La Santísima Trinidad C
Máximo Álvarez
A lo largo del año hemos ido recordando y celebrando varios acontecimientos importantes de la historia de la salvación: desde el Aviento, las semanas anteriores a la Navidad, que nos recuerda al pueblo de Israel que esperaba al Mesías, a su nacimiento, vida pública, pasión muerte y resurrección, la Ascensión, Pentecostés… En todo esto Dios ha estado siempre presente. En primer lugar el Padre que se manifiesta al Pueblo de Israel; después conocemos al Hijo que nace, predica, muerte y resucita; y finalmente, el pasado domingo, al Espíritu Santo que nos envía. Pues bien, hoy queremos recordar a estas tres divinas personas, lo que llamamos la Santísima Trinidad.
Todo lo que existe, y esto nos incluye nosotros mismos, es obra de la Santísima Trinidad, que ya existía antes de que existiera el universo. Resulta llamativa la expresión de la primera lectura que dice que “jugaba con la bola de la tierra”. En la segunda lectura San Pablo, en su carta a los Romanos, se hace referencia a las tres divinas personas: estamos en paz con Dios (Padre) por medio de Jesucristo y que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. En el Evangelio, Jesús, el Hijo, nos habla del Padre y también del Espíritu que va a venir.
La fe en la Santísima Trinidad nos diferencia de las religiones antiguas, politeístas, que creen en unos cuantos dioses y de judíos y musulmanes, monoteístas, que creen en un solo Dios unipersonal, una sola persona. No admiten la divinidad de Jesucristo ni la existencia del Espíritu Santo. En el caso de las religiones antiguas se entiende, pues Dios no se había manifestado para decirles cómo era. En el caso de judíos y musulmanes, al no aceptar a Jesucristo como Hijo de Dios tampoco pueden admitir la Santísima Trinidad. Este misterio solamente Jesucristo nos lo ha revelado. Es un misterio no tanto porque sea más o menos difícil de explicar cuanto porque permanecía oculto hasta la llegada de Jesús.
Sin embargo hay muchas razones para que entendamos que también resulta fácil de asimilar. La Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y añade a continuación que los hizo hombre y mujer. La familia humana es la mejor imagen de Dios. El esposo que ama a la esposa, de cuyo amor nace el hijo, estas tres personas íntimamente unidas por el amor, nos ayuda a entender la forma de ser de Dios, que es Amor.
Por otra parte la Santísima Trinidad no es una teoría, sino que se manifiesta en hechos concretos. Así atribuimos al Padre la creación del universo. La creación entera nos habla de Dios Padre. Del Hijo sabemos muchas cosas, porque se ha hecho presente entre nosotros. A Él se atribuye la redención. El Espíritu santo, el Gran Desconocido, actúa sobre las personas y sus frutos son muy palpables. Él es el santificador. Lo recordábamos en la pasada celebración de Pentecostés: Él es el fuego del amor que ha fomentado tanto amor y tanta caridad en el mundo. Él es quien ha dado tanta fortaleza y valentía a los mártires y el que nos fortalece en medio de nuestras dificultades. Él es quien nos consuela y anima cuando nos sentimos cansados y agobiados. Él es quien nos ayuda a perdonar y a buscar la unidad, a pesar de nuestra inclinación a las divisiones.
Estamos celebrando la Eucaristía: hemos comenzado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y la bendición final es también en nombre de las tres divinas personas. Pero son muchos más los momentos de la misa en que nombramos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Lo mismo ocurre cuando celebramos los demás sacramentos. Pero, además, si estamos en gracia de Dios la Santísima Trinidad habita dentro de nosotros. No estamos hablando de un Dios lejano, sino muy cercano. Si fuéramos más conscientes de ello, dedicaríamos más tiempo al diálogo, a la oración, a la alabanza… y, sobre todo, a seguir su ejemplo de amor. Precisamente hoy recordamos a los religiosos y religiosas contemplativas. También nosotros deberíamos dedicar más tiempo a la contemplación y a la alabanza.
Domingo de Pentecostés
Máximo Álvarez
La resurrección de Jesús devolvió la alegría a sus discípulos. Su muerte les había llevado al desánimo y a la tristeza. No obstante seguían bastante desconcertados. Pero todo cambió cuando se cumplió la promesa que les había hecho Jesús de que no los dejaría solos y les enviaría el Espíritu Santo. Es lo que celebramos hoy en la fiesta de Pentecostés.
Para que entendamos lo que es el Espíritu Santo podemos fijarnos en lo que es el espíritu humano, el alma humana. Un cuerpo sin alma no tiene vida, es un cadáver. De la misma manera podemos decir que el Espíritu Santo, que es un de las tres personas que forman el ser de Dios, es el alma de la Iglesia. De hecho se dice que la Iglesia nació en Pentecostés. Sin el Espíritu Santo seríamos incapaces de saber quién es Dios. Lo dice muy claro san Pablo en la segunda lectura: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Suele decirse que el Espíritu Santo es “el gran desconocido”. Tal vez se hable poco de Él. Tampoco pensamos mucho en nuestra alma. Pero en ambos casos lo que verdaderamente importa son los efectos. El primer efecto de la venida del Espíritu santo es que cuando en Jerusalén había gentes procedentes de distintas regiones y que hablaban en distintas lenguas, todos se entendían perfectamente. ¿No ocurre algo parecido cuando en una peregrinación a Lourdes o en una Jornada Mundial de la Juventud están presentes cristianos de distintas naciones rezamos juntos, cantamos juntos, nos entendemos, nos sentimos muy unidos por la misma fe? Justo lo contrario de lo que ocurrió cuando ´los hombres querían ser más que Dios y emprendieron la construcción de la Torre de Babel para llegar al cielo. En ese instante tuvieron que desistir la obra porque no se entendían, se confundieron las lenguas. ¿Acaso no es esto lo que ocurre hoy día cuando se intenta hacer un mundo sin Dios? Todo se convierte en división y confusión. En el mundo de hoy ocurren cosas que se parecen más a Babel que a Pentecostés.
Para entender lo que significa el Espíritu Santo podemos también fijarnos en una serie de elementos, recogidos algunos en la Secuencia de Pentecostés, como la luz, el agua, el aire, el fuego, el amor… El Espíritu santo nos ilumina y ayuda a alcanzar la verdad. Él es quien nos ayuda a tener fe. Él es el que ha inspirado a los redactores de la Sagrada Escritura, a los Santos Padres, al Magisterio de la Iglesia. Él es como el agua que da la vida y lo necesitamos para acabar con la sequía espiritual que a veces padecemos. Él es el aire que necesitamos para tener vida. Él es el fuego del amor que ha fomentado tanto amor y tanta caridad en el mundo. Él es quien ha dado tanta fortaleza y valentía a los mártires y el que nos fortalece en medio de nuestras dificultades. Él es quien nos consuela y anima cuando nos sentimos cansados y agobiados. Él es quien nos ayuda a perdonar y a buscar la unidad, a pesar de nuestra inclinación a las divisiones.
A lo largo de sus veinte siglos de historia en la Iglesia ha habido de todo, pero difícilmente habría podido sobrevivir sin la acción del Espíritu Santo. Por eso, en medio de pecados y miserias, siempre han surgido personas llenas del Espíritu Santo, como los santos, reconocidos o anónimos, que también han hecho a la Iglesia y a la humanidad. Pero ese Espíritu no se da a todos de la misma manera. Como se nos dice en la segunda lectura: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. No es necesario que todos seamos iguales en el sentido de que cada uno puede aportar algo diferente. Así se explica en la Iglesia el nacimiento de diferentes congregaciones religiosas o de distintos movimientos apostólicos. Cada uno aporta a la Iglesia según el carisma recibido. Eso sí todos debemos mantenernos unidos y poner cada uno los dones recibidos al servicio del bien común.
