un mundo mejor. Tal vez es oportuno el reproche de los ángeles. “¿Qué hacéis ahí, plantados mirando al cielo?”

En todo caso la fiesta de la Ascensión nos invita a mirar al cielo, pero no entendido como mirar hacia las nubes, sino a saber que nuestro futuro está más allá de este mundo. Y por eso San Pablo dice: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”. Una herencia “no sólo para este mundo, sino para el futuro”. Y emplea San Pablo una palabra muy significativa: plenitud, en griego “pleroma”. Y esta plenitud la atribuye a la Iglesia. No es indiferente el estar en la Iglesia, aunque a veces solo nos fijemos en sus aspectos negativos por el hecho de que sus miembros somos pecadores. A pesar de todo, la Iglesia nos ayuda a estar más cerca de Cristo, porque es su cuerpo.

El próximo domingo, Pentecostés, celebraremos la venida del Espíritu Santo. Lo necesitamos para que nos ayude a experimentar la presencia divina, para que no nos desanimemos y para que nos ayude a saber mirar al cielo, es decir a no perder la esperanza de que más allá de esta vida nos espera una vida en plenitud.

Domingo sexto de Pascua

Máximo Álvarez

Este domingo sexto de pascua tiene un cierto sabor a despedida. El próximo domingo celebramos el día de la Ascensión del Señor a los cielos. En principio para los Apóstoles y discípulos se trataría de un día triste. Pero Jesús quiere darles ánimo. También nos quiere dar ánimo a nosotros, tentados a pensar que Jesús está lejos. Por eso nos consuela mucho oír la frase que hoy nos dice en el Evangelio: “No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”.

El mundo sigue sin ver a Jesús. Pero nosotros sí podemos verlo, aquí y ahora. Cada vez que nos reunimos en su nombre Él está en medio de nosotros. Estamos escuchando su palabra. Lo podemos recibir en la Eucaristía. De nuevo Jesús nos dice: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros”.

¿Realmente somos conscientes de que Jesús está aquí? No basta con que esté, sino que hace falta que nos demos cuenta. Hace años una señora, más bien pobre, murió pobre y no sabía que debajo de la piedra donde hacían la lumbre, al estilo de las casas antiguas, había enterrado un pote lleno de monedas de oro, que descubriría más tarde el comprador de la casa. Podemos entrar en la iglesia, celebrar una primera comunión, y no darnos cuenta de que realmente está aquí presente Jesús y sigue estando los domingos siguientes. Y por eso muchos no vuelven. Y muchos cuando entran en la iglesia demuestran que no lo saben. Por eso hay diferentes maneras de entrar en una Iglesia y muchos entran como si Jesús no estuviera, como si fuera un mercado o un bar. Otros sí, y lo hacen con devoción y respeto. Le saludan, le rezan.

Nos dice también Jesús que cuando cumplimos los mandamientos Dios se hace presente: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Tomamos en serio los mandamientos? Son muy completos. Y no han pasado de moda. Mucha gente no se confiesa porque no valora los mandamientos.

En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu Santo para que esté siempre con ellos. Sin el Espíritu Santo poco podemos hacer. El Espíritu Santo se nos da por los sacramentos, en primer lugar por el bautismo. Pero llama la atención lo que se nos dice hoy en la primera lectura, que Pedro y Juan bajaron a Samaría y ”oraron por los fieles para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había bajado sobre ninguno, pues estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. En realidad podríamos decir que faltaba la confirmación, que antes se hacía unida al bautismo, si bien después se fue distanciando. Por eso no se entiende que haya padres que desean bautizar a sus hijos y después ya no les importe que no se confirmen. O bautizados que sólo quieren confirmarse para poder ser padrinos… Aunque también hay cristianos bautizados y confirmados que no siguen a Jesús. En este caso mal pueden cumplir lo que nos dice san Pedro en la segunda lectura: que “estemos siempre dispuestos a dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza a quien nos lo pidiere.

Claro que para poder dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza tenemos que vivirlo nosotros, y también formarnos. En este sentido es muy triste que haya papás y mamás que piden el bautismo o la primera comunión para sus hijos, pero que ni saben ni quieren darles razón de su fe, porque ellos mismos ni creen ni esperan. Es triste, pero es así.

Aquellos primeros cristianos, como se nos dice en la primera lectura, escuchaban con aprobación lo que decían los Apóstoles, en este caso concreto Felipe, y que la ciudad se llenaba de alegría. Si dejáramos trabajar al Espíritu Santo, si escucháramos más la Palabra de Dios, el mundo sería más feliz, nosotros seríamos más felices y nos saldría del corazón poder decir, como en el salmo responsorial, “Aclamad al Señor tierra entera”.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo Cuarto de Pascua

El Buen Pastor

Máximo Álvarez

Este domingo cuarto de Pascua tiene un nombre especial: el domingo del Buen Pastor. Ahora ya no hay prácticamente ganado en la mayoría de nuestros pueblos, pero hubo una época, como en tiempos de Jesús, en la que abundaba el ganado y también el oficio de pastor. Muchas veces eran los niños quienes iban de pastores y cuidaban el ganado. Jesús se considera a sí mismo buen pastor: “Yo soy el buen pastor”. Ya en el Antiguo Testamento se rezaba un salmo, el que hoy tenemos como salmo responsorial, que dice: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.

¿Cuál es la misión del pastor? Cuidar a las ovejas, guiarlas por el camino adecuado que conduce hacia los pastos, procurar que tengan comida y agua para beber, defenderlo de los lobos o de los ladrones… Para entender la importancia de lo que significa este humilde trabajo de pastor basta imaginar lo que sería un rebaño sin pastor. ¿Quién lo guía? Cada oveja, cada cabra o cada vaca irían por un lado y, si por un momento las dejas solas, lo primero que harían es ir para el prado o la huerta del vecino y hacer daño. Si viene el lobo, estará mucho más desprotegido el ganado; y sin pastor es  muy fácil descarriarse. Y si se pierden, ¿quién iría en su rescate?  Por eso Jesús dijo en cierta ocasión que le daba pena de las gentes que estaban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. Y esta  es en gran manera la situación del mundo de hoy: dividido, espiritualmente mal alimentado, descarriado y sin defensa ante los depredadores. Con razón Pedro invita en la primera lectura a convertirse y bautizarse y a “escapar de esta generación perversa”. Vale para la actual.

La venida de Jesucristo el Buen pastor al mundo es un gran regalo. Por algo Pedro en la segunda lectura dice: “Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”. Desgraciadamente no todos se dejan guiar por este Pastor. Pensemos en la cantidad de niños y jóvenes, de hombres y mujeres, de familias… que están totalmente descarriados y perdidos. Hay mucha gente bautizada, pero poca convertida.

Ya nos advierte Jesucristo que tengamos cuidado con los ladrones y bandidos que no entran por la puerta en el aprisco de las ovejas. Hay gente que se dedica a obrar el mal y a hacer daño, que entran por la puerta falsa, que bien podría ser el ordenador, el teléfono móvil o la televisión, o a través de malas compañías o de “falsos predicadores” que tratan de imponer ideologías contrarias al Evangelio.

En medio de tantas voces, muchas de ellas confusas, es importante que sepamos reconocer la voz de Jesucristo el Buen Pastor. En general las  ovejas y otros animales saben distinguir muy bien la voz del pastor de otras voces extrañas. El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. “Al pastor le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." ¡Qué ejemplo más precioso! Tu realmente ¿sabes distinguir la voz de Jesús de esas voces y teorías extrañas y dañinas, de esos ladrones y bandidos, que tanto abundan en el mundo de hoy? Nos dice Jesús: “El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." ¿No sois conscientes de estos estragos? ¿Acaso no podríais poner numerosos ejemplos?

Pero no podemos olvidar que Jesús ha querido servirse de otras personas que ejercen el oficio de pastor, que cuiden del rebaño en su nombre. Son interesantes las palabras que pone Dios en los labios del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón”. Esa es la misión del Papa, de los obispos, de los sacerdotes: apacentar el rebaño de Cristo. No siempre es fácil y tampoco es imposible que a veces no se ejerza bien esta labor. Como cuando en nuestros pueblos los niños íbamos de pastores… por eso necesario pedir al Señor no solo que envíe pastores a su Iglesia, sino que sean buenos pastores. También los profetas arremetían contra los malos pastores de Israel. Pero, además, ¿no es cierto que los padres, los maestros, los gobernantes… también están  llamados a ser pastores de sus hijos, de sus alumnos, de sus pueblos… según el corazón de Dios?

Hemos oído y rezado muchas veces el salmo de “El Señor es mi pastor, nada me falta… “. Recémoslo muchas veces y ojalá sigamos a este gran Pastor y experimentemos que con Él nada nos puede faltar.

Domingo Tercero de Pascua

Máximo Álvarez

  La celebración de la Pascua no es simplemente un recuerdo de lo que pasó hace dos mil años. Dado que Jesús ha resucitado para siempre, también hoy es posible encontrarse con Él. Lo que nos ha dicho el Evangelio de hoy se puede repetir y se repite, casi al pie de la letra.

Dos discípulos de Jesús, que habían presenciado su muerte en Jerusalén, volvían tristes a su aldea de Emaús. Estaban realmente decepcionados. ¿Nunca has experimentado una sensación parecida, tal vez al regresar del cementerio de despedir a un ser querido? ¿Nunca has tenido una crisis de fe, por la razón que sea, sintiendo una sensación de soledad y abandono?

Mientras iban de camino, un extraño se añadió a ellos, interesándose por la conversación. Iban hablando de lo que le había ocurrido a Jesús, en el que habían puesto muchas esperanzas, pero fue condenado a muerte y todo se vino abajo. Es verdad que algunas mujeres andaban diciendo que había resucitado, pero ellos no estaban muy convencidos. También nosotros y otra mucha gente ha oído hablar de la resurrección de Jesús. Pero eso no significa creer que Jesús ha resucitado. Lo que no sabían es que era Jesús el que caminaba con ellos. También camina siempre a nuestro lado, aunque  muchos no se enteran o no son conscientes.

El compañero de viaje les llama torpes, pues siendo, como se suponía que eran, conocedores de las Sagradas Escrituras, no se habían enterado de que en ellas ya se hablaba de lo que le tenía que ocurrir al Mesías: que era necesario que padeciera para entrar en su gloria. Lo cierto es que, a medida que iban escuchando estas explicaciones de las Escrituras, notaban que se sentían mejor. También nosotros tenemos muchas oportunidades de leer y escuchar la Biblia, la Palabra de Dios. No es cualquier palabra. Tiene un efecto especial, una fuerza muy grande, para quien la acoge. Es eficaz,  influyente, da fruto cuando se escucha. Si tomáramos en serio la escucha de la Palabra de Dios, notaríamos su efecto en nuestra vida. No sabían que era Jesús el que les estaba comentando las Sagradas Escrituras, pero sentían algo especial. Cuando se dieron cuenta de que era Él decían: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Pero seguían sin enterarse.

Cuando llegaron al pueblo era ya muy tarde y lo invitaron a cenar y a quedarse con ellos, si bien Él hacía como que quería seguir caminando. Pero ellos insistieron. Eran gente buena, y tenían la virtud de la hospitalidad. Si no lo hubieran invitado, habrían perdido la oportunidad de saber quién era el compañero de viaje. En realidad cuando acogemos y ayudamos a alguien, se lo estamos haciendo al mismo Jesús. Nos lo recordará en el juicio final. “Era extranjero y me acogisteis”.

Por fin Jesús entró para quedarse con ellos. En realidad Jesús lo estaba deseando. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. ¿No os recuerda esto a la Última Cena? Pues sí, de nuevo se trata de una celebración eucarística. Lo reconocieron al partir el pan.  Igual que nosotros en la misa, si es que lo reconocemos al partir el pan. ¿Todo el mundo que va a misa reconoce a Jesús? ¿No es verdad que, si lo reconocieran, asistirían más y participarían más conscientemente? ¿Son conscientes de esto los papás y mamás de los niños de primera comunión?

Finalmente salieron corriendo a Jerusalén a anunciarlo a los demás compañeros. Por lo visto allí ya lo estaban comentando, pero ellos también contaron su experiencia. Nuestra alegría por el encuentro con Jesús es tan grande que nos impulsa a compartir nuestra experiencia con otras personas. Cuando se dice “Podéis ir en paz”, en realidad se nos está enviando para que demos testimonio de nuestra fe (Antes en latín: “Ite misa est”. La palabra misa viene de un verbo que en latín significa enviar). Somos enviados.

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo Pedro, el que antes había negado a Jesús por miedo a la gente, el que Jesús había reprendido varias veces por su forma de pensar o actuar, ahora se dirige, sin miedo, valientemente, ante la multitud, para hablarles de Jesús resucitado. Parece irreconocible. También nosotros deberíamos sentirnos transformados, si de verdad nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, para dar testimonio de Él, empezando por la propia casa o la propia familia, especialmente en el caso de los padres. No necesitan ir muy lejos, tienen muy cerca a sus hijos.

De nuevo Pedro, en la segunda lectura, que pertenece a una de sus cartas, nos invita a nosotros a seguir a Jesús: “Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”. Ese proceder inútil es precisamente el comportamiento de muchas personas, entre las que se incluyen numerosos cristianos, que no acabamos de entender todo lo que ha significado la muerte y la resurrección de Jesús para nosotros y para toda la humanidad. Debería traducirse en un cambio de vida, en una auténtica conversión.

Hoy, como en el camino de Emaús, Cristo camina a  nuestro lado, Debería notarse cuando salgamos a la calle y volvamos a la vida de cada día.



Domingo Segundo de Pascua

Máximo Álvarez

  Estamos ya en el segundo domingo de pascua. El tema central de las lecturas de la palabra de Dios a lo largo de estos días tiene dos focos principales: las apariciones de Jesús resucitado y cómo vivían esta experiencia los primeros cristianos. Y esto tiene también mucha importancia para los cristianos del siglo veintiuno. Por una parte hemos de ver cómo se aparece hoy día Jesús a nosotros y por otra cómo hemos de vivir en la actualidad los seguidores de Jesús.

  En cuanto a las apariciones de Jesús, hay un detalle muy importante: tenían lugar el primer día de la semana, lo que ahora nosotros llamamos el domingo. En concreto en el Evangelio de hoy se habla de dos domingos. El primero, cuando faltaba el Apóstol Tomás. Y El siguiente, cuando ya estaba presente Tomás. En ambos casos los discípulos, la comunidad, se encontraba reunida.

  En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos dice cómo los primeros cristianos seguían reuniéndose para orar juntos, escuchar las enseñanzas de los Apóstoles y celebrar la Fracción del Pan, es decir, la Eucaristía.

  Por eso sigue siendo muy importante para nosotros, para nuestras comunidades cristianas, el que nos reunamos cada domingo, para dar al Señor la oportunidad de hacerse presente, escuchando su palabra, orando juntos y participar en la fracción del pan, es decir, en la misa. Es mejor no imaginar lo que habría sucedido si a lo largo de veinte siglos de cristianismo no se hubieran reunido cada domingo para celebrar la Eucaristía. Difícilmente hubieran podido sobrevivir las comunidades cristianas. Lo normal es que, cuando uno se desentiende de todo esto, llegue incluso a perder la fe en Jesucristo. Si no escuchamos la palabra de Dios, ¿cómo va ser posible ponerla en práctica?

  Pero los primeros cristianos hacían algo no menos importante: poner sus bienes en común para atender a los más necesitados. Si la Iglesia se desentendiera de los problemas de la gente, si los cristianos no sabemos compartir, nuestra fe quedará reducida a un culto vacío e insolidario. Ahora que estamos en la Campaña de la declaración de la renta, se nos recuerda de manera especial la gran labor social de la Iglesia, en todo el mundo. En las crisis más graves la Iglesia, junto con la familia, son las instituciones más comprometidas con las víctimas de las crisis.

  Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo esa solidaridad, ese amor fraterno, provocaban la admiración de las gentes y cómo día a día iba creciendo el número de los seguidores de Jesús. Esto también ocurre en la actualidad.

  Pero hay un de detalle del Evangelio de hoy que no puede pasar desapercibido: uno de los Apóstoles, que aquel domingo no estaba reunido con ellos, Tomás, cuando los compañeros de dijeron que habían visto al Señor, dijo que si no veía no creía. No vio al Señor precisamente por no estar reunido con los hermanos. Eso suele pasar cuando la gente pretendemos vivir al margen de la comunidad cristiana. Pero, además, hoy día son muchos los que como Tomás dicen que, si no ven, no creen. Hay mucha desconfianza, mucha falta de fe.  Seguro que Jesús estaba pensando en ellos cuando dijo a Tomás: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”. Seguro que pensaba también en nosotros que creemos, aunque más por la ayuda del Espíritu Santo (“Recibid el Espíritu Santo”) que por nuestros méritos.

A veces el ambiente y las circunstancias no ayudan demasiado. Por eso es importante lo que nos dice San Pedro en la segunda lectura: “Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

  Finalmente, no podemos olvidar que hoy es la fiesta de la “Divina Misericordia”, fiesta instituida por San Juan Pablo II para el segundo domingo de Pascua. Se da la circunstancia de que el Papa murió precisamente ese día. Es reconfortante saber que, a pesar de nuestros pecados y los de la humanidad, la misericordia de Dios es infinita, y nunca deja de amarnos.

Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.


Domingo sexto de Pascua

Máximo Álvarez

Este domingo sexto de pascua tiene un cierto sabor a despedida. El próximo domingo celebramos el día de la Ascensión del Señor a los cielos. En principio para los Apóstoles y discípulos se trataría de un día triste. Pero Jesús quiere darles ánimo. También nos quiere dar ánimo a nosotros, tentados a pensar que Jesús está lejos. Por eso nos consuela mucho oír la frase que hoy nos dice en el Evangelio: “No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”.

El mundo sigue sin ver a Jesús. Pero nosotros sí podemos verlo, aquí y ahora. Cada vez que nos reunimos en su nombre Él está en medio de nosotros. Estamos escuchando su palabra. Lo podemos recibir en la Eucaristía. De nuevo Jesús nos dice: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros”.

¿Realmente somos conscientes de que Jesús está aquí? No basta con que esté, sino que hace falta que nos demos cuenta. Hace años una señora, más bien pobre, murió pobre y no sabía que debajo de la piedra donde hacían la lumbre, al estilo de las casas antiguas, había enterrado un pote lleno de monedas de oro, que descubriría más tarde el comprador de la casa. Podemos entrar en la iglesia, celebrar una primera comunión, y no darnos cuenta de que realmente está aquí presente Jesús y sigue estando los domingos siguientes. Y por eso muchos no vuelven. Y muchos cuando entran en la iglesia demuestran que no lo saben. Por eso hay diferentes maneras de entrar en una Iglesia y muchos entran como si Jesús no estuviera, como si fuera un mercado o un bar. Otros sí, y lo hacen con devoción y respeto. Le saludan, le rezan.

Nos dice también Jesús que cuando cumplimos los mandamientos Dios se hace presente: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Tomamos en serio los mandamientos? Son muy completos. Y no han pasado de moda. Mucha gente no se confiesa porque no valora los mandamientos.

En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu Santo para que esté siempre con ellos. Sin el Espíritu Santo poco podemos hacer. El Espíritu Santo se nos da por los sacramentos, en primer lugar por el bautismo. Pero llama la atención lo que se nos dice hoy en la primera lectura, que Pedro y Juan bajaron a Samaría y ”oraron por los fieles para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había bajado sobre ninguno, pues estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. En realidad podríamos decir que faltaba la confirmación, que antes se hacía unida al bautismo, si bien después se fue distanciando. Por eso no se entiende que haya padres que desean bautizar a sus hijos y después ya no les importe que no se confirmen. O bautizados que sólo quieren confirmarse para poder ser padrinos… Aunque también hay cristianos bautizados y confirmados que no siguen a Jesús. En este caso mal pueden cumplir lo que nos dice san Pedro en la segunda lectura: que “estemos siempre dispuestos a dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza a quien nos lo pidiere.

Claro que para poder dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza tenemos que vivirlo nosotros, y también formarnos. En este sentido es muy triste que haya papás y mamás que piden el bautismo o la primera comunión para sus hijos, pero que ni saben ni quieren darles razón de su fe, porque ellos mismos ni creen ni esperan. Es triste, pero es así.

Aquellos primeros cristianos, como se nos dice en la primera lectura, escuchaban con aprobación lo que decían los Apóstoles, en este caso concreto Felipe, y que la ciudad se llenaba de alegría. Si dejáramos trabajar al Espíritu Santo, si escucháramos más la Palabra de Dios, el mundo sería más feliz, nosotros seríamos más felices y nos saldría del corazón poder decir, como en el salmo responsorial, “Aclamad al Señor tierra entera”.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo Cuarto de Pascua

El Buen Pastor

Máximo Álvarez

Este domingo cuarto de Pascua tiene un nombre especial: el domingo del Buen Pastor. Ahora ya no hay prácticamente ganado en la mayoría de nuestros pueblos, pero hubo una época, como en tiempos de Jesús, en la que abundaba el ganado y también el oficio de pastor. Muchas veces eran los niños quienes iban de pastores y cuidaban el ganado. Jesús se considera a sí mismo buen pastor: “Yo soy el buen pastor”. Ya en el Antiguo Testamento se rezaba un salmo, el que hoy tenemos como salmo responsorial, que dice: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.

¿Cuál es la misión del pastor? Cuidar a las ovejas, guiarlas por el camino adecuado que conduce hacia los pastos, procurar que tengan comida y agua para beber, defenderlo de los lobos o de los ladrones… Para entender la importancia de lo que significa este humilde trabajo de pastor basta imaginar lo que sería un rebaño sin pastor. ¿Quién lo guía? Cada oveja, cada cabra o cada vaca irían por un lado y, si por un momento las dejas solas, lo primero que harían es ir para el prado o la huerta del vecino y hacer daño. Si viene el lobo, estará mucho más desprotegido el ganado; y sin pastor es  muy fácil descarriarse. Y si se pierden, ¿quién iría en su rescate?  Por eso Jesús dijo en cierta ocasión que le daba pena de las gentes que estaban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. Y esta  es en gran manera la situación del mundo de hoy: dividido, espiritualmente mal alimentado, descarriado y sin defensa ante los depredadores. Con razón Pedro invita en la primera lectura a convertirse y bautizarse y a “escapar de esta generación perversa”. Vale para la actual.

La venida de Jesucristo el Buen pastor al mundo es un gran regalo. Por algo Pedro en la segunda lectura dice: “Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”. Desgraciadamente no todos se dejan guiar por este Pastor. Pensemos en la cantidad de niños y jóvenes, de hombres y mujeres, de familias… que están totalmente descarriados y perdidos. Hay mucha gente bautizada, pero poca convertida.

Ya nos advierte Jesucristo que tengamos cuidado con los ladrones y bandidos que no entran por la puerta en el aprisco de las ovejas. Hay gente que se dedica a obrar el mal y a hacer daño, que entran por la puerta falsa, que bien podría ser el ordenador, el teléfono móvil o la televisión, o a través de malas compañías o de “falsos predicadores” que tratan de imponer ideologías contrarias al Evangelio.

En medio de tantas voces, muchas de ellas confusas, es importante que sepamos reconocer la voz de Jesucristo el Buen Pastor. En general las  ovejas y otros animales saben distinguir muy bien la voz del pastor de otras voces extrañas. El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. “Al pastor le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." ¡Qué ejemplo más precioso! Tu realmente ¿sabes distinguir la voz de Jesús de esas voces y teorías extrañas y dañinas, de esos ladrones y bandidos, que tanto abundan en el mundo de hoy? Nos dice Jesús: “El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." ¿No sois conscientes de estos estragos? ¿Acaso no podríais poner numerosos ejemplos?

Pero no podemos olvidar que Jesús ha querido servirse de otras personas que ejercen el oficio de pastor, que cuiden del rebaño en su nombre. Son interesantes las palabras que pone Dios en los labios del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón”. Esa es la misión del Papa, de los obispos, de los sacerdotes: apacentar el rebaño de Cristo. No siempre es fácil y tampoco es imposible que a veces no se ejerza bien esta labor. Como cuando en nuestros pueblos los niños íbamos de pastores… por eso necesario pedir al Señor no solo que envíe pastores a su Iglesia, sino que sean buenos pastores. También los profetas arremetían contra los malos pastores de Israel. Pero, además, ¿no es cierto que los padres, los maestros, los gobernantes… también están  llamados a ser pastores de sus hijos, de sus alumnos, de sus pueblos… según el corazón de Dios?

Hemos oído y rezado muchas veces el salmo de “El Señor es mi pastor, nada me falta… “. Recémoslo muchas veces y ojalá sigamos a este gran Pastor y experimentemos que con Él nada nos puede faltar.

Domingo Tercero de Pascua

Máximo Álvarez

  La celebración de la Pascua no es simplemente un recuerdo de lo que pasó hace dos mil años. Dado que Jesús ha resucitado para siempre, también hoy es posible encontrarse con Él. Lo que nos ha dicho el Evangelio de hoy se puede repetir y se repite, casi al pie de la letra.

Dos discípulos de Jesús, que habían presenciado su muerte en Jerusalén, volvían tristes a su aldea de Emaús. Estaban realmente decepcionados. ¿Nunca has experimentado una sensación parecida, tal vez al regresar del cementerio de despedir a un ser querido? ¿Nunca has tenido una crisis de fe, por la razón que sea, sintiendo una sensación de soledad y abandono?

Mientras iban de camino, un extraño se añadió a ellos, interesándose por la conversación. Iban hablando de lo que le había ocurrido a Jesús, en el que habían puesto muchas esperanzas, pero fue condenado a muerte y todo se vino abajo. Es verdad que algunas mujeres andaban diciendo que había resucitado, pero ellos no estaban muy convencidos. También nosotros y otra mucha gente ha oído hablar de la resurrección de Jesús. Pero eso no significa creer que Jesús ha resucitado. Lo que no sabían es que era Jesús el que caminaba con ellos. También camina siempre a nuestro lado, aunque  muchos no se enteran o no son conscientes.