Quizá más que hablar del Espíritu Santo lo que hemos de hacer es pedir el don del Espíritu y no cansar de pedir, como hemos hecho en el salmo responsorial: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Solemnidad de la Ascensión C
Máximo Álvarez
“Tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Durante muchos años eran días de fiesta y descanso en el calendario civil. Al cambiar las leyes y ponerlos como días de trabajo, la Iglesia los ha pasado al domingo siguiente. Por eso hoy celebramos el día de la Ascensión. No debe pasar desapercibido.
En los Hechos de los Apóstoles se nos dice que, después de cuarenta días en los que Jesús se apareció a los Apóstoles, ascendió al cielo. A veces se ha interpretado mal, como si Jesús subiera al cielo como sube un cohete. El cielo no es un lugar por encima de nuestras cabezas. La palabra ascensión tiene otros significados como, por ejemplo, subir de categoría. Ascender en el trabajo, ascender a primera división… Pues bien, Jesús primero había descendido: siendo Dios se hizo hombre y, al encarnarse, su presencia se ciñe a un lugar concreto. La ascensión supone para Jesús volver a la plenitud como Dios. No se trata, por tanto, de una despedida, sino de, a partir de ahora, estar más presente a través del Espíritu Santo. Precisamente el próximo domingo celebramos la venida del Espíritu Santo:
Los discípulos oyen: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando el cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse”. No es cuestión de mirar al pasado, añorando la presencia de Jesús, sino de sentirlo muy presente, aquí y ahora.
Ahora bien, como dice San Pablo a los Efesios en la segunda lectura, también a nosotros nos espera, más allá de esta vida, “la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”. Podemos decir que la ascensión de Jesús es un adelanto de lo que esperamos. Nuestra vida no acaba aquí, sino que tiene un horizonte mucho más amplio. Hay muchas personas que solamente ponen sus esperanzas en este mundo. Y, cuando muere un ser querido, piensan que ya se acabó todo, que se ha perdido para siempre… La solemnidad de la Ascensión nos invita a encontrar el verdadero sentido de nuestra existencia. Dios nos creó para ser eternamente felices.
Hoy el evangelio que hemos leído es el de San Lucas, autor también de libro de los Hechos de los Apóstoles, del cual hemos tomado la primera lectura, que nos describe con más detalle la Ascensión. En el evangelio Jesús les advierte a los discípulos que estaba escrito que iba a padecer, pero también, al tercer día, a resucitar de entre los muertos. Eso ya se ha cumplido. Ellos han sido testigos, pero deberán seguir siéndolo. Deberán dar testimonio ante todos los pueblos, empezando por Jerusalén. Ahora les toca a ellos proclamar la conversión y el perdón de los pecados. Él se va a ir, pero les promete el envío del Espíritu Santo para que es ayude.
Ese testimonio ha llegado hasta nosotros. También nosotros y toda la Iglesia hemos de ser testigos de Jesucristo resucitado y proclamar la conversión y el perdón de los pecados. Para que haya conversión es necesario reconocer que existe el pecado, que existe el mal provocado por los seres humanos. Basta con una mirada al mundo que nos rodea y a la situación de la humanidad. La conversión, el cambio, es necesario. Pero no se trata solamente de reconocerlo, sino que necesitamos el perdón que solo Dios puede dar. Muy difícil ha de ser querer cambiar el mundo sin Dios.
Después de la ascensión los cristianos seguían experimentando la presencia de Jesús. También nosotros en la oración, en el amor a los demás… y muy especialmente en la Eucaristía. El Señor nos sigue hablando y también nos escucha. La celebración de la Eucaristía es un momento privilegiado. Dejemos que el Espíritu Santo actúe en nosotros. A lo largo de este mes tienen lugar muchas primeras comuniones. Cuando los padres son conscientes de que no se trata simplemente de hacer un día de fiesta, sino que siguen descubriendo cada día y cada domingo esa presencia de Jesús, tienen motivo para sentirse más felices. Nosotros también.
Sexto domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
El tiempo pascual va avanzando. Ya estamos en el sexto domingo. El próximo será la Ascensión. A lo largo de este tiempo hemos venido leyendo en los Hechos de los Apóstoles cómo vivían los primeros cristianos en los primeros años de la Iglesia. Ya no veían a Jesús, pero lo sentían. En el Evangelio Jesús tiene palabras de despedida: “Me voy”. Pero a continuación añade. “Y vuelvo a vuestro lado”. Ya no lo veían físicamente, pero Jesús anuncia el envío del Espíritu Santo, que nos lo enseñará todo. Por tanto, no quedaban solos. Nosotros tampoco estamos solos. El Espíritu Santo nos enseña todo. Más aun, dice Jesús en el Evangelio: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Como decía San Agustín, cuando queramos encontrar a Dios, no necesitamos ir fuera, sino entrar dentro de nosotros mismos. Y añade más adelante: “que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. El saludo de Jesús es siempre el mismo: “La paz os dejo, mi paz os doy. Pero no como la da el mundo”.
Eso no quiere decir que los primeros cristianos no tuvieran problemas entre ellos. En la primera lectura se hace referencia a algunos problemas y tensiones. Por una parte, estaban los judíos tradicionalistas que tenían una serie de leyes y tradiciones, que querían imponer a los extranjeros, a los gentiles, como la circuncisión o el prohibir algunos alimentos. Fue entonces cuando tuvo lugar el primer concilio de la historia, el Concilio de Jerusalén. Y allí, con la ayuda del Espíritu Santo, decidieron no poner a los gentiles más cargas de las necesarias. Es muy significativo cómo lo expresan: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas que las indispensables". También hoy el Espíritu Santo sigue inspirando a la Iglesia, al Papa con los Obispos. Y no faltan quienes, en nombre de la tradición, no quieren hacer caso, descalificando al Papa, como han hecho algunos con Francisco. O los que descalifican el Concilio Vaticano II. Abunda mucha gente de esta en las redes sociales y hacen bastante daño. Y no pensamos solo en las monjas rebeldes de Belorado.
La segunda lectura es del libro del Apocalipsis. Este libro, muy bello, pero escrito en clave, para poder pasar la censura, ha sido escrito a finales del siglo I en tiempos difíciles para los cristianos. Lo que pretende, ante todo, es darles ánimo. En ella se habla de “la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo”. Para el pueblo de Israel Jerusalén, donde se encontraba el templo, era un lugar muy especial para el encuentro con Dios. De ahí viene el que cantaran “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”. Pero el Apocalipsis habla de una nueva Jerusalén que ya no necesita templo, “pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero”.
Las palabras del Evangelio anuncian la cercana despedida de Jesús, que nos dice que se va, pero que va a volver. Dios está siempre con nosotros, nos acompaña. La Eucaristía es una forma de experimentar la presencia del Señor. Pero es una presencia y compañía mientras vamos de camino. No obstante, aspiramos a algo más, a la plenitud, a esa nueva Jerusalén que es el cielo, donde podamos contemplarle cara a cara. A veces podemos tener la tentación de desanimarnos. Aquí no experimentamos esa plenitud y todavía no sabemos cómo será el cielo. Por eso necesitamos la ayuda del Espíritu Santo que nos vaya enseñando y recordando todo lo que nos ha dicho Jesús. En la comunidad cristiana los Apóstoles y los presbíteros guiaban y animaban al pueblo. Acabamos de estrenar la llegada del sucesor de Pedro, esperamos con ilusión la llegada de un nuevo obispo, nos siguen acompañando los presbíteros. Dios no nos abandona nunca. Deseamos que el mensaje de Jesús llegue a todos y este mundo se convierta. Por eso podemos decir con el salmo: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”. Nosotros queremos hoy alabarte y darte gracias. por todo lo que nos das y por todo lo que esperamos de ti.