El compañero de viaje les llama torpes, pues siendo, como se suponía que eran, conocedores de las Sagradas Escrituras, no se habían enterado de que en ellas ya se hablaba de lo que le tenía que ocurrir al Mesías: que era necesario que padeciera para entrar en su gloria. Lo cierto es que, a medida que iban escuchando estas explicaciones de las Escrituras, notaban que se sentían mejor. También nosotros tenemos muchas oportunidades de leer y escuchar la Biblia, la Palabra de Dios. No es cualquier palabra. Tiene un efecto especial, una fuerza muy grande, para quien la acoge. Es eficaz,  influyente, da fruto cuando se escucha. Si tomáramos en serio la escucha de la Palabra de Dios, notaríamos su efecto en nuestra vida. No sabían que era Jesús el que les estaba comentando las Sagradas Escrituras, pero sentían algo especial. Cuando se dieron cuenta de que era Él decían: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Pero seguían sin enterarse.

Cuando llegaron al pueblo era ya muy tarde y lo invitaron a cenar y a quedarse con ellos, si bien Él hacía como que quería seguir caminando. Pero ellos insistieron. Eran gente buena, y tenían la virtud de la hospitalidad. Si no lo hubieran invitado, habrían perdido la oportunidad de saber quién era el compañero de viaje. En realidad cuando acogemos y ayudamos a alguien, se lo estamos haciendo al mismo Jesús. Nos lo recordará en el juicio final. “Era extranjero y me acogisteis”.

Por fin Jesús entró para quedarse con ellos. En realidad Jesús lo estaba deseando. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. ¿No os recuerda esto a la Última Cena? Pues sí, de nuevo se trata de una celebración eucarística. Lo reconocieron al partir el pan.  Igual que nosotros en la misa, si es que lo reconocemos al partir el pan. ¿Todo el mundo que va a misa reconoce a Jesús? ¿No es verdad que, si lo reconocieran, asistirían más y participarían más conscientemente? ¿Son conscientes de esto los papás y mamás de los niños de primera comunión?

Finalmente salieron corriendo a Jerusalén a anunciarlo a los demás compañeros. Por lo visto allí ya lo estaban comentando, pero ellos también contaron su experiencia. Nuestra alegría por el encuentro con Jesús es tan grande que nos impulsa a compartir nuestra experiencia con otras personas. Cuando se dice “Podéis ir en paz”, en realidad se nos está enviando para que demos testimonio de nuestra fe (Antes en latín: “Ite misa est”. La palabra misa viene de un verbo que en latín significa enviar). Somos enviados.

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo Pedro, el que antes había negado a Jesús por miedo a la gente, el que Jesús había reprendido varias veces por su forma de pensar o actuar, ahora se dirige, sin miedo, valientemente, ante la multitud, para hablarles de Jesús resucitado. Parece irreconocible. También nosotros deberíamos sentirnos transformados, si de verdad nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, para dar testimonio de Él, empezando por la propia casa o la propia familia, especialmente en el caso de los padres. No necesitan ir muy lejos, tienen muy cerca a sus hijos.

De nuevo Pedro, en la segunda lectura, que pertenece a una de sus cartas, nos invita a nosotros a seguir a Jesús: “Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”. Ese proceder inútil es precisamente el comportamiento de muchas personas, entre las que se incluyen numerosos cristianos, que no acabamos de entender todo lo que ha significado la muerte y la resurrección de Jesús para nosotros y para toda la humanidad. Debería traducirse en un cambio de vida, en una auténtica conversión.

Hoy, como en el camino de Emaús, Cristo camina a  nuestro lado, Debería notarse cuando salgamos a la calle y volvamos a la vida de cada día.



Domingo Segundo de Pascua

Máximo Álvarez

  Estamos ya en el segundo domingo de pascua. El tema central de las lecturas de la palabra de Dios a lo largo de estos días tiene dos focos principales: las apariciones de Jesús resucitado y cómo vivían esta experiencia los primeros cristianos. Y esto tiene también mucha importancia para los cristianos del siglo veintiuno. Por una parte hemos de ver cómo se aparece hoy día Jesús a nosotros y por otra cómo hemos de vivir en la actualidad los seguidores de Jesús.

  En cuanto a las apariciones de Jesús, hay un detalle muy importante: tenían lugar el primer día de la semana, lo que ahora nosotros llamamos el domingo. En concreto en el Evangelio de hoy se habla de dos domingos. El primero, cuando faltaba el Apóstol Tomás. Y El siguiente, cuando ya estaba presente Tomás. En ambos casos los discípulos, la comunidad, se encontraba reunida.

  En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos dice cómo los primeros cristianos seguían reuniéndose para orar juntos, escuchar las enseñanzas de los Apóstoles y celebrar la Fracción del Pan, es decir, la Eucaristía.

  Por eso sigue siendo muy importante para nosotros, para nuestras comunidades cristianas, el que nos reunamos cada domingo, para dar al Señor la oportunidad de hacerse presente, escuchando su palabra, orando juntos y participar en la fracción del pan, es decir, en la misa. Es mejor no imaginar lo que habría sucedido si a lo largo de veinte siglos de cristianismo no se hubieran reunido cada domingo para celebrar la Eucaristía. Difícilmente hubieran podido sobrevivir las comunidades cristianas. Lo normal es que, cuando uno se desentiende de todo esto, llegue incluso a perder la fe en Jesucristo. Si no escuchamos la palabra de Dios, ¿cómo va ser posible ponerla en práctica?

  Pero los primeros cristianos hacían algo no menos importante: poner sus bienes en común para atender a los más necesitados. Si la Iglesia se desentendiera de los problemas de la gente, si los cristianos no sabemos compartir, nuestra fe quedará reducida a un culto vacío e insolidario. Ahora que estamos en la Campaña de la declaración de la renta, se nos recuerda de manera especial la gran labor social de la Iglesia, en todo el mundo. En las crisis más graves la Iglesia, junto con la familia, son las instituciones más comprometidas con las víctimas de las crisis.

  Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo esa solidaridad, ese amor fraterno, provocaban la admiración de las gentes y cómo día a día iba creciendo el número de los seguidores de Jesús. Esto también ocurre en la actualidad.

  Pero hay un de detalle del Evangelio de hoy que no puede pasar desapercibido: uno de los Apóstoles, que aquel domingo no estaba reunido con ellos, Tomás, cuando los compañeros de dijeron que habían visto al Señor, dijo que si no veía no creía. No vio al Señor precisamente por no estar reunido con los hermanos. Eso suele pasar cuando la gente pretendemos vivir al margen de la comunidad cristiana. Pero, además, hoy día son muchos los que como Tomás dicen que, si no ven, no creen. Hay mucha desconfianza, mucha falta de fe.  Seguro que Jesús estaba pensando en ellos cuando dijo a Tomás: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”. Seguro que pensaba también en nosotros que creemos, aunque más por la ayuda del Espíritu Santo (“Recibid el Espíritu Santo”) que por nuestros méritos.

A veces el ambiente y las circunstancias no ayudan demasiado. Por eso es importante lo que nos dice San Pedro en la segunda lectura: “Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

  Finalmente, no podemos olvidar que hoy es la fiesta de la “Divina Misericordia”, fiesta instituida por San Juan Pablo II para el segundo domingo de Pascua. Se da la circunstancia de que el Papa murió precisamente ese día. Es reconfortante saber que, a pesar de nuestros pecados y los de la humanidad, la misericordia de Dios es infinita, y nunca deja de amarnos.

Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.


Domingo sexto de Pascua

Máximo Álvarez

Este domingo sexto de pascua tiene un cierto sabor a despedida. El próximo domingo celebramos el día de la Ascensión del Señor a los cielos. En principio para los Apóstoles y discípulos se trataría de un día triste. Pero Jesús quiere darles ánimo. También nos quiere dar ánimo a nosotros, tentados a pensar que Jesús está lejos. Por eso nos consuela mucho oír la frase que hoy nos dice en el Evangelio: “No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”.

El mundo sigue sin ver a Jesús. Pero nosotros sí podemos verlo, aquí y ahora. Cada vez que nos reunimos en su nombre Él está en medio de nosotros. Estamos escuchando su palabra. Lo podemos recibir en la Eucaristía. De nuevo Jesús nos dice: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros”.

¿Realmente somos conscientes de que Jesús está aquí? No basta con que esté, sino que hace falta que nos demos cuenta. Hace años una señora, más bien pobre, murió pobre y no sabía que debajo de la piedra donde hacían la lumbre, al estilo de las casas antiguas, había enterrado un pote lleno de monedas de oro, que descubriría más tarde el comprador de la casa. Podemos entrar en la iglesia, celebrar una primera comunión, y no darnos cuenta de que realmente está aquí presente Jesús y sigue estando los domingos siguientes. Y por eso muchos no vuelven. Y muchos cuando entran en la iglesia demuestran que no lo saben. Por eso hay diferentes maneras de entrar en una Iglesia y muchos entran como si Jesús no estuviera, como si fuera un mercado o un bar. Otros sí, y lo hacen con devoción y respeto. Le saludan, le rezan.

Nos dice también Jesús que cuando cumplimos los mandamientos Dios se hace presente: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Tomamos en serio los mandamientos? Son muy completos. Y no han pasado de moda. Mucha gente no se confiesa porque no valora los mandamientos.

En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu Santo para que esté siempre con ellos. Sin el Espíritu Santo poco podemos hacer. El Espíritu Santo se nos da por los sacramentos, en primer lugar por el bautismo. Pero llama la atención lo que se nos dice hoy en la primera lectura, que Pedro y Juan bajaron a Samaría y ”oraron por los fieles para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había bajado sobre ninguno, pues estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. En realidad podríamos decir que faltaba la confirmación, que antes se hacía unida al bautismo, si bien después se fue distanciando. Por eso no se entiende que haya padres que desean bautizar a sus hijos y después ya no les importe que no se confirmen. O bautizados que sólo quieren confirmarse para poder ser padrinos… Aunque también hay cristianos bautizados y confirmados que no siguen a Jesús. En este caso mal pueden cumplir lo que nos dice san Pedro en la segunda lectura: que “estemos siempre dispuestos a dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza a quien nos lo pidiere.

Claro que para poder dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza tenemos que vivirlo nosotros, y también formarnos. En este sentido es muy triste que haya papás y mamás que piden el bautismo o la primera comunión para sus hijos, pero que ni saben ni quieren darles razón de su fe, porque ellos mismos ni creen ni esperan. Es triste, pero es así.

Aquellos primeros cristianos, como se nos dice en la primera lectura, escuchaban con aprobación lo que decían los Apóstoles, en este caso concreto Felipe, y que la ciudad se llenaba de alegría. Si dejáramos trabajar al Espíritu Santo, si escucháramos más la Palabra de Dios, el mundo sería más feliz, nosotros seríamos más felices y nos saldría del corazón poder decir, como en el salmo responsorial, “Aclamad al Señor tierra entera”.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo quinto de Pascua

Máximo Álvarez


Decía el poeta: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”. En realidad toda la vida es un caminar, pero no un caminar sin saber hacia dónde se va, sino que ha de tener una meta clara. Pero no podemos conformarnos con pensar que la meta definitiva sea la muerte. De ser así la vida no tendría sentido. Sería absurda. No obstante, hay gente que está más bien perdida y desorientada. Por eso son muy reconfortantes las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio cuando nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el que da sentido a la vida.

En cuanto a la verdad, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día. No hace falta poner ejemplos. Hay mucha gente que vive en el error. Y con respecto a la vida todos somos conscientes del éxito que tiene en estos tiempos la llamada “cultura de la muerte”. Basta con ver los telediarios.

Había en un pueblo un señor cuya casa estaba en un cruce de caminos. Mucha gente paraba a preguntarle por dónde se iba a determinado pueblo o lugar. Y él siempre les mandaba en una dirección distinta. Por una parte les mentía, y por otra así mal podían llegar a donde deseaban. Esto se repite en la vida de cada día, especialmente cuando algunos intentan apartar a la gente del buen camino, de Jesús y de sus enseñanzas. Estas enseñanzas de Jesús se encuentran en la Sagrada Escritura, pero también en el magisterio de la Iglesia.  

En la primera lectura del libro de los Hechos se nos dice que los Apóstoles, preocupados por la atención a las personas más necesitadas, sobre todo para que no les faltara el alimento, especialmente a las viudas, decidieron elegir a siete hombres, los diáconos, para que se encargaran de esta labor asistencial y así ellos dedicarse más de lleno a la oración y al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El domingo pasado se nos recordaba la importancia del pastor para cuidar y alimentar el ganado. Pues bien hay muchas personas a las que les falta el alimento de la Palabra de Dios. Es tarea urgente de la Iglesia el impartir esta enseñanza. En un mundo a veces tan confuso y engañado como el nuestro la Palabra de Dios nos ayuda encontrar la verdad y el camino.

Pero eso no significa que la Iglesia pueda descuidar las obras de caridad, el servicio, la diaconía. Si se limitara solamente a predicar la Palabra de Dios, desentendiéndose de la caridad, la faltaría algo fundamental.  

Pero también tiene que defender  la vida, la vida en todas sus etapas: desde su comienzo hasta el final. Hoy desgraciadamente la Iglesia se queda prácticamente sola a la hora de defender los derechos de los no nacidos, de oponerse al aborto y a la eutanasia. No es de extrañar que Jesucristo, que es la vida, también sea rechazado. Dicho con con palabras de San Pedro en la segunda lectura, él es “la piedra que desecharon los arquitectos, pero escogida y preciosa ante Dios”. Pero también  nosotros somos “piedras vivas, formando un sacerdocio sagrado”. Por eso no es de extrañar que también nosotros podamos experimentar rechazo cuando seguimos a Jesús.