Quinto domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
Seguimos celebrando el tiempo pascual. En este tiempo hemos leído muchos pasajes del Evangelio que nos hablan de las apariciones de Jesús resucitado. Hoy las palabras de Jesús nos hablan de despedida. Dentro de quince días celebraremos la ascensión del Señor a los cielos. A Jesús le ocurre algo parecido a lo que ocurre cuando un padre o una madre, antes de morir, dan los últimos consejos a sus hijos: por favor, llevaos bien, no andéis divididos ni os peleéis. Dice Jesús: “Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
Como escribía alguien, y con razón: “No nos conocerán por nuestras conjeturas teológicas o filosóficas (tan doctas como estériles la mayoría de las veces), ni por ser piadosos (los paganos también tienen sus formas de piedad), ni por frecuentar el templo, ni por los ritos o los dogmas impuestos por otros, o las procesiones espectaculares, ni por la plata y oro con que adornamos erróneamente nuestras imágenes, ni por cosas parecidas”. No quiere decir que todo esto no sea importante, pero es mucho más fácil contagiar la fe a los demás, cuando se sienten amados por nosotros y cuando ven que nos amamos y amamos a los demás. Jesús lo deja bien claro, cuando habla del juicio final: “Venid, benditos, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis… Estamos en época de hacer la declaración de la renta. Muchos ponen la X a favor de la Iglesia precisamente porque ven 4n la Iglesia tantas obras de caridad y de amor al prójimo.
Los primeros cristianos se distinguían especialmente por el amor que había entre ellos: mirad cómo se aman. Y por eso la Iglesia iba creciendo. Hoy también está creciendo el número de cristianos en el mundo, con la excepción de Europa, donde muchos templos se ven obligados a cerrar. Pero, si decae la fe, también decae Europa. Ello puede llevar a que nos desanimemos. Pero debemos seguir el ejemplo de aquellos primeros cristianos, que se encontraban con muchas dificultades. Por eso sirve perfectamente para nosotros lo que decían Pablo y Bernabé, en la primera lectura, “animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.” No importa que seamos minoría. Los primeros cristianos también eran minoría.
Por otra parte, hemos podido comprobar estas últimas semanas el gran protagonismo de la Iglesia a nivel mundial, con ocasión dela muerte de Francisco y la elección del nuevo Papa León XIV. No somos irrelevantes. Lo que tenemos que hacer es poner en la práctica el mensaje cristiano y las enseñanzas de la Iglesia. Ante los grandes problemas de la humanidad y ante los problemas más cercanos a nosotros no cabe otra alternativa que seguir el camino que nos traza Jesús, en el que un elemento muy importante es cumplir el mandamiento del amor.
La Iglesia tiene veinte siglos de historia y ha sobrevivido dejando atrás gobiernos, imperios, instituciones de las que solo queda el recuerdo. Nosotros podemos decir con el salmo responsorial: “Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”.
Pero, además, nuestra meta va mucho más allá de este mundo. Como se nos dice en la segunda lectura, del libro del Apocalipsis, “vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado”. Este mundo se termina, pero nuestra meta va mucho más allá. Hemos de esforzarnos por aliviar tanto sufrimiento y dolor como hay en el mundo. No podemos permanecer impasibles, empezando por ayudar a quienes tenemos más cerca, pero aspiramos, más allá de la muerte, a una nueva forma de vivir. Como nos dice también la segunda lectura, el Señor “enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”. Si la misión de la Iglesia se redujera a mejorar el mundo en que vivimos, sin ninguna otra esperanza más allá de esta vida, por mucho bien que se hiciera, sería un objetivo muy pobre. Los que dirigen el mundo han de pensar que no se puede ignorar o despreciar la dimensión religiosa y trascendente del ser humano. Por eso estamos aquí, porque no lo ignoramos, y podemos decir con el salmo: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
Cuarto domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
Este domingo cuarto de Pascua tiene un nombre especial: el domingo del Buen Pastor. Ahora ya no hay prácticamente ganado en la mayoría de nuestros pueblos, pero hubo una época, como en tiempos de Jesús, en la que abundaba el ganado y también el oficio de pastor. Muchas veces eran los niños quienes iban de pastores y cuidaban el ganado. Jesús se considera a sí mismo buen pastor: “Yo soy el buen pastor”. Ya en el Antiguo Testamento se rezaba un salmo, que dice: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. En el salmo de hoy hemos dicho: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.
¿Cuál es la misión del pastor? Cuidar a las ovejas, guiarlas por el camino adecuado que conduce hacia los pastos, procurar que tengan comida y agua para beber, defenderlo de los lobos o de los ladrones… Para entender la importancia de lo que significa este humilde trabajo de pastor basta imaginar lo que sería un rebaño sin pastor. ¿Quién lo guía? Cada oveja, cada cabra o cada vaca irían por un lado y, si por un momento las dejas solas, lo primero que harían es ir para el prado o la huerta del vecino y hacer daño. Si viene el lobo, estará mucho más desprotegido el ganado; y sin pastor es muy fácil descarriarse. Y si se pierden, ¿quién iría en su rescate? Por eso Jesús dijo en cierta ocasión que le daba pena de las gentes que estaban abandonadas y extenuadas como ovejas sin pastor. Y esta es en gran manera la situación del mundo de hoy: dividido, espiritualmente mal alimentado, descarriado y sin defensa ante los depredadores. Hoy día, sobre todo por los medios de comunicación y las redes sociales, abundan voces con mensajes engañosos. En medio de tantas voces, muchas de ellas confusas, es importante que sepamos reconocer la voz de Jesucristo el Buen Pastor. Lo dice el evangelio de hoy: Mis ovejas escuchan mi voz y ellas me siguen. En general las ovejas y otros animales saben distinguir muy bien la voz del pastor de otras voces extrañas. Tú realmente ¿sabes distinguir la voz de Jesús de esas voces y teorías extrañas y dañinas, de esos ladrones y bandidos, que tanto abundan en el mundo de hoy?
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice cómo Pablo y Bernabé, buenos pastores, predicaban el mensaje de Jesús. No faltaban quienes lo rechazaban, llenos de envidia, pero otros muchos les creían los seguían y la Palabra de Dios se extendía por toda la región. También hoy hay mucha envidia y se pretende desacreditar a la Iglesia, que tiene la misión de seguir el mandato de Jesús, el Buen Pastor.
Precisamente estos últimos días hemos asistido a dos acontecimientos importantes: la muerte del Papa Francisco, que ha pastoreado a la Iglesia durante doce años y la elección del nuevo Papa, León XIV. Muchas tonterías y acusaciones se han hecho del Papa Francisco, un profeta de nuestro tiempo, que decía que los pastores tenían que oler a oveja. Tal vez lo que más molestaba algunos era que decía que había que querer a todos, sin excluir a nadie, como Jesús cuando hablaba de ir a buscar la oveja perdida. Ha sido Francisco el que nombró obispo y cardenal, y después llevó a Roma, al nuevo Papa. Sin duda el nuevo Papa tiene todas las características de un buen pastor, con experiencia.