Pero no nos desanimemos. Fijaos en lo que nos dice también hoy San Pedro: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados somos sacerdotes, participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que el Concilio Vaticano II llama “sacerdocio común de los fieles”. No tengamos miedo a proclamar las hazañas del Señor, a dar testimonio de nuestra fe, a seguirle a Él y a animar a los demás a seguirle. Él es el camino, la verdad y la vida. Para entender lo que esto significa imaginemos que nuestra forma de vivir fuera justo al revés: ir por caminos equivocados, andar en la mentira y en la muerte. Pues esa parece la forma de vivir de muchas personas, especialmente la de aquellas que desconocen a Jesús.

Estamos en una celebración que nos permite entrar en contacto con Jesús gracias al sacramento de la Eucaristía. Se trata de una relación personal. En él diálogo sincero con Él lo normal es que nos sintamos transformados, animados, seguros. En realidad Jesús no es solamente el que nos enseña el camino o la verdad o defiende la vida. Él mismo es el camino, la verdad y la vida- Ojalá que esta celebración sea un verdadero encuentro con Él.


Domingo Cuarto de Pascua

El Buen Pastor

Máximo Álvarez

Este domingo cuarto de Pascua tiene un nombre especial: el domingo del Buen Pastor. Ahora ya no hay prácticamente ganado en la mayoría de nuestros pueblos, pero hubo una época, como en tiempos de Jesús, en la que abundaba el ganado y también el oficio de pastor. Muchas veces eran los niños quienes iban de pastores y cuidaban el ganado. Jesús se considera a sí mismo buen pastor: “Yo soy el buen pastor”. Ya en el Antiguo Testamento se rezaba un salmo, el que hoy tenemos como salmo responsorial, que dice: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”.

¿Cuál es la misión del pastor? Cuidar a las ovejas, guiarlas por el camino adecuado que conduce hacia los pastos, procurar que tengan comida y agua para beber, defenderlo de los lobos o de los ladrones… Para entender la importancia de lo que significa este humilde trabajo de pastor basta imaginar lo que sería un rebaño sin pastor. ¿Quién lo guía? Cada oveja, cada cabra o cada vaca irían por un lado y, si por un momento las dejas solas, lo primero que harían es ir para el prado o la huerta del vecino y hacer daño. Si viene el lobo, estará mucho más desprotegido el ganado; y sin pastor es  muy fácil descarriarse. Y si se pierden, ¿quién iría en su rescate?  Por eso Jesús dijo en cierta ocasión que le daba pena de las gentes que estaban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. Y esta  es en gran manera la situación del mundo de hoy: dividido, espiritualmente mal alimentado, descarriado y sin defensa ante los depredadores. Con razón Pedro invita en la primera lectura a convertirse y bautizarse y a “escapar de esta generación perversa”. Vale para la actual.

La venida de Jesucristo el Buen pastor al mundo es un gran regalo. Por algo Pedro en la segunda lectura dice: “Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”. Desgraciadamente no todos se dejan guiar por este Pastor. Pensemos en la cantidad de niños y jóvenes, de hombres y mujeres, de familias… que están totalmente descarriados y perdidos. Hay mucha gente bautizada, pero poca convertida.

Ya nos advierte Jesucristo que tengamos cuidado con los ladrones y bandidos que no entran por la puerta en el aprisco de las ovejas. Hay gente que se dedica a obrar el mal y a hacer daño, que entran por la puerta falsa, que bien podría ser el ordenador, el teléfono móvil o la televisión, o a través de malas compañías o de “falsos predicadores” que tratan de imponer ideologías contrarias al Evangelio.

En medio de tantas voces, muchas de ellas confusas, es importante que sepamos reconocer la voz de Jesucristo el Buen Pastor. En general las  ovejas y otros animales saben distinguir muy bien la voz del pastor de otras voces extrañas. El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. “Al pastor le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." ¡Qué ejemplo más precioso! Tu realmente ¿sabes distinguir la voz de Jesús de esas voces y teorías extrañas y dañinas, de esos ladrones y bandidos, que tanto abundan en el mundo de hoy? Nos dice Jesús: “El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." ¿No sois conscientes de estos estragos? ¿Acaso no podríais poner numerosos ejemplos?

Pero no podemos olvidar que Jesús ha querido servirse de otras personas que ejercen el oficio de pastor, que cuiden del rebaño en su nombre. Son interesantes las palabras que pone Dios en los labios del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón”. Esa es la misión del Papa, de los obispos, de los sacerdotes: apacentar el rebaño de Cristo. No siempre es fácil y tampoco es imposible que a veces no se ejerza bien esta labor. Como cuando en nuestros pueblos los niños íbamos de pastores… por eso necesario pedir al Señor no solo que envíe pastores a su Iglesia, sino que sean buenos pastores. También los profetas arremetían contra los malos pastores de Israel. Pero, además, ¿no es cierto que los padres, los maestros, los gobernantes… también están  llamados a ser pastores de sus hijos, de sus alumnos, de sus pueblos… según el corazón de Dios?

Hemos oído y rezado muchas veces el salmo de “El Señor es mi pastor, nada me falta… “. Recémoslo muchas veces y ojalá sigamos a este gran Pastor y experimentemos que con Él nada nos puede faltar.

Domingo Tercero de Pascua

Máximo Álvarez

  La celebración de la Pascua no es simplemente un recuerdo de lo que pasó hace dos mil años. Dado que Jesús ha resucitado para siempre, también hoy es posible encontrarse con Él. Lo que nos ha dicho el Evangelio de hoy se puede repetir y se repite, casi al pie de la letra.

Dos discípulos de Jesús, que habían presenciado su muerte en Jerusalén, volvían tristes a su aldea de Emaús. Estaban realmente decepcionados. ¿Nunca has experimentado una sensación parecida, tal vez al regresar del cementerio de despedir a un ser querido? ¿Nunca has tenido una crisis de fe, por la razón que sea, sintiendo una sensación de soledad y abandono?

Mientras iban de camino, un extraño se añadió a ellos, interesándose por la conversación. Iban hablando de lo que le había ocurrido a Jesús, en el que habían puesto muchas esperanzas, pero fue condenado a muerte y todo se vino abajo. Es verdad que algunas mujeres andaban diciendo que había resucitado, pero ellos no estaban muy convencidos. También nosotros y otra mucha gente ha oído hablar de la resurrección de Jesús. Pero eso no significa creer que Jesús ha resucitado. Lo que no sabían es que era Jesús el que caminaba con ellos. También camina siempre a nuestro lado, aunque  muchos no se enteran o no son conscientes.

El compañero de viaje les llama torpes, pues siendo, como se suponía que eran, conocedores de las Sagradas Escrituras, no se habían enterado de que en ellas ya se hablaba de lo que le tenía que ocurrir al Mesías: que era necesario que padeciera para entrar en su gloria. Lo cierto es que, a medida que iban escuchando estas explicaciones de las Escrituras, notaban que se sentían mejor. También nosotros tenemos muchas oportunidades de leer y escuchar la Biblia, la Palabra de Dios. No es cualquier palabra. Tiene un efecto especial, una fuerza muy grande, para quien la acoge. Es eficaz,  influyente, da fruto cuando se escucha. Si tomáramos en serio la escucha de la Palabra de Dios, notaríamos su efecto en nuestra vida. No sabían que era Jesús el que les estaba comentando las Sagradas Escrituras, pero sentían algo especial. Cuando se dieron cuenta de que era Él decían: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Pero seguían sin enterarse.

Cuando llegaron al pueblo era ya muy tarde y lo invitaron a cenar y a quedarse con ellos, si bien Él hacía como que quería seguir caminando. Pero ellos insistieron. Eran gente buena, y tenían la virtud de la hospitalidad. Si no lo hubieran invitado, habrían perdido la oportunidad de saber quién era el compañero de viaje. En realidad cuando acogemos y ayudamos a alguien, se lo estamos haciendo al mismo Jesús. Nos lo recordará en el juicio final. “Era extranjero y me acogisteis”.

Por fin Jesús entró para quedarse con ellos. En realidad Jesús lo estaba deseando. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. ¿No os recuerda esto a la Última Cena? Pues sí, de nuevo se trata de una celebración eucarística. Lo reconocieron al partir el pan.  Igual que nosotros en la misa, si es que lo reconocemos al partir el pan. ¿Todo el mundo que va a misa reconoce a Jesús? ¿No es verdad que, si lo reconocieran, asistirían más y participarían más conscientemente? ¿Son conscientes de esto los papás y mamás de los niños de primera comunión?

Finalmente salieron corriendo a Jerusalén a anunciarlo a los demás compañeros. Por lo visto allí ya lo estaban comentando, pero ellos también contaron su experiencia. Nuestra alegría por el encuentro con Jesús es tan grande que nos impulsa a compartir nuestra experiencia con otras personas. Cuando se dice “Podéis ir en paz”, en realidad se nos está enviando para que demos testimonio de nuestra fe (Antes en latín: “Ite misa est”. La palabra misa viene de un verbo que en latín significa enviar). Somos enviados.

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo Pedro, el que antes había negado a Jesús por miedo a la gente, el que Jesús había reprendido varias veces por su forma de pensar o actuar, ahora se dirige, sin miedo, valientemente, ante la multitud, para hablarles de Jesús resucitado. Parece irreconocible. También nosotros deberíamos sentirnos transformados, si de verdad nos encontramos con Jesús en la Eucaristía, para dar testimonio de Él, empezando por la propia casa o la propia familia, especialmente en el caso de los padres. No necesitan ir muy lejos, tienen muy cerca a sus hijos.

De nuevo Pedro, en la segunda lectura, que pertenece a una de sus cartas, nos invita a nosotros a seguir a Jesús: “Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”. Ese proceder inútil es precisamente el comportamiento de muchas personas, entre las que se incluyen numerosos cristianos, que no acabamos de entender todo lo que ha significado la muerte y la resurrección de Jesús para nosotros y para toda la humanidad. Debería traducirse en un cambio de vida, en una auténtica conversión.

Hoy, como en el camino de Emaús, Cristo camina a  nuestro lado, Debería notarse cuando salgamos a la calle y volvamos a la vida de cada día.



Domingo Segundo de Pascua

Máximo Álvarez

  Estamos ya en el segundo domingo de pascua. El tema central de las lecturas de la palabra de Dios a lo largo de estos días tiene dos focos principales: las apariciones de Jesús resucitado y cómo vivían esta experiencia los primeros cristianos. Y esto tiene también mucha importancia para los cristianos del siglo veintiuno. Por una parte hemos de ver cómo se aparece hoy día Jesús a nosotros y por otra cómo hemos de vivir en la actualidad los seguidores de Jesús.

  En cuanto a las apariciones de Jesús, hay un detalle muy importante: tenían lugar el primer día de la semana, lo que ahora nosotros llamamos el domingo. En concreto en el Evangelio de hoy se habla de dos domingos. El primero, cuando faltaba el Apóstol Tomás. Y El siguiente, cuando ya estaba presente Tomás. En ambos casos los discípulos, la comunidad, se encontraba reunida.

  En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos dice cómo los primeros cristianos seguían reuniéndose para orar juntos, escuchar las enseñanzas de los Apóstoles y celebrar la Fracción del Pan, es decir, la Eucaristía.

  Por eso sigue siendo muy importante para nosotros, para nuestras comunidades cristianas, el que nos reunamos cada domingo, para dar al Señor la oportunidad de hacerse presente, escuchando su palabra, orando juntos y participar en la fracción del pan, es decir, en la misa. Es mejor no imaginar lo que habría sucedido si a lo largo de veinte siglos de cristianismo no se hubieran reunido cada domingo para celebrar la Eucaristía. Difícilmente hubieran podido sobrevivir las comunidades cristianas. Lo normal es que, cuando uno se desentiende de todo esto, llegue incluso a perder la fe en Jesucristo. Si no escuchamos la palabra de Dios, ¿cómo va ser posible ponerla en práctica?

  Pero los primeros cristianos hacían algo no menos importante: poner sus bienes en común para atender a los más necesitados. Si la Iglesia se desentendiera de los problemas de la gente, si los cristianos no sabemos compartir, nuestra fe quedará reducida a un culto vacío e insolidario. Ahora que estamos en la Campaña de la declaración de la renta, se nos recuerda de manera especial la gran labor social de la Iglesia, en todo el mundo. En las crisis más graves la Iglesia, junto con la familia, son las instituciones más comprometidas con las víctimas de las crisis.

  Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo esa solidaridad, ese amor fraterno, provocaban la admiración de las gentes y cómo día a día iba creciendo el número de los seguidores de Jesús. Esto también ocurre en la actualidad.

  Pero hay un de detalle del Evangelio de hoy que no puede pasar desapercibido: uno de los Apóstoles, que aquel domingo no estaba reunido con ellos, Tomás, cuando los compañeros de dijeron que habían visto al Señor, dijo que si no veía no creía. No vio al Señor precisamente por no estar reunido con los hermanos. Eso suele pasar cuando la gente pretendemos vivir al margen de la comunidad cristiana. Pero, además, hoy día son muchos los que como Tomás dicen que, si no ven, no creen. Hay mucha desconfianza, mucha falta de fe.  Seguro que Jesús estaba pensando en ellos cuando dijo a Tomás: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”. Seguro que pensaba también en nosotros que creemos, aunque más por la ayuda del Espíritu Santo (“Recibid el Espíritu Santo”) que por nuestros méritos.