Resulta gratificante la expectación que ha producido su elección en todo el mundo. Es un mundo muy complejo, en cierto sentido muy parecido al que se recoge en la segunda lectura del libro del Apocalipsis. No estamos libres de una gran tribulación. Más aún son muchos los millones de personas que ya la están viviendo como consecuencia de las guerras y del caos mundial. Pero el Apocalipsis no pretende insistir en el aspecto pesimista, sino en invitarnos a la confianza en la sangre del Cordero, que es Jesús. El nuevo Papa lo ha dejado muy claro en su primera homilía en la capilla Sixtina: el centro de nuestra fe es Jesús. El mundo está muy perdido y desorientado, como un rebaño cuando falta el pastor. Jesús es el Buen Pastor que todos necesitamos. Como decía Lope de Vega en uno de sus poemas: “Oveja perdida, ven/sobre mis hombros, que hoy/no solo tu pastor soy/sino tu pasto también”. Él se nos da como alimento: el alimento de su Palabra y el alimento de la Eucaristía. Nunca dejemos, como estamos haciendo ahora, de estar dispuestos a recibirlo. Ojalá podamos decir siempre: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Tercer domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
Seguimos celebrando en este tiempo de pascua la resurrección de Jesús y es muy lógico que en los evangelios de este tiempo se nos hable de las apariciones de Jesús resucitado. Por su parte los Apóstoles, aunque ya habían visto a Jesús resucitado, necesitaban volver al trabajo, para poder sobrevivir. Así, en el Evangelio de hoy se nos dice que Simón Pedro les dice a los compañeros: Me voy a pescar. Y ellos decidieron acompañarle. Este era un trabajo que se hacía de noche, pero aquella no noche no pescaron nada. Es normal que tuvieran una sensación de fracaso. Ya al amanecer, se presenta Jesús y, desde la orilla, les pregunta a ver si han pescado mucho. Le dijeron que no. En realidad no lo habían reconocido. Y él les dice que vuelvan a echar las redes. Ellos le hacen caso y casi se rompen las redes por el peso. Entonces se dan cuenta de que es el Señor. Y Pedro se lanza al agua para encontrarse con Jesús. Parece normal que su sensación de fracaso se convirtiera en alegría. También a nosotros nos puede pasar lo mismo y sentirnos fracasados. Todo cambia cuando confiamos en Jesús.
Inmediatamente Jesús les invita a que preparen el almuerzo. De nuevo Jesús parte el pan y se lo reparte. Se trata sin duda de una celebración eucarística. La Eucaristía sigue siendo el momento privilegiado para encontrarnos con el Señor. Si desapareciera la Eucaristía, desaparecería la religión cristiana. Por eso es importante que los cristianos la tomemos en serio.
En esta misma escena evangélica vemos cómo el Señor decide elegir a Simón, al que también llamaría Pedro, para ser el pastor de la comunidad, Primero le pregunta tres veces: ¿Me amas? Y él respondió: Señor, tu sabes que te quiero. Imagínate que el Señor te hace a ti la misma pregunta: ¿Me amas? ¿Qué le responderías?
Precisamente en estos días está a punto de ser elegido un nuevo Papa, un sucesor de San Pedro. Son muchas las cualidades que ha de tener, pero la más importante es que ame al Señor. Pedro es consciente de que antes lo había negado tres veces, y por eso lloró al ver que Jesús le preguntó también tres veces a ver si lo amaba. Jesús lo eligió a pesar de sus defectos. Los Papas tampoco tienen que ser perfectos y, a pesar de todo, el señor les encomienda pastorear y apacentar el rebaño que es la Iglesia, corderos y ovejas. Los demás apóstoles conocían los defectos de Pedro, pero siempre lo respetaron. Desgraciadamente no todos los cristianos tienen este aprecio y respeto al Papa.
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos presenta precisamente a Pedro como líder de sus compañeros y de la comunidad, animándolos y dando la cara en nombre de todos. No lo tenía fácil, porque el Sanedrín y el Sumo Sacerdote les prohibían hablar en nombre de Jesús. Y no solo les prohibían sino que los azotaban y encarcelaban. Pero ahora ya no tenía miedo de las amenazas, llegando a decir que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. En cierto sentido la historia se repite. A algunos gobernantes parece que les molesta mucho lo que dice y hace la Iglesia. También el Papa resulta incómodo para muchos y por eso lo critican y desprecian. Tampoco nosotros estamos exentos de caer en esa tentación, pero hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Hoy hemos leído también un fragmento del Apocalipsis, un libro escrito en tiempos de crisis, a finales del siglo I. En este fragmento se habla del Cordero Degollado. «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Ciertamente, se está refiriendo a Jesucristo. En medio de las persecuciones, de las dificultades, de las tribulaciones… está Él. Él es quien nos da confianza y seguridad. Nuestro tiempo podría ser igual o peor que aquel en el que se escribió el Apocalipsis. Y fácilmente podríamos tener la tentación del desánimo. Pero hemos de tener en cuenta que tenemos asegurada la victoria final. Podemos, pues, decir con el salmo: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Segundo domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
Celebramos ya el segundo domingo de Pascua. Estos domingos las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan en el Evangelio de algunas de las apariciones de Jesús resucitado. En cuanto a la primera lectura, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. Por una parte nos hablan de Jesús resucitado y por otra de cómo vivían los primeros cristianos esta presencia de Jesús.
Un detalle muy significativo es que las apariciones de Jesús solían tener lugar el primer día de la semana, o sea, el domingo. También para nosotros el domingo es un día muy especial para encontrarnos con el Señor. Es importante no desaprovecharlo. Concretamente hoy se nos habla de dos apariciones, ambas el primer día de la semana, mientras los Apóstoles estaban reunidos. No olvidemos el detalle. No pretendamos ser cristianos al margen de la comunidad y del domingo. Cuando los cristianos nos reunimos Cristo siempre se hace presente. Hay quien dice que para ser buen cristiano no hace falta ir a la Iglesia, pero en realidad es un poco como el estudiante que no asiste a clase.
De hecho en la primera de las apariciones que nos narra el evangelio de hoy faltaba uno de los Apóstoles, Tomás. No solo se perdió el ver a Jesús al no estar con ellos, sino que tampoco estaba dispuesto a creer. No se fiaba de los compañeros. Es también la típica persona que dice: “si no lo veo no lo creo”. ¿Eres tú también de los que necesitan ver para creer? Tal vez habría que decir aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
A la semana siguiente Tomás sí estaba reunido con los compañeros y entonces sí que fue testigo de la visita de Jesús. Al verlo, si puso de rodillas y exclamó “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Tú también estás dispuesto a decir “Señor mío y Dios mío”? A continuación Jesús pronunció unas palabras que también sirven para nosotros: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que sin ver creen”. Jesús pensaba en nosotros que creeríamos sin ver. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le quiere aunque no se vea. No se ve, pero se siente. Esto no quiere decir que la fe sea ciega o absurda. No lo es. Tenemos muchas razones para creer.
No todos los primeros cristianos tuvieron la suerte de que se les apareciera Jesús, pero no por eso dejaban de creer en él. Jesús se seguía manifestado a través de los que sí habían sido testigos de la resurrección. Así en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice cómo los Apóstoles realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo como la curación de enfermos. Eso hacía que creciera el número de los seguidores de Jesús. También a lo largo de la historia y en la actualidad la Iglesia es creíble por ayudar a los que más sufren. Hay más formas de ayudar que hacer milagros. La preocupación por ayudar a los demás hace más creíble a la Iglesia. Es continuar la labor de Jesús, que sigue vivo en medio de nosotros.
Por eso Juan, allá a finales del siglo I, en momentos difíciles de tribulación, desterrado en la isla de Patmos, nos cuenta en el libro del Apocalipsis (segunda lectura) que se siente reconfortado por Jesús, que en una visión le dice: “No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo”. Con frecuencia nos quejamos que estamos en tiempos difíciles y olvidamos que Jesucristo está con nosotros.
Precisamente hoy, segundo domingo de pascua, es también el domingo de la Divina Misericordia, instituido por san Juan Pablo II, que murió precisamente un segundo domingo de Pascua. La misericordia es la forma de ser de Dios que pone el corazón en nuestra miseria y que nos invita también a nosotros a ser misericordiosos, a dejarnos querer y perdonar y a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que más falta le hace a nuestro mundo en medio de tanto egoísmo y violencia: misericordia. Tal día como hoy, hace algunos años, moría San Juan Pablo II en esta fiesta instituida por él. Y nuestro querido Papa Francisco, muerto en una fecha tan señalada como la octava de pascua, no se cansó de proclamar y obrar en consecuencia la misericordia de Dios que nos quiere a pesar de nuestros pecados y miserias. El mundo de hoy necesita mucha misericordia y Dios está siempre dispuesto a ejercerla.
Domingo de Pascua C
Máximo Álvarez
De todas las celebraciones que los cristianos tenemos a lo largo del año la de hoy es la más importante, porque, si Jesucristo no hubiera resucitado, si todo hubiera terminado con su muerte, no tendría sentido nuestra fe. Lo deja muy claro San Pedro en las palabras que recoge la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: "Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección".
Desgraciadamente hay cristianos que a la hora de celebrar la semana santa se quedan en el domingo de Ramos. Otros llegan al Viernes Santo, más bien a través de las procesiones, pero el día grande es hoy, el domingo de pascua, con la celebración de la resurrección. Pero lo importante no es solamente recordar lo que pasó, sino encontrarnos con Jesucristo vivo. Sin duda la Eucaristía nos permite este encuentro.
En el evangelio de hoy se nos dice que María Magdalena se acercó, de madrugada, al sepulcro de Jesús y se encontró con la sorpresa de que estaba vacío. La primera conclusión que sacó es que habrían robado el cadáver. Inmediatamente fue a comunicarlo a Pedro y a Juan, que fueron corriendo al sepulcro. El primero que llegó fue Juan, que era el más joven, pero esperó para que entrara primero Pedro. Es una manera de resaltar la importancia que tenía Pedro en la primera comunidad cristiana. Ciertamente, el hecho de que el sepulcro estuviera vacío no sería razón suficiente para creer en la resurrección. Lo importante fueron los posteriores encuentros de Jesús con los discípulos. Y, sobre todo, a partir de Pentecostés era mucho más fácil entender y vivir la presencia de Jesús.
En este sentido también nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo, experimentamos en nuestra vida la presencia de Jesús. No olvidemos, por ejemplo, que algunos años más tarde, Jesús se apareció a Pablo y le cambió la vida. También hoy día el encuentro con Jesús condiciona nuestra manera de vivir.
El propio Pablo en la segunda lectura, de la carta a los Colosenses, nos dice que el seguir a Jesús ha de suponer un cambio de mentalidad: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha da Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra". Si aspiramos solamente a los bienes de a tierra, nuestro futuro será más bien decepcionante, puesto que, tarde o temprano, esta vida se acaba. La muerte llega, queramos o no. Lo estamos viendo cada día. Y una de las mayores causas de violencia, de guerras, de injusticias, de enfrentamientos se deben precisamente al afán de acaparar sin medida los bienes de la tierra, como si no fueramos a morir nunca.
Hoy es un dia grande. Podemos decir con el salmo: Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Vivamos en serio todo este tiempo pascual que acabamos de inaugurar.
Viernes Santo
Máximo Álvarez
Hoy es el único día del año en que no se celebra la misa. Lo cual no quiere decir que no sea muy importante esta celebración de los Oficios de la pasión y muerte de Jesús, que se divide en cuatro partes:
La primera parte, en la que estamos ahora, es la celebración de la Palabra de Dios, con sus tres lecturas. En la primera lectura el profeta Isaías nos describe con varios siglos de antelación, la pasión de Jesús, humillado, como cordero llevado al matadero, triturado por el sufrimiento y por nuestros crímenes, soportando nuestros sufrimientos. Es impresionante. En realidad murió por nuestros pecados, por los que ya se habían cometido y por los que se iban a cometer en el futuro, es decir, por los pecados de la sociedad actual, también por los nuestros. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos se nos recuerda el sufrimiento de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Y la tercera lectura, la pasión según San Juan, nos describe con todo detalle el sufrimiento que le llevó a la muerte.
Si analizamos el mundo de hoy veremos que esta crueldad se repite. Hay un libro escrito por el sacerdote José Luis Martín Descalzo que se titula “Siempre es Viernes Santo”. Se cuentan por millones las personas que en este momento están sufriendo lo indecible. Pero gran parte de este sufrimiento se debe a la maldad y el egoísmo de muchos seres humanos, de tal manera que parece imposible que Dios lo pueda perdonar. Pero, como Dios no deja de amarnos, no es de extrañar que el Hijo de Dios haya decidido cargar con nuestras culpas. Este año muchos se quejan y han llorado porque la lluvia ha impedido que muchas procesiones salgan a la calle. Pero la verdadera pasión es la que están viviendo muchas personas, como consecuencia de guerras absurdas, de terrorismo, de explotación de los seres humanos, de la violencia, del egoísmo de algunos… en sus propias carnes. Ahí es donde está realmente Jesús, mucho más real que las imágenes. Y ahí es donde habría que poner el acento. La Semana Santa ha de ser mucho más que turismo religioso.
La segunda parte de esta celebración es la llamada oración universal. Es una oración muy completa, por todas las personas y por todas las necesidades. Cuando llegue debemos hacer con todo el corazón y al mismo tiempo comprometernos para que se cumpla lo que pedimos. La muerte de Jesús debería producir en nosotros una verdadera conversión.
La tercera parte es la adoración de la cruz. La cruz es un instrumento de tortura y pena de muerte y no parece lógico que la adoremos. Pero en realidad representa al mismo Jesús, al amor de quien murió en ella. Pero no podemos conformarnos con este acto de adoración de una cruz de madera o de metal, sino que hemos de saber abrazar las cruces con las que a veces nos encontramos en nuestra propia vida. Decía San Pablo que hay algunos que viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo Dios es el vientre y su gloria sus vergüenzas. No olvidemos que la cruz es el camino de la salvación. A veces nos cuesta aceptar una enfermedad, una desgracia, tener que soportar a determinadas personas… Pero aceptar la cruz es la mejor demostración de amor.
Ciertamente si todo en la vida de Jesús hubiera terminado con la cruz y la muerte, no estaríamos aquí. Es la resurrección la que nos ha ayudado a entender el verdadero sentido de la pasión y la muerte de Cristo. Por eso hemos de disponernos a celebrarla. La Semana Santa no termina, como para muchos, el domingo de ramos, pero tampoco el viernes santo.
Finalmente, la cuarta parte de esta celebración es la comunión. Cristo se ha quedado con nosotros hecho pan y vino. De ahí la importancia de la celebración eucarística de cada domingo. No perdamos a lo largo del año el contacto con Jesús. No somos fijos descontinuos que solo ponen un poco de atención durante la Semana Santa y después se olvidan, de Pascuas a Ramos.
Jueves Santo
De los tres jueves que hay en el año que relumbran más que el sol, ya solo nos queda un jueves el jueves santo. La celebración del Corpus Christi y la Ascensión han pasado al domingo, porque civilmente dejaron de ser fiesta. El jueves santo no lo podrán trasladar. Siempre será jueves. Es un día muy especial. Es la víspera de la pasión y muerte de Jesús.
Jesús decide celebrar la cena de la Pascua con sus discípulos. La primera lectura del libro del Éxodo nos describe en qué consistía y cómo se celebraba esta fiesta. El plato principal era un cordero o un cabrito. Pero Jesús añade algo totalmente nuevo. Lo describe la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios, que es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía. Al terminar la cena toma el pan y el vino y se lo da diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “Éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía”. Es el mejor regalo que nos ha podido hacer Jesús. Es Él mismo el que se ofrece por nosotros y se nos da como alimento. Es el nuevo cordero. En cada misa, en cada iglesia en el sagrario, Jesús está presente y se hace carne de nuestra carne, pues se nos da como alimento. En la Eucaristía no solamente recordamos la Última Cena, sino que la repetimos. Es un gran motivo para dar gracias. También hoy es el día en que Jesús instituye el sacerdocio, cuando les da a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía. El sacerdocio es otra forma de presencia de Jesús.