A veces el ambiente y las circunstancias no ayudan demasiado. Por eso es importante lo que nos dice San Pedro en la segunda lectura: “Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

  Finalmente, no podemos olvidar que hoy es la fiesta de la “Divina Misericordia”, fiesta instituida por San Juan Pablo II para el segundo domingo de Pascua. Se da la circunstancia de que el Papa murió precisamente ese día. Es reconfortante saber que, a pesar de nuestros pecados y los de la humanidad, la misericordia de Dios es infinita, y nunca deja de amarnos.

Domingo de Pascua

Máximo Álvarez

Se ha dicho y no sin razón que para muchos la semana santa comienza y termina el domingo de Ramos. Ese día se llenan las iglesias, pero después no vuelven. Para otros lo fundamental son las procesiones, que a veces no pasan del Viernes Santo. Sin embargo, lo esencial de la Semana Santa es  el Domingo de Pascua, que ya da comienzo con la Vigilia Pascual. De hecho al principio solo se celebraba la Pascua, Con el tiempo apareció el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves y Viernes Santo, y también muy posteriormente se empezó a celebrar la Cuaresma. Desgraciadamente no todos los cristianos dan a la celebración de la Pascua, es decir, a la resurrección de Jesús, la importancia que tiene. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todas las demás celebraciones. Si Jesucristo no hubiera resucitado, todo sería diferente, ni habría cristianos, ni iglesias, ni nuestras fiestas religiosas, ni el domingo…

La muerte y resurrección de Jesús es el tema principal de la predicación de los Apóstoles. La primera Lectura, del libro de los Hechos, nos presenta a Pedro predicando lo central del mensaje cristiano, lo que llamamos el “kerygma”, o sea, la muerte y resurrección de Cristo con todas consecuencias para nuestra salvación, No es algo que nos pueda dejar indiferentes, pues nos afecta a todos.

Es algo que debería llevarnos a estar constantemente dando gracias a Dios, como decimos en el salmo responsorial. Es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Pero, además, eso tiene que cambiarnos la forma de vivir. Nos lo deja muy claro san Pablo: no podemos aspirar a los bienes de la tierra, nuestro futuro no está en la tierra, sino en el cielo. Deberíamos ser menos materialistas y pensar más en las cosas de Dios.

El Evangelio nos habla de la primera aparición de Jesús resucitado, precisamente a una mujer, a María magdalena. Es un dato significativo, pues en una época en que no se tomaba en serio el testimonio de las mujeres, Jesús elige a una mujer como primer testigo de su resurrección. Si  no fuera verdad, no tendría sentido contarlo. Y ella fue a contárselo a los demás, concretamente a Pedro y a Juan. Aunque Juan iba delante, espera a que pase Pedro primero. Es importante el papel de Pedro y sus sucesores en la Iglesia.

Ciertamente el hecho de encontrar el sepulcro vacío y las vendas por el suelo no es argumento suficiente para demostrar que Jesús resucitó. Después, tendrían más ocasiones de comprobarlo, al encontrarse con él, pero es un detalle significativo. Aunque no es dogma de fe creer en la autenticidad de la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesús resulta gratificante ver los resultados de las investigaciones científicas que apuntan a que nos encontramos con una auténtica fotografía de Jesús.

A lo largo de las semanas siguientes iremos escuchando diversos relatos sobre las apariciones de Jesús, generalmente en domingo. Tomemos el domingo en serio y démosle a Jesús la oportunidad de encontrarse con nosotros cada domingo al celebrar la Eucaristía.


Jueves Santo

Máximo Álvarez

De aquellos jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, ya solo nos queda uno que no haya pasado a otro día de la Semana. Como su nombre indica tiene que seguir siendo en jueves, un jueves muy especial que no debería pasar desapercibido para ningún cristiano. Lo que sucedió ese día ha marcado para siempre aspectos muy importantes de nuestra fe:

-La Institución de la Eucaristía: Tomad y comed todos de Él, porque esto es mi cuerpo. Tomad y bebed,  porque esta es mi sangre.

-La institución del sacerdocio: Haced esto en memoria mía.

-El mandamiento del amor: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. El lavatorio de los pies  es todo un ejemplo de amor y servicio a los demás.

-Es la víspera de la pasión voluntariamente aceptada, pues Jesús ya sabía que Judas lo iba a traicionar.

Comencemos por el gran regalo de la Eucaristía. Aunque haya cristianos que no valoren la misa y no participen, imaginemos lo que sería la Iglesia sin la Eucaristía, que la misa no existiera. ¡Qué pobreza! Gracias a la Eucaristía sentimos la cercanía de Jesucristo, gracias a la Eucaristía puede sentirse viva la comunidad que se reúne para celebrarla. Sin duda la mejor manera de agradecer este regalo es participando en ella, pero no de manera pasiva, sino siendo conscientes de que estamos con Jesús. A veces da un poco de pena el ver cómo entra la gente en la Iglesia, como si Jesús no estuviera en el sagrario…

Resulta significativo que del tema de la Eucaristía ya se escribió mucho antes de que aparecieran los Evangelios. Concretamente San Pablo en 1 Corintios ya nos relata su institución. Siempre ha formado parte de la vida de la Iglesia.

El sacerdocio es otro regalo, otra manera de hacerse presente Jesucristo. Los Apóstoles, primeros sacerdotes, no destacaban precisamente por la falta de defectos; incluso uno de ellos traicionó a Jesús. Sin embargo, Jesús sabía muy bien lo que hacía cuando instituyó el sacerdocio y eso se nota ahora que escasean los sacerdotes y cómo se echa de menos en muchas comunidades que ya no pueden estar tan bien atendidas. No olvidemos que sin sacerdocio no hay Eucaristía.

El mandamiento del amor, también llamado “el mandamiento nuevo”: “Os doy un mandamiento  nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Alguien decía que se le llama nuevo porque está sin estrenar. Pero la novedad está en que no se trata de amar de cualquier manera, sino como Cristo nos ha amado, hasta dar su vida por nosotros con la muerte en cruz. Con razón hemos rezado en el salmo responsorial “¿Cómo pagaré al Señor por el bien que me ha hecho? Hoy es el día del amor fraterno. Una de las mejores maneras de pagar es precisamente amando a los hermanos. Alguien que no ame al hermano tampoco ama al Señor.

Hoy es la víspera de la pasión. La mayoría de los discípulos huyeron en desbandada y, lo que es peor, fue uno de ellos el que lo traicionó. No abandonemos al Señor, acompañémosle sin huir de la cruz.


Domingo de Ramos

Máximo Álvarez

Domingo de Ramos

Hay días en el año cristiano, más concretamente domingos, que no suelen pasar desapercibidos. Y uno de ellos es hoy, Domingo de Ramos. Y es uno de los días en que participa más gente en la liturgia, ya sea en las misas o en las procesiones. Nadie podría imaginar que aquello que ocurrió en Jerusalén cuando hicieron a Jesús un recibimiento triunfal se iba a repetir a lo largo de los siglos en todo el mundo. Las gentes sencillas aclamaban al Señor y algunos protestaban. Con razón dijo Jesús que, si ellos callaran, gritarían las piedras. Pues bien, hoy no hace falta que griten las piedras.

Es verdad que a los pocos días de esa entrada triunfal las cosas cambiaron enormemente. Las autoridades querían acabar con Jesús, pues tenían miedo de que les quitara el puesto. Y entonces convencieron al pueblo para que gritara: ¡Crucifícale! ¡Preferimos que sueltes a Barrabás!

Hoy comienza la Semana Santa, cuyo protagonismo lo lleva la muerte de Jesús en la cruz. Hoy escuchamos la pasión de Cristo según San Mateo. En la primera lectura el profeta Isaías se anticipa varios siglos a describir la pasión de Cristo y el salmo responsorial encaja perfectamente con las palabras que dijo Jesús antes de morir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Ciertamente el sufrimiento de Jesús ha sido enorme, desolador, una tortura inimaginable. ¿Eres realmente consciente de que sufrió y murió por ti y por mí? ¿Somos conscientes de la gravedad del pecado, de nuestros pecados, que provocaron la muerte de Cristo?

A veces resulta difícil entender por qué para muchos el domingo de Ramos es el primer y último día de la Semana Santa. Así el Jueves y Viernes Santo asiste mucha menos gente a la Iglesia. Claro que tampoco se entiende que se dé menos importancia al domingo de Pascua, a la celebración de la resurrección. Por eso desde aquí hacemos una invitación a tomar en serio toda la Semana Santa, toda ella, especialmente lo que se llama el Triduo Pascual: Jueves Santo en el que se celebra la institución de la Eucaristía y el día del amor fraterno; Viernes Santo la pasión y muerte, la cruz; y el Domingo de Pascua, que comienza la víspera con la Vigilia Pascual, la resurrección.

Decíamos que el pueblo que aclamó al Señor con los ramos a los pocos días cambió de opinión. Ojalá nosotros no hagamos lo mismo. Seamos agradecidos para con quien nos ha amado hasta el extremo, y no olvidemos que mirar a Jesús crucificado nos ayudará también a llevar nuestra inevitable cruz de cada día. Y por supuesto no dejemos de celebrar la gran noticia de la resurrección, pues en ella se fundamenta nuestra futura resurrección.


Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo A

Máximo Álvarez

Antiguamente, cuando cada año se repetían las mismas lecturas, el domingo quinto de cuaresma era conocido por todos como “El domingo de Lázaro”. Y, además, ya sabía la gente que la cuaresma estaba llegando a su final. Este año, por tratarse del ciclo A, se lee este evangelio. Si hubiera que resumir en una sola palabra el mensaje fundamental de las tres lecturas, sería la palabra “resurrección”.

Comienza la primera lectura del profeta Ezequiel diciendo en nombre de Dios: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros… Os infundiré mi espíritu y viviréis”.

San Pablo insiste también en la misma idea: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”.

Finalmente el Evangelio nos muestra el poder de Dios sobre la muerte, manifestado en un hecho concreto: la resurrección de Lázaro. Pero la cosa no acaba aquí, sino que el mismo Jesucristo, crucificado y sepultado, resucitó. Ciertamente, no tendría sentido ninguno celebrar la cuaresma ni la semana santa si Cristo no hubiera resucitado. Por tanto, la resurrección es el punto de partida de nuestra fe, pero también la meta más importante a la que nosotros podemos aspirar. Si todo terminara con la muerte, sería muy difícil poder decir que nuestra vida tiene sentido. Jesús resucitó y nosotros también esperamos resucitar.

A veces, cuando presenciamos el entierro de un cadáver o de unas cenizas, mientras que en las oraciones correspondientes se habla de la resurrección al final de los tiempos, más de uno se preguntará cómo es posible que vaya a resucitar.

En primer lugar conviene señalar que la resurrección de Lázaro es diferente de la resurrección de Jesús y de la que nosotros esperamos. En el caso de Lázaro se trata más bien de una reanimación, de tal manera que Lázaro volvería a morir. En el caso de la resurrección de Jesús, éste ya no puede volver a morir. Es un cuerpo glorioso, con unas propiedades especiales. De hecho, al principio, algunas personas, como María Magdalena, no lo reconocían. Así mismo era un cuerpo con unas propiedades especiales, como poder entrar en una casa con las puertas cerradas… San Pablo lo explica muy bien. “Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu”. Es cosa del Espíritu Santo: “El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”. Si alguien quiere profundizar en esto, que lea el capítulo 15 de la 1 Corintios.

Hay un detalle del relato evangélico que merece la pena destacar. Marta, la hermana de Lázaro creía en la resurrección y sabía que Lázaro resucitaría en el último día, al final de los tiempos, y no por ello dejaba de llorar. Pero también Jesús lloró. La fe y la esperanza en Dios no son incompatibles con las lágrimas, cuando muere un ser querido. Es normal que lloremos y que sintamos necesidad de decir como en el salmo responsorial de hoy: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”.

Dentro de quince días celebraremos la gran fiesta de la Pascua, la resurrección de Jesús. Pero antes celebraremos su pasión y muerte en cruz. No podemos olvidar que la cruz es el camino a la Pascua, que también en nuestra vida la muerte es el camino a la resurrección. Tal vez nos gustaría que fuera de otra manera, pero también, en el caso de Jesús, su pasión y muerte han sido la más grande prueba del amor que Dios nos tiene. 

Evangelio de la misa

José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

  Lectura del santo evangelio según san Mateo     1,16.18-21.24a

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

—«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor.

San José (20 de marzo)

Máximo Álvarez

Este año, al coincidir el 19 de marzo, día de San José, con el cuarto domingo de cuaresma, la solemnidad de San José se ha trasladado al lunes día 20. Hasta hace algunos años el día de San José era fiesta a efectos civiles y no se trabajaba. Ahora, al ser día laboral, no es que pase desapercibido, pero desde el punto de vista religioso quizá no tiene tanto impacto en la sociedad. Sin embargo, San José sigue siendo igualmente importante.