Jueves Santo es también el día del amor fraterno. Recordamos las palabras de Jesús ese día, palabras de despedida, como la de un padre antes de morir recuerda a sus hijos que se lleven bien. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. No les manda amarse de cualquier manera, sino siguiendo su ejemplo: “como yo os he amado”. El ejemplo de Jesús es que entregó su vida por nosotros, que murió perdonando a sus enemigos. A veces esto es lo que más nos cuesta. Con frecuencia buscamos disculpas para no amar a los demás. Sin embargo, merece la pena amar y perdonar.
En el evangelio de hoy Jesús nos da un verdadero ejemplo de amor a los demás, de humildad y de servicio. Lava los pies a los Apóstoles. Este era un trabajo que los esclavos o criados hacían antes de la comida: lavar los pies a los comensales. Por eso los Apóstoles no entendían que fuera Jesús el que hiciera esta tarea. En general nos gusta más mandar y ser servidos que servir. Y, sin embargo, es mucho más importante el que sirve. Tenemos muchas ocasiones de servir al prójimo, a cambio de nada. Si los que mandan, los que tienen autoridad, siguieran el ejemplo de Jesús, el mundo sería diferente. Por desgracia muchos solamente buscan sus propios intereses.
Pero hoy también el Evangelio nos recuerda la traición de Judas. Fue precisamente uno de sus amigos el que lo traicionó. Por desgracia sigue habiendo muchos Judas que por dinero o por otros intereses traicionan a quien haga falta. Tampoco faltan cristianos que reniegan de Jesús y lo traicionan.
En resumen, hoy es un gran día. Comprometámonos tomar siempre en serio la Eucaristía. Hoy se nos invita especialmente a la adoración. No olvidemos tampoco que en un mundo crispado y dividido como el nuestro, es fundamental el amor fraterno. Y que nada ni nadie nos lleve a traicionar a Jesús.
Domingo de Ramos C
Máximo Álvarez
Hoy es, sin duda, un domingo muy especial y quizá el que más personan asisten a la Iglesia, con su correspondiente ramo. Es una manera de recordar y revivir aquella entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes. Sin embargo, resulta contradictorio que, no muchos días más tarde, esas mismas gentes, cuando Jesús estaba detenido ante Pilato gritaban: Crucifícalo. Preferimos que sueltes a Barrabás.
En Jesús se cumple la profecía de Isaías (primera lectura): “yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”. Y lo que dice San Pablo (segunda lectura): “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
El salmo responsorial recoge el sentimiento de Jesús, de tristeza y abatimiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Hoy hemos escuchado el relato de la pasión según San Lucas. Cada evangelista tiene sus matices. Marcos iba dirigido a los cristianos de Roma, perseguidos como el mismo Jesús. Tal vez por eso resalta especialmente la desolación de Jesús. Lucas es la pasión descrita por un médico. En Juan, por ejemplo, Jesús aparece triunfante.
En todo caso la pasión y muerte de Cristo se revive constantemente en el sufrimiento de muchas personas que se sienten abatidas, desesperadas, como si Dios las hubiera abandonado. Ninguno de nosotros está libre del sufrimiento, pero, mirando el ejemplo de Jesús, las cosas se pueden ver y llevar de otra manera, porque la muerte no ha tenido la última palabra.
Pero los demás personajes de la pasión también están de actualidad. ¿Acaso nos parecemos a alguno de ellos? Traidores como Judas. Cobardes que se lavan las manos como Pilatos. Fanáticos como el Sanedrín o los Sumos Sacerdotes. Gente que se deja llevar del respeto humano como Pedro. Los que, aunque les cueste, echan una mano al quien los necesita como el Cirineo. Los que son fieles hasta el final como María Magdalena y otras mujeres. Los que son buenos y piadosos como José de Arimatea… ¿O somos como el pueblo que aclama al Señor el día de Ramos y después se olvidan de Jesús y gritan que lo crucifiquen? De poco sirve celebrar el domingo de Ramos y desaparecer el jueves o viernes santo y tampoco asisitir celebrar la resurrección.
Celebremos con fe la semana santa. No nos limitemos a las procesiones. Vivamos la liturgia, escuchemos la palabra de Dios, oremos juntos, participemos de la Eucaristía. Hoy empieza la semana santa, pero no termina.
Quinto domingo de cuaresma C
Máximo Álvarez
Estamos celebrando ya el quinto y último domingo de cuaresma. El siguiente será ya el domingo de ramos. Ya estamos más cerca de la celebración de la muerte y resurrección de Jesús. Noticias de muerte y destrucción las tenemos todos los días: guerras, catástrofes, accidentes, asesinatos… En el pueblo de Israel no faltaban tampoco sufrimientos y desgracias. A pesar de todo, los profetas, entre ellos Isaías, al que pertenece la primera lectura, nos dice que vendrán tiempos mejores, que no miremos hacia a atrás, sino que miremos al futuro con esperanza. Precisamente este año el jubileo que estamos celebrando nos invita a la esperanza. Hace 2025 años que llegó el Mesías esperado, Jesús, el Hijo de Dios.
San Pablo en la segunda lectura, de su carta a los Filipenses, nos cuenta cómo el haberse encontrado con Jesús le cambió la vida. Y dice que todo lo demás, comparado con ganar a Jesús y existir en él, es basura, que no le importa haberlo perdido todo con tal de encontrarse con Él. No piensa así mucha gente, ansiosa de buscar la felicidad, que considera la fe en Jesús como una pérdida de tiempo, como algo poco importante. De hecho, muchas veces la disculpa que se pone para no atender a las cosas de Dios es que no se tiene tiempo. Hay tiempo para todo menos para Dios. ¡Qué equivocación tan grande!
Ciertamente, en esta vida a veces sufrimos o vamos a tener que sufrir y, por supuesto, tenemos que pasar por la muerte o por encontrarnos con la muerte de los seres queridos. Pero san Pablo tiene muy claro que la muerte y resurrección de Jesús tienen mucho que ver con nosotros. Por eso a San Pablo no le importaba tener que compartir con Jesús sus propios padecimientos y morir su misma muerte para llegar un día a la resurrección como Jesús. No perdamos de vista que la Semana Santa, que para algunos es simplemente un tiempo de vacaciones, significa tomar en serio la muerte y la resurrección de Jesús, sabiendo que nosotros también caminamos hacia esa meta. Nuestro mayor enemigo para alcanzarla es el pecado y la falta de fe en Jesús, que es quien tiene poder para cambiarlo todo.
Para conocer bien a Jesús es bueno tener en cuenta escenas como la que acabamos de escuchar en el Evangelio. Una mujer casada es sorprendida cometiendo adulterio. De acuerdo con la ley de Moisés debía ser condenada a muerte por lapidación, a pedradas. Se la presentan a Jesús para preguntarle qué se debe hacer con ella. Si Jesús responde que la dejen en paz, podrían acusarlo de estar contra la ley de Moisés. Si dice que la apedreen lo harían también a él culpable de la muerte de la mujer. Ya sabemos la sabia respuesta de Jesús: El que esté limpio de pecado que le tire la primera piedra. Al menos fueron sinceros y se reconocieron pecadores, pues ninguno le tiró piedras. La mujer, que se veía al borde de la muerte, tuvo que sentir un enorme alivio cuando Jesús le dijo: Yo tampoco te condeno. Vete, y en adelante no peques más. Le cambio la vida, como a San Pablo, al encontrarse con Jesús y sentirse perdonada y salvada. Por algo decimos que Jesús es Salvador.
Cada uno de nosotros estamos llamados también a ese encuentro con Jesús. Siempre merece la pena. Con Él cambia todo. Y podremos decir como en el salmo responsorial: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Pero también hemos de aprender del Evangelio de hoy que no podemos ser como los escribas y fariseos que querían condenar a muerte a aquella mujer, que no tenían compasión. Somos muy propensos a juzgar y condenar a los demás. Por eso Jesús también nos dice a nosotros: El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra.
El próximo domingo será el domingo de ramos y, como siempre sucede, se llenarán las iglesias. Tal vez para muchos será el primer y último día que celebren la Semana Santa. Mentalicémonos que es solamente el comienzo y tratemos de vivir intensamente principalmente con celebraciones litúrgicas de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Las precesiones están bien, pero no son lo más importante.
Cuarto domingo de Cuaresma C
Máximo Álvarez
Estamos ya en el cuatro domingo de cuaresma. Solamente queda otro, antes del domingo de Ramos. Y este domingo cuarto tiene un nombre especial: el domingo de la alegría, porque ya está más cerca la fiesta dela pascua, aunque antes hay que pasar por la pasión y muerte. En lugar del color morado también puede usarse el rosa.
El Evangelio de hoy es muy conocido porque nos ofrece la llamada parábola del Hijo Pródigo, que también puede llevar el título de parábola del Padre misericordioso. Es un relato que refleja, casi al pie de la letra, lo que sigue pasando en nuestra sociedad. El hijo, al que no falta de nada en casa de su padre parece ser que no está contento, pues se aburre, quiere libertad e independencia y le pide al padre la parte de su herencia. Y el padre se la da, porque respeta su libertad.
Hoy día también hay gente que no quiere saber nada de Dios y mucho menos de la Iglesia. Como son libres, se alejan, pues piensan que fuera de ella van a ser más felices. Dios respeta su libertad. Nuestra libertad. Muchos de los que se apartan de Dios piensan que Dios es enemigo de su felicidad, pero se equivocan. El hijo de la parábola, mientras tuvo dinero, tuvo amigos, falsos amigos, por supuesto. Finalmente se dio cuenta de que estaba en la ruina, pero, al menos, empezó a valorar lo que antes tenía en casa de su padre. Ojalá todos los que se alejan de Dios fueran humildes y se dieran cuenta de que sin Dios no se va a ninguna parte, en lugar de caer en la desesperación. Por desgracia hay muchos hijos pródigos. Es posible que también haya algunos que no creen en la misericordia de Dios, que ignoran el amor que Dio les tiene, que no les va a perdonar.
Pero, cuando Jesús predicó esta parábola, en realidad no pensaba solo ni principalmente en el hijo que se fue de casa, sino en el hermano que quedó con el padre. Comienza el relato evangélico diciendo que “todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Entonces Jesús les dijo esta parábola, pensando sobre todo en los que son como el hijo mayor, que era un envidioso y se celaba porque su padre perdonara al hermano. Muchas veces nosotros tendemos a condenar a quienes no piensan como nosotros y nos cuesta entender que Dios los perdone. Tenemos un ejemplo muy claro en algunos que se consideran muy católicos y critican al Papa Francisco porque es comprensivo y dialogante, porque dice que en la Iglesia hay espacio para todos, todos, todos. Critican al Concilio Vaticano II porque habla de dialogar con los no creyentes o con los miembros de otras religiones.
Dios es bueno y comprensivo. En el salmo responsorial decíamos: Gustad y ved qué bueno es el Señor. A veces tenemos ideas muy raras de Dios. Por eso es de agradecer con qué belleza Jesús nos describe al Padre, reflejado en el padre de la parábola, que no descansa hasta que regresa su hijo y no le hace el más mínimo reproche aun a pesar de que había derrochado toda la herencia. Al contrario, le hace una fiesta por todo lo alto.
La segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, nos lo expresa así: “Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación”. No teniendo en cuenta los pecados de los hombres. Eso no quiere decir que da igual que no pecar, sino que Dios está siempre dispuesto a perdonar. El hijo menor podría haber decidido no regresar ni pedir perdón. O sabemos cómo hubiera terminado, pero le mereció la pena tomar esa decisión. Comenzamos diciendo que hoy la liturgia nos invita a la alegría. Tenemos motivos para estar alegres, sabiendo que, a pesar de todo, Dios no deja de querernos. Deberíamos aprovechar este año jubilar para dejarnos perdonar con todas las consecuencias. Para eso es el Año Jubilar. Si aún no tenemos claro en qué consiste, pidamos información.
Tercer domingo de Cuaresma C
Máximo Álvarez
Comenzamos la tercera semana de cuaresma. Algunos ya no saben ni qué es ni para qué sirve la cuaresma, pero para muchos la palabra cuaresma les recuerda especialmente la norma de ayunar algunos días o de no comer carne los viernes, también lo de confesarse al menos una vez al año, que se viene haciendo por estas fechas, lo que se ha llamado “cumplir con el precepto”. También se sabe que, al final de la cuaresma, viene la Semana Santa, que para muchos es principalmente tiempo de vacaciones. Pues bien, hoy se nos habla de la conversión y de la penitencia, algo de la que mucha gente pasa. Pero eso no quiere decir que no sea importante. La sociedad en general, y cada uno de nosotros en particular, tenemos que tomar conciencia de que no todo lo hacemos bien y que tenemos que arrepentirnos y cambiar. ¿Amamos a Dios todo lo que Dios se merece? Va a ser que no. ¿Amamos al prójimo como a nosotros mismos o como Jesucristo nos ama? Va a ser que tampoco.
El olvido de Dios no es una novedad. En la segunda lectura San Pablo nos recuerda que en el pueblo de Israel, el pueblo querido y mimado por Dios, “la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto” y añade: “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos. Y para que no murmuréis, como murmuraron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador… Todo esto y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se crea seguro, cuídese de no caer”.
En el evangelio Jesús insiste en la misma idea. Se habla de unos galileos a los que Pilato sacrificó, mezclando su sangre junto con los sacrificios que ofrecían. Dice Jesús: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. Y comenta otro caso de dieciocho hombres sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató: “¿Pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Podíamos añadir: ¿Acaso son más culpables que nosotros los más de doscientos muertos como consecuencia de la Dana y los cientos y miles de muertos de los que nos habla cada día el telediario, víctimas de las guerras, de las catástrofes, del terrorismo…? Pues no.
Dios no es un dios vengativo y cruel. Como decíamos en el salmo responsorial, “El Señor es compasivo y misericordioso”. En la primera lectura queda claro lo que dice Dios a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel". Dios quiere lo mejor para nosotros. En realidad habría que decir que no es Dios quien nos castiga, sino que nos castigamos nosotros mismos. Dios no quiere el desorden ni la injusticia ni la violencia, pero, si nos empeñamos en hacer lo que nos da la gana, somos los culpables de las consecuencias. Si un alumno no estudia ni se esfuerza, no debería echar la culpa del suspenso a sus profesores o a sus padres. Se ha suspendido él mismo.
Finalmente, conviene que no pasemos por alto la parábola de la higuera que aparece en el evangelio: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”». Nosotros somos la higuera y Dios espera de nosotros que demos fruto. A veces el gran pecado nos es que hagamos cosas malas, sino las cosas buenas que dejamos de hacer, el pecado de omisión, que, sea por pereza, por autosuficiencia, o por falta de fe y amor, consiste en no comprometerse en nada. Que Dios es bueno no admite la menor duda. Pero también es exigente. Dios, como a la higuera, nos da la oportunidad de recapacitar y convertirnos, de dar fruto.
Segundo domingo de cuaresma C
Máximo Álvarez Rodríguez
Estamos ya en el segundo domingo de cuaresma, cada vez más cerca de la semana santa, de la celebración de la muerte y la resurrección de Jesús. Podemos decir que Jesús va caminando hacia la muerte. Será para él un momento difícil, pero también para sus discípulos la pasión y muerte de Jesús será un momento desconcertante. Por eso Jesús quiso de alguna manera prepararlos. Para ello invitó a tres de ellos a subir con él a lo alto de un monte, a Pedro, Santiago y Juan. Y allí tuvieron una experiencia muy feliz, como si estuvieran en el cielo. Vieron a Jesús totalmente resplandeciente, transfigurado, junto con dos personajes muy importantes del Antiguo Testamento: Moisés, que representa a la Ley y Elías que representa a los Profetas, también resplandecientes como Jesús. Además, oyeron una voz del cielo que decía: Este es mi hijo amado, escuchadlo. En aquel momento comprendieron realmente quién era Jesús: el Hijo de Dios.