Se entiende fácilmente que para que el Hijo de Dios se hiciera hombre necesitaba una madre. Dios Padre eligió a María, que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero, al mismo tiempo, también quiso que hubiera un hombre que se comportara con Jesús como un padre y esta misión le tocó a José, que ya estaba desposado con María. Ante la gente se comportó como un verdadero padre y por eso a Jesús le llamaban el Hijo del Carpintero. Cuando Jesús se perdió en el templo María le dijo: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. José cumplió su misión de padre de manera ejemplar. Una primera enseñanza es que no basta con ser padres biológicos, y por eso tiene razón aquel dicho: “Padre es el que ama”. José amó y cuidó a Jesús. También fue buen esposo. Aun cuando tenía motivos para pensar que María le había sido infiel, antes de que él se enterara de los planes de Dios, él no quería hacerle daño y por eso decidió no delatarla para que no sufriera el castigo de lapidación con que se condenada a las adúlteras.

José, como descendiente de la casa del Rey de David, al ser el padre legal, hace posible que Jesús sea considerado también como descendiente del trono de David. Ese es el mensaje de la primera lectura del libro I de Samuel. Lo corroboramos en el salmo responsorial: “Su linaje será perpetuo”. Las profecías se cumplen. La segunda lectura, de la carta a los Romanos, va más lejos, pues se remonta hasta Abraham. Abraham creyó y esperó contra toda esperanza y le mereció la pena. En este sentido José es descendiente de Abraham no solamente según la carne, sino también por su fe a toda prueba.

En el Evangelio vemos cómo José comenzó superando la gran prueba, al aceptar la voluntad de Dios, cuando María esperaba un hijo antes de tener relaciones con ella. Tenía motivos más que suficientes para denunciarla y, sin embargo no lo hizo. Cuántas veces nosotros nos precipitamos a la hora de juzgar y condenar al prójimo. No es de extrañar que la única palabra que emplea el evangelio para describir a José emplee la palabra “justo”. Es una palabra que lo dice todo: era una buena persona, un verdadero creyente en Dios.

Precisamente porque José una persona sencilla, con una vida absolutamente normal, es el mejor ejemplo para las personas normales en las múltiples facetas de la vida:

. Como esposo, estamos seguros de que María se sintió amada, cuidada y respetada.

. Como padre, podemos decir otro tanto. Cuidó de Jesús y se esmeró en darle de palabra y ejemplo la mejor educación posible, incluida la formación de su hijo en el oficio de carpintero.

. Como creyente. Supo aceptar siempre la voluntad de Dios, aunque a veces parecería difícil de entender: el embarazo de su esposa, el viaje a Belén o a Egipto…

. Como trabajador. Por algo es el patrono de los obreros. San José Obrero.

. Como formador del Único y Eterno Sacerdote. Por algo es el patrono de las vocaciones  sacerdotales y en su fiesta se celebra el Día del Seminario. Oremos por las vocaciones en este momento tan crítico.

. También se le invoca como patrono de la buena muerte, acompañado de Jesús y María. Igualmente tiene el título de Patrono de la Iglesia.

Entre los santos hay algunos que destacan precisamente por su devoción a San José, como Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Sales, San Bernardino de Siena, Santa Brígida, San Juan Bosco, San Alfonso… También el Papa Francisco.

Ojalá también se despierte en nosotros la devoción a este gran santo, que en la sencillez de la vida de cada día fue un gran siervo fiel y prudente.

Lecturas del domingo IV de Cuaresma ciclo A

Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:

—¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?

Clamó Moisés al Señor y dijo:

—¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.

Respondió el Señor a Moisés:

—Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel.

Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?



Salmo responsorial Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9

V/. Escucharemos tu voz, Señor.

R/. Escucharemos tu voz, Señor.

V/. Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

vitoreándolo al son de instrumentos.

R/. Escucharemos tu voz, Señor.

V/. Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.

R/. Escucharemos tu voz, Señor.

V/. Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto,

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»

R/. Escucharemos tu voz, Señor.


Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8

Hermanos:

Ya que hemos recibido la justificación por la fe,

estamos en paz con Dios,

por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por él hemos obtenido con la fe

el acceso a esta gracia en que estamos;

y nos gloriamos apoyados en la esperanza

de la gloria de los Hijos de Dios.

La esperanza no defrauda,

porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones

con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas,

en el tiempo señalado,

Cristo murió por los impíos;

—en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;

por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir—;

mas la prueba de que Dios nos ama

es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,

murió por nosotros.


Versículo antes del Evangelio Jn 4, 42 y 15

Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo;

dame agua viva; así no tendré más sed.


EVANGELIO


Lectura del santo Evangelio según San Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo

que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.

Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:

—Dame de beber.

(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).

La Samaritana le dice:

—¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).

Jesús le contesto:

—Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.

La mujer le dice:

—Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?

Jesús le contesta:

—El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer le dice:

—Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.

[ El le dice:

—Anda, llama a tu marido y vuelve.

La mujer le contesta:

—No tengo marido.

Jesús le dice:

—Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

La mujer le dice: ]

—Señor, veo que tu eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.

Jesús le dice:

—Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adoraran al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.

La mujer le dice:

—Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.

Jesús le dice:

—Soy yo: el que habla contigo.

[ En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?.»

La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

—Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías?

Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían:

—Maestro, come.

El les dijo:

—Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis

Los discípulos comentaban entre ellos:

—¿Le habrá traído alguien de comer?:

Jesús les dijo:

—Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador.

Con todo, tiene razón el proverbio «Uno siembra y otro siega.»

Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. ]

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él [por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»]

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

—Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

Domingo IV de Cuaresma. Ciclo A

Máximo Álvarez

Los cristianos siempre han celebrado la Pascua, sin embargo la Cuaresma comenzó a celebrarse en el siglo cuarto para mejor preparar la celebración pascual. Las lecturas de la misa (concretamente las del que ahora llamamos ciclo A) estaban pensadas especialmente para los adultos que se preparaban para celebración del bautismo en la Vigilia Pascual. Así, el domingo pasado, el episodio de la samaritana presentaba a Jesús como agua viva, hoy con la curación del ciego nos dice que Jesús es luz, y el próximo domingo, con la resurrección de Lázaro, que Jesús es resurrección y vida. También nosotros deberíamos aprovechar para renovar nuestro compromiso bautismal.

El protagonista del evangelio de hoy es un ciego de nacimiento. Jesús le untó los ojos con barro hecho con saliva, después lo mandó a lavarse a la piscina de Siloé y volvió con la vista recuperada. En realidad todos somos ciegos de nacimiento. Recién nacidos nos molesta la luz y vemos muy mal. Pero hay una ceguera mucho peor, como es la falta de fe. Por eso nuestros padres, a poco de nacer, nos llevaron a bautizar, como el ciego que fue llevado a la piscina, para  recibir la luz de la fe, que nos ayuda a ver las cosas de otra manera. Como dice San Pablo en la epístola,  “en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.” Se dice que lo del barro nos recuerda el relato de la creación del hombre de barro y que el bautismo es como una  nueva creación. Por desgracia no en todos los bautizados se nota esta nueva forma de vivir.

Los judíos que estaban allí, cuando Jesús curó al ciego, decían que era mentira, que ese muchacho no estaba ciego. Ni siquiera teniendo a Jesús delante y viendo lo que había hecho creyeron en Él. Realmente ellos sí que estaban ciegos. No tenían fe. Incluso llegaron a expulsarlo y a insultarlo por decir que Jesús le había abierto a los ojos. Eso también ocurre hoy cuando de una u otra forma se persigue a los seguidores de Jesús.

Sin embargo, el que había sido ciego, cuando Jesús le preguntó a ver si creía en el Hijo del Hombre, le contestó: “¿Quién es para que crea en Él?”  La respuesta de Jesús: “Lo estás viendo, es el que te está hablando”. Entonces el ciego dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante Él. O sea que no solo recuperó la vista del cuerpo, sino también la luz de la fe.

En el mundo en que vivimos abunda la ceguera en la medida en que falta la luz de la fe. Hay muchos bautizados, pero  también son muchos los que no toman en serio el bautismo. Precisamente las lecturas de hoy nos invitan a tomar en serio  nuestro bautismo. Deberíamos sentirnos felices de estar bautizados, de ser cristianos.

En la primera lectura, del libro I de Samuel se dice que Dios buscaba un rey para su pueblo entre los hijos de Jesé. Le presentaron al Señor siete de sus hijos, todos ellos buenos mozos, y a Dios no le convencía ninguno y preguntó si tenía alguno más. Faltaba el más pequeño, David, que estaba cuidando el rebaño y Dios mandó que se lo trajeran, porque Dios no juzga como los hombres por las apariencias, sino que juzga por el corazón”. Y mandó que lo ungieran con aceite como rey. ¿Acaso esto no nos recuerda el bautismo? También en el bautismo se nos unge con aceite diciendo: “serás para siempre sacerdote, profeta y rey”. Los bautizados tenemos motivos más que suficientes para sentirnos orgullosos de  nuestro bautismo. Por eso hoy hemos expresado esa alegría al rezar el salmo responsorial: “me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”. Precisamente a este domingo IV de cuaresma se le llama el domingo “Laetare”, porque se nos invita a la alegría (Laetitia) y la liturgia invita a usar el color rosa en lugar del morado…

Todo esto nos compromete a caminar como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor. También el bautismo se hace entrega a los padres y padrinos de una vela encendida. Al terminar la ceremonia la vela se apaga, pero ojalá se cumplieran las palabras que se dicen al entregarla: “A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestros hijos, iluminados por Cristo, caminen siempre como hijos de la luz. Y perseverando en la fe, puedan salir con todos los Santos al encuentro del Señor” ¿Realmente se cumple este ruego? .

Lecturas del domingo III de Cuaresma ciclo A

Danos agua de beber

Lectura del libro del Éxodo 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:

-"¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?"

Clamó Moisés al Señor y dijo:

-"¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen. "

Respondió el Señor a Moisés:

-"Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo."

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masa y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

-"¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"

Palabra de Dios.


Salmo responsorial

Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9(R.: 8)


R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:

"No endurezcáis vuestro corazón."

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.

Ojalá escuchéis hoy su voz: "No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras." R.


El amor ha sido derramado en nosotros con el Espíritu que se nos ha dado

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8

Hermanos:

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Palabra de Dios.


Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:

-"Dame de beber."

Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.

La samaritana le dice:

-"¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? "

Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Jesús le contestó:

-"Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva."

La mujer le dice:

-"Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?"

Jesús le contestó:

-"El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna."

La mujer le dice:

-"Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla."

Él le dice:

-"Anda, llama a tu marido y vuelve."

La mujer le contesta:

-"No tengo marido."

Jesús le dice:

-"Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad."

La mujer le dice:

-"Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén."

Jesús le dice:

-"Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni

en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no

conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad."

La mujer le dice:

-"Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. "

Jesús le dice:

-"Soy yo, el que habla contigo."

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?"

La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

-"Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?"

Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían:

-"Maestro, come."

Él les dijo:

-"Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis."

Los discípulos comentaban entre ellos:

-"¿Le habrá traído alguien de comer?"

Jesús les dice:

-"Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores."

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho."

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo». 

Domingo III de Cuaresma. Ciclo A

Máximo Álvarez

En los Evangelios aparecen enseñanzas muy preciosas: discursos de Jesús, parábolas… Pero hay escenas que hablan por sí mismas. Una de ellas es la que nos cuenta el Evangelio de hoy. Una mujer samaritana se encuentra sacando agua de un pozo. Los samaritanos tenían mala fama y los judíos no se hablaban con ellos. Si tenían que hacer un viaje, preferían dar un rodeo antes que pisar suelo de Samaría. Sin embargo, Jesús se acerca a Samaría y a aquella mujer, para estar con ella a solas, a pesar de ser samaritana, a pesar de ser mujer y a pesar de ser mujer con no muy buena fama. Jesús conocía muy bien su vida. Sabía que había vivido con cinco hombres y que con el que ahora vivía tampoco era su marido. No la rechaza por ello ni la critica. No tiene prejuicios. Los discípulos no estaban allí y, cuando llegaron, les sorprendió que estuviera hablando a solas con aquella mujer, aunque no se atrevieron a decirle nada. Si piensas que Jesús no conoce toda tu vida y andanzas, te equivocas. Conoce perfectamente la vida de cada uno de nosotros. Y, además, quiere acercarse a todos sin excepción.

Jesús estaba realmente cansado. Se entiende que, teniendo en cuenta los calores de Palestina, Jesús tuviera sed de agua, pero en realidad buscaba algo más. Cuando se tiene sed, lo que se quiere es agua. Por eso el pueblo de Israel, como se nos dice en la primera lectura, protestaba contra Moisés y contra Dios porque no tenían agua mientras caminaban por el desierto. Dios les dio el agua resultante de golpear la roca con el cayado de Moisés, pero antes el pueblo dudaba de Dios y se preguntaba si Dios estaría o no en medio de ellos. A veces, cuando tenemos problemas, también podemos tener la tentación de dudar de Dios.

Pero, además de la sed de agua, tenemos sed de felicidad, al igual que la samaritana, que parece que tampoco era muy feliz, y por eso cada poco cambiaba de compañero. No todos los caminos conducen a la felicidad y por eso hoy mucha gente que no es feliz. Son muchos los que buscan la felicidad por caminos engañosos. Parece que van a ser muy felices, pero después se encuentran vacíos. Pensemos en la vaciedad que experimentan muchos jóvenes y no tan jóvenes que han intentado pasarlo bien el fin de semana, sin preocuparse del sentido religioso del domingo.