Pedro estaba tan feliz que dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Y el evangelio añade: No sabía lo que decía. Por fin Jesús se quedó solo y bajaron del monte a la vida de cada día. Se habían sentido muy felices, pero después vendrían momentos muy difíciles. Ya Jesús les había advertido que tenía que morir. Y ellos no lo entendían. Sin embargo, cuando detuvieron a Jesús para condenarlo a muerte, estos tres apóstoles fueron los únicos que no huyeron y se quedaron con Jesús en el Huerto de los Olivos. Se ve que el recuerdo de aquella experiencia feliz que habían tenido les sirvió para algo.
Algo semejante nos puede pasar a nosotros. En la vida de cada persona hay momentos muy dichosos, que nos gustaría que no se acabaran nunca. Hay momentos en los que resulta muy fácil creer y vivir la fe, experiencias religiosas muy emocionantes, como si experimentáramos anticipadamente en la tierra lo que es el cielo… Pero se acaban y vienen momentos especialmente dolorosos o desconcertantes, y todo se vuelve oscuridad. Pues bien, al igual que les pasó a los discípulos, las experiencias felices que hemos vivido han de ayudarnos a no dejar de creer y de confiar el Señor, aunque ahora parezca ausente. No olvidemos que la cruz es el camino de la gloria.
Abraham, del que se nos hablaba en la primera lectura, también vivió experiencias muy felices como cuando Dios le concedió un hijo, y experiencias amargas como cuando parecía que tenía que perderlo. Pero Dios premió su fe. Dios le prometió una herencia tan numerosa como las estrellas del cielo. Parecería imposible en aquellos momentos, pero los hijos de Abraham, nuestro padre en la fe, se cuentan por miles de millones.
Más allá esta vida, el Señor nos promete el cielo. Habrá quien piense que no hay nada, pero, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, “nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo”. Un día también nosotros viviremos eternamente la experiencia de la transfiguración.
Desgraciadamente, como sigue diciendo San Pablo, con lágrimas en los ojos hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios el vientre; su gloria sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas.” El mensaje de las lecturas de hoy es que la cruz es el camino de la gloria. Si no fuera así, muchos podrían pensar que no merece la pena haber nacido, para tener que sufrir y morir. Es verdad que no todo en la vida es sufrimiento. También hay momentos muy felices. Y esos momentos felices hemos de considerarlos como un anticipo de lo que será el cielo. Jesús, tal y como anunció, a sus discípulos, pasó por el sufrimiento y la muerte en cruz. Pero su resurrección lo cambió todo. Si no hubiera resucitado no estaríamos celebrando la cuaresma ni celebraríamos la pascua. Él es la mejor garantía de nuestra resurrección. Entre tanto, no dejemos de tener en cuenta lo que oyeron en el monte Tabor: Este es mi hijo amado, escuchadle. Estemos siempre dispuestos a escucharlo.
Primer domingo de cuaresma C
Máximo Álvarez
El miércoles pasado, con el rito de la imposición de la ceniza, comenzábamos el tiempo de Cuaresma, cuarenta días que nos recuerdan los cuarenta días y cuarenta noches que pasó Jesús en el desierto de Judea, ayunando y siendo tentado por el diablo. La Cuaresma no existe desde el principio del cristianismo, sino que surgió como consecuencia ayudar aaquellos catecúmenos adultos que se preparaban para bautizarse en la Vigilia Pascual de forma que tuvieran, después de un largo catecumenado, un tiempo de especial intensidad antes de recibir el bautismo. Aunque en principio la Cuaresma se creó especialmente para ellos, también es para todos nosotros una forma de prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua, la muerte y la resurrección de Jesús, para retomar la importncia de nuestro ser cristianos.
Jesús se pareció en todo a nosotros menos en el pecado, pero eso no quiere decir que no tuviera tentaciones. Fue tentado como somos tentados todos y cada uno de nosotros. En el relato del Evangelio que hoy nos ofrece San Lucas se dice que Jesús tuvo tres tentaciones, pero probablemente a lo largo de su vida tuvo bastantes más. Hay una película titulada La última tentación de Cristo, no vamos ahora a comentar la película, pero es posible que Cristo también tuviera la tentación de bajarse de la Cruz, de hacer caso a aquel compañero de patíbulo que le dijo: si eres hijo de Dios sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. Jesús quiso ser tentado para darnos ejemplo a nosotros, que también tenemos tentaciones . Y en parte las tres grandes tentaciones del mundo de hoy son las mismas tentaciones que tuvo Jesús.
En la primera se dice que Jesús estaba ayunandoy el diablo le dijo: haz que estas piedras se conviertan en pan, disfruta de la vida. La respuesta de Jesús: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Llama la atención que Jesús siempre responde a las tentaciones con palabras tomadas de la Sagrada Escritura. También la Sagrada Escritura es necesaria en nuestra vida para ayudarnos a dar respuesta en las pruebas y dificultades.La gran tentación del hombre de hoy y de todos y cada uno de nosotros es la tentación preocuparnos excesivamente de los bienes materiales, del disfrutar de la vida, olvidando que no solamente de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. Pero la gente tiene tiempo para todo menos para rezar, menos para ir a la Eucaristía o participar en actividades de la iglesia. Estamos a con frecuencia demasiado atrapados, demasiado esclavizados por por los bienes y las preocupaciones de este mundo.
La segunda tentación Jesús: Está en lo alto de un monte y se ve muy bien desde alli un bello panorama, un paisaje realmente impresionante, en toda aquella campiña. Tiene la tentación de que, en vez de ir a la cruz y de pasar por la muerte, puede ser el dueño de este mundo, tener un gran poder político, puedes convertirte en el que gobierna Israel. Realmente es la tentación del poder que sabemos que no ha perdido actualidad, pero la respuesta del Señor, también tomada de la Sagrada Escritura. es: a un solo Dios adorarás y a él solo servirás.
La tercera tentación: Jesús está en lo alto del pináculo del templo y el diablo le dice: mira, tírate de ahí y los ángeles te acojerán, hay mucha gente ahí abajo en la explanada del templo. Vendrán los ángeles que te recibirán y no te pasará nada. Vas a hacerte famoso y todo el mundo te va a creer, no vas a tener problema ninguno. Es la tentación del camino fácil, es la tentación del éxito, la tentación del aplauso. Jesús la venció y le respondió al maligno: no tentarás al Señor tu Dios. También nosotros, valga la redundancia, tenemos la tentación de tentar a Dios, de decirle: mira, tú que lo puedes todo, puedes concederme esto que hace más fácil mi vida y mi tarea. Es verdad que el Señor nos dice pedid y se os dará, pero lo que no podemos hacer es tentar al Señor.
Son interesantes las demás lecturas de hoy. En la primera el pueblo de Israel da gracias a Dios porque estaba en la esclavitud en Egipto y el Señor le ayudó a salir de la opresión del faraón hasta llegar a la tierra prometida. Dios no nos abandona. En el Salmo hemos dicho: Señor, acuérdate de mí en la tribulación. La vida del cristiano no está exenta de problemas, de dificultades, de situaciones difíciles como la que tenía el pueblo de Israel en Egipto. pero el Señor también nos ayuda a salir de la tribulación y de la prueba. Eso sí, tenemos que tener paciencia y plena confianza en Jesucristo. Como dice San Pablo en l carta a los Romanos: Nacie que crea en Él quedrá confndido.
Esta cuaresma y esta pascua tienen lugar en el Año Jubiliar. Aprovechemos de manera especial las gracias que el Señor nos da y esforcémonos en una sincera conversión.