En la conversación entre Jesús y la Samaritana se habla del agua del pozo, pero pronto Jesús saca a relucir el “agua viva”: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer al principio no entendía lo que quería decir Jesús. Y pensaba que con esa agua ya no tenía que volver más veces con sus cubos al pozo. No obstante, ella era de las personas que confiaban en que algún día, cuando viniera el Mesías todo sería diferente. Su gran sorpresa tuvo lugar cuando Jesús le dijo: El Mesías soy yo, el que está hablando contigo. Jamás lo hubiera podido imaginar. El encuentro con Jesús le cambió la vida. Precisamente lo que falta a muchos que se dicen cristianos es ese encuentro personal con Jesús. A veces van a la Iglesia, participan en celebraciones religiosas, bautizos, bodas, comuniones, entierros… y nunca han cruzado una sola palabra con Jesús y sus ritos están vacíos. No es de extrañar que no les digan nada. De ahí la necesidad de buscar y fomentar ese primer encuentro. Como nos dice hoy San Pablo en la carta a los Romanos, necesitamos que el Espíritu Santo se derrame en nuestros corazones.

La samaritana no se conformó con encontrarse ella con Jesús el Mesías, sino que sintió necesidad de ir a contárselo a los de su pueblo. Después ellos mismos creyeron ya no solo por lo que les había dicho la mujer, sino porque ellos mismos experimentaron el encuentro con el Señor. También nosotros estamos llamados a compartir esa experiencia. El trasmitir la fe no es solamente cuestión de explicar unas ideas, sino la propia vivencia. Si los catequistas, los padres, los educadores en la fe… no han vivido el encuentro personal con Jesús, difícilmente pueden sentir la necesidad de transmitir a los demás lo que ellos no viven primero. Ese es el gran problema de muchos niños y jóvenes, que no han tenido unos padres o educadores que hayan experimentado verdaderamente a Jesús en sus vidas. Nadie da lo que no tiene.

Piensa que Jesús también quiere acercarse a ti, como a la samaritana. Escúchale. Habla con Él. Ten presente que sin Él nunca serás plenamente feliz. Si lo has descubierto y experimentado, no te lo quedes exclusivamente para ti y anúncialo no solo con palabras, sino con tu vida, a los que te rodean. Y todos seremos un poco más felices.


Domingo II de Cuaresma. Ciclo A

Máximo Álvarez

Hay una conocida canción de amor que dice que “para entrar en el cielo no es preciso morir”. Seguro que muchas personas han vivido momentos tan felices que desearían que no acabaran nunca, momentos en los que se han sentido como si estuvieran en el cielo. Puede ser por el hecho de sentirse enamorados y estar con la persona amada, por el nacimiento de un hijo, por disfrutar de la naturaleza, de un viaje, de un encuentro familiar, o por una intensa experiencia religiosa… Haz memoria y seguro que tú también has vivido alguno de esos momentos que te gustaría que fueran eternos. Es como si de alguna manera disfrutaras de un anticipo del cielo.

Algo parecido les pasó a tres de los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, cuando subieron con Jesús a lo alto de una montaña, según la tradición el monte Tabor, y vivieron la inolvidable experiencia de la Transfiguración. Allí contemplaron a Jesús, resplandeciente como el sol, o sea, transfigurado, junto con Moisés y Elías. Hasta el punto de que Pedro dijo a Jesús: “¡Qué bien se está aquí! ¡Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías!”. Podemos decir que fue realmente un anticipo del cielo. Nunca habían experimentado tanta felicidad.

El relato merecería una explicación más detenida. El domingo pasado hablábamos del desierto como lugar de prueba. Hoy se trata de una montaña, lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Moisés y Elías representan a la Ley y los Profetas. Lo de las tiendas tiene una explicación. Se estaba celebrando la llamada fiesta de los tabernáculos o de las tiendas… y  era costumbre hacer unas chozas o cabañas que recordaban la peregrinación por el desierto… Lo cierto es que todos estaban muy felices, pero tuvieron que bajar del monte a la vida ordinaria, mientras Jesús les hablaba de que tenía que padecer mucho y ser ejecutado, pues les dijo que no lo contaran a nadie hasta su resurrección. Para ello primero tenía que padecer y morir.

Resulta significativo que esta experiencia debió condicionarles bastante en el sentido de que Pedro, Santiago y Juan fueron los únicos que acompañaron a Jesús en la angustiosa situación del Huerto de los Olivos, de Getsemaní. Ellos habían comprendido perfectamente, aunque fuera solo por unos instantes, quién era realmente Jesús: el Hijo de Dios. Oyeron una voz del cielo: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. Eso les dio fuerza para no abandonarlo.

A nosotros nos puede pasar algo parecido. Hay momentos en los que nos resulta muy fácil creer en Jesús, como ocurrió  a estos apóstoles en el monte. Pero después vuelven los problemas, las dudas, el cansancio, el desánimo… Lo que tenemos que hacer entonces es tratar de recordar lo que algún día vivimos y sentimos, como  estos discípulos cuando llegó la hora de la pasión. Aun así, Pedro lo negó, pero inmediatamente lloró su pecado. Es en esos momentos difíciles cuando más necesaria se hace la fe. ¿Te resulta familiar esta experiencia?

Precisamente la primera lectura nos habla de Abraham, nuestro padre en la fe. Dios le manda salir de su tierra, dejarlo todo y emprender un camino incierto, prometiéndole ser padre de un gran  pueblo, y eso que no podía tener hijos. Abraham se fio, obedeció a Dios, aunque no entendía nada, pero el tiempo le dio la razón. No podría imaginar que iba a tener tan numerosa descendencia y entre ella a Jesús… Pero la promesa de Dios se cumplió con creces. ¿Te fías tú de Dios como Abraham?

Precisamente San Pablo en la segunda lectura nos dice cómo se cumplió esa promesa: “Desde tiempo inmemorial Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús”. La promesa se ha cumplido. Jesús ya ha venido al mundo. Ahora nos toca seguir fiándonos de Él y de sus promesas.

La Eucaristía nos recuerda especialmente el monte Calvario, en ella se renueva el sacrificio de la cruz. Pero ojalá que el encuentro con Jesús sea también una experiencia gozosa como la del monte Tabor y nos dé la fuerza que necesitamos para no desfallecer ante las dificultades.

Domingo I de Cuaresma. Ciclo A

Máximo Álvarez

Todo el mundo quiere ser feliz y, de una u otra manera, todos buscamos la felicidad. La Biblia nos dice que Dios nos creó para ser felices. Expresa está idea diciéndonos que Dios puso al hombre en un precioso jardín, en el paraíso. Lo cierto es que hay mucha gente infeliz, hay mucho sufrimiento en el mundo. Algo ha pasado que parece como si los planes de Dios se hubieran estropeado. Ciertamente nosotros no sabemos lo que pasó hace medio millón o un millón de años, cuando apareció el hombre en la tierra. No obstante la Biblia nos dice que muchos de los males que existen en el mundo son consecuencia de que desde el principio los hombres no obedecen a Dios. Lo de la manzana y la serpiente no es un relato histórico, sino una forma poética con la que en el libro del Génesis describe lo que sucede cuando abusamos de nuestra libertad y desobedecemos a Dios. Es lo que nos dice San Pablo en la carta a los Romanos: por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte.

Se nos dice que desde el principio hasta nuestros días todos estamos sometidos a tentaciones. El Evangelio nos deja claro que ni el mismo Jesucristo se vio libre de ser tentado. Nosotros tampoco estamos libres. Y, además nuestras principales tentaciones coinciden con las de Jesús:

-La tentación de los bienes materiales: Si eres hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan. Jesús responde con la Sagrada Escritura: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

-La tentación del éxito y de los caminos fáciles: Si eres Hijo de Dios tírate de lo alto del templo, los ángeles te sostendrán… De nuevo responde con la Escritura: “No tentarás al Señor tu Dios”.

-La tentación del poder: Todo esto te daré si te pones de rodillas y me adoras. Respuesta: “A un solo Dios adorarás y a él solo servirás”.

La primera tentación es muy frecuente. En nuestra sociedad hay una gran obsesión por el disfrute de los bienes materiales con el consiguiente abandono de las cosas espirituales. No hay hambre de la Palabra de Dios. Muchos no se dan cuenta de que no solo de pan vive el hombre. ¿En qué medida experimentas esta tentación? ¿Cuál es tu respuesta? Generalmente hay tiempo para todo: para divertirse, para ir de tiendas, para hacer deporte, para ver la televisión, para navegar por Internet… Pero, si se trata de la formación espiritual, de la participación en la Eucaristía u otros sacramentos, ya no se hace el más mínimo esfuerzo. ¿Es este tu caso?

La segunda tentación, la de tirarse desde lo alto del templo y que la gente aplaudiera, al ver que no pasaba nada, es la de tentar a Dios. Es la tentación del camino fácil. Comenzando a actuar de esa forma, Jesús tendría el éxito asegurado. Hay quien dice que creería más en Dios, si demostrara su existencia con un milagro. Eso es tentar a Dios. Sucede cuando deseamos que Dios nos conceda automáticamente todo lo que pedimos. Esa tentación se repitió cuando Pedro dijo a Jesús que no se le ocurriera pasar por la muerte en cruz. Y por eso Jesús le llamó Satanás. ¿Realmente, cuando la cruz se presenta en nuestra vida, dejamos de confiar en el Señor o abrazamos con amor la cruz de cada día?

La tercera tentación es la de alcanzar el poder, pero también se da cuando queremos conseguir otras cosas a cualquier precio. Jesucristo lo tenía fácil, sin necesidad de pagar ningún precio especial, pues es el Hijo de Dios, pero prefirió darnos ejemplo de humildad y servicio a los demás. Justo lo contrario de quienes solamente piensan en trepar, en dominar a los demás. Esto ocurre con relación a los altos cargos en el mundo civil, pero también puede darse en el mundo eclesiástico… Tenemos ejemplos recientes de quienes por alcanzar el poder se alían con cualquiera, o quienes renuncian a defender la vida humana de los no nacidos por miedo a que eso les reste votos…

Jesucristo tuvo muchas más tentaciones a lo largo de su vida, incluida la última, de bajarse de la cruz: Si eres Hijo de Dios bájate de la cruz y sálvate a ti mismo y a nosotros… Los cristianos de hoy tenemos la gran tentación del desánimo, del cansancio, del miedo a que nos critiquen o desprecien, junto con las demás tentaciones de cada día: disfrutar, poseer, mandar… Y por eso el Señor nos mandó pedir: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno. 

Miércoles de ceniza

Máximo Álvarez

Durante estos días en nuestros pueblos y ciudades, en los colegios… la gran noticia ha sido la celebración del carnaval. Es fácil suponer que despierte bastante menos interés la celebración del miércoles de ceniza. Y todo hace suponer que la mayoría de la gente olvida que el carnaval es hijo de la  cuaresma. Primero fue la cuaresma: cuarentas días de ayuno, oración y penitencia, recordando los cuarenta días de Jesús ayunando en el desierto. En ese tiempo no se probaba la carne. Algunos cristianos tomaban tan en serio la cuaresma que decidieron inventar una gran fiesta, las  carnestolendas, para divertirse antes de comenzar el tiempo penitencia. Pero muchos ahora olvidan que detrás del  carnaval viene la cuaresma. Y que es el momento de quitar nuestros disfraces para enfrentarnos con lo más íntimo de nuestra realidad.

Para empezar este tiempo litúrgico la Iglesia  decidió empezar con un rito muy significativo: la imposición de le ceniza sobre nuestras cabezas, con estas palabras: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te volverás a convertir”. Este es una verdad tan grande que nadie, creyente o no creyente, puede negar.  Todos tenemos que morir y, si Dios no nos saca del polvo de la muerte, no tenemos futuro ninguno. Se nos va a despojar de todo. Al imponer la ceniza también se puede emplear otra fórmula: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

Precisamente hoy en la primera lectura, tomada del libro de Joel, se nos recuerda la invitación a la conversión, a un cambio de vida, y se insiste en la importancia del ayuno. Ahora bien, no pensemos que el ayuno más importante es privarse de alimentos. Hay otras cosas importantes de las que deberíamos ayunar, como es de todo aquello que sea pecado, egoísmo, soberbia, vicios, falta de generosidad… 

El ayuno es importante, pero Jesús nos advierte: “Cuando ayunéis no andéis cabizbajos como los farsantes, que desfiguran su cara parta hacer ver a la gente que ayunan… Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido”. No es cuestión de ponerse serios y tristes, sino más bien de compartir alegría y ayudar a ser más felices a los que nos rodean. Y no nos engañemos. ¿De qué me sirve, por ejemplo,  privarme de comer carne un viernes, para suplirlo por un rico pescado? ¿Eso es una gran penitencia? Mucho más auténtico es privarme de algo para poder compartir con el que tiene menos y privarme de otras cosas que me esclavizan.

En la Cuaresma mucho más importante que el ayuno o la abstinencia, es la oración, la escucha atenta a la palabra de Dios y la limosna, es decir, la caridad. La verdadera penitencia es la que nos lleva a la conversión, a cambiar en aquello que hacemos mal o en el bien que dejamos de hacer. San Pablo en una de sus cartas a los Corintios lo expresa con claridad: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Pero no olvidemos que no es posible reconciliarnos con Dios, si no nos reconciliamos con los demás. Por supuesto que deberíamos darle un especial protagonismo al sacramento de la reconciliación, a la penitencia, a la confesión… Reconozcamos con humildad lo que hemos dicho en el salmo responsorial: “Misericordia, Señor, hemos pecado”. Y obremos en consecuencia.

Nos quedan cinco domingos de cuaresma, antes del domingo de Ramos en que comienza la Semana Santa.  Se trata de lo que se ha venido en llamar un tiempo fuerte que deberíamos aprovechar, un tiempo especial y favorable, como nos dice hoy San Pablo, al tiempo que nos exhorta a no “echar en saco roto la gracia de Dios”.  ¿Alguien se atrevería a llevar alubias o garbanzos en un saco roto? Lo perdería todo. Por desgracia en el mundo y en la Iglesia hay muchos sacos rotos. Son muchas gracias y oportunidades que se desperdician. No echemos en un saco roto todo lo que el Señor quiere ofrecernos a lo largo de estas semanas. 

Lecturas del domingo VII del tiempo ordinario ciclo A

PRIMERA LECTURA

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Lectura del libro del Levítico 19, 1-2. 17-18

El Señor habló a Moisés:

«Di a la comunidad de los hijos de Israel:

“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.

No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.

No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Yo soy el Señor”».

Palabra de Dios.


Sal 102, 1bc-2. 3-4. 8 y 10. 12-13

R. El Señor es compasivo y misericordioso.


Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R.


Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura. R.


El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia.

No nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas. R.


Como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por los que lo temen. R.


SEGUNDA LECTURA

Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 16-23

Hermanos:

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?

Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.

Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.

Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia». Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos».

Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Palabra de Dios.


Aleluya 1 Jn 2,5

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien guarda la Palabra de Cristo,

ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. R.


EVANGELIO

Amad a vuestros enemigos.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.

Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor.

"Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen"

Séptimo domingo del tiempo ordinario, ciclo A

Máximo Álvarez

Si hubiera que resumir en una frase el mensaje de la Palabra de Dios en este domingo, sería ésta: “sed santos”, como dice la primera lectura, o “sed perfectos”, como se nos dice en el evangelio. A primera vista parece que eso es algo difícil de alcanzar y que solo vale para unos pocos, pues cuando oímos la palabra santo tendemos a pensar en los santos de nuestras iglesias: esas figuras de madera, piedra o escayola, o tal vez pinturas, a las que rezamos para pedir su intercesión. Y tendemos también a imaginar que, cuando vivieron en este mundo, no eran personas normales. Olvidamos que tenían tentaciones, que no siempre eran queridos por todo el mundo, que tuvieron muchos padecimientos y dificultades… o sea, como nosotros.

Olvidamos que todos estamos llamados a la santidad, es decir, a alcanzar la unión con Dios en esta vida y en la futura. Lo contrario sería la condenación. Es muy interesante la expresión de Francisco que habla de “los santos de la puerta de al lado”. Se trata de la santidad de la que gozan tantos seres queridos nuestros que están en el cielo, aunque no hayan sido canonizados, y de tanta gente buena como hay en el mundo. Es la santidad a la que hemos de aspirar todos nosotros.

¿En qué consiste esa santidad? Nada más y nada menos que en ser santos como Dios es santo, en ser perfectos como Dios es perfecto. Alguien dirá que eso es imposible. Ciertamente nunca llegaremos a ser como Dios, pero hemos de caminar en esa dirección. En el salmo responsorial hemos dicho que “el Señor es compasivo y misericordioso”. Pues bien, ese es el camino a seguir: no odiar, no guardar rencor a los parientes… Ser compasivos y misericordiosos como lo es Dios, que hace salir el sol sobre malos y buenos y la lluvia sobre justos e injustos. Llama la atención lo que dice la primera lectura de no vengarse ni guardar rencor a “los parientes”, porque con frecuencia la convivencia se hace más difícil entre familiares que con las personas más lejanas. ¿Acaso estás tú en esa situación?

El Evangelio de hoy es muy claro: no hay que ser vengativos ni rencorosos, hay que perdonar siempre, hay que amar a los enemigos, rezar por ellos. ¿Rezamos alguna vez por los que nos hacen daño o nos caen mal? En realidad, si nos vengamos o guardamos rencor, estamos demostrando que somos muy raquíticos y miserables. En cambio cuando perdonamos nos ponemos a la altura de Dios que es generoso a la hora de perdonar y eso nos engrandece.

Hoy nos habla Jesús de la Ley del talión que decía “ojo por ojo y diente por diente”. En su momento esa ley no era mala del todo, porque, si te rompían un diente, tú podrías desear romperle todas las muelas. Intentaba que se devolviera exactamente el mismo daño que le hacían a uno, ni más ni menos. Jesucristo no solo predicó el perdón, sino que lo ejerció de manera ejemplar. Recordamos lo que dijo desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Alguien podrá decir que una cosa es ser bueno y otra ser tonto; pero perdonar no significa ser tonto. Lo dice San Pablo en la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios: Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga  necio para llegar a ser sabio. Jesucristo no era tonto cuando perdonaba.

Precisamente una de las características que distinguen al cristianismo de otras formas de entender la religión es el no recurrir a la venganza o a la violencia si nos hacen algo malo. No pensamos que haya que responder con atentados terroristas. Somos conscientes de las dificultades que tienen muchos para cumplir esto, pero el perdón forma parte de lo más esencial de la vida de un cristiano. Si no estamos dispuestos a perdonar, nos engañamos cuando rezamos “perdona nuestras ofensas como también  nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Si no perdonamos, en realidad estamos diciendo: Señor, no me perdones, porque yo tampoco perdono. Pensémoslo bien ahora cuando vayamos a rezar el Padrenuestro.  

Lecturas del domingo VI del tiempo ordinario ciclo A

PRIMERA LECTURA

A nadie obligó a ser impío.

Lectura del libro del Eclesiástico 15, 15-20

Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad.

Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras.

Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera.

Porque grande es la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo.

Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre.

A nadie obligó a ser impío, y a nadie dio permiso para pecar.

Palabra de Dios.


Sal 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34

R. Dichoso el que camina en la ley del Señor.

Dichoso el que, con vida intachable,

camina en la voluntad del Señor;

dichoso el que, guardando sus preceptos,

lo busca de todo corazón. R.


Tú promulgas tus mandatos

para que se observen exactamente.

Ojalá esté firme mi camino,

para cumplir tus decretos. R.


Haz bien a tu siervo: viviré

y cumpliré tus palabras;

ábreme los ojos, y contemplaré

las maravillas de tu ley. R.


Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,

y lo seguiré puntualmente;

enséñame a cumplir tu ley

y a guardarla de todo corazón. R.


SEGUNDA LECTURA

Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 6-10

Hermanos:

Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.

Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».

Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Palabra de Dios.


Aleluya Cf. Mt 11, 25

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.


EVANGELIO

Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.

En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.

El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.

Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.

Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.

Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.

Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.

Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.

Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.

Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.

Se dijo: “El que se repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer - no hablo de unión ilegítima - la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.

Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Palabra del Señor.


Quinto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor

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Todos los materiales e información de la campaña de Manos Unidas de este año las puedes encontrar en su web 

https://www.manosunidas.org/campana/campana-2023-frenar-la-desigualdad 

Sexto domingo del tiempo ordinario, ciclo A

Máximo Álvarez

Hace años alguien dijo en un programa de televisión que los mandamientos ya estaban pasados de moda y que cada uno era libre de hacer lo que le diera la gana. Y se quedó tan tranquilo. Otros no lo dicen, pero en el fondo piensan esto mismo y obran en consecuencia. Hacen lo que les da la gana. Pero todos sabemos que en esta vida son necesarias unas normas. Imaginemos que alguien que conduce un coche no respeta las normas de circulación. Sería un desastre de fatales consecuencias para él y para los demás. 

Por eso, es normal que el pueblo de Israel estuviera muy contento de que el Señor le diera, a través de Moisés, los mandamientos. Unas normas que no son caprichosas, sino que se basan en la ley natural y en el sentido común. Podemos elegir libremente no cumplirlas, pero eso sería elegir el camino de la muerte y el cumplirlas es el camino de la vida. Si todo el mundo  cumpliera los mandamientos, la mayoría de los males que asedian al mundo desaparecerían, pues se deben a que no se cumplen los mandamientos: la violencia, la mentira, la injusticia, los robos, el odio, las infidelidades… Son formas de no cumplir lo que Dios nos manda.

Esto es lo que nos viene a decir la primera lectura de hoy, tomada del libro del Eclesiástico. Y a la que respondemos con un salmo que dice “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor… Dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón”. Sin duda seríamos todos más felices si cumpliéramos los mandamientos. Por eso somos más desgraciados y el mundo es más desgraciado en la medida en que no hacemos caso.

Ahora bien, cumplir los mandamientos no es cualquier cosa. Hay gente que se limita a decir que porque ni roba ni mata ya los cumple. Jesucristo lo dejó bien claro, tal como se nos dice hoy en el Evangelio: No penséis que he venido a quitar los mandamientos, sino a darles plenitud. Y nos pone algunos ejemplos: 

"Habéis oído que se dijo no matarás, pero el que esté peleado con su hermano o lo llame imbécil… también está pecando". Por eso podemos preguntarnos a ver qué tal nos llevamos con las demás personas, incluidos familiares… Todos somos conscientes de las peleas o rencillas que a veces hay entre familias o vecinos. Y hasta es posible que vengamos a misa guardando rencor en el corazón. Jesús nos dice muy claro que si venimos al templo en esas condiciones, lo primero que tenemos que hacer es volver a reconciliarnos. ¿Es este tu caso? Si ya no te atreves a ir a hora a reconciliarte, nadie te quita de hacerlo cuando salgas.

Otro tanto nos dice refiriéndose al sexto mandamiento que manda “no cometer adulterio”. No solo se peca de obra, sino también cuando uno está deseando cometerlo, aunque no se logre, porque son muy importantes los deseos del corazón. En este sentido las palabras de Jesús nos dice hoy sobre el adulterio y el divorcio son también muy exigentes y contrastan bastante con la mentalidad actual.

Todas estas enseñanzas por desgracia son ignoradas por mucha gente. En realidad, como nos dice hoy San Pablo en su carta a los Corintios, se trata de una sabiduría divina que no es de este mundo. Esa sabiduría es Jesucristo mismo. “Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues si la hubiesen conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria”. Precisamente la Eucaristía es ese encuentro personal con Jesús. Aunque ahora no lo veamos, creemos en Él y lo amamos, gracias al Espíritu Santo que nos lo revela. Pero sabemos que algún día podemos comprender esa maravilla que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni somos capaces de pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”.

Finalmente una pegunta un tanto ingenua: ¿Serías capaz de enumerar sin equivocarte los diez mandamientos? Si no se conocen, será más difícil cumplirlos. El conocerlos ayuda bastante a la hora de hacer examen de conciencia. Pero tampoco basta con pensar que se reducen a no robar ni matar. No vendría mal hoy darles un repaso y examinar nuestras conciencias.

Los mandamientos se resumen en una palabra: amor. Amor a Dios y al prójimo. Hoy es el domingo de Manos Unidas. Dejar morir de hambre es una forma de matar. Por eso es importante  que tomemos conciencia de nuestro deber de colaborar para erradicar el hambre.

Décimoséptimo domingo 

Tiempo Ordinario A

Máximo Álvarez


Decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario

Imagina que en este momento oyes la voz de Dios: pídeme lo que quieras que yo te lo daré. Tu ¿qué le pedirías? Piensa 

 

Domingo veintiocho del tiempo ordinario

Máximo Álvarez 

Antiguamente el ser invitados a una boda era un motivo de alegría. Y si el que invitaba era un rey, sobraban motivos para sentirse feliz. Hoy día quizá no lo sea tanto, porque la economía no está como para  animarse demasiado. Hoy nos dice Jesús que el reino de los cielos se parece un rey que invita a la boda de su hijo. Y además no había que hacer regalo.



Tercer domingo de Adviento B

Máximo Álvarez 


El adviento es un tiempo de esperanza. Este segundo domingo nos invita a preparar el camino al Señor y a ejercitar la virtud  de la esperanza.  Alguno se preguntará a ver qué motivos podemos tener esperanza en un mundo tan problemático en el que hay mucho sufrimiento: guerras, pobreza, hambre, falta de amor, soledad…



Cuarto domingo Tiempo ordinario B

Máximo Álvarez


Dios es un ser inteligente y por eso habla y escucha. Tiene muchas formas de hablar. Así por ejemplo contemplar el cielo estrellado o un paisaje… nos habla de Dios creador. Pero también se vale de otras personas como los profetas para hablarnos. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios. Nos lo recuerda la primera lectura del Deuteronomio: El Señor suscitará un profeta de entre los tuyos, “pondré mis palabras en su boca, y os dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Ahora mismo el Señor nos está dirigiendo su palabra y es normal que nos pida cuentas de si le escuchamos o no.




Quinto domingo de Pascua B

Máximo Álvarez


Estamos celebrando el cuarto domingo de Pascua, que tiene un nombre especial: domingo del Buen Pastor. A Jesucristo le damos muchos títulos: mesías, salvador, hijo del hombre, rey, juez, señor, maestro… Pero hoy nos fijamos en un título que Jesús se dio a sí mismo: pastor. En el evangelio de hoy nos dice: “Yo soy el buen pastor”. Tiene un encanto especial, reflejado muy bien en las imágenes o pinturas del Buen Pastor